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La crísis del apocalipsis

Las Crisis Del Apocalipsis

Escribe: FRANCISCO SAGASTI

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Wall Street ha perdido más del 20% de su valor. Es una pérdida contable en las empresas de US$ 3.5 billones en apenas 10 semanas.

“No sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”, definió el desconcierto reinante en su época el filósofo español José Ortega y Gasset casi un siglo atrás. Y lo mismo pasa ahora. La economía mundial ha ingresado a territorio no cartografiado, sin brújula ni estrellas de Wall Street que la guíen, encarrilándose por un curso de pronóstico reservado.

Tras el desplome de Wall Street en 1987, el “tequilazo” de 1994, la Crisis Asiática de 1997, el “vodkazo” de 1998, la quiebra de LTCM en 1998, el estallido de la burbuja del punto.com en 2000 y el “corralito” argentino en 2001, cundió la idea de que se había aprendido la dura lección. Así lo creían desde Alan “El Mago” Greenspan hasta el último analista financiero en Bombay.

Fue todo una gran ilusión.

La crisis económica en curso es la peor desde la Gran Depresión de 1929. En las últimas semanas hemos visto:

Medio millón de despidos sólo en noviembre, en EE.UU. En lo que va del 2008 suman más de 3 millones. El sector más golpeado, merecidamente, es el mundo financiero: 160,000 cabezas. Y sigue el machete. El Citibank anunció 50,000 nuevos despidos en los próximos meses.

Wall Street ha perdido más del 20% de su valor, una pérdida contable de las empresas (al menos en el papel) de US$ 3.5 billones en apenas 10 semanas.

Sólo el fraude de Bernard Madoff (cuyo apellido traducido al castellano sería algo así como “loco apagado”) podría llegar a la astronómica cifra US$ 50,000 millones, más o menos la mitad del PBI peruano.

El plan de salvataje de EE.UU. costará unos US$ 7 billones. El hoyo fiscal será igualmente profundo. Alguien va a tener que pagar esa factura.

La deuda pública de EE.UU. ha escalado a US$ 10.5 billones o 1% de su PBI.

EE.UU. depende del resto para financiar su déficit comercial. China tiene un grueso de sus ahorros invertidos en Bonos del Tesoro norteamericanos. La tasa de ahorro de China es 40%, la de EE.UU. es cercana a cero.

El crecimiento del PBI norteamericano será -0.7% en el 2009. China caerá a 8.5%, dos terceras partes de lo que creció en el 2007, Europa crecerá en -0.6%, América Latina en 2.5%. A nivel mundial, apenas 2.2%, menos de la mitad del crecimiento promedio de los últimos 3 años.

El valor del mercado inmobiliario –el origen de la burbuja– colapsó 20% entre marzo del 2007 y agosto pasado en Estados Unidos, y más de 10% en Inglaterra. Y todavía no toca fondo.

El precio del cobre ha caído cerca de 50% en lo que va del año. El precio del petróleo ha subido y bajado más que montaña rusa. En agosto alcanzó un pico de US$ 150 por barril, ahora se paga menos de US$ 40. Los precios de las materias primas han seguido un curso similar, aunque menos pronunciado.

La nacionalizació n del sistema financiero es el último grito de la moda. Lehman, AIG, Bear Sterns, Merrill Lynch, Wachovia, Fannie Mae, Freddie Mac en Estados Unidos, Northern Rock en Inglaterra, Fortis en Bélgica, entre otros, quebraron, se fusionaron a la fuerza o simple y llanamente fueron estatizados. Los apologistas del libre mercado se convirtieron en furibundos estatistas de un plumazo.

Dos de los tres principales productores de automóviles en los Estados Unidos –General Motors y Chrysler– han recibido un préstamo salvavidas de US$ 13,700 millones, y se espera que Ford tenga acceso a garantías por US$ 4,000 millones adicionales. Todos han cerrado plantas, están despidiendo personal y esperan que sus ventas bajen al menos en un 30% durante el 2009.

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El impacto de la última crisis, la peor desde la Gran Depresión.

El pánico cunde y los inversionistas guardan su dinero bajo el colchón. La crisis desafía las explicaciones simplistas y exige nuevos esquemas y maneras de pensar.

Cuatro Colapsos

Estamos frente a cuatro crisis simultáneas que convergen y se amplifican mutuamente: la del sistema financiero mundial, la del sistema productivo globalizado, la de ideas e ideologías, y la crisis generalizada de confianza.

