Nicolás Maduro, Caracas, Venezuela, 23-1-13 (Jorge Silva/Reuters)
Acoso y ofensiva contra Nicolás Maduro
Por Pedro Brieger*
La oposición en Venezuela quiere creer –o hacer creer– que la desaparición del líder traerá consigo la del chavismo, y apuesta a dividir sus filas e invalidar a Maduro. Así, puede caer otra vez en el error de minimizar el vigor de la conexión del movimiento que fundó Chávez con las grandes masas populares.
La gestión de Nicolás Maduro al frente de Venezuela no sólo estará marcada por lo que significa reemplazar a Hugo Chávez; lo estará también por un juego de presiones nacionales e internacionales para que se modifique el curso de la Revolución Bolivariana.
Desde que Chávez viajó a La Habana para someterse a tratamiento médico y Maduro debió adoptar decisiones en su carácter de vicepresidente, un insistente coro de analistas y políticos comenzó a señalar que, con su reemplazante, todo sería diferente. En un juego de múltiples presiones se comenzó a decir que la relación con Estados Unidos mejoraría, y que Cuba podría sufrir la pérdida de su principal aliado, aunque –paradójicamente– muchos opositores acusan lisa y llanamente a Maduro de ser “un agente del gobierno cubano”.
El mensaje que se desea transmitir es que la muerte de Chávez representa la muerte de su proyecto político. A nivel interno son múltiples las voces, desde la oposición, que se alzan para reclamar que llegó el momento de la reconciliación y que debe cesar el enfrentamiento interno. En otras palabras, muerto el perro, se acabó la rabia.
El papel del líder
La historia ha demostrado que los liderazgos políticos son fundamentales para la conducción de los procesos de cambio de gran calado. Sería absurdo negar el papel decisivo que cumplieron, en contextos totalmente diversos, personajes clave como George Washington, Simón Bolívar, Mao Zedong, De Gaulle o Nasser, para nombrar a unos pocos.
El planteo de direcciones colectivas superadoras de los liderazgos personales es por lo general más una expresión abstracta de deseos que un análisis de la realidad en un contexto político preciso. No cabe la menor duda de que la pérdida del líder máximo en un proceso revolucionario siempre es traumática, porque existen liderazgos que por su trayectoria, fuerza y el respeto que inspiran son irremplazables. Hugo Chávez encarnó uno de ellos.
Siempre es interesante recurrir a la historia para comprender el presente. La muerte de Vladimir Lenin no sólo fue traumática porque implicaba la desaparición del máximo líder de la Revolución Rusa; también contribuyó a que afloraran las intrigas y disputas internas que venían de larga data. Su carta al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética del 25 de diciembre de 1922 –más conocida como su “testamento”–, poco más de un año antes de su muerte, fue ambigua. La carta elogiaba tanto a Trotsky como a Stalin, pero también los criticaba a ambos. Lenin era consciente de los problemas internos que existían, y planteaba que las relaciones entre Stalin y Trotsky podían provocar la ruptura del partido bolchevique. Decía en su carta que “al pasar a ser Secretario General, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que sepa usarlo siempre con suficiente cautela. Por otra parte, el camarada Trotsky, como lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central, a propósito de la cuestión del Comisariado de Vías de Comunicación, se distingue no sólo por sus excepcionales facultades personales (es, a buen seguro, el hombre más capacitado del actual Comité Central), sino también por su excesiva confianza en sí mismo y su propensión a dejarse atraer demasiado por el aspecto puramente administrativo de las cuestiones” (1). En su posdata agregaba que “Stalin es demasiado rudo, y este defecto, completamente tolerable en las relaciones entre comunistas, resulta intolerable en el puesto de Secretario General. Por lo tanto, propongo a los camaradas que vean el modo de retirar a Stalin de ese puesto y nombren a otro hombre que lo supere en todos los aspectos” (idem). Sin embargo, la ambigüedad de Lenin no ayudó a la revolución, más bien lo contrario. Menos de cinco años después de su muerte, la lucha personal y política entre Stalin y Trotsky no tuvo tregua y Trotsky tuvo que marchar al exilio.
Firmeza en la sucesión
Hugo Chávez, seguramente muy consciente del mencionado antecedente histórico, fue muy claro al delegar el poder en Nicolás Maduro. El 8 de diciembre, antes de viajar a La Habana y presintiendo que no volvería a ejercer sus funciones, habló sin tapujos respecto de la sucesión. Allí, en el Palacio de Miraflores, rodeado del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y de Nicolás Maduro, primero explicó que los adversarios y enemigos no descansarían en tratar de dividir su movimiento, y exhortó a la “unidad, unidad y más unidad”. Después, ante el asombro de los presentes, dijo que quería decir algo que podía ser muy duro pero que debía decirlo. “Si como dice la Constitución –explicó–, como es que dice, si se presentara alguna circunstancia sobrevenida, así dice la Constitución, que a mí me inhabilite, óigaseme bien, para continuar al frente de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, bien sea para terminar […]. Y sobre todo para asumir el nuevo período para el cual fui electo por ustedes, por la gran mayoría de ustedes, si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el período, sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que —en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales— ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se lo pido desde mi corazón.”
Hugo Chávez no dejó ningún margen para la duda. La oposición intentó levantar la figura de Diosdado Cabello desde que Chávez viajó a Cuba, e insistió en que éste asumiera la Presidencia hasta las elecciones del 14 de abril, argumentando que estaba al frente de la Asamblea Nacional. De ninguna manera fue por respetar la Constitución, sino para dividir a las filas del chavismo.
Muerto el perro…
Desde ya que una figura como Chávez es irremplazable. Por eso la oposición aglutinada en la Mesa de Unidad Democrática presenta –con el apoyo de los principales diarios– un escenario de colapso total. Con un sentir catastrófico similar al que presagiaba el fin de la Revolución Cubana cuando se desintegró la Unión Soviética, ahora presagian el “fin de la era Chávez”. De manera simplista se decía en 1991 que Cuba sin la ayuda de Moscú no podría sobrevivir. En la oposición hace tiempo que se dice que la Revolución Bolivariana no puede existir sin Chávez. De allí que Capriles dijera públicamente “Chávez está muerto y nadie se lo va a devolver”, o que los medios opositores insistieran tanto en todo lo que rodeaba la muerte de Chávez y la utilización de las palabras “cadáver”, “restos mortales”, “cortejo fúnebre” o “fallecido presidente” (2). Insistir en la muerte de Chávez es insistir en la muerte de un proyecto. Seguramente, se le hizo muy complicado a la oposición comprender que –a pesar del dolor– millones de personas fueron a ver a Chávez a la Academia Militar como si éste estuviera vivo.
Más allá de las formas místico-religiosas que pueda adquirir la memoria del propio Chávez y la relación que se establezca de aquí en más entre el pueblo y su líder, la oposición, ni lerda ni perezosa, ahora busca apropiarse de Simón Bolívar, uno de los símbolos más entrañables de la revolución. La elección del nombre “Simón Bolívar” para denominar al comando de campaña de Capriles no sólo busca reapropiarse de la historia, también busca contraponerlo a Chávez. La inteligente maniobra fue ratificada en la tapa del diario 2001 con el título “Bolívar vs. Chávez” (13-03-13), nombre que eligió el comando de Nicolás Maduro para la campaña electoral.
No falta iniciativa política
Una de las características más notables de Hugo Chávez fue su capacidad de impulsar iniciativas políticas, tanto a nivel interno como externo. Esto fue así desde su jura sobre “la moribunda Constitución” para promover un proceso constituyente hasta la creación de Petrocaribe con el propósito de afianzar los vínculos con los países del Caribe. La descalificación de Nicolás Maduro por parte de Henrique Capriles y la Mesa de la Unidad Democrática tiene múltiples objetivos. Por un lado, busca resaltar las diferencias internas, reales o imaginarias. Numerosos analistas opositores hablaron de las internas entre los militares, de que Cabello no estuvo en tal o cual acto o que Maduro le robó la primera magistratura. Y no escatimaron aseveraciones del estilo “La guerra a cuchillo será brutal” (3), o “El enfrentamiento entre Maduro y Cabello puede diferirse, disimularse, distraerse, pero no evitarse” (4).
Por otro lado, la descalificación de Maduro pretende presentarlo como una persona incapaz, lo que habría quedado de manifiesto desde que Chávez fue trasladado a Cuba en diciembre del año pasado. Ya no lo pueden atacar por su pasado de chofer de bus, pero sí pueden predecir una cercana catástrofe económica que no sólo sería producto del proceso en su conjunto sino de su gestión en particular, y que ésta provocará protestas sociales a corto plazo (5).
Capriles tampoco desaprovechó su jura en la Asamblea Nacional para decirle en tono burlón y despectivo: “Nicolás, a ti no te eligieron presidente; el pueblo no votó por ti, chico” (6).
Está claro que Maduro deberá demostrar capacidad de liderazgo en esta nueva etapa y que las diferencias internas no provocarán rupturas. Durante las exequias de Chávez en la Academia Militar no dudó en subirse a un camión para hablarle a la multitud que estaba allí y calmarla diciendo que todos iban a ver a Chávez, y que la voluntad popular modificaba la agenda original de un funeral de apenas dos días para ampliarlo a más de una semana. En un momento muy difícil, Maduro se mostró ejerciendo el liderazgo.
Iniciativa implica tener la capacidad de manejar la agenda política, y el gobierno venezolano, estando Chávez en Cuba, lo demostró con creces. Mientras se discutía públicamente si había que aplicar el artículo 231 de la Constitución respecto de la jura del presidente el 10 de enero o los artículos 233 y 234 en torno de la ausencia absoluta o temporal, decidieron extender el mandato de Chávez, dejando sin argumentos a la oposición, que tampoco pudo hacer mucho para impedir la jura de Maduro como presidente encargado, el viernes 8 de marzo en la Asamblea Nacional. La oposición, que apostaba a que Cabello se hiciera cargo de la Presidencia hasta el día de las elecciones para acrecentar las diferencias internas, protestó en vano y tuvo que aceptar las reglas de juego impuestas por el gobierno. De poco sirvió que Capriles denunciara la juramentación de Maduro como “espuria o fraudulenta”. Incluso los medios opositores lo reconocieron como presidente, así como la convocatoria a elecciones que Capriles –a regañadientes– tuvo que aceptar.
Dos días después de la muerte de Chávez, el diario Tal Cual, dirigido por Teodoro Petkoff, un político y periodista de larga y zigzagueante trayectoria, sentenció que “la oposición cambió, pero nunca pudo con él” (7). En un largo artículo de análisis describe la trayectoria de la oposición desde la candidatura de Henrique Salas Romer en 1998 hasta el 2013. Petkoff señala que desde los golpes de Estado y los paros indefinidos hasta la vía electoral, siempre perdieron. Es paradójico, si uno lee la prensa opositora puede convencerse de que todo, absolutamente todo, va mal, por lo que no se comprende cómo no logran ganarle a Chávez. Desde ya que no alcanza con decir que “utiliza la musculatura represiva del Estado para generar un miedo colectivo e imponer un control social a fin de perpetuarse en el poder” (8). De la misma manera que las fuerzas opositoras minimizaron la multitud en las calles durante el cierre de la campaña electoral de octubre de 2012, soslayaron –incluso despectivamente– la presencia de millones de personas en la Academia Militar.
En octubre, los medios opositores mostraban fotos a ras del suelo que ocultaban la inmensidad de la movilización, sólo apreciable en su verdadera dimensión desde las alturas, como bien lo demostró el diario Ciudad Caracas. Durante las exequias de Chávez algunos diarios mostraban fotografías en primeros planos que no reflejaban lo que sucedía, o resaltaban los empujones de los soldados a los que intentaban mover algunas de las vallas de seguridad instaladas para ordenar las kilométricas colas. La intención era clara: que no se percibiera la masividad del apoyo a Chávez. La oposición no termina de entender la conexión de las grandes masas con Hugo Chávez ni este fenómeno denominado chavismo. Siempre estuvo convencida de su muerte a corto plazo. A Nicolás Maduro le toca la difícil tarea de demostrar que el chavismo está vivo y que perdurará.
______________________________
1. www.movimientoalsocialismo.org/archivos/libros/testamento.htm
2. Tal Cual, 15-3-13.
3. El Nuevo País, 7-3-13.
4. Idem.
5. El Universal, 8-3-13.
6. El Nacional, 9-3-13.
7. Tal Cual, 7-3-13.
8. Tal Cual, 7-3-13.
http://www.eldiplo.org/166-de-chavez-a-francisco/acoso-y-ofensiva-contra-nicolas-maduro?token=&nID=1