Sin medir distancias
por Camilo de los Milagros
Muere Diomedes Díaz, el “Cacique de la Junta”, ídolo de la cultura vallenata
“…he venido a su casa porque sé
que a pesar que el compadre se nos fue…”
Pocos personajes recogen a la vez tanta gloria y tanta vergüenza nacional como Diomedes Díaz. Es un enano inmenso, un gigante diminuto, empequeñecido por sus infortunios, sus escándalos, sus vicios. Diomedes fue un compendio de defectos que cantaban haciendo prodigios.
Nació en La Junta, un caserío hirviendo de miseria en algún atrasado paraje entre la Guajira y el César, dos de los departamentos más pobres de Colombia. Dicen que de niño tuvo que soportar el hambre y la humillación, que perdió un ojo por un desafortunado accidente y que pastoreaba cabras en esa tierra azotada por el sol, la pobreza y el abandono. “La vida me ha golpeado más de dos veces” sentenció con alegría una vez. Nunca fue bueno para la escuela, pero el vallenato, que es refugio de tantos genios inservibles para otra cosa, le dio la mano.
“Dios a todos nos tiene en cuenta” dice una de sus canciones. De la miseria absoluta Diomedes voló llegando hasta la nube más alta, con su poderosa forma de entonar los versos. Ese timbre de ponerle el alma a cada letra, esa forma de llorar cantando o cantar llorando, lo llevó a conquistar al pueblo costeño. Un pueblo que se rinde con facilidad ante la originalidad y la extravagancia, que se doblega cuando algún apasionado le enseña que la existencia por esas ciénagas, serranías y sabanas, no está hecha de arroz de coco sino de sentimientos profundos, de lamentaciones y parrandas que se extienden hasta el infinito. Porque si había algo que podía encarnar el espíritu costeño, con toda su belleza pero también con sus miserias y sus taras, ese algo se llamaba Diomedes Díaz.
Rodeado de gloria, el Cacique cobró al mejor estilo de este país de advenedizos todas sus viejas penurias: se jactaba de haber engendrado cerca de 30 hijos por toda la costa como su antepasado musical Alejo Durán, ostentaba sus lujos y riquezas de mal gusto, se vanagloriaba de sus amistades con sujetos de odiosa reputación como los gamonales y paramilitares costeños. Fue prófugo de la justicia y protegido por terratenientes de infame recordación. Como no podía suceder de otra manera en una tierra ensuciada de drogas y violencia, ambas coquetearon con él: tuvo una larga relación con la cocaína y un terrible episodio de asesinato por el que fue condenado a 6 años de cárcel.
Ya decía que pocos como él recogían la gloria y la vergüenza, porque debido a su categoría de ídolo popular, que en el Caribe llega a la adoración, le eximen de sus crímenes, de sus odiosas complicidades, de sus vicios y sus reprochables actos. Dicen esta noche mientras rueda la notica de su muerte, que debe separarse al hombre del artista, la figura del personaje no puede empañar la del músico que fue. Cuestionable su vida pero loable su obra musical.
He ahí una síntesis de este país de vergüenza. No hay muerto malo. No hay criterios éticos para juzgar aquello que la imaginería popular absuelve por considerarlo más propio a sus sentimientos que las leyes, porque hasta el asesinato o el peor de los vicios es perdonable en nuestra cultura de tiros al aire y machos que dejan una hembra preñada en cada pueblo.
De Diomedes se podrá decir que fue un ser miserable, que encarnaba todos los valores del atraso y el patriarcado costeño -“las costumbres aquellas”- que personificó la figura del macho ignorante a la que cabían cuantos prejuicios imaginables haya, que confraternizó con criminales y bandidos. Pero también se podrá decir que supo hablarle a su pueblo al oído como nadie lo hacía, que cantaba como pocos, con el alma, y que se ganó a versos el corazón de una tierra sólo recordada por el viento, la soledad y la pobreza. El Caribe lo llora como no va a llorar a ninguno de sus hijos en muchos años.
Por eso es que la vida es un baile que con el tiempo damos la vuelta. Pero el tiempo acaba la fiesta, ya lo decía el Cacique. La vida de hombres y mujeres, como los afectos, es parecida a los vallenatos. Es contradictoria, es incoherente. Hoy, a pesar de todas sus miserias, le digo a ese grande tan lleno de vergüenza que fue Diomedes, con tristeza y dolor sincero que "es la hora de partir, sin medir distancias, y ni sombra quedará de aquel amor".
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/76932-sin-medir-distancias.html