La primera en hacerse visible fue la crisis financiera, que tiene su origen inmediato en la proliferación de hipotecas otorgadas en Estados Unidos a prestatarios que no pudieron cubrir sus pagos y que, debido a una serie de innovaciones financieras, afectaron a inversionistas en todo el mundo. Le siguió una crisis en las bolsas de valores, en los fondos de cobertura, en los bancos de inversión y bancos comerciales, y en las compañías de seguros. Al final, no quedó títere con cabeza y hasta las instituciones financieras más sólidas se vieron afectadas.

Los problemas financieros desencadenaron una segunda crisis: la del sistema productivo global. El crecimiento acelerado de los últimos años, particularmente en China y varios países emergentes, produjo una serie de cuellos de botella en el suministro de petróleo, materias primas y productos intermedios, cuyos precios aumentaron a niveles récord.

Las restricciones de crédito y la pérdida de empleos hicieron que los consumidores redujeran sus gastos, sobre todo en automóviles, equipos electrónicos, viajes y otros productos y servicios no esenciales.

La tercera crisis tiene lugar en el ámbito de las ideas y de la ideología. Si bien el colapso del comunismo descartó, en casi todo el mundo, la posibilidad de optar por economías centralmente planificadas, también puso de relieve las diferencias entre las economías de mercado.

El equilibrio entre regulación estatal y libre juego de las fuerzas de mercado, el papel del Estado en el sistema financiero, el peso relativo de los bancos y de los mercados de valores en el financiamiento empresarial, y el horizonte para evaluar el desempeño de las empresas hacen que los capitalismos de los países sean muy distintos.

En las últimas décadas se agudizaron los debates entre los partidarios de John Maynard Keynes, que justifican una mayor intervención estatal y el uso de estímulos fiscales para superar la recesión, y los seguidores de Milton Friedman, quienes abogan por minimizar el papel del Estado en cualquier circunstancia.

La cuarta y última crisis se refiere al factor clave en el funcionamiento de cualquier tipo de mercado: la confianza en que las transacciones acordadas serán respetadas y que todos los agentes, personas e instituciones, cumplirán su palabra y honrarán sus compromisos.


Precios de las casas se desplomaron en EE.UU. y aún no tocan fondo.

Los bancos desconfían los unos de los otros y desconfían de sus clientes, y exigen garantías superseguras para prestarles. Las personas evitan tomar préstamos porque no saben si tendrán trabajo, y las empresas prefieren reducir inversiones porque no saben si tendrán mercados. El resultado es una parálisis financiera y una sobredosis de pesimismo.

La combinación de estas cuatro crisis son los motores de la megacrisis.

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LA crisis tiene raíces históricas y se fue incubando a lo largo de al menos tres decenios. Los avances en tecnologías de información, la desregulación en el mundo de las finanzas y decisiones de política económica, muchas de ellas bien intencionadas, precipitaron el colapso de Wall Street.

Cuando en 1990 irrumpió Internet y la transmisión de datos a alta velocidad, los mercados financieros internacionales se integraron en una gran red global. El volumen de transacciones creció exponencialmente. El peso relativo de las empresas financieras en la economía, particularmente en Estados Unidos, aumentó.

Esto tuvo resultados positivos, sobre todo para el mercado de futuros, el manejo de riesgos financieros, y la gestión de mercados cambiarios.

Pero alejó a quienes desde la economía real interactuaban con el mundo de las finanzas por medio de la obtención de créditos, con los que en última instancia ponían el dinero para financiar esas operaciones.

La proliferación de intermediarios relajó la preocupación por la solidez de la transacción económica inicial y fue crecientemente difícil verificar la capacidad de pago de los deudores originales.

La desregulación, cuyo objetivo fue liberar a los mercados financieros de la interferencia estatal y aprovechar los beneficios del libre juego de las fuerzas de mercado, tuvo también efectos no deseados.

Un ejemplo fue la abolición en 1999 de la Ley Glass-Steagall de 1933, que establecía una clara diferencia entre bancos comerciales y bancos de inversión.

Los primeros recibían depósitos del público en cuentas corrientes y de ahorro, tenían limitaciones en cuanto a los riesgos que podían correr, eran supervisados estrechamente, y los depósitos de sus clientes estaban asegurados por el gobierno hasta por US$ 100,000.

En contraste, los bancos de inversión sólo recibían recursos de inversionistas, tenían mayor libertad para colocar estos recursos y podían correr más riesgos para aumentar sus utilidades, pero sus clientes no contaban con un seguro del Estado en caso de pérdidas.

Al eliminar la distinción se permitió a los bancos comerciales correr mayores riesgos e invertir en activos menos sólidos, y a los de inversión acceder a depósitos directos del público que tenían una garantía gubernamental.

Esto aumentó la propensión al riesgo y la vulnerabilidad del sistema bancario norteamericano.

