Un libro de Uriel Hincapié
Por Harold Alvarado Tenorio
Según informa Alberto Herrera, a mediados del siglo pasado Benjamín Baena publicó una novela minuciosa titulada El río corre hacia atrás, parte de una saga llamadaTigrero sobre estas tierras quindianas. Hoy nos ocupamos en presentar a vosotros una suerte de dietario medieval Vuelve el rio a su cauce, del cofrade Uriel Hincapié. Y digo medieval, porque a no otra especie pertenece este heterodoxo volumen donde como en un catálogo impreciso, vamos saltando las letras del alfabeto para enterarnos de los sentires de un alma del siglo XXI, cuyos otros libros de poemas y narraciones han alcanzado incluso el ultraje de los premios de la villa donde vive, pero que aquí aventura y proporciona de manera exhaustiva una noticia de su protagonista, es decir, él mismo.
Los dietarios tienen una extensa presencia, desde el mismo día en que los burgueses, hombres gentiles, como el prestigioso Shylock de El mercader de Venecia, decidieron registrar día a día sus detrimentos y lucros. Como se sabe, Antonio, tratando de hacer un favor de amores a su amigo Bassiano, cae en las garras del judío usurero y se ve a punto de perder una libra de su propia carne. En los años del cinematógrafo los dietarios devinieron diarios personales, ese subgénero de la autobiografía donde se van arrojando textos fragmentarios, meditaciones o recuerdos que han afectado al autor, derivando a menudo en profundas exploraciones de la mente o testimonios que desahogan los padeceres de quien redacta ya sea de manera coloquial, narrativa, descriptiva, argumental o expositiva, como acontece en el Diario de un loco de Nicolás Gogol o en aquel librito hallado en una buhardilla de Ámsterdam y que pertenecía a una víctima del nazismo, El diario de Ana Frank. Ahora han sido reemplazados por las bitácoras virtuales y las lee a menudo todo el mundo.
Jurista y defensor público, Uriel Hincapié ha recorrido un buen trecho de su vida en contacto con sus pares y ha concluido que la existencia sólo vale si encuentra la belleza, tanto en los seres, como en las artes poéticas e innovadoras. De allí su simpatía con poetas, pintores, periodistas y lectores compulsivos como Juan Carlos Londoño, que le acompañan en su trasegar cotidiano, donde aplica sin pausa los protocolos argumentales del hijo de Sofronisco negándose a la erudición pero preguntando por cada episodio y concepto que nos empuje a la refulgente mediocridad de nuestro tiempo. Una mayéutica, o conjetura de la reminiscencia para aceptar la vida y la muerte como partes del todo de la existencia del hombre y aun cuando en su libro salten, como luces de bengala cientos de nombres de prestigio y numerosas citas, lo que nos deja es un mapa de su trémulo errar por materiales como la fábula, el ensayo, la poesía, la política y la religión, de la cual se ocupa en muchos de los entresijos de su libro. Como Sócrates, Hincapié sabe que un amigo debe ser como el valor del dinero, que debemos conocer antes de merecerlo, o que las almas ruines sólo se dejan conquistar con presentes.
Varios son los desvelos que surcan este libro. Voy a glosar algunos de ellos. En primer lugar especula enigmáticamente, como buen agnóstico, y quizás ateo, sobre las religiones y sus presupuestos partiendo del ansia de veracidad, esa gran falacia de los fuertes, desprovista de sentido religioso y espiritual, cuyo único camino es el propio de quien la profesa y cuyo impar recipiente es espada para quien la detenta pero cuya existencia depende del poder. De quien la usurpa e impone.
Desde esta postura comprendemos entonces por qué vuelva el rio a su cauce al combatir irónica e implacable las supersticiones y fanatismos religiosos, derrumbando los arquetipos que domestican y esclavizan impidiendo la libre circulación de las ideas y la creación de una conciencia individual. Ni católicos, ni musulmanes, ni cristianos nuevos conocen el poder destructor de los dioses cuyo gran instrumento son las ambiciones, combatidas apenas por el budismo, que para Hincapié parece ser la panacea para salir del laberinto, como quería Schopenhauer.
“El budismo, dice Hincapié, nos ayuda a librarnos del sufrimiento, y la liberación del sufrimiento es posible cuando nos emancipamos de todos los deseos.”
Ni los sacerdotes, ni la misericordia predicada por ellos agradan a Hincapié. Presbíteros y párrocos violentan al Otro al sojuzgar su libertad de acción, la necesidad de huir de las ambiciones mediante la consumación de la carne. Hacer el bien para alcanzar un nirvana es otra representación del comercio, otra manera de ganar, de ejercer la codicia y buscar el premio eterno.
Otra de sus contribuciones al desorden general es la toma de partido que hace de las fragilidades humanas y la comisión de quebrantamientos, en un mundo donde es casi inexplicable el crimen condicionado por el entorno social o la demencia. Porque ser justo es un imposible, donde el criminal como el juez desatinan a partir de la devoción por la legalidad más que la justicia. Entonces quien sale mal parado de este libro es el mundo mismo, lo que llamamos sociedad, porque a nadie hace feliz e impone la quimera como doctrina rindiendo culto a la estulticia y haciendo monarcas a los tontos y necios.
Pero no nos engañemos, Vuelve el rio a su cauce nos traslada a los teatros de la historia, las religiones, la música, las teorías políticas y jurídicas creando una concordancia donde podemos sonreír y burlar las convicciones y creencias al uso, ridiculizando los egos del poder, creando un caos como reducto de la invención, el gran instrumento de la sanación del espíritu.
Como se sabe, el arte niega la realidad. En el antiguo Egipto, el cuento Los dos hermanos describe cómo uno hechizó su propio corazón y lo colocó en la flor de una acacia, y cómo al cortar la flor por instigación de su mujer, cayó muerto, pero resucitó cuando su hermano encontró el corazón perdido y lo depositó en una copa de agua fresca.
Porque “ El verdadero creador, dice Carlos Peñaranda Castillo en el prólogo al libro de Uriel Hincapié, el escritor de talento se vale de la realidad como de un arcón del que extrae retazos de paisaje, fragmentos de estatuas, cabezas, extremidades destrozadas, castillos empotrados en montañas cubiertas de nieves perpetuas, escuelas filosóficas, torrentes, pinturas, cadáveres de dioses, ruinas de ciudades, partituras, rebaños y ejércitos como piezas de utilería para forjar un mundo exuberante y temible como los bosques de los sueños.”
Harold Alvarado Tenorio
