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DOSSIER:
1. El 9 de Abril de 1948 y su
impacto en la vida colombiana
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Renán Vega Cantor
El viernes 9 de abril de 1948 a
las doce del día, en pleno centro de Bogotá fue asesinado el líder popular y
dirigente liberal Jorge Eliecer Gaitán. Apenas fue conocida la noticia, la
gente pobre se insurreccionó y destruyó todo lo que simbolizaba el poder
conservador y clerical. Algo similar sucedió en muchos lugares del país, donde
la población se sublevó de diversas maneras cuando se enteró del crimen. Para
aplacar los enardecidos ánimos de la muchedumbre urbana, los órganos represivos
del Estado y sectores de la iglesia católica la aniquilaron a sangre y fuego,
masacrando a centenas o quizás miles de personas. En pocas horas la ciudad
capital, llamada en forma demagógica por las elites dominantes como la
"Atenas Sudamericana", había quedado reducida a cenizas y se rompía
el mito de que Colombia constituía la democracia más sólida y perdurable de América
Latina. Los sucesos de Bogotá constituyeron la protesta urbana más importante
de la primera mitad del siglo XX en todo el continente, y con ellos se cerró
una etapa de la historia de Colombia y se abrió otra, que todavía no termina,
cuya característica principal ha sido el terrorismo de Estado, entronizado en la
vida cotidiana de nuestro país desde aquella fatídica fecha.
Ya es un lugar común decir que
el 9 de abril partió la historia contemporánea de Colombia en dos. Sin duda
alguna, esa fecha ha sido importante no sólo por lo que pasó en aquel día y lo
que significó en el proceso de generalización de la violencia por todo el
territorio nacional, sino además por la muerte política del gaitanismo y por el
tímido intento de reconciliación entre los partidos cuando todavía estaba tibia
la sangre del caudillo liberal. Para completar el cuadro de los factores estructurales
que gravitarán en los años venideros, en el mismo día y lugar de los
acontecimientos se reunía la Novena Conferencia Panamericana que desde un
comienzo había adoptado como su lema central el anticomunismo y que inició
oficialmente la Guerra Fría en territorio latinoamericano y dio paso a la hegemonía
indiscutible del imperialismo estadounidense.
1
Contrariamente a la
denominación de "el bogotazo", el 9 de abril alcanzó una dimensión
nacional a nivel urbano e incluso tuvo manifestaciones rurales y en ese sentido
se le puede denominar como "el colombianazo". Luego de conocido el
asesinato de Gaitán se produjeron levantamientos espontáneos, protestas y
formación de Juntas Provisionales de Gobierno en diversos lugares del país.
No obstante, se presentaron
notables diferencias entre los eventos de la capital del país y los de provincia.
En las grandes capitales el liberalismo oficial era la fuerza dominante, en
razón de lo cual el movimiento no tuvo ninguna cohesión interna, ni orden, ni
organización y se manifestó en el desahogo de las masas populares contra los
símbolos del orden establecido y, al final, fue capitaneado por los dirigentes
tradicionales del liberalismo. En provincia, en cambio, ante la existencia de
tradiciones de lucha popular, se presentó una relativa cohesión interna que
posibilitó nuevas formas de organización popular y dotó de cierta dirección a
la protesta.
En las ciudades grandes, y en
primer lugar en Bogotá, no fue posible constituir un poder alterno, y los
dirigentes del bipartidismo lograron mantener su unidad, en medio del dolor y
de la ira incontenible, pero desbordada, de la población citadina. En
provincia, aunque los resultados no se hayan logrado consolidar durante
bastante tiempo se generó una especie de dualidad de poder, puesto que emergió
de las entrañas mismas de la población un tipo de organización interna diferente
a las de las clases dominantes. Mientras que en Bogotá el movimiento estaba
derrotado desde un comienzo por el comportamiento político de la aristocracia
liberal, en provincia se dieron gérmenes de nuevas formas de poder popular en
contra de las instituciones establecidas. Incluso, los resultados del
descontento popular fueron diversos, dado que mientras en Bogotá fue evidente la
destrucción de propiedades y edificios públicos y privados, en provincia los
daños causados fueron escasos. A la larga, el comportamiento de la protesta en
provincia estuvo condicionado por la evolución de loa acontecimientos en
Bogotá, ya que la derrota política en la capital contribuyó a desmovilizar y
desmoralizar la protesta organizada en las distintas regiones.
2
Con el oportunismo que
históricamente la ha caracterizado, la dirigencia del Partido Liberal empleó el
cadáver de Gaitán como arma de presión para negociar su reingreso al gobierno
de Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y, al mismo tiempo, calmar los ánimos de
las enardecidas multitudes. El forcejeo con el gobierno duró 17 horas, al cabo
de las cuales se estableció un acuerdo entre la oligarquía bipartidista a
espaldas de la población que, como siempre, puso los muertos, la sangre y las lágrimas.
Los liberales, aterrorizados
ante la insurgencia de las masas -por muy espontánea que haya sido no fueron al
Palacio Presidencial a exigir la renuncia de Ospina, sino que imploraron la paz
por la vía constitucional. Se inició el
regateo y Mariano Ospina fue imponiendo su criterio y convenciendo a los
liberales de que no podían jugar a la subversión, ni a identificarse con esas
"fuerzas brutales" que habían salido a flote con ocasión de la muerte
de Gaitán. Darío Echandia, el principal jefe liberal tras la desaparición del
líder popular, reunió una convención liberal de bolsillo para plantear si
aceptaba o no el ofrecimiento presidencial de designarlo Ministro de Gobierno.
La "democrática" convención consideró que lo mejor para el
liberalismo era aceptar esa cartera y modificar el gabinete, como lo había
propuesto el primer mandatario, incluyendo la remoción del odiado Laureano
Gómez, el "monstruo" pro falangista que irradiaba odio, violencia y
muerte en todas sus actuaciones.
El más encarnizado rival de
Gaitán dentro del liberalismo, el financista Carlos Lleras Restrepo, dando
muestras de un gran cinismo, fue el encargado de pronunciar el postrer discurso
ante la tumba de aquél y pasó, además, a presidir la Dirección Nacional del
Partido Liberal. Días después los dos partidos expidieron una declaración
conjunta en la que le pedían al país olvidar los sucesos anteriores y se
declaraban partidarios de la paz, pero eso sí, pedían el castigo de los
culpables de los delitos contra la propiedad y los bienes públicos.