Aún menos regulados y supervisados son los “fondos de cobertura” , el vehículo de inversión favorito de grandes inversionistas para obtener altas ganancias. Estos fondos apalancan sus operaciones con préstamos por un valor de 3 ó más veces su capital, en comparación con un máximo de 10 veces para los bancos comerciales.

Dependen fuertemente de la disponibilidad de crédito, lo que los hace muy vulnerables cuando éste se restringe. Además de su alto nivel de endeudamiento, los fondos de cobertura apuestan a favor o en contra de los movimientos de las bolsas, vendiendo anticipadamente acciones que no tienen a un precio determinado, o comprometiéndose a comprar acciones a cierto precio.

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Nótese el desplome de éste año. Los precios podrían comenzar a recuperarse a fines del 2009.

De esa forma sacan ventaja de las diferencias en las tasas de interés, las tasas de cambio y el precio de las acciones en distintas bolsas de diferentes países. Los fondos de cobertura fueron emblemáticos de lo que Bennet Harrison llamó “la economía casino”, porque la casa (los fondos) siempre gana y la mayoría de apostadores pierde.

Los incentivos para los principales ejecutivos de las empresas financieras, cuyas bonificaciones anuales llegaban a las decenas de millones de dólares y se basaban en las utilidades a corto plazo, estimularon comportamientos dudosos.

Los pagos en opciones de acciones, las compensaciones por volumen de operaciones, los conflictos de interés entre calificadoras de riesgo que evaluaban la solidez de las empresas y al mismo tiempo cobraban por asesorarlas, y la presión constante por satisfacer las expectativas de corto plazo de los accionistas, distorsionaron el sistema de incentivos y propiciaron comportamientos contraproducentes en el mediano y largo plazo.

La confluencia de avances tecnológicos y desregulación generó una avalancha de innovaciones en instrumentos financieros que deslumbró a los jóvenes profesionales en los noventas y los atrajo al mundo de las finanzas.

La innovación estrella fue la “titularización de hipotecas” que, reducida a su más simple expresión, significa que un banco no tiene por qué mantener un préstamo hipotecario hasta que esté cancelado. En vez de recibir pacientemente los pagos mensuales a lo largo de muchos años, el banco vende el préstamo a otra institución que se hace dueña de la obligación de pago.

Esto le da recursos al banco para hacer nuevos préstamos. Los bancos multiplicaban varias veces este tipo de operación, consolidaban muchas hipotecas en nuevos títulos financieros, dividían estos instrumentos de acuerdo a su supuesto nivel de riesgo, y los vendían a inversionistas que a su vez reempaquetaban estos activos y los volvían a vender.

Al final ninguna entidad financiera sabía a ciencia cierta qué tenía en su cartera. Cuando estas innovaciones se juntaron con la presión para otorgar préstamos hipotecarios a personas cuyos ingresos no garantizaban el pago, sobre todo cuando se les daba una tasa de interés muy baja al principio que luego aumentaba significativamente, la burbuja inmobiliaria de las hipotecas “subprime” se hinchó e hinchó hasta que estalló.

Respuestas al Desastre

Hasta el momento se están ensayando tres tipos de respuestas. La primera consiste en reforzar la regulación de los mercados financieros y mejorar la supervisión estatal. Además de medidas más estrictas en el ámbito nacional, está claro que el sistema financiero globalizado requiere intervenciones supranacionales. Esto ha llevado a los líderes del G-20, el grupo de las principales economías del mundo, a proponer una nueva arquitectura financiera internacional.

La segunda respuesta ha sido fortalecer a los bancos, aseguradoras y otras empresas mediante intervenciones del Estado. Luego de que el gobierno norteamericano dejara quebrar al Banco de Inversión Lehman, se dio cuenta que cualquier otra quiebra de una gran institución tendría efectos nefastos (ver recuadro). La tercera respuesta ha sido recurrir a la política monetaria expansiva, es decir poner funcionar a la “maquinita” para inyectar dinero en el mercado y así evitar una larga recesión. Esto se complementa con políticas expansivas de crédito, y una reducción significativa de las tasas de interés para estimular el consumo y la inversión. La Reserva Federal ha bajado su tasa de referencia a casi cero por ciento con la esperanza de echar a andar los engranajes del crédito.

¿Funcionará todo esto? No es posible apostar sobre seguro.

Pronósticos del 2009

SI bien “no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa”, es posible aventurar algunas conclusiones y pronósticos para el Perú y la región. Es posible equivocarse con las predicciones económicas, pero correremos ese riesgo.

