Foto: AFPCon requisas, la Policía intenta frenar la violencia en las comunas, pero las muertes siguen. También, han impuesto toque de queda a menores.
DEBATES POLITICOS E IDEOLOGICOS EN EL PDA Nº 3 GONZALO ÁLVAREZ HENAO
Foto: AFP
Con requisas, la Policía intenta frenar la violencia en las comunas, pero las muertes siguen. También, han impuesto toque de queda a menores.
Lunes 6 de septiembre de 2010
En el artículo Nº 2 de debates políticos e ideológicos, había anunciado que en el número Nº 3, me ocuparía de justificar la propuesta de convocar una Asamblea Nacional Constituyente. Pero dado el debate tan mediático que por estos días se adelanta en nuestra ciudad y en el país, con ocasión de la exacerbación del conflicto urbano, he decidido dedicar este número a tal problemática, con la intención de buscar las causas estructurales de tan descomunal violencia.
El hecho de haber promovido los más importantes debates en el Concejo de Medellín, sobre el flagelo de la violencia en la Ciudad, me da cierta autoridad para opinar sobre el actual conflicto y su diferencia con los brotes de violencia de las décadas del 80 y el 90. Como bien se sabe, al finalizar la década de los ochenta, el país fue estremecido por los magnicidios de Jaime Pardo Leal y Luis Carlos Galán Sarmiento, y la Ciudad de Medellín estaba aterrorizada por los carros bombas y el incremento de la delincuencia común. Al comenzar la década del 90, la violencia cobraba más intensidad, y fue así como en el mes de mayo de 1.991, le solicité al Concejo de Medellín, mediante una proposición, asumiera la defensa de la ciudadanía ante los poderes centrales.
Como quiera que los gobernantes y muchos de los colombianos tenemos muy mala memoria, me permito en este artículo citar textualmente algunos apartes de dicha proposición: “La Ciudad de Medellín ha venido soportando desde tiempo atrás una inclemente y despiadada ola de violencia, manifestada en múltiples facetas y formas: atentados, desapariciones, secuestros, explosiones que han segado la vida de centenares de personas, muertes continuas de agentes de la policía, asesinatos selectivos unas veces, otras veces masacres indiscriminadas.
Esta es la que conmueve, la que ocupa las páginas de los periódicos y los espacios en los medios. La violencia de los titulares, la que nos signa en el concierto internacional como ciudad con uno de los índices de mayor violencia en el mundo.
Pero también es cierto que ha existido y se ha venido acumulando como factor definitivo, otra forma de violencia. Una violencia silenciosa. Una violencia que muy poco espacio tiene en los medios. Una violencia que muchas veces para nosotros pasa desapercibida, es la violencia de la miseria, aquella de la desigualdad de oportunidades, la de la injusticia social. No es necesario repetir las estadísticas que le fijan bajísimos niveles de ingresos a la gran mayoría de las familias asentadas en la Ciudad y en el Área Metropolitana. Todo ello como producto del desequilibrio económico y social. Medellín registra el más alto índice de desempleo en el país.
Muchos ciudadanos, organizaciones, entidades gubernamentales y no gubernamentales, se han pronunciado de manera frecuente sobre el drama que vivimos en la Ciudad, pero todo no ha pasado de la formulación, la denuncia, la queja, la suplica, el programa incumplido de gobierno. Ha faltado la acción.
Ante la falta de respuestas positivas del Gobierno Central y como consecuencia, propongo al Honorable Concejo liderar la convocatoria de un paro cívico en procura de conseguir soluciones a los graves problemas planteados”.
Sometida esta propuesta a consideración del Concejo de Medellín, fue aprobada. Así consta en el acta Nº 57 del día 22 de mayo de 1.991. La aprobación por parte del Consejo de liderar la convocatoria de un paro cívico ante la falta de respuestas positivas del Gobierno Nacional, causó enorme revuelo y una llamada de atención por parte de los denominados jefes políticos a los Concejales, por haber aprobado una propuesta de esa naturaleza, presentado por el Concejal de la oposición.
