Está claro desde hace mucho tiempo que ningún líder mundial –ninguno– tiene la intención de tomar medidas efectivas contra el expansionismo sionista
Imagen: La tragedia sigue. © UNICEF/Eyad El Baba. Un menor observa la devastación en el barrio de Tal al-Hawa, en la ciudad de Gaza.
José Goulão
strategic-culture.su/4 de diciembre de 2025
El mundo observa, en gran medida impasible y en silencio, cultivando omisiones mientras siembra falsas esperanzas, mientras se desarrolla la farsa en torno al llamado "plan de 20 puntos" de Donald Trump para la "paz en Gaza". Desde el principio, el plan ha sido poco más que una estratagema mediática, un dispositivo de propaganda que, casi dos meses después del anuncio de un falso alto el fuego, ya ha proporcionado varias victorias estratégicas a sus artífices. Estos logros forman parte de una campaña occidental más amplia, en connivencia con Israel, para ocultar el genocidio en Gaza de la vista pública, persuadiendo al público mundial de que de alguna manera se ha abierto un camino hacia la "pacificación". En realidad, casi nada ha cambiado: ni siquiera existe un verdadero alto el fuego.
Es, sin duda, la maniobra más eficaz hasta la fecha por parte de quienes perpetran y avalan el exterminio de los palestinos, quienes, tras dos años de destrucción sistemática, se dieron cuenta de que el rumbo que seguían —especialmente después del 7 de octubre de 2023— había desencadenado una ola de indignación mundial cada vez mayor. Esa ira amenazaba, al menos hipotéticamente, con volverse contra sus instigadores. El aislamiento diplomático de Israel se estaba volviendo tan marcado que incluso Trump y las instituciones, cada vez más desorientadas, de la Unión Europea podían percibirlo.
Una victoria más de este elaborado engaño, urdido para garantizar que lo esencial permanezca inalterado —o, al menos, que se mantengan las condiciones para continuar la destrucción de la vida palestina— ha sido la aparente "credibilidad" adquirida por el propio "plan Trump". Como si, por una conversión milagrosa, el supuesto "vínculo inquebrantable" entre Estados Unidos e Israel se hubiera visto repentinamente atenuado por un despertar moral que nunca ha mostrado; como si Washington, impulsado por el sufrimiento palestino, hubiera ideado una salida que pudiera salvar las apariencias.
Los medios de comunicación globales cumplieron diligentemente con su parte. Gobiernos e instituciones internacionales —vergonzosamente incluyendo a muchos del mundo árabe— fingieron movilizarse en torno a la iniciativa, contribuyendo a transformar un truco de magia político en algo presentado como humanitario. El Consejo de Seguridad de la ONU, ahora reducido a un custodio del orden imperial, finalmente adoptó el plan como propio, a pesar de que la UNCTAD había concluido que las condiciones en Gaza son las más catastróficas jamás registradas.
La postura del Consejo simplemente confirma, innecesariamente, que Rusia y China, mediante sus abstenciones oportunistas, no pudieron manifestar la más mínima solidaridad humanitaria con una población aún condenada a muerte. Ningún funcionario de Pekín o Moscú puede alegar plausiblemente ignorar que el "plan Trump" no guarda relación alguna con el Derecho Internacional aplicable a Palestina; incluso ignora, ostentosamente, el derecho a establecer un Estado palestino. Por lo tanto, cuando cualquier gobierno, sobre todo dentro de la UE, proclama su apoyo a la "solución de dos Estados" al tiempo que se alinea con el plan de Trump, está cometiendo, más descaradamente que nunca, un engaño descarado.
Otro gran beneficiario de la supuesta credibilidad del plan es el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. El documento lleva su huella en todo momento, no solo en su flagrante desprecio por el derecho internacional, sino también en el salvavidas político que le proporciona. Le ayuda a prolongar su permanencia en el cargo a pesar de los cargos penales que enfrenta en las cada vez más vulnerables instituciones judiciales israelíes.
Netanyahu no logró el objetivo que proclamó al intensificar la violencia en octubre de 2023: la eliminación de Hamás; en otras palabras, la destrucción de la resistencia armada palestina. A pesar del abrumador desequilibrio en la potencia de fuego y de las más de 70.000 muertes de civiles, Hamás y el frente de resistencia en general siguen activos.
Uno de los principales objetivos de Netanyahu al adoptar la iniciativa de Trump era asegurar la liberación de los rehenes que aún se encontraban en poder de grupos palestinos, aliviando así la creciente presión política y el descontento público derivado de su negativa a devolver a todos los cautivos, vivos o muertos, a Israel. Esto requirió crear la ilusión de un alto el fuego para facilitar un intercambio: rehenes a cambio de la liberación de numerosos presos políticos palestinos. Pero, en realidad, nunca existió un alto el fuego. Todo el proceso es una ilusión —una ficción respaldada por líderes políticos, medios de comunicación globales y ahora el Consejo de Seguridad— que permite al público creer que la masacre se ha detenido y que podría estar surgiendo un camino hacia la paz.
Según el plan, Gaza sería administrada por una autoridad tecnocrática supervisada por un supuesto "Consejo de Paz" presidido por el propio Trump, flanqueado por el eterno oportunista Tony Blair y, acechando en segundo plano, Netanyahu. Esta arquitectura no es muy alentadora para la protección de los derechos palestinos. También prevé el despliegue de una "fuerza de estabilización" internacional —en realidad, una nueva forma de ocupación— que trabajaría junto al ejército israelí dentro de Gaza, estacionada dentro de una zona de "línea amarilla" cuya expansión siempre sería posible.
Tales acuerdos no detendrán el genocidio, contrariamente a las garantías ofrecidas al mundo. En el mejor de los casos, podrían ralentizar el ritmo del exterminio por razones puramente de presentación. Sin embargo, tarde o temprano —una vez que Israel se haya reagrupado militarmente, quizás impulsado por alguna oportuna provocación de Hamás—, la embestida se reanudará con renovada intensidad, en pos del objetivo final del sionismo: una tierra llamada Palestina sin el pueblo palestino.
¿Quién lo detendrá? Solo la resistencia palestina y los millones de personas que se manifiestan en solidaridad en todo el mundo. Desde hace tiempo es evidente que ningún líder mundial —ninguno— pretende tomar medidas efectivas contra el expansionismo sionista. Así, las leyes terrenales y el derecho internacional se dejan de lado, suplantados por una supuesta "ley divina" invocada por fanáticos al servicio de intereses coloniales fríos y calculadores, extraídos de las páginas más oscuras del Antiguo Testamento. Este es el verdadero significado del vasallaje político global mostrado hacia Israel.
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