Manifestaban estar dispuestos a conducir al país por caminos de concordia y
democracia, introduciendo cambios sustanciales en la lucha política y
partidista. ¡Pamplinas, porque el último acto de la Unión Nacional estaba
pegado con babas, pues la tan anunciada unidad duró un año escaso, al cabo del
cual los liberales estaban otra vez pidiendo garantías al Ejecutivo y, en la
sombra, pensaban en organizar levantamientos armados o guerrillas campesinas,
con la intención de que sus peticiones fueran tenidas en cuenta y nada más!
3
Entre los efectos de mediana
duración del 9 de abril debe señalarse que condujo, luego de la virtual parálisis
de los órganos del Estado, a la unidad política entre los dos partidos y al
acuerdo estratégico del conjunto de las clases dominantes para enfrentar la
crisis. Así, se produjo una recomposición y luego un fortalecimiento de todos
los aparatos estatales. Para facilitar esta tarea se recurrió a un mecanismo
tradicionalmente usado en el país: el excesivo dramatismo puesto ante los
acontecimientos de abril y la responsabilidad de fuerzas externas, antes que en
asumir sus propias responsabilidades. El primero en señalar las alarmantes
dimensiones de los sucesos fue el presidente Ospina, quien no dudó en proclamar
inmediatamente que el principal responsable de los motines y desordenes era el
comunismo internacional, como para servir de caja de resonancia a las acusaciones
provenientes de la Novena Conferencia Panamericana. Todavía hoy el argumento es
repetido por los sectores más conservadores de este país cada vez que se cumple
un aniversario de la trágica fecha.
Como un efecto significativo
del 9 de abril se produjo la reorganización interna de los cuerpos represivos
del Estado colombiano. Para el gobierno de Ospina y para el conservatismo esa
era una medida urgente, si se recuerda que la Policía Nacional estaba compuesta
en su mayor parte por fervientes partidarios del asesinado líder popular y
durante los sucesos de aquel día había mostrado su beligerancia al sumarse en
forma masiva a las filas de los amotinados. Con los primeros decretos se
trasladó el control del orden público al Ejército. También se ordenó el licenciamiento
de personal uniformado de la Policía Nacional y otras disposiciones entraron a considerarla
como una institución "eminentemente técnica", lo cual preparó el
camino para la conservatización de esa policía y su conversión en una fuerza al
servicio del partido gobernante, que la utilizaría a diestra y siniestra para
matar a los nueve abrileños en todo el territorio colombiano.
4
Entre las repercusiones del 9
de abril cabe destacar la adopción del anticomunismo como doctrina oficial del
Estado colombiano, en concordancia con las conclusiones generales de la
Conferencia Panamericana, lo que prácticamente significó la entrada de esta
parte del continente en la Guerra Fría. Como para que no quedaran dudas de las
intenciones del gobierno de Estados Unidos, en las discusiones internas de la
conferencia surgió la propuesta de traer marines para acabar con los disturbios
e imponer la tranquilidad en el país, así como para asegurar la vida y las
propiedades de los súbditos estadounidenses, empezando por "arquitecto de
la paz universal", el propio George Marshall, Secretario de Estado de los
Estados Unidos.
El espíritu anticomunista de la
Novena Conferencia Panamericana se manifestó a lo largo de sus sesiones, como
lo atestiguan los documentos internos del gobierno de Estados Unidos. La
presión de la delegación estadounidense influyó directamente para que fuese
aprobada una declaración final, titulada Prevención y defensa de la democracia
en América, que en sus partes fundamentales de condena al "comunismo
internacional" decía:
"Las repúblicas
representadas en la Novena Conferencia Internacional Americana Considerando Que
para salvaguardar la paz y mantener el mutuo respeto entre los Estados, la
situación actual del mundo exige que se tomen medidas urgentes que proscriban
las tácticas de hegemonía totalitaria, inconcebibles con la tradición de los
países de América, y que eviten que agentes al servicio del comunismo
internacional o de cualquier totalitarismo pretendan desvirtuar la auténtica y
libre voluntad de los pueblos de este continente.
Declaran:
Que por su naturaleza
antidemocrática y por su tendencia intervencionista, la acción política del comunismo
internacional o de cualquier totalitarismo es incompatible con la concepción de
la libertad americana, la cual descansa en los postulados incontestables: la
dignidad del hombre como persona y la soberanía de la nación como Estado".
Tan barata demagogia
anticomunista se implementó para perseguir y aniquilar cualquier proyecto democrático
en el continente, como rápidamente se demostraría en el caso de Guatemala, cuyo
gobierno libre y democrático, fue aplastado por una confluencia de intereses de
la United Fruit Company, la CIA y el Pentagono en 1954.
La organización de Estados
Americanos, OEA, el "ministerio de colonias de los Estados Unidos" surgió
de las cenizas de Bogotá y se institucionalizó como el órgano predilecto del
imperialismo yanqui para imponer sus políticas en el continente latinoamericano,
para lo cual contó con innumerables testaferros en los diferentes países,
empezando por Colombia.
Con el auspicio de los Estados
Unidos, el estado colombiano y sus clases dominantes adoptaron el anticomunismo
como doctrina oficial y en nombre de la defensa de los "valores
patrios", del "mundo libre" y de la "civilización
occidental y cristiana" se dieron a la tarea de perseguir y aniquilar toda
forma de oposición política, social o reivindicativa. Eso explica en gran
medida la entronización del terrorismo de Estado y todos sus crímenes durante
los últimos 65 años.
5
Otro efecto importante de los
acontecimientos señalados estaba vinculado con los aspectos económicos, en lo
relacionado con la reconstrucción de Bogotá y con la implementación de nuevos instrumentos de inversión y de planificación
urbana. Sobre el impacto económico de los mencionados sucesos, el Ministro de
Hacienda y Crédito Público José María Bernal señalaba pocos días después de la
insurrección popular:
"Las desventuradas
ocurrencias del 9 de abril pasado [...] implican una nueva fuente de nuevas obligaciones
que es inevitable llenar de alguna forma. El sostenimiento de un ejército sensiblemente
más numeroso que el ordinario; la dotación de nuevos e inaplazables servicios
de seguridad; la urgencia de tomar medidas encaminadas a la pacificación del
país y el robustecimiento de su economía; la indiscutible urgencia de atender a
los servicios sociales que procuren un sano equilibrio entre los distintos
grupos de colombianos, son necesidades que han surgido con más protuberancia
que antes, y que representan gastos inmediatos a los cuales es indispensable
atender con recursos ordinarios, ya que, en su mayor parte, no son gastos a los
cuales, dentro de una sana política, deba atenderse con recursos de
crédito".
Para implementar la
recuperación económica y ampliar el aparato de represión, el gobierno creó dos
organismos asesores de su política económica: la Junta de Planeación de la
Reconstrucción de Bogotá y el Comité de Crédito Público y Asuntos Económicos.
