Fin del mercado en la competencia mediática
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Lic. Alejandro Marcó del Pont
eltabanoeconomista.wordpress.com/17/12/2025
Se ha configurado, ante nuestra mirada a menudo distraída o voluntariamente ciega, la arquitectura de un nuevo régimen de poder. No se trata de una conspiración en la sombra, sino de la consecuencia lógica, una nueva fase del capitalismo global, la emergencia de un sistema integrado de poder que podríamos denominar «El Gran Mecanismo», la convergencia de varios vectores del capitalismo: la financiarización total, la revolución digital, la crisis de la democracia representativa y la sed de hegemonía en un orden mundial multipolar.
Lo que emerge no es una simple alianza de intereses, sino la cristalización de un sistema integrado de dominación que podríamos denominar «La Fábrica de la Realidad». En su núcleo opera una unión geopolítica y financiera de una profundidad inédita, una simbiosis que trasciende lo puramente económico para soldar intereses que, en la superficie se presentan como antagónicos irreconciliables. Los fondos soberanos de las monarquías petroleras del Golfo —Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos—, se entrelazan ahora de manera orgánica y creciente con las agendas abiertamente pro-israelíes de ciertos sectores del poder estadounidense. Esta fusión no es una anomalía; es la nueva norma.
Este nexo perverso entre actores estatales, corporaciones tecnológicas y conglomerados mediáticos forma lo que solo puede describirse como un «complejo tecno-militar-industrial-informacional». En este complejo, el control de la información —ejercido a través de medios tradicionales y redes sociales— se fusiona orgánicamente con las inversiones encomplejo tecno-militar-industrial-informacional de doble uso, erosionando la soberanía nacional de los estados y fomentando una arquitectura global de vigilancia masiva y manipulación cognitiva.
Es la red definitiva del crony capitalism o capitalismo clientelista, donde el éxito económico depende no de la innovación o la eficiencia, sino de la proximidad al poder político y a los flujos de capital soberano. La disputa por Warner, por tanto, no es sobre quién tendrá los derechos de Harry Potter o de Superman; significa que la adquisición podría extender el control bélico-tecnológico directamente a las narrativas mediáticas masivas, creando un ecosistema perfecto donde, como bien se ha dicho, «la información es un arma, las redes sociales son campos de batalla y las inversiones soberanas financian la dominación«.
La tesis de que «la libre empresa y la competencia han desaparecido» encuentra un respaldo abrumador en la literatura económica más rigurosa de los últimos años, que documenta meticulosamente la concentración extrema del mercado, especialmente en Estados Unidos. Estudios como «Poder político y poder de mercado» de la Facultad de Derecho de Harvard y «El poder (de mercado) es poder (político)” de la Universidad de Cambridge, trazan el mapa de esta mutación estructural.
Se entiende ampliamente que las megafusiones transforman los mercados, aumentando el poder de fijación de precios y los márgenes de beneficio de forma artificial. Sin embargo, esta consolidación económica tiene una consecuencia política aún más profunda y duradera: una influencia desmedida sobre el Estado. Al presionar a los responsables políticos, contribuir con sumas astronómicas a las campañas y operar el lucrativo circuito de las puertas giratorias, las corporaciones dominantes pueden torcer las regulaciones para proteger y ampliar sus ventajas de mercado.
Este doble canal de influencia —el poder de mercado y el poder regulador— constituye el eje central de la captura institucional. Los regímenes políticos occidentales se asemejan cada vez más al principio de «un dólar, un voto», en lugar de «una persona, un voto». Los datos son incontrovertibles: desde finales de la década de 1990, la concentración del mercado ha aumentado de manera significativa en numerosas industrias estadounidenses. En sectores críticos, apenas cuatro empresas controlan más de dos tercios del mercado.
Esta concentración se correlaciona directamente con un aumento de las tasas de beneficio promedio y de los márgenes, el sello distintivo de los oligopolios y cuasimonopolios. Las industrias concentradas tienen el incentivo y la capacidad de realizar inversiones colosales en lobby, contribuciones a campañas y en el tráfico de exreguladores hacia sus filas. Esta dinámica crea un ciclo vicioso de retroalimentación positiva: el poder de mercado conduce a la influencia política, que genera favoritismo regulatorio, que a su vez consolida más poder de mercado. El resultado final es que el destino del mercado está determinado por maniobras políticas y conexiones, no por la eficiencia económica o la innovación.
El caso de la oferta de Paramount por Warner Bros. Discovery es el ejemplo de manual, la radiografía perfecta de este nuevo orden. En su comunicado de prensa anunciando la oferta pública de adquisición de 108.000 millones de dólares, Paramount omitió estratégicamente un dato tan significativo como revelador. La financiación proviene de una firma de capital privado propiedad de Jared Kushner, yerno del presidente Donald Trump, y de tres monarquías del Golfo: Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Estos mismos estados tienen, colectivamente, miles de millones de dólares en proyectos en curso vinculados a la empresa familiar Trump.
La participación de Kushner coloca la transacción en el corazón mismo de un conflicto de interés estructural, un acuerdo comercial internacional de magnitudes colosales que, en última instancia, requerirá la revisión y aprobación regulatoria de la misma administración con la que Kushner mantiene vínculos familiares directos. La dinámica de presión es obscena. Además de presionar a los reguladores para que adopten una línea dura contra la oferta rival de Netflix, Trump y sus asesores podrían inclinar la balanza de innumerables maneras, por ejemplo, desestimando las preocupaciones de seguridad nacional que surgen naturalmente por la participación mayoritaria de fondos extranjeros.
