Liseth Martínez
Un recorrido de cómo la revolución mexicana tuvo influencia en la pintura muralista de Diego Rivera
La pintura mural fue declarada el arte de la revolución mexicana, movimiento artístico de carácter indigenista que surge en 1910, de acuerdo con un programa destinado a socializar el arte que rechaza la pintura tradicional de caballete, así como cualquier otra obra procedente de los círculos intelectuales. Éste propone la producción de obras monumentales para el pueblo en las que se retrata la realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos de su historia. El muralismo fue uno de los fenómenos más decisivos de la plástica contemporánea iberoamericana y sus figuras principales son Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaros Sequeiros.
Diego Rivera (1886-1957) es el principal protagonista de este movimiento. Considerado como uno de los grandes artistas de todos los tiempos, dibujante magistral y estupendo colorista, demostró un gran talento para estructurar sus obras. Se dedicó a pintar grandes frescos sobre la historia de los problemas sociales de su país en los techos y paredes de edificios públicos, ya que consideraba que el arte debía servir a la clase trabajadora y estar fácilmente disponible o a su alcance.
El muralismo convierte a Rivera en un cronista de la historia mexicana y del sentimiento nacionalista, desde la antigüedad hasta el momento actual. Él tuvo influencias de grandes figuras representativas del arte como Pablo Picasso, con la técnica cubista; de Renoir, el impresionismo; de Cèzanne, la composición. En 1920 viaja a Italia donde estudió la técnica del pintor renacentista italiano Giotto, cuya influencia lo hizo apartarse del movimiento cubista.
En cuanto a la técnica, redescubrió el empleo del fresco (que consiste en pintar directamente sobre la argamasa, mezcla de cal y arena mojada, para que el color penetre y, al secarse aquélla, lo fije) y de la encáustica. Otra técnica fue emplear como pigmento la pintura de automóviles (piroxilina) y cemento coloreado con pistolas de aire. Utilizó, también, mosaico en losas precoladas; asimismo, nuevos materiales y procedimientos que aseguraban larga vida a las obras realizadas.
En la pintura de Rivera es evidente la influencia revolucionaria, donde el artista plasma un mundo con su despiadada lucha de clases, teniendo como tema obsesionante: el hombre explotado, engañado y envilecido por el hambre y la opresión.
Una de sus pinturas que refleja el carácter nacionalista, ecuánime y positivo de la revolución es El reparto de tierras, la cual destaca elementos característicos de ésta: los rasgos faciales indígenas, el color de piel, la vestimenta blanca, los sombreros y los machetes. Asimismo, notamos algunas influencias cubistas al usar formas geométricas como cuadros, elipsis, trapecios, triángulos, en La ciudad y sus montañas.
Su obra manifiesta la ironía, la amargura y la agresividad por parte de los miembros del ejército hacia los indígenas, lo cual es evidente en la pintura Los Explotadores, donde se observa una de tantas situaciones de las que fueron víctimas los indígenas. Es notable la utilización de colores vistosos, los cuales tienen una simbología determinada: el violeta, símbolo de pureza e inocencia del pueblo indígena; el marrón, ostenta el yugo y, el amarillo, alude al poder y la hegemonía del “explotador”.
La revolución jugó un papel muy importante en los murales de Diego Rivera, en los que proyecta su intenso nacionalismo, ideología política y lucha de clases. Sus murales lo hicieron tan famoso que se convirtió, no sólo en jefe de escuela pictórica, sino también en líder político, y desde 1922 hasta nuestros días no se han dejado de hacer murales en México, lo que comprueba el éxito y la fuerza del movimiento.
Filóloga
http://archivo.laprensa.com.ni/archivo/2004/septiembre/18/literaria/pintura/