La lucha por un alza general de salarios es también una lucha contra la opresión de la mujer
Si los salarios aumentan, no se desatará ningún caos económico, lo único que ocurrirá es que disminuirá la plusvalía
Revolución Obrera
diciembre 6, 2025
Bajo el nauseabundo régimen capitalista, el salario no es más que el precio de la fuerza de trabajo, esa mercancía cuyo valor está determinado por los medios indispensables para mantener con vida a la familia obrera y permitirle reproducirse.
El capitalista, cuya «genialidad» no consiste en producir, sino en apropiarse del trabajo ajeno, lleva décadas en Colombia pagando por debajo de lo que realmente cuesta reproducir nuestra fuerza de trabajo; y lo hace para aumentar sus ganancias y mantener su vida de lujos y acumulación, mientras quienes —con sus brazos y mentes poderosas— mueven el mundo, viven sometidos a jornadas interminables, múltiples trabajos, deudas crecientes, falta de descanso y una vida familiar fragmentada por el agotamiento.
Ahora, como cada fin de año, se inicia la farsa de la negociación del salario mínimo, y vuelve a escucharse la eterna cantinela burguesa: «Un aumento salarial general provocaría inflación y caos económico». Pero la teoría marxista lo ha dicho y la práctica lo ha demostrado, en países como Luxemburgo, los salarios son altos y la inflación, no; incluso aquí hemos tenido períodos en los que el salario subió sin que la inflación lo acompañara.
Todo esto prueba lo contrario de lo que pregona la burguesía: el valor de las mercancías lo determina el tiempo de trabajo socialmente necesario, no el monto del salario de quienes las producen. Si los salarios aumentan, no se desatará ningún caos económico, lo único que ocurrirá es que disminuirá la plusvalía. Es decir, bajará la cuota de ganancia del parásito capitalista.
Esa es la única «crisis» que temen los burgueses, que el capital pierda una fracción del trabajo no pagado que se apropia en forma de plusvalía; pues un aumento general de salarios no altera los precios, solo reduce la explotación; lo que la clase obrera recupera, lo pierde la inútil clase de los capitalistas. Por eso la burguesía tiembla cuando la clase trabajadora se organiza para pelear en las calles por un alza general de salarios que de verdad le arrebate una parte de la riqueza que produce.
Ahora bien, cuando el salario real cae, las familias obreras nos vemos obligadas a recortar gastos, lo que implica menos alimentos, menos servicios, menos asistencia externa en nuestros hogares; pero lo que deja de comprar la familia obrera no desaparece del mundo, sino que se convierte en más esclavitud doméstica. ¿Y sobre quién recae esa esclavitud? Sobre nosotras, las mujeres trabajadoras, en quienes la sociedad capitalista descarga la responsabilidad principal de la reproducción cotidiana de la vida.
Y la rebaja de salarios —o el pírrico aumento que no alcanza— no se paga solo con recortes en la lista del mercado. Se paga con tiempo y con vida. Con el tiempo perdido en un transporte público saturado o en caminatas kilométricas porque no hay para el pasaje extra, horas que se roban al descanso y aumentan el estrés y el agotamiento. Es la media hora de vida haciendo una fila interminable en el supermercado donde es unos pesos más barato porque la precarización laboral deja a un solo cajero atendiendo a una fila eterna de proletarios y proletarias. Cuando el dinero no alcanza, la diferencia la ponemos nosotras con nuestro tiempo, nuestra paciencia y nuestra energía.
Cuando el salario no alcanza para pagar guarderías, somos las obreras y campesinas quienes sostenemos el cuidado. Cuando no se puede pagar limpieza, somos las obreras y campesinas quienes limpiamos. Cuando no se compra comida preparada, somos las obreras y campesinas quienes cocinamos, y todo eso después de ser exprimidas en la fábrica, la empresa o el empleo informal.
Así, la rebaja del salario real intensifica la esclavitud doméstica, porque lo que no paga el capital debe pagarse con el cuerpo, la vida y el dolor de las mujeres obreras. Por ello, un alza general de salarios no es una concesión «economicista» sino una herramienta concreta para aliviar la carga que hoy soportamos sobre nuestras espaldas de trabajadoras. Un salario más alto significa:
- Menos horas extra impuestas por la miseria.
- Más tiempo para nuestras familias.
- Posibilidad real de planificar, ahorrar y no vivir al día.
- Mejor salud, mejor alimentación y condiciones para vivir y también para luchar.
- Posibilidad de reducir la esclavitud doméstica que el sistema nos impone.
Por eso, la lucha por un alza general de salarios es también una lucha contra la opresión de la mujer. Pero también sabemos que un salario más alto no pone fin a la explotación. Solo afloja un poco, y momentáneamente, nuestras cadenas. Por eso, aunque la batalla por el salario es necesaria, urgente y justa, no es la guerra final. El objetivo último es construir una sociedad en la que esté abolida la esclavitud asalariada y en la que la vida no esté subordinada al capital. Y ese mundo no será un regalo, lo conquistaremos con conciencia, organización y lucha constante y decidida. Y nosotras, mujeres trabajadoras, tenemos un papel en esa lucha, un papel que no podemos ignorar.
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