“Vivimos en una era en la que cada uno se siente con el derecho de hablar de cualquier tema”
E.O con IA Chatgpt.com
Julián de Zubiría Samper
elespectador.com 02 de diciembre de 2025
Con frecuencia escuchamos: “Esa es mi opinión. Aunque pensamos distinto, usted debe respetarla”. ¿Pero es cierto que debemos respetar y tolerar todas las opiniones?
En la última época, el debate público se ha deteriorado de manera preocupante. Las democracias están en riesgo porque no pueden sobrevivir sin el debate argumentado y respetuoso de ideas, pero sucede que hoy este se realiza en un espacio virtual en el que casi todos están enmascarados, dominan las ideas efímeras y la mayoría consulta fuentes y personas que ratifican sus visiones del mundo. Leen para reconfirmar, no para pensar. Se refuerza el sesgo de confirmación. Cada vez hay menos reflexiones, verificación de fuentes, dudas, espacio y tiempo para los contraargumentos. Cada uno se siente dueño de la verdad.
Aunque en las plataformas contamos con muy pocos caracteres para expresar ideas, todos se consideran con el derecho a opinar sobre ciencia, política, economía, educación, deporte o guerras, entre muchos otros temas. Si se está hablando del asesinato de un joven estudiante universitario, los participantes simulan ser expertos abogados para poder determinar, juzgar y castigar al responsable. Si el tema es la invasión a un país, los comentaristas se vuelven especialistas en política mundial, relaciones y derecho internacional. Si se trata de un acto de corrupción, opinan como si fueran expertos peritos que han revisado las pruebas para determinar responsables y sanciones.
El espectáculo de opinar libre, abierta y ampliamente abarca todas las instituciones y espacios públicos. En los colegios, por ejemplo, los padres se consideran con el derecho a evaluar el nivel de comprensión lectora, pensamiento crítico, autonomía, socialización o consolidación de las competencias matemáticas de sus hijos e hijas y creen poseer los criterios suficientes para determinar si deben aprobar el año escolar. Si cometieron una falta, es frecuente que sus progenitores simulen haber estado en la escena para concluir que la responsabilidad necesariamente es de sus compañeros. Estamos cerca de que los diagnósticos médicos sean confrontados por pacientes que previamente han consultado ChatGPT. En el futuro, es muy posible que un buen grupo de ciudadanos cuestione el nivel de colesterol o leucocitos en la sangre que aparece en sus resultados de laboratorio.
Vivimos en una era en la que cada uno se siente con el derecho de hablar de cualquier tema. Estamos observando un declive de las ciencias, el estudio prolongado, las universidades, la lectura y el rigor; vemos el apogeo de la opinión y los juicios efímeros. De manera análoga a como sucedió unas décadas atrás con la generalización de las comidas rápidas, hoy también el pensamiento y la lectura son rápidos, frágiles y superficiales. El actor argentino Manuel Gutiérrez Arana reflexiona con fino humor sobre estos temas en una recomendada charla TED en Bariloche.
Lo primero que hay que entender es que las opiniones son abiertamente interesadas, subjetivas y personales. Son claramente sesgadas. Las opiniones se soportan en necesidades personales y, ante el auge de la posmodernidad y la relativización de la verdad que generó, han adquirido un estatus similar al que antaño tuvieron las ciencias. Al respecto, un caso emblemático fue explicado por el físico Alan Sokal en su libro Imposturas intelectuales (1999). Para mostrar los absurdos a los que puede llegar el relativismo envió a una revista posmoderna un artículo de física con el título “Transgredir las fronteras: hacia una hermeneútica transformadora de la gravedad cuántica”. El documento estaba plagado de frases absurdas. ¡El artículo fue publicado por la Revista Social Text en un número especial dedicado a rebatir las críticas formuladas contra el posmodernismo!
