Jorge Enrique Robledo, Palabras en el acto de homenaje, Bogotá, noviembre 26 de 2009
Colombia va mal y con tendencia a empeorar. Me refiero, como es obvio, a la situación del conjunto de la nación, porque también es cierto que a algunos, a cada vez menos, les va bien. Va mal en los factores que deciden la suerte de un país: en la cantidad de riqueza que se crea por habitante y en la manera como esta se distribuye, al igual que dan vergüenza las prácticas políticas autoritarias con que la cúpula uribista mangonea a los colombianos.
En relación con la cantidad de riqueza que se crea por habitante, indicador sobre el que poco se debate pero que está en la base de las condiciones de vida de la población, porque nada ni nadie puede distribuir más riqueza que la que existe, la mediocridad salta a la vista, si se compara con los países desarrollados. Además resalta el escaso desarrollo científico y tecnológico colombiano, fundamento también de todo progreso, con el agravante de que la distancia que nos separa de quienes van en la vanguardia productiva se agiganta cada vez más. Y es notorio que estamos bien lejos de donde quisiéramos en cuanto a más y mejores expresiones de la cultura nacional.
Acerca de la manera como se distribuye la riqueza, la situación es incluso peor. Colombia aparece como el país número siete en la peor desigualdad social en el mundo, lo que significa que de centenar y medio de países solo hay seis con mayores distancias entre los extremos de la riqueza y la pobreza. Es seguro que si Álvaro Uribe logra reelegirse, ganaremos medalla de oro en desigualdad social.
El impacto de estas dos realidades explica en primera instancia por qué en las propias estadísticas oficiales aparece la mitad de los colombianos en la pobreza, con una quinta parte en la indigencia, horror que se agrava por los 34 millones que aparecen en los listados del Sisbén y por la situación de muchos que no se cuentan como pobres pero sí llevan una vida llena de dificultades y en riesgo de empeorarse.
Entre las lacras que padecen los colombianos resalta que el cincuenta por ciento se halla en el desempleo o en el rebusque y que las condiciones laborales no dejan de deteriorarse; que suman legiones quienes sufren la enfermedad y hasta mueren por males que la medicina puede curar o controlar; que la falta de educación pública deja en la ignorancia a millones o los somete a dejar de comer para pagarse educación privada; y que cada mes las facturas de los servicios públicos le echan sal a la herida de la escasez en la que viven tantos compatriotas.
Para la mejor comprensión del país en que vivimos debe saberse que el capitalismo colombiano opera con más del cincuenta por ciento de la gente en la pobreza, mientras que el de los países capitalistas de mayor éxito funciona con el diez por ciento de los habitantes en esa condición, y que quienes están en la cúspide del poder económico en Colombia se asemejan a sus pares de los países desarrollados, en tanto que los pobres de aquí no se parecen a los de Estados Unidos, Europa y Japón sino a los de África.
¿Esta desgracia nos ocurre por alguna maldición? ¿O porque el país carece de suficientes riquezas naturales y humanas en que apoyarse? ¿O porque, como arguyen mentirosamente los racistas, nuestra genética nos inhabilita para alcanzar las condiciones de vida de otras latitudes? De ninguna manera. Nada que no pueda remediarse condena a Colombia a la situación que padece.
El país tiene más de un millón de kilómetros cuadrados de enormes riquezas naturales y somos 45 millones de personas inteligentes, creativas y trabajadoras como las que más, tal y como nos lo recuerda el prestigio con que cuentan los colombianos que trabajan en otros países porque aquí no encuentran en qué ocuparse. ¡Que nadie se atreva a decir, entonces, que el drama nacional se debe a que el país carece de la capacidad para sustentar el mayor de los progresos!
Entonces, como suele decirse cuando no se quiere resolver un problema, aquí lo que ha faltado y falta es voluntad política para llevar a Colombia por la senda del crecimiento económico y del progreso social, según lo prueba la historia del país y, en especial, lo ocurrido desde 1990, cuando se han presentado como claves para superar los problemas teorías y prácticas que no son las que han aplicado los países donde el capitalismo ha alcanzado los mayores desarrollos. Que Álvaro Uribe ni siquiera intenta romper las cadenas que atan al país con el atraso y la pobreza lo prueba su insistencia en firmar tratados de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, a pesar de que veinte años de experiencias, aquí y en todas partes, y más con la enorme crisis mundial, muestran que la globalización neoliberal no impulsa el progreso de países como Colombia, sino todo lo contrario.