Al siguiente día, los Concejales regañados promovieron un debate orientado a conseguir la desaprobación de la convocatoria al paro cívico por parte del Concejo y, en medio de la discusión, llegamos a un acuerdo de presentar una proposición sustitutiva que suscribí con el entonces Concejal Alfonso Núñez la Peira, cuyo texto cito textualmente: “ Ante la falta de respuestas a todo lo anterior, insistimos en soluciones reales para evitar que el Concejo sea llamado por la comunidad a liderar un paro cívico en procura de soluciones urgentes a los problemas planteados”. Puesta a consideración fue aprobada, Acta Nº 58 del 23 de mayo de 1.991
Por qué dirigimos en esa época toda la acción contra el Gobierno Nacional, por la simple y sencilla razón: es imposible que desde el ámbito estrictamente local se puedan resolver problemas tan estructurales como el desempleo y la miseria, los cuales están asociados con la violencia, y que para superarlos, se hace necesario cambiar el rumbo del modelo económico. En esa etapa crucial de la vida de la Ciudad de Medellín, el Concejo asumió una postura valiente frente al poder central. ¿Cuál es la postura del Concejo actual, frente a la grave situación de miseria y violencia que hoy padece la Ciudad?
No estamos, pues, frente a un hecho nuevo de violencia, esta lleva muchos años conviviendo con nosotros, lo que pasa es que tiene ciclos más dinámicos. Lo nuevo para destacar, es que en las décadas del 80 y 90, teníamos la violencia del narcotráfico liderada por Pablo Escobar, las milicias y la originada por la delincuencia común, cuya expresión más característica era el raponazo, el atraco callejero, en acciones muy individuales y algunas expresiones colectivas, atribuidas a lo que se conocía como las galladas. En las décadas del 80 y 90 los actores del conflicto urbano, no utilizaban fusiles, no incorporaban en sus filas, niños de ocho o diez años, y eran muy escasas las mujeres vinculadas con el fenómeno de la violencia urbana.
Hoy estamos en presencia de unas estructuras criminales, con un gran poder militar, económico y político, que al parecer cuenta con respaldo de algunos círculos del poder, y la aceptación de sectores de la sociedad. No se nos puede olvidar que el paramilitarismo fue aceptado como un mal menor por muchos colombianos, frente a la guerrilla.
Es sabido por muchos de nosotros, que algunos jefes paramilitares, han dicho que el proceso de paz fracasó, que les incumplieron las promesas, y que la mayoría de los integrantes del paramiltariosmo, voluntariamente, o. obligados se han incorporado a estas estructuras. Lo quiere decir, que el tratamiento de este fenómeno, no puede ser el que se le da a la delincuencia común.
Los gobernantes por no conocer la realidad nacional, o por tratar de ocultarla, cometen siempre las mismas estupideces. No podemos perder de vista que para poder trasformar la realidad hay que conocerla. Colombia no sólo es un país de regiones, sino también de ciudades, que deben su crecimiento a un fenómeno anormal. Es sabido que para que un pequeño pueblo se convierta en ciudad, se requieren siglos de un proceso lento y continuo, un todo socio espacial orgánico y hasta cierto punto coherente. Pero la ciudad colombiana con motivo del asesinato de Gaitán y la violencia que se desató después del año 1.948, registró un crecimiento brusco desordenado y anárquico.
Como en Colombia la historia se repite. La espiral de violencia de mediados de la década del 80, y que persiste hasta hoy, continuó expulsando las gentes del campo hacia los grandes centros urbanos. Hoy se habla de cuatro millones de desplazados, que han encontrado refugio en las zonas más apartadas del centro de la ciudad, conformando lo que algunos gobernantes de manera peyorativa han denominado, los cordones de miseria. Este fenómeno del desplazamiento, ha hecho mucho más compleja la situación económico, social, ambiental y familiar; múltiples contrastes dan prueba de ello, mientras un pequeño grupo económicamente poderoso vive en la opulencia y el despilfarro, la inmensa mayoría de la población vive en el atraso, el desempleo, bajos salarios, y una creciente miseria.
Por otra parte, la ciudad crese en edificios, vidrios y cemento alejada en buena parte de toda cultura urbana, el progreso y la industrialización se entiende como la modernización y la construcción de obras físicas que le den imagen al gobernante de turno, y no como el desarrollo del ser humano integral, un empleo digno, un medio ambiente sano, una familia estable, una educación y cultura universal.
Digamos, para terminar estos comentarios, que el Gobierno se parece mucho a una EPS; porque la EPS, siempre que atiende a un enfermo, le receta acetaminofen. El Gobierno cuando tiene que atender a la sociedad para tratarle la enfermedad de la violencia, le recepta policías, Jueces, Fiscales, y castigos severos para los menores de edad. Y está demostrado científicamente, que ninguno de estos medicamentos, curan la enfermedad.
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