Joe, un pedacito de la historia nuestra
por Guillermo Segovia Mora
Creador de un sonido propio con lo
mejor de la influencia africana, caribeña, antillana y costeña, delicia de los
bailadores de Colombia, América Latina y el mundo, Alvaro José Arroyo también
contribuyó a reivindicar un lugar digno para los afrocolombianos en la historia
y en el presente.
“El Joe” Arroyo, quien acaba de morir
cerca de cumplir 56 años (Cartagena, 1º. De noviembre 1955-Barranquilla, 26 de
julio de 2011), sí que está presente en la historia musical de Colombia y en la
vida de muchos de los que en los 70´s comenzamos a rumbear. A mediados de esa
década, por entre la avalancha tropical que con orquestas venezolanas inundaba
los estaderos y salones de casi todo el país, irrumpió desde Medellín el sabor
endemoniado de Fruko y sus tesos, cargado de salsa. Con las voces excepcionales
del cartagenero Álvaro José Arroyo y el caleño Wilson “Saoko” Manyoma: El
Ausente, El Caminante, Tania, El Preso, Negro Chombo, Mosaico Santero, nos
pusieron a azotar baldosa. De African look o larga melena, vestidos con camisas
sicodélicas, pantalón de bota ancha y tacón mediano, coreando el soye del
“Joe”: “flores silvestres, luna y estrellas, todo se me acumula en mi cabeza
que va estallar” -junto con las mujeres, uno de sus grandes placeres pero
también doloroso azote de su vida- nos iniciamos en la bohemia y en el gozar.
En los 80, creó su propia orquesta y
acentuó los ritmos del gusto “currambero” que lo convirtieron en un fuera de
concurso en el Carnaval de Barranquilla aunque lo distanciaron un poco del
interior del país, donde nos cuesta mover hombros, menear cintura y raspar
canilla al tiempo. Pero con el Lp Musa Original y sus tres exitazos: el que da
nombre al disco, Mary y La Rebelión, la sacó del estadio para conquistar
Colombia, Latinoamérica y escenarios de todo el mundo. Letras de su puño y
corazón, reivindicación del negro y de la noche, odas a sus amores, música con
ecos del África Madre, la costa que arde, cumbia, porro, chandé, reggae,
joeson…sonidos inolvidables. Luego Echao´pa lante con La vuelta, Son Apretao y
el Yamulemao del senegalés Laba Sosseh. En Fuego en mi mente: La noche, En
Barranquilla me quedo, Por ti no moriré, A mi dios todo le debo. Al final de la
década el útimo Lp con Discos Fuentes En Acción con golpes como El centurión de
la noche, Pa´l bailador, y Suave Bruta.
Muchas razones para el multitudinario
concierto de homenaje en sus 20 años de vida artística, en 1992, que juntó 70
mil personas en el estadio El Campín de Bogotá para escuchar al “Joe” y a los
oferentes: Richi Rey y Bobby Cruz, Andy Montañez, Saoko, Fruko, Niche, entre
otros. En los años siguientes, con Sony Internacional, la vena romántica con
influjos de bachata produjo bellezas como Tal para cual, Ella y tú y Noche de
arreboles. Del amor a la costa atlántica y su folklor surgieron los homenajes a
Irene Martínez, Estefanía Caicedo, Esthercita Forero, Los Gaiteros de San
Jacinto, La tortuga, Pañuelo y guayuco, Lo de la Chula, Falta la plata a duo
con Victor Meléndez, Ron pa´todo el mundo a duo con Diomedez Díaz y sus éxitos
a duo con Juan Carlos Coronel. De esta época también es una de sus mejores
salsas: Madera. Siempre a su lado, el piano de “Chelito” De Castro o de Victor
del Real. A comienzos de siglo, en el Madison Square Garden de New York,
desobedeció a Ralph Mercado, quien le presagió un abucheo si se salía del
repertorio salsero, y puso a brincar a miles con el raspacanilla A mi dios todo
le debo en la catedral de la Fania.
La rebelión: más que fiesta
Las carencias y el hambre de la niñez
siempre estuvieron presentes en su inspiración como denuncia de la injusticia,
protesta y reivindicación de la raza. Más allá de quienes sostienen que la
música del Caribe, por su sonoridad y cadencia es de por sí revolucionaria.
Desde las primeras grabaciones con Fruko incluyó temas como Pueblo sufrido,
Palenque, Gamincito, y Abandonaron el campo. Con su orquesta La Verdad,
Amerindio, Proyecto de un campesino, La vida va, Mundo cruel, La guerra de los
callados. Llanto ven, llanto va, Blanco y Negro, La Rebelión y Mi Libertad son
crónicas de la esclavitud en la Cartagena colonial y la exigencia de respeto
para los afrocolombianos y la mujer negra, temas para bailar pensando que
trascendieron la música hasta convertirse en corpus de investigaciones sociales
sobre la realidad de los afrodescendientes en las américas. En el “corralito de
piedra”, en el Fuerte de San Fernando, en el Palacio de la Inquisición, la
mente vuela siglos atrás y con los ojos cerrados se escucha la voz de los
cimarrones “quiero contarle mi hermano, un pedacito de la historia negra, de la
historia nuestra”. Fruto de su vida accidentada, de la desesperación y de su
formación callejera e instintiva, también alabó al final al Dios católico
después de venerar a Changó, contradicción que, como algunas de sus letras, no
demerita su mensaje predominante.
En 2006, el escrito “La doble
conciencia de DuBois, frente al excepcionalismo latinoamericano: Joe Arroyo
salsa y negritudes”, autoría del PhD. de la Universidad de California, Doctor
en Ciencia Política de la Universidad de Chicago e integrante del Departamento
Ciencia Política y del Centro para los estudios Afroamericanos de la
Universidad de California, Mark Q. Sawyer, fue galardonado con el premio a
mejor ensayo en asuntos de negritudes. Al referirse a La Rebelión, Sawyer
sostiene: "verso a verso, la canción cuestiona la percepción de una
historia de Colombia unificada y saca a relucir la historia de opresión y
luchas que marcan en especial la historia afrocolombiana". El aporte de
“Joe” como artista popular notable es demostrar la existencia de una
“discriminación inclusionaria en la música y en las sociedades
latinoamericanas”; sus canciones son “formas fractarias de respuestas a la
opresión y la cultura”. Destaca, así mismo, que “Joe” replantea el papel de la
mujer objeto en la salsa para reclamar por su dignidad y reivindica al hombre
como defensor de sus derechos por sobre el tradicional macho gozón ¡No le pegue
a la negra! ¡Porque a la negra se la respeta!
Es el legado de “Joe”, el niño que
recorría a pie descalzo las calles destapadas del barrio Nariño de Cartagena
con la cabeza entre un tarro para escucharse y soñar con ser un artista grande,
que le cantó a los putañeros en Tesca y a los curas en la coral del
arzobispado, que abandonó lo escuela para graduarse en la música, que saltó a
la fama niño y vivió adolescente, que casi se muere varias veces saciado de
alcohol y droga, que lucía como palero santero, el Super Congo de Oro de los
carnavales de Barranquilla, el Grammy póstumo a la excelencia, una de las
cuotas significativas de Colombia en la historia de la música popular
universal. El “Joe”, siempre echao pa´lante y reparao.
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