El primero tenía funciones de administrar recursos y realizar operaciones
comerciales, mientras el segundo se ocupaba de la política económica del
gobierno.
Entre las medidas de
recuperación se destacaban las concernientes al ordenamiento del espacio urbano
para la reconstrucción del centro de Bogotá, que posteriormente contó con el asesoramiento
directo del arquitecto francés Le Corbusier. En el orden crediticio, el Banco
de la República rebajó en un 25% el encaje bancario con el fin de destinar
créditos a los propietarios perjudicados por los sucesos de abril; en el orden
financiero se autorizó al gobierno para contratar un préstamo externo de hasta
60 millones de dólares con el Banco Mundial; a nivel tributario se estableció
una impuesto a la renta que variaba del 5% sobre las rentas líquidas superiores
a 24 mil pesos y se impuso un gravamen a los solteros y a los colombianos
residentes en el exterior. Pero el impuesto que más afectó a la población fue
aquel destinado a restablecer el orden público. Según esta disposición cada
contribuyente tenía que pagar el 10% de lo pagado por la liquidación del año gravable
de 1946 por concepto de impuesto a la renta, patrimonio y complementario.
Calculando el probable monto de
este impuesto, el Banco de la República autorizó un préstamo al gobierno
central por un valor de 10 millones de pesos. Por una suma equivalente, el
municipio de Bogotá emitió bonos de servicios urbanos. Así se lograba una
típica socialización de las pérdidas, para que no solamente los comerciantes
resultaran afectados por los destrozos del 9 de abril, sino para que además el
aumento del pie de fuerza fuera financiado directamente por la población.
6
Desde el punto de vista de las
clases dominantes el 9 de abril sirvió para que se impulsara una completa
reorganización del Estado, como resultado de lo cual se fortaleció y cualificó
para la represión de una forma más sofisticada y con nuevos instrumentos de
control social e ideológico.
De esta manera, las clases
dominantes disponían de todos los recursos para controlar cualquier rebeldía o
síntoma de protesta por parte de las clases subalternas. Esto explica que,
paradójicamente, el 9 de abril representara el golpe más fuerte contra la movilización popular en las grandes ciudades,
movilización que se había ampliado desde 1943-1944. De esta forma, la unión
sagrada de las clases dominantes contra los sectores populares tuvo como
primordial objetivo la desorganización y desarticulación de los núcleos más
combativos en las ciudades, empezando por los obreros, que salieron
sucesivamente mal librados en 1947-1948 -cuando se implementó el paralelismo
sindical y se hostigó y reprimió con saña a cualquier protesta sindical- y en
forma paralela el movimiento gaitanista, destrozado en sus pocos reductos, si
se recuerda que en Bogotá fueron asesinadas cientos de personas de origen
popular.
Después del 9 de abril, el
habitante citadino humilde, que tanta actividad mostró en la década de 1940,
fue desterrado de las calles de las grandes urbes, cuyo control pasó
directamente al aparato represivo. Este control era necesario para las fuerzas
del bipartidismo y de las clases dominantes, dada la radicalidad que había adquirido
la protesta popular. Al ciudadano tampoco se le compensó su
"expulsión" de la calle ofreciéndole condiciones aceptables y humanas
de vida en el interior de los espacios residenciales, sino que se le
proporcionaron pésimas condiciones de existencia, y se le reprimió con la imposición
del Estado de Sitio permanente. Se "expulsó al ciudadano y por la fuerza se
le mantuvo encerrado en un espacio habitacional absolutamente insuficiente,
malsano, antihigiénico, individualizante y opresor". Las clases dominantes
pudieron dedicarse entonces a diseñar ciudades de y para el capitalismo, sin
ningún tipo de participación de los sectores mayoritarios de la población. Esta
particularidad del desarrollo urbano en el país indica que lo acontecido en
"la década de 1950 a 1960, que tiene tan sombrías consecuencias en la vida
nacional, fue paradójicamente la época del apogeo de la arquitectura moderna en
Colombia".
Desde el punto de vista de las
clases subalternas, el 9 de abril también dejó su impronta. Muchos de los
"nueve abrileños" serían protagonistas centrales de posteriores
gestas de resistencia a la violencia oficial, tanto durante los gobiernos
conservadores (1948-1953) como bajo la dictadura militar de Gustavo Rojas
Pinilla (1953-1957) y fueron organizadores de importantes baluartes guerrilleros
en diversas zonas del país. Pero ellos se marcharon a pelear a las zonas
rurales, porque el 9 de abril desplazó la violencia de las ciudades al campo,
al que se trasladarían también los más importantes focos y centros de
resistencia popular, algunos de los cuales con el tiempo darían origen al
movimiento insurgente que heredó las banderas populares y nacionalistas del
gaitanismo.
(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad
Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los
libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente
muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002;
Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta,
1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.