Es sabido que el “libre comercio” le arrebata a Colombia hasta la potencialidad, la capacidad, de crear riqueza, al impedirle unir la inteligencia y las manos de la nación con los recursos que nos brinda la naturaleza. En consecuencia, le quita también la potencialidad, la capacidad, de generar ahorro interno, de acumular riqueza nacional, otro pilar del avance de cualquier nación, mientras impone la falsa alternativa del desarrollo por la inversión extranjera, la cual ni siquiera se propone para sumarle al esfuerzo propio sino para reemplazarlo, cosa que por supuesto no logra porque las medidas neoliberales destruyen más que lo que aportan y porque mediante auténticos dolarductos las trasnacionales exportan la riqueza que crea el esfuerzo de los colombianos.
Entonces, si bien la inversión extranjera puede contribuir con el desarrollo de Colombia, ello depende de las condiciones en las que actúe, porque su presencia no debería destruir sino sumarle a la producción de los colombianos, la cual requiere de la debida protección del Estado frente al poder de los monopolios. Para dar un ejemplo sobre el impacto negativo que puede tener el capital extranjero, acaba de estar en Bogotá Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía, quien dijo que la inversión de las trasnacionales en minería e hidrocarburos estaba revaluando el peso y destruyendo la economía, en tanto el gobierno, preso del dogma neoliberal, y de intereses distintos de los nacionales, agrego yo, no tomaba medidas frente al problema.
Parecido hay que decir de las importaciones: que si bien pueden contribuir con el progreso de Colombia, también pueden hacerle daño. Si, por ejemplo, son tractores, bienes que no producimos, bienvenidos; pero si son maíz o arroz, que podemos producir, nos resultan dañinas, porque arruinan el agro, nos impiden acumular riqueza y desemplean y empobrecen a los colombianos.
La concentración de la riqueza a sus máximos niveles constituye otra característica nociva del “libre comercio”, entre otras cosas porque la desnacionalización de la economía –otro sino de la época– hace que al país ya no lo controlen los magnates nativos sino los del mundo, a cuyo servicio se ponen todos los recursos nacionales, incluida la banca y el poder del Estado, pero sin que estos monopolistas se preocupen por la suerte de un país en el que ni siquiera viven y al que tratan como a un enclave al que no les interesa desarrollar más allá del mínimo necesario para esquilmarlo, mínimo que condena a Colombia al subdesarrollo y la pobreza.
En estas circunstancias, no de ahora, pero con esta tendencia agravada durante la vigencia del neoliberalismo, a la sociedad colombiana no se le permite desplegar sus fuerzas productivas a plenitud y se la obliga a operar entrabada, hasta el punto de que funciona con altos niveles de estancamiento, se le imposibilita crear nuevas áreas económicas de importancia y hasta le destruyen sectores productivos enteros.
Esta situación tiene como primera causa una razón política, que se traduce en que no ha habido ni hay un proyecto de desarrollo nacional, en el que se responda a intereses individuales y de clase, por supuesto, pero que también se proponga desarrollar al conjunto de la nación, de manera que el bienestar no sea casi un milagro del que están excluidos porcentajes inmensos e inaceptables de los colombianos, a quienes ya ni siquiera se les reconoce como el mercado interno al que la industria y el agro del país pueden venderles sus productos.
En la base de la descomunal corrupción que azota a Colombia –sea que esta emplee más o menos violencia, y con la evidente tendencia a ser cada vez más violenta– está una economía que lo único que genera en abundancia es pobreza y miseria. Porque cada vez es más difícil encontrar nichos en los que puedan construirse negocios prósperos o en los que los que existen puedan desarrollarse, de forma que, además, los trabajadores encuentren ocupación decente. Y porque la clave de la corrupción reside en controlar el Estado, el poder económico por excelencia, del que de tantas maneras depende el éxito de los negocios.
