Crónica de una represión a la protesta
El jueves pasado al menos ocho periodistas fueron heridos en San Pablo, uno de ellos corre el riesgo de perder la visión. Imagen: EFE
Los indignados en Brasilia reprochan que el gobierno haga un gasto enorme en la remodelación del estadio nacional Mane Garrincha; vienen a continuar las movilizaciones que se destaparon en San Pablo y Río, que seguirán esta semana.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
“¡Prensa, prensa!” Eso fue lo que grité al ver que un grupo de policías pertenecientes a la Tropa de Choque de Brasilia apuntó hacia donde me encontraba entrevistando a unos jóvenes indignados con los cientos de millones de dólares estatales destinados a la remodelación del estadio nacional Mane Garrincha en lugar de reforzar el presupuesto en educación y transporte. Sería liviano asegurar que los policías con uniformes camuflados oyeron el ¡”Prensa, Pprensa!” proferido con algo de desesperación por este cronista. Tampoco se puede afirmar que los miembros del grupo de elite de la policía brasiliense, adiestrados para disparar con armas letales y entre quienes no debe haber miopes, hayan visto la credencial de corresponsal, emitida por la Presidencia de la República, que les mostré con insistencia.
Lo cierto es que la respuesta dada a mis ademanes y el sonoro pedido para que no tiren fue el disparo de una bomba de gas lacrimógeno que cayó bastante cerca de mí, tanto como para sospechar que apuntaron al blanco. Pocos segundos después otro proyectil impactó junto a una señora sexagenaria, quien aparentemente era uno de los 71.000 espectadores que una hora más tarde ovacionaría a Neymar por su golazo a los tres minutos del primer tiempo de la goleada brasileña 3-0 frente a Japón, el sábado, en la apertura de la Copa, antesala del Mundial de 2014.
El ajuste de cuentas de la policía con los reporteros tiende a ser la regla y no la excepción en Brasil a medida que se calienta la protesta social y política. El jueves pasado al menos ocho periodistas fueron heridos, uno de ellos corre el riesgo de perder la visión, en los ataques de la Policía Militarizada de San Pablo contra miles de manifestantes contrarios al aumento del transporte público.
Desde el sábado, con el inicio de la Copa de las Confederaciones, esta nación gigante quedó en la mira de la opinión pública global, que en julio seguirá la visita del papa Francisco a Río de Janeiro, en 2014 asistirá a la Copa del Mundo y en 2015 a los Juegos Olímpicos.
Y aunque los diez años de gobiernos del Partido de los Trabajadores, ocho con Lula da Silva y dos con Dilma Rousseff favorita para la reelección según encuestas recientes, hayan transformado al país, aún no ha sido posible enterrar dos herencias de la dictadura: la ley de (auto)Amnistía que aborta todo proceso contra los represores y las policías militarizadas de las 27 provincias, entrenadas para funcionar como un estado represor, subyacente al Estado de Derecho.
La victoria de Brasil 3-0 sobre Japón el sábado en Brasilia fue una fiesta puertas adentro, mientras en las inmediaciones del estadio se registraban escenas de guerra urbana unilateral, porque no hubo registro de ataques de envergadura por parte de los participantes en la marcha.
La Policía Militarizada de la Gobernación de Brasilia estaba ensañada en una represión contra militantes, en su mayoría de izquierda, a través de un despliegue de hombres y equipamientos apropiados para repeler un ataque terrorista, apoyados por un drone similar a los utilizados por Estados Unidos, complementado por helicópteros volando a baja altura. Y todo ese aquelarre montado a pocas cuadras del despacho de la presidenta en el Palacio del Planalto.
Después de correr para escapar de los gases lacrimógenos y con un impacto de bala de goma en su pierna derecha Jean Junior, de 19 años, aspirante a ingresar en la Universidad de Brasilia, afirma “estoy con miedo y con alegría, porque la protesta está yendo bien”. “Nosotros no queremos la violencia y ellos la quieren”, dice Jean y exhibe imágenes que tomó pocos minutos antes de decenas de muchachos arrodillados, algunas chicas con flores, frente a la cancha, siendo agredidos por elementos armados por el Estado para celar por el cumplimiento de la ley, no para violarla. El chico está armado con una “tablet” y planea repeler la desinformación mediante la divulgación en las redes sociales del accionar de las fuerzas de seguridad. “Queremos que se vea esta represión salvaje, porque los de la (TV)Globo la esconden pasando nada más lo que pasa adentro de la cancha, el partido en serio se está jugando acá afuera.”
“Están pasando cosas en Brasil, ya hubo movilizaciones fuertes en Sao Paulo (dos la semana pasada y otra programada para ésta) y en Río de Janeiro, la gente está cansada, Dilma (Rousseff) tiene que escuchar lo que se dice en la calle”, afirmó el joven mientras continuaban los balazos de goma y bastonazos que dejaron al menos 29 heridos y 16 detenidos el sábado en la capital brasileña.
Habla a borbotones, se entusiasma, exagera que en Brasil puede estallar una “primavera árabe” y reconoce que “me falta aprender mucho de política, pero estoy bien a la izquierda”. “Me gusta el fútbol y no estoy en la cancha porque es cara la entrada, estoy acá porque estoy molesto con que se gasten millones en este estadio y no haya plata para la educación, la gente está descontenta en todo Brasil, pero no queremos echar al gobierno”, continúa.
A Jean Junior lo acompaña otro muchacho con un pañuelo al cuello y “un frasquito con vinagre para parar el efecto de los gases lacrimógenos”. Es Artur León, 18 años, también postulante a la universidad y su carnet de identidad político es similar al de muchos de los que vinieron a protestar: “No somos de ningún partido político porque no vemos nada que nos convenza, tampoco somos un bobos despolitizados”, se presenta. “A todos, o por lo menos a casi todos los que estamos acá nos cansó esto de armar una copa para que la vean los gringos y nosotros afuera, no somos contrarios a Dilma, ella tal vez no sea la culpable, pero es la presidenta y tiene que poner un basta”.
El gobierno pareció carente de reflejos para procesar este nuevo dato de la política que son las movilizaciones populares y juveniles destapadas en San Pablo, continuadas en Río y culminadas en Brasilia el sábado. Otras vendrán esta semana y posiblemente serán más multitudinarias que las anteriores.
El fin de semana el Palacio del Planalto demostró haber tomado nota del escenario y Dilma instruyó al ministro Gilberto Carvalho, un experimentado cuadro del PT, para que busque encauzar la situación alentando canales de diálogo.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-222441-2013-06-17.html