2. Los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial
Por: Ricardo Arias
REVISTA HISTORIA CRÍTICA
Esta es una publicación del Departamento de Historia - Facultad de Ciencias sociales
Universidad de Los Andes
Los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial
El 9 de abril de 1948, día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, constituye un momento de particular importancia en la historia de Colombia. En primer lugar, son muchos los que aún hoy, cincuenta años después de su muerte, consideran que ese "magnicidio" frustró indefinidamente las esperanzas de todos aquellos que veían en Gaitán la posibilidad de acceder a una sociedad realmente democrática, más justa, menos excluyente. Esta imagen tradicional que se tiene del "caudillo del pueblo" se encuentra legitimada, entre otros aspectos, por numerosos escritos en los que Gaitán aparece, invariablemente, como una especie de mesías que, una vez llegara a la presidencia, iba a solucionar muchos de los males que en ese entonces aquejaban a la sociedad colombiana. Los testimonios de muchísimos colombianos que vivieron la época de "la violencia" corroboran esa misma imagen en la que Gaitán aparece como el abanderado en la lucha contra las injusticias sociales, la corrupción, la exclusión política, etc. 1 Los estudios que se alejan de esta imagen, por el contrario, son muy escasos, pero algunos de ellos tienen el mérito de ser lo suficientemente sugestivos como para cuestionar, en cierta medida, la imagen que se ha hecho de Gaitán. 2
La importancia del viernes 9 de abril también se puede apreciar en otros aspectos. La muerte de Gaitán provocó verdaderas insurrecciones populares en diferentes lugares del país (las llamadas "juntas revolucionarias" se tomaron el poder en diferentes localidades y subvirtieron momentáneamente el orden). Por otra parte, a partir de esa fecha, la violencia, que ya venía manifestándose con una gran intensidad desde tiempo atrás, adquirió un ritmo particularmente escalofriante. El distanciamiento entre el bipartidismo se acentuó, haciendo cada vez más difícil establecer gobiernos de coalición. Además, el Ejército, que hasta entonces había conservado una cierta neutralidad en medio de todos los conflictos, empezó a identificarse con el gobierno. Pero lo que nos interesa en este artículo es destacar otro aspecto, quizá menos conocido por el público en general a pesar de que guarda, a nuestro parecer, una gran importancia. Se trata de la interpretación que hicieron del 9 de abril tanto el gobierno de Mariano Ospina Pérez (1946-1950), como las élites en general. Ese tipo de lectura de lo sucedido aquel fatídico viernes justificó -y sigue justificando hoy en día- la respuesta violenta por parte de todos aquellos que vieron en la irrupción de los marginados políticos y sociales una amenaza para el "orden" establecido. En ese sentido, lo sucedido el 9 de abril de 1948 fue aprovechado por la clase dirigente para darle una determinada interpretación ideológica a partir de la cual se pudieran deslegitimar las reivindicaciones de los sectores excluidos, estrategia que sería -el tiempo se ha encargado de demostrarlo- de una gran eficacia para acallar todo brote de oposición. Es decir que en el mismo momento en que las masas populares creían adquirir su independencia como actores sociales -¿acaso no salieron, por su propia cuenta, a vengar la muerte del "líder" social, atacando y destruyendo todos los símbolos que representaban el poder?-, lo que en realidad se estaba presenciando era su desmantelamiento como actores autónomos. Hoy en día, cincuenta años después, no se vislumbra aún, en el escenario político colombiano, un movimiento o partido de oposición que ofrezca una alternativa sólida, creíble y legítima frente al bipartidismo tradicional.
La interpretación que la mayoría de los sectores de la clase dirigente hizo del 9 de abril está basada en una lectura sesgada de los acontecimientos. Antes del asesinato de Gaitán, el país ya estaba inmerso en una profunda violencia en la que se mezclaban todo tipo de causas. Las 14.000 muertes violentas correspondientes a 1947 demuestran claramente que la violencia no comenzó el 9 de abril 3 ; los años 30, cuando los liberales retomaron el poder después de una abstinencia de medio siglo, estuvieron plagados de enfrentamientos bipartidistas; y la década anterior se había caracterizado por la violencia entre campesinos y terratenientes por una lado y por otro, entre el proletariado y el patronato (recordemos las bananeras y su cruento desenlace). Pero a pesar de ello, los sectores dirigentes insistieron en que la violencia sólo comenzó realmente el 9 de abril con el asesinato de Gaitán, y sobre todo con los desmanes del "populacho". Juan Uribe Cualla, citado en la Gran Mancha Roja , ilustra muy bien esa concepción de una Colombia idílica y ejemplar en todos los aspectos, a la que "más de cien años de historia le habían consagrado como modelo de orden y exponente auténtico de la grandeza de los próceres, de la obra de los Libertadores y de las vidas admirables de estadistas ilustres, de sus poetas inmortales y de sus varones eximios". Ospina Pérez, para quien los hechos del 9 de abril también constituyeron una amenaza al buen nombre de Colombia, invitaba a los ciudadanos a restablecer el orden que tanta fama le había dado al país a nivel internacional: "El Presidente pide a todos los buenos hijos de Colombia [...], que contribuyan en esta hora de prueba con el aporte de su sensatez y de su prudencia para que no se hunda el prestigio republicano y democrático de la Patria, que tan orgullosamente enarbolamos ante la América invitada a reunirse en esta ciudad capital". 4
Ese clima de violencia que se produjo el 9 de abril se extendió mucho más allá de lo esperado; para ciertos sectores de la sociedad, como ya lo indicamos, fue el inicio de una ola de terror que se iba a apoderar de Colombia. Casi tres años después de ocurridos los hechos, el presidente Laureano Gómez decía que la tarea central de su gobierno consistía en "la reconquista de la tranquilidad pública perturbada tan profundamente como consecuencia de la subversión del 9 de abril..." 5 . Muchos años después, el general Fernando Landazábal, por ese entonces ministro de Defensa del gobierno Betancur, afirmaba categóricamente que el partido comunista era el responsable de la violencia que "le ha costado al campo desde 1948 más de 30.000 campesinos asesinados por guerrilleros comandados, dirigidos, auspiciados y sustentados por el partido comunista". 6
Más grave aún: si analizamos ciertos comentarios que se siguieron emitiendo en torno a los sucesos de aquella fecha, encontramos que el 9 de abril, más que una interrupción pasajera de la paz y de la tranquilidad que supuestamente caracterizaban a nuestra sociedad, representó el inicio de una profunda descomposición social, el desplome del orden tradicional. Un editorial publicado en 1953 por el periódico El Siglo , intitulado "El día de la abominación", afirmaba que "el 9 de abril aún no ha concluido. Esta ola de bandolerismo que ha asolado el país en estos cinco años es fruto consecuencial de esa fecha. Bajo esa negra noche, que el resplandor de las llamas criminales hacía moralmente más oscura, quedó desecha toda la tradición de la república, despedazada su alma, desfigurado su carácter. Apenas la mano providente de Dios, pudo salvar a nuestros mandatarios, conservar a nuestro partido en el poder y dejarnos un resto de patria para volverla a edificar de nuevo [...]. 9 de abril, día de abominación, ¡quién pudiera arrancarte de la historia colombiana para no seguir avergonzándonos con tu recuerdo!". 7
El 9 de abril debe ser entonces enfáticamente condenado porque fue una manifestación anárquica, caótica y llena de violencia, que se ensañó contra las "autoridades legítimas" y, más grave aún, contra las instituciones sagradas: en efecto, la Gobernación y el Palacio de Justicia fueron incendiados en Bogotá, y muchas otras sedes del poder fueron arrasadas en otros lugares del país, al mismo tiempo que edificios, templos y centros educativos católicos, como el Palacio Arzobispal, la Nunciatura y la Universidad Javeriana Femenina, quedaron completamente destruidos. Ante la magnitud de los daños ocasionados, ante la afrenta que significó el ataque a los símbolos más representativos del poder, la condena era un primer paso para tratar de restablecer el "orden". La cárcel y la excomulgación cayeron rápidamente sobre los responsables de tan oprobiosos hechos 8 . Pero la condena no bastaba, por más severa que fuera. Lo que habría que hacer es borrar ese recuerdo tan escabroso de nuestra historia, no solamente por la vergüenza de lo acaecido, sino porque su origen, su verdadero origen, no podía encontrarse dentro de las fronteras colombianas ni en las almas católicas de nuestra comunidad. Monseñor Perdomo, arzobispo primado, dijo lo siguiente en una alocución realizada el 12 de abril, tres días después de las revueltas: "En esta hora de inmensa tribulación para nuestra amada Patria, y con el corazón profundamente acongojado ante los extremos de perversidad y de locura a donde vemos que ha sido llevado nuestro pueblo, por obra de extrañas influencias, destructoras no sólo de todo orden moral y religioso, sino además de todo ideal patriótico, y de todo sentimiento humanitario, no podemos menos de reprobar […] los horrendos atentados y delitos…" 9 . El presidente Ospina pensaba que el origen del problema había que buscarlo más allá del bipartidismo, es decir en unos terrenos forzosamente nocivos para el país: "Quiere el Presidente con toda exactitud llamar la atención de los colombianos amantes de la Patria sobre el hecho de que el curso que han tomado los acontecimientos ya no es de partido liberal ni de partido conservador, sino de tremenda amenaza a las instituciones básicas de Colombia y a la vida, honra y bienes de los asociados" 10 . El origen, el verdadero origen del mal, provenía entonces del exterior: del comunismo internacional que, apoyado en sus escasos pero peligrosísimos secuaces criollos, quisieron sembrar el terror en el país para, en medio del caos, tomarse el poder.