Lo primero es que nadie es inmune a los efectos de esta crisis. De acuerdo a la CEPAL, el crecimiento económico de América Latina se reducirá a 1.9% en el 2009, menos del 4.5% del 2008; sin embargo, Perú continuará liderando el crecimiento en la región. No se espera entrar en una recesión, pero aumentará el desempleo, disminuirá la inflación y se reducirán las exportaciones. Particularmente preocupantes serán la disminución en los envíos de remesas, las restricciones en el acceso a los mercados de capital, la reducción en la inversión extranjera directa, y la caída de los precios de las materias primas de que depende la economía regional. Todo esto tendrá serios efectos sobre el nivel de desigualdad, agravando la cantidad e intensidad de los conflictos sociales. Volveremos a los tiempos de apretarse el cinturón, aunque aún no a los de vacas flacas.

En el ámbito internacional, durante 2009 veremos avances significativos en la regulación internacional del sistema financiero. Se habla ya de “un nuevo Bretton Woods” en referencia a la conferencia internacional que en 1944 creó el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pero esta vez incorporando entidades reguladoras de los mercados financieros internacionales y distribuyendo mejor el poder de decisión.

La volatilidad en los mercados del petróleo y las materias primas continuará con saltos de un extremo a otro en los niveles de precios, pero se irá amortiguando hacia el final del 2009, cuando se tenga más información sobre el impacto de la crisis en la demanda de estos productos. Volverán a tener una tendencia ascendente a partir de fines de entonces.

Los inversionistas seguirán buscando seguridad ante todo, evitando tomar riesgos y aceptando tasas de interés muy bajas a cambio de su tranquilidad. Las deprimidas bolsas de valores iniciarán una lenta pero más segura recuperación. El índice Dow Jones subirá lentamente, pero superará los 10,000 puntos a más tardar a mediados de 2009.

En 2009 no se sentirá aún la resaca que seguirá a la borrachera de los estímulos fiscales para amortiguar la crisis. Esto empezará a suceder al año siguiente, cuando se incrementarán las presiones inflacionarias. Lo que sí se viene en el 2009 es una devaluación del dólar americano. Como anticipo, el dólar perdió en un solo día (17 de diciembre del 2008) la cifra récord de 4% frente al euro.

Luego de ser eclipsados por los mercados financieros, los organismos multilaterales de financiamiento –BID, Banco Mundial, CAF, FMI– recuperarán su importancia en la canalización de recursos hacia los países en desarrollo. Se vislumbra que el BID necesitará un aumento de capital (por encima de sus US$ 98 mil millones actuales) si se espera que mantenga un nivel de préstamos acorde con la demanda de los países de la región. Luego de no tener clientes por unos años, el FMI podría requerir un aumento de cuotas si llega a utilizar rápidamente los US$ 250 mil millones que tiene disponibles para financiar a los países en desarrollo y a las economías emergentes. El papel más activo de los organismos multilaterales no vendrá acompañado de condiciones tan duras como las que imponían en el pasado.

Esta crisis, como todas, está generando nuevas oportunidades de inversión. Los precios de las acciones de muchas empresas están a precios muy bajos en relación a sus utilidades y el remate de viviendas en Estados Unidos presenta oportunidades para quienes aún tienen acceso al crédito. Quienes tengan recursos de inversión disponibles, estén dispuestos a asumir riesgos moderados y mantenga una perspectiva de mediano plazo para obtener retornos, ostentan una posición privilegiada para sacar ventaja de las difíciles condiciones actuales.

Gigantesca Intervención

Política de salvataje no tiene precedentes.

El costo del rescate del sistema financiero y de reducir el impacto de la recesión representa la más gigantesca intervención estatal en la historia de la economía mundial. Hasta el momento Estados Unidos ha destinado US$ 29 mil millones para evitar el colapso del banco de inversión Bear Sterns; el salvataje de Fannie Mae y Freddie Mac, las dos fuentes más importantes de financiamiento para hipotecas, está costando más de US$ 200 mil millones; el rescate del gigante asegurador AIG tiene una factura de más de US$ 122 mil millones; los recursos destinados a apuntalar a otros bancos privados se estiman en US$ 250 mil millones; y el salvataje del sector automotriz costará unos US$ 17,400 millones. Todo esto aparte de los US$ 700 mil millones que aprobó el Congreso norteamericano para comprar activos tóxicos en el sistema financiero, lo que totaliza más de US$ 1.3 billones de dólares. Por su parte, los líderes europeos acordaron en diciembre del 2008 un paquete de estímulos fiscales por 200 mil millones de euros, aunque varios analistas sugieren que eventualmente podría llegar a los 2 billones de euros. China ya comenzó a gastar un paquete de US$ 586 mil millones de dólares para estimular su economía y aliviar el impacto de la crisis, destinándolos a obras de agua, electricidad, ferrocarriles y carreteras en las zonas de mayor pobreza.

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