Juntos, los tres fondos soberanos árabes se comprometieron a contribuir con 24.000 millones de dólares, casi tres quintas partes del capital total de la oferta. Normalmente, una participación extranjera de esta magnitud desencadenaría una revisión exhaustiva y potencialmente bloqueadora por parte del Comité de Inversión Extranjera en los Estados Unidos (CFIUS), el panel federal que evalúa los riesgos para la seguridad nacional. Sin embargo, Paramount arguye, con una lógica que huele a pretexto, que estos fondos han acordado «renunciar a sus derechos de gobernanza», pretendiendo con ello que el acuerdo no plantea problemas de seguridad y puede eludir el escrutinio.
La cuestión central, más allá del tecnicismo legal, es la participación explícita de individuos con vínculos directos y familiares con el poder ejecutivo en una transacción que redefine el paisaje mediático global. Pero el elenco de personajes se vuelve aún más revelador cuando miramos al otro lado: el dueño de Paramount es Larry Ellison, cofundador de Oracle, un ferviente seguidor de Trump y partidario militante de Israel, que ha donado millones a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) y es cercano al primer ministro Benjamin Netanyahu.
Por tanto, detrás de la oferta por Warner Bros. Discovery —y su preciado botín que incluye HBO, CNN y DC Comics— no parece haber solo un frío interés económico en escalar en la guerra del streaming. La verdadera agenda es la consolidación de un poder narrativo de escala planetaria. Se trata de controlar los mecanismos que moldean la opinión pública, especialmente entre las generaciones más jóvenes, para inclinarla a favor de agendas políticas específicas: narrativas profundamente pro-israelíes, conservadoras y alineadas con los intereses geopolíticos de una élite transnacional.
Los fondos soberanos árabes son el vehículo perfecto para esta operación. A diferencia de los fondos de inversión tradicionales, obsesionados únicamente con el retorno financiero, estos fondos controlados por Estados invierten con objetivos estratégicos explícitos: reducir la dependencia del petróleo dirigiendo sus fondos a sectores del futuro, adquirir activos en economías occidentales clave para aumentar su influencia blanda, y obtener acceso a la tecnología y la experiencia de las empresas de medios más poderosas del mundo.
La ramificación de este control se extiende más allá de las pantallas. Se integra con tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial, el big data y los algoritmos de manipulación informativa, transformando la información en un arma estratégica dentro de un ecosistema híbrido de guerra cognitiva. En este entorno, las redes sociales —X, TikTok, Facebook— dejan de ser plataformas de comunicación para convertirse en campos de batalla digitales primarios. Aquí, ejércitos de bots, algoritmos sesgados y campañas de influencia coordinadas amplifican mensajes bélicos, difunden desinformación, moldean percepciones globales en tiempo real y captan información.
La inversión en tecnología de doble uso (civil-militar) es clave: los mismos fondos que financian un estudio de cine pueden estar haciéndolo también con una startup que desarrolla herramientas de vigilancia masiva o de generación de contenido sintético (deepfakes), borrando por completo la línea entre la guerra cinética y la cognitiva. En este paradigma, controlar los flujos informativos se vuelve tan crítico, o más, que controlar territorio.
El vector de la tecnología bélica completa este círculo vicioso. Impulsado por el aumento masivo del gasto militar —especialmente en Europa tras la guerra en Ucrania—, el sector de la defensa ha dejado de ser un nicho para convertirse en un mercado de capitales colosal. Y aquí es donde la aparente contradicción árabe-israelí se resuelve en una sinergia perversa.
Tomemos el caso del Public Investment Fund (PIF) de Arabia Saudita. Este fondo soberano invierte masivamente en la industria de defensa estadounidense y, a través de complejos acuerdos comerciales y fondos intermediarios, termina financiando indirectamente capacidades israelíes. Es una estrategia de «cobertura» maestra: en público, la retórica puede ser pro-palestina; en la práctica, las prioridades económicas y de seguridad dictan una alianza tácita con los intereses estadounidenses e israelíes contra amenazas comunes como Irán. El PIF ha firmado acuerdos por 575.000 millones de dólares con empresas estadounidenses, muchos en el sector de defensa, buscando estabilidad regional y acceso a tecnología militar de punta. Pero el canal más revelador es, una vez más, Jared Kushner.
El PIF comprometió 2.000 millones de dólares a su fondo Affinity Partners de Jared Kushner, que a su vez dirige inversiones a startups israelíes de alta tecnología en sectores estratégicos como agricultura, energía y salud. Esta es la primera inyección directa conocida de capital saudí en la economía israelí, marcando una fusión de intereses que trasciende décadas de conflicto retórico. El dinero saudí, derivado de la renta petrolera, se entrelaza así con el ecosistema de innovación militar y de vigilancia israelí, famoso por su «mentalidad de startup» y su experiencia en ciberseguridad y guerra urbana.
En resumen, este Gran Mecanismo unifica en una sola lógica operativa a las redes sociales y su flujo de información, a los medios de comunicación masiva tradicionales, y a la tecnología de guerra híbrida. La dominación ya no se busca principalmente a través de la conquista territorial clásica, sino mediante el control informativo total, financiado por capitales soberanos que priorizan el poder estratégico por encima de cualquier noción de transparencia o rendición de cuentas.
En el diseño de este ecosistema, la democracia liberal —con sus mercados teóricamente competitivos, su esfera pública deliberativa y sus separaciones de poder— no es un componente que mejorar, sino un obstáculo que se está eliminando. Es el fin del mercado como espacio de competencia y el comienzo del mercado como herramienta de dominación oligárquica y control cognitivo. Lo que estamos presenciando no es la evolución del capitalismo, sino su mutación en una forma de tecno-feudalismo global, donde unos pocos señores, armados con datos, algoritmos y narrativas, gobiernan sobre una población desorientada y fragmentada, creyendo aún que elige libremente en un mercado de ideas que hace tiempo dejó de existir.
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