El autor de la Gran Mancha Roja insiste sobremanera, desde el comienzo hasta el final, en el mismo argumento. Sin embargo, las imágenes y el texto de esta historieta suministran otro tipo de información acerca de los responsables, lo que nos permite tener una idea mucho más clara de los "revoltosos"; este tipo de precisiones resulta valiosísimo para entender la imagen que hace el autor del "culpable". En primaria instancia, se señala explícitamente al comunismo. Esta corriente ideológica defiende una serie de postulados que amenazan, dentro de la óptica de los dirigentes, las bases de la sociedad colombiana. Pero si leemos atentamente el texto y observamos con detenimiento las ilustraciones nos damos cuenta que, al lado del comunismo, lo que está surgiendo, lo que está irrumpiendo, amenazante, en el escenario, es el proletariado, designado peyorativamente como el "populacho". Es decir, la amenaza suscitada por el enemigo adopta simultáneamente una faceta política -el comunismo- y social -los sectores populares. Pero La Gran Mancha Rojava aún más allá. El 9 de abril no es percibido simplemente como un conflicto político entre partidos opuestos, lo que no tendría nada de novedoso; tampoco, de manera exclusiva, como un enfrentamiento de clases 11 ; más precisamente, es percibido como la irrupción, violenta, inesperada, del horror, del terror, en resumidas cuentas de la Barbarie. El 9 de abril, el "viernes rojo", fue la lucha entre la civilización y el caos, entre la cultura y el salvajismo ("el pueblo no quería cultura)". Fue, en último término, un combate entre las fuerzas del Bien y las del Mal. En efecto, ese "día de la abominación" se levantaron, "energúmenos" y "enloquecidos", los "revoltosos criminales", para dar rienda suelta al "estallido de las pasiones más insanas y de los más bajos y primarios instintos". Los rostros de los "revoltosos", desencajados, llenos de ira (en claro contraste con la perfecta serenidad y mesura que expresan los representantes de las élites), no hacen sino corroborar la imagen de una masa violenta, incontrolable, desenfrenada, que es representada destruyendo, saqueando, trastocando osadamente el orden ("Pobres y descalzas mujeres de las barriadas bogotanas, llevaban sobre sus hombros pieles de cuantioso precio..."). En pocas palabras, se quiso desviar a nuestra patria de sus destinos históricos...
Y esta percepción del enemigo -y de los hechos- fue compartida por las élites en general, sin distingos políticos. Es cierto que liberales y conservadores se acusaron mutuamente de asesinar a Gaitán. Pero tan pronto entendieron que lo que estaba en juego era el bipartidismo y su permanencia en el poder, los dirigentes de los dos partidos hicieron hasta lo imposible para deslegitimar la revuelta del 9 de abril. Los directorios de los dos partidos, luego de una reunión con el presidente Ospina, dieron a conocer el siguiente comunicado: "El grave clima de exacerbación política creado por el excecrable (sic) asesinato del señor Jorge Eliécer Gaitán constituye un serio peligro para la paz pública y amenaza con torcer el rumbo histórico de la Nación. Los directorios de los dos partidos se hallan de acuerdo en la necesidad de restablecer la calma y la normalidad, no sólo para salvar al país de esos gravísimos peligros, sino también para poder encauzar el esfuerzo unido de todos los colombianos hacia la reconstrucción moral y material del país, tan seriamente quebrantada por designios extraños que sorprendieron a los dos partidos históricos en sus métodos de lucha cívica" 12 . Como se puede apreciar de manera muy clara, los dirigentes del bipartidismo, profundamente angustiados ante la ira popular, condenaron de inmediato a los manifestantes por interrumpir violentamente el orden tradicional. Lo que se aprecia, en el fondo, es que "los principales representantes del liberalismo se vieron tan sorprendidos y asustados por la magnitud y las posibles consecuencias del levantamiento popular como los dirigentes conservadores y el clero; esta actitud se puede apreciar en la prensa liberal que, al igual que la conservadora, denunció la amenaza comunista y justificó los acercamientos entre los dos partidos" so pretexto de defender las instituciones democráticas 13 . El nuevo gobierno de coalición, constituido por los dirigentes de los dos partidos horas después del asesinato de Gaitán, es una muestra del afán con el que liberales y conservadores querían hacer frente común para resistir los embates de los sectores populares.
Lo esencial, para todos estos sectores dirigentes, era condenar un movimiento que amenazaba, como nunca antes había sucedido en nuestra historia, el orden establecido. Para ello, a un movimiento con claros tintes sociales y políticos se le descontextualizó completamente de la realidad nacional para reducirlo tan sólo a la política expansionista del comunismo internacional; y a sus actores se le dieron los peores epítetos para reducirlos al nivel de los más peligrosos y bestiales criminales.
