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DOSSIER:
EL ASESINATO DE DIEGO FELIPE BECERRA
Mario Madrid-Malo Garizábal
En la noche del viernes 19 de agosto murió a causa de dos disparos de arma de fuego hechos por la espalda Diego Felipe Becerra (en la foto), de 16 años de edad. Según el relato de varios testigos del suceso, el autor del homicidio fue un miembro de la Policía Nacional que persiguió al muchacho tras sorprenderlo mientras pintaba un grafito en las paredes del barrio bogotano de Pontevedra.
La Policía —siguiendo una inveterada costumbre— da otra versión del caso. Sus voceros presentan a Diego Felipe como un atracador dado de baja mientras asaltaba a los pasajeros de una buseta de servicio público. Sin embargo, hasta ahora nadie ha localizado el vehículo, y se desconoce quiénes eran las víctimas del supuesto atraco.
Ya estoy harto de que los crímenes cometidos por miembros de la fuerza pública se oculten con los más torpes embustes. En Colombia no hay ejecución extrajudicial que deje de ser mostrada, faltando a la verdad, como hecho cuyos autores procedieron en estricto cumplimiento de un deber legal o en legítima defensa.
En este país —donde la pena de muerte está constitucionalmente prohibida desde hace más de cien años— los servidores públicos de los cuerpos armados quebrantan con aterradora frecuencia las normas nacionales e internacionales sobre el empleo de la fuerza y el uso de armas de fuego. Colombia es uno de los países de América Latina que registra los más altos índices de violaciones del derecho a la vida por agentes del Estado. Cada año se reporta aquí un número impresionante de ejecuciones extralegales cometidas por militares y policías, pero esto no parece preocupar al gobierno, empeñado en sostener que es modélico el respeto de sus fuerzas armadas por los derechos humanos.
Lo más terrible es que el asesinato de Diego Felipe no será el último. Las ejecuciones extrajudiciales continuarán perpetrándose mientras los servidores públicos de la PolicíaNacional —cada vez más militarizada— salgan a la calle con el ánimo de quienes participan directamente en un conflicto bélico, dispuestos a enfrentar al enemigo y no a mantener el orden público con los recursos propios de un cuerpo civil. (¿Sigue rigiendo en la Policía la norma según la cual siempre deben escogerse entre los medios eficaces de actuación aquellos que causen menos daño a la integridad de las personas? ¿Existe aún allí la prohibición de emplear armas de fuego contra alguien que huye sin cubrir su fuga con disparos?)
Las ejecuciones extrajudiciales también seguirán cometiéndose mientras muchos militares vean en los miembros de la población civil a los integrantes de un grupo de sujetos prescindibles, cuyas vidas pueden ser sacrificadas por necesidades estratégicas o por conveniencias de carácter personal. Por desgracia todavía hay en Colombia sectores castrenses donde sigue practicándose la infame doctrina contrainsurgente que aplicaron los norteamericanos en Vietnam del Sur, Laos, Camboya, El Salvador y Guatemala: una doctrina que justifica la eliminación a gran escala de no combatientes para "limpiar" y "pacificar".
Todo indica que en la trágica muerte de Diego Felipe hubo, por lo menos, un uso excesivo de la fuerza. En vez de infamar a la víctima, la Policía Nacional hará lo correcto si coopera eficazmente con la Fiscalía en las actividades que ésta desarrolle para investigar lo sucedido en Pontevedra. No hay que añadir la mentira al crimen.
Y ojalá no nos vengan ahora con el cuento de que el delito cometido contra el niño grafitero tiene relación con el servicio y debe ser juzgado por la jurisdicción penal militar. Según la jurisprudencia de los órganos internacionales de derechos humanos, corresponde a la jurisdicción ordinaria investigar y juzgar todo caso en que un civil pierde la vida a manos de integrantes de las instituciones armadas.
Es de esperar que el asesinato de Diego Felipe Becerra no quede en la impunidad, como tantos otros, y que su familia logre ver reconocidos y garantizados con presteza su derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación. Pero, ¿cuándo se extinguirá el espíritu de encubrimiento y desviación que se pasea por las filas de la fuerza pública?
