La huella del mal
María Elvira Bonilla
ElEspectador.com
Imagen: todoarquitectura.com
Urabá y Puerto Boyacá son dos puntos negros en nuestra geografía. Han sido los laboratorios perversos de una forma de violencia que se inició en los años 80 y que no concluye.
Por algo fue allí donde aterrizó el israelita Yahir Klein en 1988 y donde le demandaron sus servicios para formar pistoleros a sueldo, para enseñar a disparar con precisión por la espalda, de frente o a la distancia, para instruir en el crimen. Así lo narra Olga Behar en su último libro, que publica un año después del polémico y revelador texto: El Clan de los 12 apóstoles.
El libro se llama El caso Klein. El origen del paramilitarismo en Colombia. Y en efecto los cursos por los que pasaron los 90 colombianos que se multiplicaron fueron un semillero de cabecillas paramilitares que se dispersaron por el país sembrando muerte. Fue en ese año 1988 cuando el país conoció de masacres, una modalidad de violencia inédita hasta entonces, y se inició la campaña de asesinatos selectivos a líderes comunitarios y dirigentes nacionales; el exterminio programado de los dirigentes de izquierda relacionados con la Unión Patriótica.
El de Klein fue un experimento del mal, y se dio, tal como lo relata el libro, con apoyo institucional, como expone el propio israelí. Por éste, este hombre sigue sin entender por qué lo persigue la justicia cuando había llegado invitado oficialmente a Colombia y su remuneración provenía, en el primer viaje, de bananeros de Urabá, y luego fueron los propios ganaderos de Puerto Boyacá reunidos en Acdegam quienes financiaron los entrenamientos que realizaba en una cancha vecina al batallón Bárbula, y en alguna ocasión supo que el general Maza, el director del DAS, “andaba por ahí”.
Con Klein se inauguró la Colombia que legitimó todas las formas de lucha, el matrimonio entre lo ilegal y lo legal, justificado por el propósito de la lucha antisubversiva. El libro de Olga Behar es un aporte a la historia del país para entender cómo la mente colombiana se “paramilitarizó” hasta justificarlo todo: autoritarismo, corrupción, crueldad, muertes selectivas y masivas. Klein intenta envejecer tranquilo en Israel, sin dejarse enterrar por el peso de su conciencia. Pero difícilmente lo logrará, porque aquí sigue viva la huella del mal que multiplicó.
María Elvira Bonilla