Está tan descuadernado este país que la estrategia principal para lograr el éxito consiste en separar la suerte personal de la suerte de la nación, de manera que a uno le vaya bien aunque al resto del país le vaya mal, lógica que en últimas explica por qué se aplauden las importaciones de bienes que podrían producirse en Colombia, que el país pierda gran parte del agro y casi toda la industria y se dedique a la minería, que se traspase a los extranjeros la propiedad de las principales empresas, que los ahorros nacionales no financien la producción sino la especulación y que la corrupción pulule. Y cada vez más la política sirve para eso: para llegar a la dirección del Estado no a dirigir el país hacia el progreso, sino para eximirse a sí mismo y a unos cuantos amigotes del desastre nacional.
El caso de “Agro, ingreso seguro” constituye un excelente ejemplo de cómo es que las políticas plutocráticas no resuelven los problemas nacionales pero sí enriquecen a unos cuantos compadres del gobierno, mientras el país –en este caso el agro– se hunde. Las cifras son elocuentes: el sector agropecuario crece menos que el promedio de la economía, el 65 por ciento de los habitantes en las zonas rurales languidece en la pobreza, pasan de dos millones los desplazados en este gobierno, la concentración de la tierra rural es de las peores del mundo, el área cultivada y las exportaciones agrarias están estancadas y las importaciones aumentaron de seis a diez millones de toneladas entre 2002 y 2008. Y parecido puede decirse sobre los negocios de los hijos de Álvaro Uribe.
Es natural, además, que estas relaciones económicas y sociales produzcan una política tan descompuesta como la que practica el uribismo, marcada para siempre con el hierro al rojo del parauribismo, la yidispolítica, la persecución a la Corte Suprema de Justicia, las asechanzas del DAS, los falsos positivos, el clientelismo y la corrupción.
Como dijera Francisco Mosquera y ratificara Héctor Valencia, sacar a Colombia del estado de postración en que se encuentra exige organizar un gran proyecto de unidad nacional que cuente con el respaldo de los campesinos, los jornaleros y los obreros, los indígenas y las negritudes, las capas medias de todos los sectores, los intelectuales, estudiantes y artistas, las mujeres y los LGBT, los miembros de todas las iglesias y el empresariado y los sectores democráticos de las fuerzas armadas, todos agrupados en torno a la defensa de la producción, el trabajo, la democracia y la soberanía, cuatro palabras sobre las que vale la pena detenerse.
Se trata lograr un país que defienda y proteja la producción industrial y agropecuaria, urbana y rural, de los campesinos y los indígenas, de los artesanos y del empresariado; que defienda el trabajo y a los trabajadores, en su acepción más amplia, es decir, el empleo decente, los derechos democráticos y el acceso del pueblo a la salud y la educación; que defienda la democracia, pero la auténtica, que trata con darles garantías a todos para opinar y actuar, elegir y ser elegido sin trampas ni cortapisas, para organizarse social y políticamente, para no ser discriminado por razones de género, raza, religión u orientación sexual y para que el Estado actúe con estricto respeto a la Constitución, a la ley y a los derechos ciudadanos. Esta concepción democrática incluye el rechazo al empleo de las armas para tratar las diferencias entre los colombianos y el logro de una solución política del conflicto armado.
Si dejé de último el tema de la soberanía fue para resaltarla, por ser el principal, porque la defensa de cada aspecto del interés nacional requiere de su cabal ejercicio, en el entendido de que no estamos por una Colombia aislada del mundo y con una economía autárquica, sino por un país que se relacione de la manera más amplia, incluso con Estados Unidos, pero a partir del respeto mutuo y el logro de intercambios de beneficio recíproco.
En consecuencia, especial resistencia hay que ofrecerle a la instalación de siete bases militares norteamericanas en sendas instalaciones militares colombianas, que Uribe le regala al imperialismo en la peor decisión de la historia de la República, porque ellas violan en materia gravísima la soberanía y la autodeterminación, convierten el país en peón de la estrategia de guerra de Estados Unidos para el control de América y el mundo, enturbian las relaciones con los demás países del continente y violan la Constitución nacional.
En el proyecto de unidad nacional que requiere Colombia para superar sus problemas deberá jugar un papel de importancia primordial el Polo Democrático Alternativo, la organización que unificó a la izquierda democrática colombiana, unidad que es uno de los requisitos indispensables para transformar profundamente el país, seguramente en asocio con otros sectores políticos y sociales con los que tengamos las suficientes coincidencias en lo económico, lo social y lo político.