HOMENAJE A DIEGO FELIPE BECERRA
jairoriveramorales_27@yahoo.com
La lucha de Rafael Uribe Uribe y Antonio José Restrepo en el Congreso
de Colombia, librada en forma solitaria contra los embates de la oscuridad -que
no deja de regenerase-, continúa: Hay que derogar la pena de muerte,
dictaminada a contrapelo de las disposiciones constitucionales por la hegemonía
oligarquiconarcoparamilitar cuyos agentes
ora visten traje de lobo, ora de cordero… ¡matones de viejo y nuevo cuño
que, con nuestra aquiescencia funcional, nos siguen gobernando!
Ciertas satrapías, prevalidas en su capacidad de linchamiento
mediático, inducen al común de las gentes a creer que protesta es sinónimo de
crimen. Sibilinamente mediatizan la idea de que los disidentes son un peligro
para la supervivencia de la
sociedad, y entronizan un credo cicatero que aconseja desechar a los 'herejes'.
Sublimes herejías que jalonasteis siempre la historia y el progreso contra el
fanatismo calculado de los perdonavidas: Asistidnos en medio de tanto
oscurantismo.
¿Acaso, en nombre del orden, la ley y la tranquilidad, Galileo no fue
obligado a abjurar de su verdad, la cual era científica? ¿Quién podría
desconocer que algunas transgresiones han sido fuente de Derecho?
Alejandro Magno pretendió intimidar a un pirata solitario con el que se encontró en el Mediterráneo: “¿Por qué castigas al mar con tu barcaza de corsario?” Y el pirata contestó: “¡Por la misma razón por la que tú castigas al mundo con tu flota imperial!”.
Alejandro Magno pretendió intimidar a un pirata solitario con el que se encontró en el Mediterráneo: “¿Por qué castigas al mar con tu barcaza de corsario?” Y el pirata contestó: “¡Por la misma razón por la que tú castigas al mundo con tu flota imperial!”.
La autoridad y el respeto deben emanar del ejemplo y de la seducción
que ejercen las ideas y los principios, no de la coerción ni del miedo. La
obediencia, en las sociedades modernas, ha dejado de ser una 'virtud' para
convertirse en un vicio repugnante. ¿Cuántos matones y genocidas
llegan a ejercer tal condición, simplemente por no haber tenido el valor de
desobedecer? Sólo genuinos sentimientos y pensamientos, inspirados en la
sociabilidad, la ética y la política -concebida como el arte de trabajar con todos
para el bien de todos-, deben guiarnos a la hora de tomar decisiones atinentes
al ejercicio de la ciudadanía. No podemos seguir siendo simplemente objetos de
conductas condicionadas y condicionantes. Debemos sí, deconstruir la represión
y forjar la subjetividad dentro de la alteridad. Aunque se nos resientan los
Godofredos de todos los partidos que en Colombia existen.
Los grafitis son un vehículo expedito para practicar el humanismo y
ejercer la libertad con artística consagración en terrenos que hacen
colindantes la socarronería y la franqueza. Casi siempre el humor ha sido
‘subversivo’. Por eso no resulta sorpresivo que durante la misma semana
que la familia de Jaime Garzón ha ratificado su denuncia contra guardianes del
orden del más alto rango, por haber planeado -conjuntamente con Carlos Castaño-
el asesinato de nuestro más grande humorista, otro guardián del orden, de menor
jerarquía pero poseído por la misma tanática mentalidad que movió aquellas
manos homicidas, haya procedido con tan ‘candorosa sevicia’ para ahorrarle a la
sociedad la presencia indeseable de un removedor sigiloso de esas hojas de
parra con las cuales acostumbramos cubrir las desnudeces de nuestra decadente y
descompuesta sociedad.
Tiene razón Yuri Neira, vamos todos a pintar sin miedo -porque la Utopía sobrevive a la muerte- nuestra actual realidad.
Tiene razón Yuri Neira, vamos todos a pintar sin miedo -porque la Utopía sobrevive a la muerte- nuestra actual realidad.
¡La indiferencia es el mejor caldo de cultivo para la impunidad. Que
se haga pronta y cumplida justicia!