Golpe de Washington en Egipto
Por A. Beloki
“Acabar con la democracia para salvar la libertad”. La frase la habrían firmado desde Franco a Pinochet. Pero la han formulado aquellos que, siguiendo órdenes precisas de Washington, tratan de justificar el golpe de Estado en Egipto como un “mal menor”.
Como una sola voz, la mayoría de los grandes medios de comunicación han salido en masa para defender que, en realidad, el golpe de Estado militar dado por el ejército egipcio es un acto “liberador” que salvará al país de la “deriva autoritaria” del gobierno islamista.
Cualquier cosa sirve para intentar ocultar la larga mano de EEUU imponiendo por la fuerza militar una reconducción política de primer orden en el país que constituye el corazón del mundo árabe, Egipto.
Un Estado dentro del Estado
Cualquier cosa sirve para intentar ocultar la larga mano de EEUU imponiendo por la fuerza militar una reconducción política
¿Un golpe militar para salvar a los egipcios del autoritarismo? Pues si hay una institución autoritaria en Egipto, ésta es sin duda el ejército, un auténtico Estado dentro del Estado egipcio.
El ejército egipcio no sólo dispone del monopolio de la violencia, sino que además es “la gran empresa monopolista” del país. A través de las distintas industrias y negocios que posee controla el 18% del Producto Interior Bruto de Egipto.
En sus fábricas de producción de equipos militares emplean a 100.000 obreros. Pero además, poseen otras 16 grandes fábricas dedicadas a la producción de una amplia variedad de productos domésticos. A cargo del ejército corre también la construcción de carreteras, urbanizaciones residenciales, hoteles, líneas de alta tensión, alcantarillados, puentes, escuelas o centrales telefónicas. Asimismo, es el mayor propietario de tierras fértiles del país, y posee una vasta red de granjas, industrias lácteas, áreas de pastoreo, granjas avícolas o piscifactorías,...
Un ley especial protege estas actividades: su autonomía es tan completa que está excluida expresamente cualquier supervisión civil (ya sea del presidente, del parlamento o de los jueces) del ingente presupuesto militar.
Pero además, el ejército egipcio dispone anualmente de la “generosa” ayuda de 1.300 millones de dólares que le proporciona directamente EEUU. Tras el israelí, y junto al colombiano, el ejército egipcio está entre los tres mayores receptores de ayuda financiera y asistencia militar del Pentágono.
Un pacto sellado tras la muerte de Nasser, reafirmado y ampliado tras el asesinato de Anuar el Sadat y que desde 1970 Washington cumple escrupulosamente. El ejército egipcio, muy por encima del derrocado régimen de Mubarak, es el principal brazo de intervención y control del que dispone EEUU para dictar el rumbo de la política egipcia.
Sin partir de estos hechos, nada de lo que ha ocurrido en Egipto en los últimos días puede ser entendido.
La verdadera deriva de Morsi
Se achaca al gobierno de los Hermanos Musulmanes haber emprendido una deriva autoritaria por elaborar una Constitución sin buscar el consenso con la oposición laica, de pretender otorgar poderes especiales al presidente, de tratar de imponer una disimulada islamización de las normas y costumbres sociales,... Si fuera por eso, habría que concluir que en el 90% de los países del mundo, o más, existen razones para justificar un golpe de Estado militar.
Las razones del golpe hay que buscarlas, sin embargo, en un sitio muy distinto. Y el ajuste en la agenda de la política exterior de Egipto durante el experimento de corta duración de Morsi nos da las claves para entenderlas.
Desde su toma de posesión inicial, Morsi anunció que Egipto pasaba a adoptar una línea “independiente” (seguramente habría que calificarla más modestamente cómo de “autónoma”) y dio a entender a las potencias occidentales que el pasado de vergonzosa obediencia a sus dictados había terminado.
Desde esta nueva orientación, Morsi protagonizó un insólito viaje a Teherán para participar en la Cumbre de Países No Alineados. Gesto que vino acompañado por el levantamiento de la prohibición a los buques de guerra iraníes para atravesar el canal de Suez, vía vetada desde el triunfo de las revolución de Jomeini en 1979.
Al mismo tiempo, Morsi propuso la creación de un “cuarteto de Siria”, que debía incluir a Irán, Turquía, Arabia Saudita y el propio Egipto en la búsqueda de una salida a la crisis siria. Una iniciativa que hablaba bien a las claras de la voluntad del nuevo Egipto de ponerse al mismo nivel que el resto de grandes potencias regionales musulmanas de Oriente Medio.
Décadas de agitación de los Hermanos Musulmanes denunciando como una traición el acuerdo de paz con Israel hacía desconfiar a Washington y Tel Aviv de la promesa de mantener los acuerdos de paz de Camp David.
Morsi y su agenda de política exterior se habían convertido en un problema para EEUU, Israel y Arabia Saudita. Era un obstáculo que había que remover para encauzar la primavera árabe por los designios de EEUU. Y se le ha removido.
Una vieja doctrina
En junio de 1970, el entonces secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, pronunció una sentencia ante un comité del Senado que son de las que establecen toda una doctrina: “No veo por qué tenemos esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo. Los temas son demasiado importantes como para que los votantes chilenos decidan por sí mismos.”
Exactamente esta es la doctrina que hoy se le ha aplicado a Egipto. Con el derrocamiento de Mubarak, Washington inició un movimiento dirigido a dar estabilidad política a su dominio sobre un país clave en una región vital. Pero la “irresponsabilidad” del pueblo egipcio dio la mayoría a un gobierno que quiso hacer movimientos autónomos.
Y EEUU se ha visto forzado a dar un segundo golpe de mano porque sus intereses en Oriente Medio son demasiado importantes como para permitir que los votantes egipcios “decidan por sí mismos” qué es lo que quieren o qué les conviene.
De momento han conseguido remover a Morsi, igual que hicieron con Mubarak. Pero cada reconducción no es más que una nueva manifestación de su enorme debilidad, de su incapacidad para controlar a unos países y pueblos que, a la menor ocasión que se les presenta buscan zafarse de su opresión y control. Por eso, muy lejos de lo que ellos piensan, el golpe no hará sino agudizar las contradicciones, activar todavía mas la lucha del pueblo egipcio y debilitar su decadente dominio imperial.
Con cada nueva vuelta de tuerca hegemonista, los millones de egipcios que hoy están en la calle –bien sea para atacar o para defender a Morsi– cada vez adquieren mayor conciencia de que es la intervención de EEUU el principal freno para la conquista de sus reivindicaciones populares y democráticas.
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