Ay País
Hector Rincón
La estrategia del silencio
Me pregunto si el no responder a la agresión da como resultado no tener que responder preguntas vitales.
Es muy fácil estar del lado del silencio cuando al otro lado está el vozarrón desafinado e insultante; es muy fácil tomar partido a favor de la austeridad cuando el oponente es un despilfarrador de energías y de dinero y, sobre todo, un ser despreciable a quien nunca se le oye una reflexión seria porque toda idea la expresa en palabrotas arrabaleras con las que pone a gozar a su tribuna analfabeta.
Es muy fácil, pues, el antichavismo. Y para la mayoría de los colombianos resulta muy fácil hacerse al lado del presidente Uribe quien debe tener la lengua morada de tanto mordérsela para no contestar porque su índole es impulsiva y tan agresiva como la del mismo Chávez. Pero Uribe, tan avispado como es, se ha refugiado en el silencio que le da dos resultados ganadores: el contraste con el chafarote lo erige en un ser superior ante sus huestes que le juzgan un hombre sereno y hasta indefenso pues mientras Chávez golpea los tambores, Uribe usa esos diminutivos detestables pero taquilleros por los que la masa suele considerarle pobrecito y sufridito. Pero el otro resultado del silencio es el mejor: no tener que explicar nada de lo que le cuestionan porque quien se lo cuestiona de manera principal es Chávez y como Chávez es tan agresivo y tan grosero, pues no le contesto y no le contesto y no le contesto. Y quienes se suman a los cuestionamientos sobre el tema de las bases militares o piden las explicaciones o quieren las claridades que Chávez exige de manera maleducada, pues reciben de forma inmediata la descalificación de la mayoría uribista como ha ocurrido con el ex presidente Ernesto Samper, con la senadora Piedad Córdoba y con el senador Gustavo Petro, a quienes, por lo bajito, suelen hundirles hasta la empuñadura el estoque de apátridas.
Hasta ahora la estrategia del silencio ha dado el resultado político que está claro. Uribe es tenido como un prohombre encaramado en el pedestal de la serenidad y de la sensatez; Chávez un tetramalnacido, y quienes se atreven a decir hombre eso de las bases merece una revisión; hombre eso de las bases nos aísla del resto del continente; hombre eso de las bases necesita, al menos, una contraprestación de parte de nuestros amigos los gringos de quienes somos novios unilaterales, quienes se atreven a esas obvias y simples miradas les caen con los taches arriba como me caerán a mí por el solo hecho de hacer las advertencias. Ay.
No creo, sin embargo, que la estrategia del silencio sea sostenible en el tiempo. Ni creo que tocar las puertas de Naciones Unidas y las de la OEA vayan a servir para ponerle fin a una crisis costosa, desgastante y peligrosa. Tampoco creo que censurar a los países de la Unasur porque han guardado silencio ante los vientos de guerra que pueden volverse tempestad, vaya a servir de algo para ponerle fin a este sinsabor de 2.000 kilómetros de largo que son los que tiene la frontera con Venezuela.
Colombia, que ha firmado un acuerdo por el cual puede haber tránsito de soldados y de aeronaves estadounidenses en siete bases militares, tiene la obligación de explicar hasta la saciedad el alcance de esa concesión. No quiso que se debatiera en el Congreso (a pesar de tener un Congreso a favor y del pronunciamiento del Consejo de Estado que lo recomendaba); no lo envió como prometió a los presidentes de Unasur para que lo conocieran; no lo ha difundido más allá de una publicación por Internet que arroja muchas preguntas. Preguntas que no se responden en desarrollo de una estrategia que enarbola el nacionalismo de la soberanía nacional y el silencio y la prudencia y la serenidad como actitud de respuesta ante el improperio chavista.
Toda esa estrategia, tan alabada, da sus frutos. Pero toda esa estrategia no soluciona un problema que devora nervios y empleos y es catastrófico para Colombia que tiene en Venezuela a su segundo socio comercial. No creo, pues, en la diplomacia del micrófono. Pero tampoco en la diplomacia del silencio que encubre una soberbia y un pasar agachado frente a un asunto tan clave que merece palabras.