De ahí la represión: el enemigo, el verdadero enemigo para la "democracia", deja de ser el otro partido cuando lo que está en juego no es simplemente el reparto del poder, sino la eventualidad de que surja un movimiento contestatario autónomo con deseos de cambiar las reglas de un juego monopolizado históricamente por el bipartidismo. Es precisamente ese el significado que queremos destacar del 9 de abril: esa fecha, gracias a la lectura que de ella hicieron los sectores dirigentes (la irrupción de la barbarie), sirvió para justificar plenamente una política represiva contra los sectores contestatarios, en el mismo momento en que las tensiones sociales aumentaban en toda Amércia latina y las élites del continente se creían amenazadas por el populismo. Pero ese momento también coincidió con los inicios de la Guerra fría. La represión, entonces, se hacía en nombre tanto de los "principios occidentales" (la democracia, el capitalismo), como de los "valores colombianos" (la religión católica y sus representantes, las autoridades "legítimamente elegidas", nuestra "cultura" y "civismo", etc.). "En realidad el 9 de abril había servido de pretexto a las clases dominantes para una completa reorganización del Estado el cual, al término de 1948, se encuentra financieramente fortalecido, ampliados y cualificados sus aparatos de represión, extendidos sus mecanismos de control político y social. La Ley 82 de diciembre 10 de 1948 mediante la cual se concede «amnistía a los procesados o condenados por delitos contra el régimen constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasión de los sucesos del 9 de abril», es a lo sumo una contraprestación a la colaboración liberal en este proceso de reordenamiento estatal pero no un signo de debilidad frente a un peligro potencial. Las clases dominantes disponen ya de todas las armas para enfrentar el más mínimo brote de rebeldía de las masas". 14
El 9 de abril fue eso para las élites, una oportunidad más para deslegitimar al "exterior de lo social": el populacho, los revoltososos, los salvajes. Y como lo dijimos desde un comienzo, la historia, en ese sentido, no ha cambiado mucho cincuenta años después, pues hoy en día los campesinos movilizados, los trabajadores en huelga, los defensores de los derechos humanos, y tantos otros sectores e individuos, siguen siendo vistos por el Estado y por una parte de la sociedad como elementos manipulados por las guerrillas comunistas y, por eso mismo, altamente peligrosos para el país. En el fondo, el "otro", cualquiera sea su rostro, no tiene cabida en una sociedad que ha erigido a la intolerancia y a la exclusión en pilares básicos de su funcionamiento. Es por ello que la asombrosa debilidad de los movimientos de oposición, que ha caracterizado a Colombia a lo largo de toda su historia, no puede ser desligada de esa visión que, desde las altas esferas, se ha tenido -y se ha difundido exitosamente- del "otro", visión que legitima la represión sistemática con que éste ha sido combatido. No olvidemos que la estabilidad de nuestro régimen "democrático" ha reposado en regímenes de excepción. Dentro de ese contexto, las recientes advertencias dirigidas por la Comunidad Europea al gobierno colombiano por su tendencia a criminalizar las protestas sociales resultan sin duda refrescantes, pero, al mismo tiempo, no deja de ser profundamente vergonzoso y humillante que la atención de un país en torno al respeto de los derechos humanos esté determinada por las presiones económicas de la comunidad internacional.
citas
· Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, candidato a Ph. D. en la Universidad de Aix-en-Provence, Francia.
1 El libro clásico de Arturo Alape -El bogotazo. Memorias del olvido: 9 de abril de 1948, Bogotá, Ed. Planeta, 1987-, así como algunos de los trabajos realizados por Alfredo Molano -en particular Los años del tropel, Bogotá, Cerec-Cinep-Estudios rurales latinoamericanso, 1985-, permiten apreciar lo que representaba Gaitán para amplios sectores de la sociedad.
2 Nos referimos especialmente a los trabajos de Daniel Pécaut, en particular Orden y violencia, vol. II, Bogotá, S. XXI, 1987, pp. 364-485, y "De las violencias a la violencia", en Pasado y presente de la violencia en Colombia, Bogotá, Cerec, 1986, pp. 188-190.
3 OQUIST, Paul, Violencia, política y conflicto en Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios Colombianos, 1978, p. 59.
4 Revista Javeriana, número 144, mayo 1948, pp. 185-186.
5 El Siglo, 31 de diciembre de 1950.
6 El Tiempo, 7 de octubre de 1982.
7 El Siglo, 27 de marzo de 1953.
8 Revista Javeriana, número 144, mayo 1948, p. 194.
9 Ibid., pp. 193-194.
10 Ibid., número 145, junio, 1948, p. 229.
11 Si bien es cierto que los manifestantes atacaron y saquearon muchos locales comerciales y hoteles de lujo, lo que puede ser considerado como una manisfestación del odio de clases, no hay que olvidar sin embargo que la oligarquía liberal no fue víctima de la acción de los "revolucionarios".
12 Revista Javeriana, número 144, mayo 1948, p. 187.
13 ARIAS, Ricardo, 9 de abril de 1948, Bogotá, Panamericana Editorial, 1998, pp. 39-40.
14 SANCHEZ, Gonzalo, Los días de la revolución. Gaitanismo y 9 de abril en provincia, Bogotá, Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983, p. 152.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/rhcritica/arias.htm
3. Legado de Jorge Eliécer Gaitán presente en Colombia a 65 años de su muerte
El líder popular colombiano fue asesinado el nueve de abril de 1948 (Foto: Archivo)
Gaitán fue un personaje rebelde, revolucionario, popular, antimperialista e insurreccional que se enfrascó en una férrea batalla contra la clase dominante en Colombia, que engañaba al pueblo disfrazando el bipartidismo de unidad nacional. Este martes se conmemora un año más de su asesinato.
El pueblo colombiano mantiene vivos los ideales de justicia y equidad social que defendió durante toda su vida el recordado líder popular Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el nueve de abril de 1948, un hecho que partió en dos la historia del país y que desencadenó un conflicto armado que, hoy día 65 años después, no ha podido extinguirse.
Ese día de abril de 1948, Gaitán recibió tres impactos balas -dos en la cabeza y uno en el pecho- cuando salía del Hotel Continental de Bogotá. El líder popular murió a los 50 años en la Clínica Central y, horas más tarde, la capital se sumergió en la violencia, los disturbios y el caos, en el inicio de una guerra civil que años más tarde se tornaría armada y letal.
La policía se sublevó y se unió a las manifestaciones civiles para pedir la renuncia del gobierno conservador de Mariano Ospina (1946-1950) e hicieron arder el Palacio de San Carlos, la Nunciatura Apostólica, la Procuraduría General, el Ministerio de Educación, el Palacio de Justicia y demás entes públicos.
Esta sublevación popular se recuerda como El Bogotazo y fue producto del dolor que causó en la población el asesinato de Gaitán, que en la historia colombiana es considerado "un suceso desequilibrador, del cual no ha sido posible recuperar la estabilidad política en Colombia".
Gaitán fue un personaje rebelde, revolucionario, popular, antimperialista e insurreccional que se enfrascó en una batalla contra la clase dominante que engañaba al pueblo disfrazando el bipartidismo de unidad nacional.