Un ejemplo más cotidiano y simple es la opinión que expresa una buena parte de los hinchas deportivos. La lógica con la que suelen operar es bastante sencilla: casi todas las acciones arbitrales que benefician a su equipo fueron adecuadamente señaladas por el juez central y casi todas las decisiones arbitrales que le perjudican fueron injustamente señaladas por el árbitro. Actúan movidos por la conveniencia y el beneficio propio o grupal.
Como afirmaba Gastón Bachelard en su texto Epistemología (1973): “La opinión piensa mal, no piensa: traduce las necesidades en conocimientos. Al designar a los objetos por su utilidad se niega a conocerlos. No se puede basar nada en la opinión: antes hay que destruirla”. Umberto Eco fue más radical al señalar que el problema se originaba al otorgarle poder de comunicación a personas que carecían del conocimiento, la formación y los estudios necesarios.
Tanto Adela Cortina como Fernando Savater y José Antonio Marina enfatizan una segunda idea central: las personas siempre deben ser respetadas. Por el contrario, las opiniones deben ganarse el respeto y esto solo lo pueden hacer mediante una estructura argumentativa clara, diversa y sólida. Una parte de las opiniones que escuchamos son estupideces que no tienen la más mínima justificación. Lo vemos incluso en destacadas figuras de la política internacional: “los inmigrantes son drogadictos que comen gatos y perros y que vienen a quitarnos los trabajos”, “los negros son muy flojos trabajadores y por eso son más pobres” o “las mujeres son menos inteligentes que los hombres”. ¿Deben tolerarse estas opiniones, como afirman muchos? ¡De ninguna manera!
Como puede verse, hay ideas más claras, más elaboradas, justas, profundas y más ciertas que otras. Las personas tienen derecho a expresar su opinión, pero deben entender que las ideas ganan respeto mediante fundamentación y sustentación. Son los argumentos los que les dan fuerza, vuelo y trascendencia. Si carecen de ellos, pierden credibilidad. El problema es que en las plataformas virtuales actuales es casi imposible argumentar. No hay espacio, tiempo ni condiciones. En las redes, un argumento suele ser rápidamente descalificado por hordas de comentarios en contra que terminan por descalificar al adversario y no al argumento planteado, en lo que se conoce como la falacia ad hominem. Muchas veces son comentarios hechos por troles o máquinas programadas para manipular al público.
Los debates de ideas han sido uno de los motores más importantes para la ciencia y el progreso de la humanidad. Como demostró Kuhn, con el paso del tiempo sobreviven las ideas más argumentadas, interpretativas y validadas, pero, ante la hipertrofia actual del individuo, se está frenando la cualificación de ideas. Cada uno tiende a encerrarse en sus propias y supuestas verdades y termina por aprender muy poco de los otros, de la lectura o del debate. La gran paradoja es que vamos hacia un mundo menos diverso, en el que domina el pensamiento más homogéneo. Como tituló un reciente artículo del New York Times: “Pensar se está convirtiendo en un lujo”.
¿Son inevitables el declive de la democracia, el auge de las fake news y el debilitamiento del debate argumentado? ¡De ninguna manera! El riesgo existe, pero como afirma el presidente Emmanuel Macron, tenemos los medios para reconstruir las democracias del siglo XXI. Para ello, “debemos volver a colocar la ciencia y el conocimiento en el centro. Debemos devolver la autoridad científica a su lugar central. Debemos reinstaurar la cultura, la educación y el aprendizaje en el corazón de nuestra sociedad”.
En consecuencia, si fortalecemos la ciencia, la investigación, la lectura y el pensamiento crítico, podremos garantizar que las próximas generaciones entiendan que siempre hay que respetar el derecho a expresarse, pero que las opiniones solo deben ser respetadas si cuentan con argumentos serios, profundos y verdaderos. Para lograrlo, los Estados deben impedir que las personas actúen enmascaradas en las redes y necesitamos fortalecer significativamente la calidad de la educación brindada en colegios y familias. Aun así, todos debemos y podemos ayudar a robustecer el debate argumentado de ideas. El problema es que eso requiere un compromiso por parte de la sociedad civil y de la clase política del cual –hasta el momento– hemos carecido.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
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