LEJOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES
Hay dos clases de ausencias que no se Consuelan nunca: la ausencia de la patria Y la ausencia de la libertad.
JMVV.
NOTA ACLARATORIA: Cabalgando entre los siglos XIX y XX, vivió y padeció en Colombia y fuera de ella, un escritor de pluma altiva que nunca se doblegó ante ideologías, dogmas ni gobiernos. Exiliado de la patria, errante victorioso, su obra ha sido proscrita y su nombre borrado de los programas académicos en escuelas y colegios colombianos.
Hoy, al cumplirse ochenta años de su muerte en extrañas tierras, entrego este pequeño homenaje a quien en vida fuera llamado “el Divino”. Aquí va:
Su derrotero vital y afectivo estuvo enmarcado en lejanías: frente a la religión y al clero; frente al poder y a los políticos; frente al amor y a la mujer.
Fue, al tiempo, prolífico panfletario e incendiario escritor y con seguridad mal novelista. Repetido y constante como un tábano, en sus ataques, usó la literatura como un látigo para fustigar regímenes totalitarios y despotismos de toda laya. Aún hoy, mal leído criticado a través de lecturas parciales y reseñas prejuiciadas, su nombre evoca al réprobo, al hereje, al blasfemo o al pretendido ateo.
En su obra se advierten hondas soledades; no podía ser para menos para el nihilista, idealista y anarquista, que siempre pretendió quemar dogmas como se queman los monigotes de diciembre y no transitar por senderos comunes en la política y en el pensamiento de su época.
En su obra los jóvenes de entonces (finales del s. XIX y albores del s, XX) amaban su honestidad y la férrea distancia que marcó frente a las mojigaterías y la doble moral de una sociedad que se alumbraba con velas de sebo, mientras él ya leía y escribía bajo el resplandor de la luz alimentada por el gas o por la incipiente electricidad.
Vilipendiado entonces, desconocido hoy, con dificultad su nombre figura en antologías literarias ortodoxas, porque en él todo fue un delirio que no cabe en libros bendecidos por académicos ni fue amparado por NIHIL OBSTAT alguno.
Le impusieron en la pila bautismal el José María, un nombre corriente para un futuro ciudadano corriente, pero José María lo fue sólo unos pocos años. En sus recuerdos el padre es una sombra, como un daguerrotipo oscuro y desvaído. Lo perdió en una de las tantas guerras colombianas del siglo XIX. De él heredará su talante combativo; de su madre recordará los cuidados exagerados y enfermizos: ella quiso tal vez una hija, porque lo vestía con holanes y pollerines.
Fue de la casa al seminario y del seminario a la calle. Intentó ser maestro; la educación es religiosa y, religiosos son los maestros, en mayoría y José María acusó a uno de ellos de comportamiento más emparentado con la pederastia que con la pedagogía cristiana.
En su periplo docente figurarán Guasca, Anolaima, Ibagué y la Villa de piedra e historia de Leyva.
En Ibagué se enamora en vano. Ya no volverá a acercarse a la condición femenina más que a través de las páginas donde transitan sus personajes de una sola faz, rígidos, como hechos y recortados en cartón. En sus libros habitarán las mujeres tiernas, puras, hechas de materias sacrificial. Son bellas, pálidas, tienen ojos que enamoran y largas cabelleras. A su lado habitan las ninfas del pecado, las prostitutas de corazón, los súcubos que corrompen y arrastran a los hombres a la perdición y a las llamas de un infierno terrenal, del cual a veces se escapa apelando al suicidio. El amor a la mujer es una aberración, la conquista de la carne el exorcismo; la amistad es una quimera, la traición una certeza.
Ha leído mucha literatura y se ha llenado hasta el hartazgo de historia y de política; comprendió como pocos que el enemigo de América latina es su vecino, al norte del río Grande; contra él empuña el azote y produce uno de los libelos más duros y honestos que se hayan escrito contra los gringos, y es que ha sido testigo del hachazo que cortó el brazo de Panamá del cuerpo de Colombia. Su lamento indignado se llamó: Ante los bárbaros. Le costó la expulsión de los Estados Unidos.
Al final de los años se encuentra en Barcelona dueño de su propio exilio y con los pasos cansados: Venezuela, Nueva York, Quito, Europa y de nuevo a las tierras sudamericanas en un periplo de ovación y de éxtasis que ya nada agrega a sus laureles de afamado libelista, tal vez porque “por haber obtenido todas las victorias ya no se ama ninguna; y es por haber apurado todas las derrotas que no se tiene ya el temor de ellas”.
En Barranquilla, única ciudad de Colombia que visita en 1924, recibe el abrazo emocionado de su patria. De allí a México, luego a” la Europa castigada y vencida.” Desde allí mira al país, sueña con sus promesas en el concierto mundial, pero al mismo tiempo presiente a sus gobernantes que orientan su destino como administran sus haciendas, siempre llenándose los bolsillos y defendiéndolos con la sangre prestada por campesinos, arrendatarios y jornaleros y negros manumitidos. Estaba pensando siempre en las guerras que idearon donde ellos fueron los generales y sus huestes descalzas la carne para el fusil y el machete.
Ha visto, con dolor, cómo el partido conservador, con aromas de sacristía, se apoderó del poder y pelechó entre cortinajes y tapices, discutiendo en latinajos y escribiendo ortografías en verso. Detrás de ellos están las bendiciones clericales que José María atacó sin piedad. Los privilegios, los dogmas, los vicios humanos tonsurados representan parte de todo aquello que aborreció.
Escribió con barroquismos, con grandilocuencias, con sonoridades lingüísticas y retórica inmensa, pero lo leían el maestro de escuela, el artesano, el peluquero, el matarife y el carpintero, porque sus historias son simples, su ideario recto y su prédica directa y altisonante y lapidaria.
Escribía a latigazos con relumbrones de centella, con bramido de animal acorralado. Fue el escritor colombiano que más ejemplares de sus libros vendió en esta América mestiza; sólo hoy ha sido superado por Gabriel García Márquez.
No se sabe si en México se encontraría con Porfirio Barba Jacob, esa otra alma atormentada, perseguida y vilipendiada. Tal vez vería en él un poco de su peregrinaje insomne y de su perfil acosado y apaleado.
José María Vargas Vila, “El Divino” moriría en 1933 en Barcelona (España). Había transitado estos andurriales húmedos y tristes de Ibagué. Aquí creyó encontrar el amor, pero el amor le dio la espalda y el huracán de la guerra disolvió sus sueños y lo lanzó a la trashumancia y a otros combates más fieros. Venezuela fue su primera patria adoptiva. Desde allí atacaría el pensador insomne, la pluma de fuego.
Escribió más de cien libros, pero “mi libro ha sido uno sólo; además, inútiles fueron mis palabras ante los pueblos ciegos que no supieron sino insultarlos”.
Murió como había vivido: “con la pluma en la mano y el apóstrofe en los labios, defendiendo la libertad”.
LUIS CARLOS RIVERA GALEANO
Docente Institución educativa Francisco de Paula Santander.