"Su muerte atroz frustró la esperanza de un pueblo, desvertebró la institucionalidad e incrementó la violencia", apunta en un reciente artículo el columnista del diario El Tiempo Alfonso Gómez Méndez.
La trayectoria de Gaitán, su pensamiento, su acción política, su visión de equidad y justicia partió en dos la historia del país, pues Jorge Eliécer es catalogado por la prensa nacional como “uno de los más brillantes oradores y agitadores de masas que conocieron Colombia y Latinoamérica”.
La agencia Prensa Latina citó palabras del historiador colombiano Jorge Serpa, quien expuso que la muerte de Gaitán "recrudeció la exclusión y persecución política del contrario e hizo patente la crisis de legitimidad del Estado”.
Asimismo, Serpa considera que que “la violencia que se generó en el campo provocó un desplazamiento masivo hacia las urbes, fue de esta manera como las ciudades empezaron a tener asentamientos humanos subnormales conocidos como tugurios" . (...)
teleSUR-PL-ElTiempo-PlanB/MARL
4. Segunda Oración por la Paz
William Ospina
Escritor Tolimense
Hace 65 años se alza desde esta tribuna un clamor por la paz de Colombia.
65 años es el tiempo de una vida humana. Eso quiere decir que toda la vida hemos esperado la paz. Y la paz no ha llegado, y no conocemos su rostro.
Es un pueblo muy paciente un pueblo que espera 65, 70, 100 años por la paz. Cien años de soledad. Un pueblo que trabaja, que confía en Dios, que sueña con un futuro digno y feliz, porque, a pesar de lo que digan los sondeos frívolos, no vive un presente digno y no vive un presente feliz.
Aquí no nos dan realidades, aquí se especializaron en darnos cifras. El pueblo tiene hambre pero las cifras dicen que hay abundancia, el pueblo padece más violencia pero las cifras dicen que todo mejora. El pueblo es desdichado pero las cifras dicen que es feliz.
Ahora comprendemos que un pueblo no puede sentarse a esperar a que llegue la paz, que es necesario sembrar paz para que la paz florezca, que la paz es mucho más que una palabra.
El verdadero nombre de la paz es la dignidad de los ciudadanos, la confianza entre los ciudadanos, el afecto entre los ciudadanos. Y donde hay tanta desigualdad, y tanta discriminación, y tanto desprecio por el pueblo, no puede haber paz. Allí donde no hay empleo difícilmente puede haber paz. Allí donde no hay educación verdadera, respetuosa y generosa, qué difícil que haya paz. Allí donde la salud es un negocio, ¿cómo puede haber paz? Donde se talan sin conciencia los bosques, no puede haber paz, porque los árboles, que todo lo dan y casi nada piden, que nos dan el agua y el aire, son los seres más pacíficos que existen.
Donde los indígenas son acallados, donde son borradas sus culturas, donde es negada su memoria y su grandeza, ¿cómo puede haber paz? Donde los nietos de los esclavos todavía llevan cadenas invisibles, todavía no son vistos como parte sagrada de la nación, ¿a qué podemos llamar paz?
La paz parece una palabra pero en realidad es un mundo. Un mundo de respeto, de generosidad, de oportunidades para todos.
Y hay que saber que lo que rompe primero la paz es el egoísmo.
El egoísmo que se apodera de la tierra de todos para beneficio de unos cuantos, que se apodera de la ley de todos para hacer la riqueza de unos cuantos, que se apodera del futuro de todos para hacer la felicidad de unos cuantos. De ahí nacen las rebeliones violentas, y de ahí nacen los delitos y los crímenes.
Hemos ido aprendiendo a saber qué es la paz… haciendo la suma de lo que nos falta.
La paz es agua potable en todos los pueblos y agua pura en todos los manantiales. No hay paz con los ríos envenenados, con los bosques talados y con los niños enfermos por el agua que beben.
La paz es trabajo digno para tantos brazos que quieren trabajar y a los que sólo se les ofrecen los salarios de sangre de la violencia y del crimen.
La paz son pueblos bellos y ciudades armoniosas, que se parezcan a esta naturaleza. Porque las montañas, los ríos, las llanuras, las selvas y los mares de Colombia son la maravilla del mundo, y no hemos aprendido a habitarlas con respeto, a aprovecharlas con prudencia, a compartirlas con generosidad.
Porque la idea de generosidad que tienen muchos grandes dueños de la tierra tiene un solo nombre: alambre de púas. Esa idea medieval de tener mucha tierra, mientras las muchedumbres se hacinan en barriadas de miseria.
Pero es que la paz verdadera exige no sólo un pueblo respetado y grande y digno sino una dirigencia verdadera. Y no es una gran dirigencia la que se esfuerza veinte años por que le aprueben un Tratado de Libre Comercio, y cuando le aprueban el Tratado la sorprenden con un país sin carreteras y sin puertos, con una agricultura empobrecida, con una industria en crisis, confiando sólo en vender la tierra desnuda con sus metales y sus minerales para que la exploten a su antojo las grandes multinacionales. Ahí no sólo falta generosidad sino inteligencia, ahí faltan grandeza y orgullo.
En cualquier país del mundo un tratado de libre comercio se negocia poniendo como primera prioridad qué necesitan y qué consumen los propios nacionales. ¿Por qué tiene que ser la prioridad poner oro en las mesas de otros antes que poner alimentos en nuestras propias mesas?
Hoy el mundo se ha lanzado a un obsceno carnaval del consumo. Pero esos países que divinizan el consumo, como los Estados Unidos y Europa, por lo menos han tenido la prudencia de garantizarles primero a sus pueblos agua limpia, vivienda digna, educación seria y gratuita, salud para todos, trabajo y salarios decentes, una economía que se esfuerza por ofrecer empleo de calidad, que no llama trabajo como aquí al rebusque desesperado, ni a la mendicidad, ni al tráfico violento de todas las cosas.
Si por lo menos cumpliéramos con brindar a los ciudadanos las prioridades básicas de una vida digna, no sería tan absurdo que nos predicaran ese evangelio loco del consumo, pero aún así tenemos que pensar con responsabilidad en el planeta, para el que ese consumo indiscriminado es una amenaza. Tenemos climas frágiles porque tenemos ecosistemas ricos y preciosos, que producen agua y oxígeno para el mundo entero.
Colombia es un país de tierras bellísimas y de climas benévolos, esto no es Europa ni los Estados Unidos, donde el clima exige millones de cosas, aquí podemos vivir una vida sencilla en un paisaje maravilloso, aquí no habría que refugiarse en ciudades malsanas y estridentes, el país es de verdad La Casa Grande. ¿Qué nos impide esa felicidad? La desigualdad y la violencia. La codicia que pasa por encima de todo.