En este sentido, el lunes de esta semana, por unanimidad en el Comité Ejecutivo del Polo, dimos un paso complementario a la decisión de la consulta que seleccionó al senador Gustavo Petro como el candidato del Polo para las elecciones presidenciales de mayo del año entrante, decisión que fue reconocida por Carlos Gaviria y la dirección de su campaña en la misma noche del 27 de septiembre pasado. Me refiero a la resolución que ratificó los criterios programáticos mediante los cuales el Polo adelantará contactos con otras organizaciones tendientes a llegar a acuerdos para enfrentar y derrotar el referendo reeleccionista y participar unidos en las elecciones presidenciales del año próximo. Dicho proceso se adelantará bajo la dirección y definición del Partido y podrá incluir una consulta interpartidista, previo un acuerdo programático para el cual el Polo ha propuesto los siguientes puntos:
Defender el espíritu democrático de la Constitución de 1991, separar el Estado y la política de la influencia de las mafias y del crimen, desatar la política social de la lógica del mercado y el lucro, democratizar el saber, el crédito, la vivienda y las tierras fértiles, defender la soberanía frente a cualquier centro de poder extranjero y rechazar las bases militares estadounidenses o de cualquier otro país en el territorio nacional, apoyar la integración de los pueblos latinoamericanos, rechazar la guerra y la violencia como instrumento de acción política y lograr la solución política del conflicto armado interno, instaurar una política económica y social democrática y progresista, defender el aparato productivo nacional y el mercado interno, rechazar el tratado de libre comercio con Estados Unidos, universalizar los derechos sociales, económicos y culturales de la nación, respetar los derechos de los trabajadores, defender la separación de los poderes y a la Corte Suprema de Justicia de los ataques del Gobierno Nacional y gobernar sin los vicios del clientelismo, la corrupción y la politiquería.
Entre las batallas que libramos sobresale la lucha contra el referendo reeleccionista de Álvaro Uribe, adefesio que a mi juicio no pasará, bien sea porque la Corte Constitucional, si actúa en derecho, lo hunda, o porque los tiempos no le den o porque, y esa sería la posibilidad de mayor gusto, el pueblo colombiano, encabezado por el Polo Democrático, lo derrote en las urnas negándose a refrendar con su presencia ese engendro regresivo y autoritario.
Cuente senador Gustavo Petro con que la tendencia política que yo represento dentro del Polo hará todo lo que esté a su alcance para contribuir con el éxito de su candidatura presidencial.
Que sin ninguna vacilación, compañeros y compañeras, esta tendencia contribuya con todo lo que esté a su alcance para unir de la mejor manera al Polo en torno a la candidatura de Gustavo Petro y del Ideario, los estatutos, los organismos de dirección y las listas a Senado y Cámara del Partido. Aferrémonos al propósito expresado por Carlos Gaviria de tener un Polo que actúe sin ambigüedades y sin sectarismos, que así cumpliremos con los objetivos que nos propusimos desde la fundación de la gran organización de la izquierda democrática.
Apreciado Representante a la Cámara Germán Navas Talero: constituye un honor para mí y para todos quienes me han respaldado y respaldan compartir con Usted en este acto que entiendo como una expresión de la generosidad de nuestros amigos. Y constituye también un honor compartir con usted la fórmula electoral para las elecciones de Congreso de marzo del año entrante.
Amigos y amigas: solo con el paso del tiempo se entenderá a cabalidad el enorme daño que Álvaro Uribe y la rosca que lo rodea le han hecho a Colombia, etapa de la vida nacional en que también se dio la creación del Polo Democrático Alternativo, uno de los hechos más positivos de nuestra historia. El futuro del país nos exige un gran esfuerzo para enfrentar con éxito las batallas políticas del año entrante. No nos basta con que salgamos elegidos quienes por esta tendencia estaremos en las listas del Polo al Senado y a la Cámara de Representantes. Requerimos alcanzar votaciones que jalonen las listas del Polo y que logren que Gustavo Petro, con toda su tenacidad y capacidad de lucha, gane la presidencia de la República.
Este llamado cordial a trabajar con tesón se los hago a todos, como es obvio, pero en especial a los jóvenes, sin cuyo decidido concurso ninguna sociedad ha alcanzado sus mejores objetivos.
Estoy seguro que nadie en esta sala, al igual que los muchos más que regados por todo el país nos acompañan en esta tarea, será inferior al reto que nos demanda el bienestar de Colombia.
Muchas gracias.