La naturaleza no es una mera bodega de recursos sino un templo de la vida. Pero una lectura equivocada del país y una manera mezquina de administrarlo han convertido este templo de la vida en una casa de la muerte.
Hace 65 años Gaitán clamaba aquí por la paz. Sus enemigos no sólo lo mataron sino que llevaron al país a una guerra, a una violencia que acabó con 300.000 personas. El país entero entró en una orgía de sangre. Y perdimos el sentido de humanidad, y casi nos acostumbramos al horror, y dejamos de estremecernos con la muerte. El tabú de matar se perdió, Colombia se volvió tolerante con el crimen, y en el último medio siglo es posible que por falta de paz y de solidaridad haya muerto en Colombia otro medio millón de personas.
Y cada día que tardan en firmar un acuerdo el gobierno y las guerrillas, más muertos de todos los bandos, más víctimas, se suman a esa lista. Porque no es sólo el conflicto en los campos: bajo la sombra de ese conflicto prosperan las guerras de supervivencia en las ciudades, la violencia de las mafias, el delito, el crimen, la violencia intrafamiliar, el desamparo, la ignorancia.
Pero es que lo único que detiene a la mano homicida es sentir que lo que le hace a su víctima se lo está haciendo a sí mismo. Lo único que detiene esa mano es la compasión, y para que haya compasión hay que sentir al otro como a un hermano, como a un milagro de la vida, efímero, precioso, irrepetible. Si no sentimos eso no sentimos nada. Sin ese respeto profundo por los otros nadie siente verdadero amor por sí mismo.
Pero para que haya ese afecto profundo por los conciudadanos hay que haber sido educados en la generosidad, bajo unas instituciones generosas, hay que haber sido querido. Al que no es valorado en su infancia, respetado, apreciado, ¿cómo pedirle que quiera, que respete, que valore a los otros?
Por eso es tan ciega una sociedad que no da nada y en cambio pide todo. Que da adversidad, obstáculos, discriminación, pero pide a los ciudadanos que se comporten como si hubieran sido educados por Sócrates o por Francisco de Asís. El estado se volvió irresponsable, los ciudadanos le perdieron el respeto al estado, y el estado les perdió el respeto a los ciudadanos. En ningún país se exigen tantos trámites para cualquier cosa. Y el que está en desventaja es el que no tiene recursos para sobornar, para abreviar los trámites, para correr con éxito de oficina en oficina. Con mucha frecuencia el estado no facilita la vida sino que es un estorbo para las cosas más elementales.
Las cárceles están llenas de seres que no recibieron nada, que fueron educados en la dureza y en la precariedad, y a los que la sociedad les exige lo que nunca les dio. Porque aquí sólo les exigimos respeto a los que nunca fueron respetados.
Es necesario gritar que nuestro pueblo no es un pueblo malo sino un pueblo maltratado. Y todavía a ese pueblo maltratado y admirable vamos a pedirle, aunque no tenemos derecho a hacerlo, vamos a pedirle que nos dé un ejemplo de su espíritu superior; vamos a pedirle que, a cambio de un acuerdo esperanzador entre los guerreros, sea capaz de perdonar.
No hay ceremonia más difícil y más necesaria que la ceremonia del perdón. Pero es el pueblo el que tiene que perdonar: no la dirigencia mezquina ni la guerrilla violenta que tomó las armas contra ella. Y sin embargo todos tendremos que participar, humilde y fraternalmente, en la ceremonia del perdón, si con ello abrimos las puertas a un país distinto, más generoso, que deponga las armas fratricidas, que abandone los odios y que construya un futuro digno para todos, pero sobre todo un futuro de dignidad para los que siempre fueron postergados.
Desde hace 65 años pedimos la paz, suplicamos la paz, esperamos la paz. Hoy ya no podemos pedirla ni suplicarla ni esperarla. Si se logra un acuerdo entre el gobierno y las guerrillas, tenemos que construir la paz entre todos, la paz con una ley justa, la paz con una democracia sin trampas, la paz con un afecto real en los corazones, la paz con verdadera generosidad. Y la única condición para que esa paz se construya es que no maten la protesta, que no aniquilen la rebeldía pacífica, que dejen florecer las ideas, que permitan a este país grande y paciente ser dueño de sí mismo y de su futuro.
Esa paz que construiremos será un bálsamo sobre esos miles de muertos que se fueron del mundo sin amor, a veces sin dolientes, a veces sin un nombre siquiera sobre su tumba.
Entonces sabremos que la paz no es sólo una palabra, que la paz es convivencia respetuosa, prosperidad general, justicia verdadera, campos cultivados, empresas provechosas, bosques y selvas protegidos, ríos que tenemos que limpiar y manantiales a los que tenemos que devolver su pureza.
Y que otra vez haya venados en la Sabana y bagres sanos en el río, que salvemos la mayor variedad de aves del mundo, que vuelen las mariposas de Mauricio Babilonia, y que los caballos de Aurelio Arturo vuelvan a estremecer la tierra con su casco de bronce, y que haya hombres y mujeres pescando de noche en la piragua de Guillermo Cubillos, y que el viajero que encontremos por los campos a la luz de la luna no nos produzca terror sino alegría.
Que haya cantos indios por las sabanas de Colombia, y arrullos negros en los litorales, y que las armas se fundan o se oxiden, y que haya carreteras y puertos, y barcos y trenes que nos lleven a México y a Buenos Aires, y que nuestros jóvenes tengan amigos en todo el continente, y que sólo una industria se haga innecesaria y necesite ayuda para cambiar su producción: la industria de las chapas y los cerrojos y los candados y las rejas de seguridad, porque habremos logrado que cada quien tenga lo necesario y pueda confiar en los otros.
Porque la paz se funda en la confianza y en la sencillez, y en cambio la discordia necesita mil rejas y mil trampas y mil códigos. Aquí, por todas partes, están los brazos que van a construir ese país nuevo, los pies que van a recorrerlo, los cerebros que van a pensarlo, y los labios del pueblo que lo van a cantar sin descanso.
Que hasta los que hoy son enemigos de la paz se alegren cuando vean su rostro.
Que llegue la hora de la paz, y que todos sepamos merecerla.
William Ospina
*La primera Oración por la Paz fue pronunciada por Jorge Eliécer Gaitán, dirigente del Partido Liberal Colombiano el 7 de febrero de 1948 durante la Marcha del Silencio en Bogotá, contra la persecución y represión desatada por el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez .