Termina 2025, el primer año del segundo mandato de Donald Trump
2026 no será mejor. El declive imperial de Estados Unidos, sumado a la personalidad impulsiva de Donald Trump y a su alianza con los segmentos nacional-productivistas de la burguesía norteamericana, anticipan una proyección de poder duro para reafirmar el dominio
Eduardo García Granado
diario-red.com/24/12/25
El año 2025 ha tenido un nombre propio evidente: Donald J. Trump. El magnate republicano, que además de ser multimillonario y jugador de golf amateur resulta ser coyunturalmente el jefe de Estado de la mayor potencia imperialista del mundo, ha desplegado una política exterior marcada por muchos factores, pero sobre todo por uno: el protagonismo.
Trump se ha ubicado a sí mismo en el centro de todo lo que acontecía en el mundo. A veces, efectivamente, ha sido un elemento disruptivo —que no necesariamente consecuente ni efectivo—; otras veces ha gustado colgarse medallas de procesos a los que ha llegado en el último minuto o que directamente no se han producido en los términos usados por él mismo. Tal es el caso de las muchas guerras que, según dice, habría terminado, y que incluyen casos tan surrealistas como el de Serbia y Kosovo.
Sometiendo a Europa
Trump vino a romper con la dinámica inmovilista del gobierno demócrata de Joe Biden y lo ha hecho con una torpeza de la que solo le ha salvado el inercial poder intrínseco al cargo que ocupa. Siendo presidente de los Estados Unidos de América, incluso el más caótico de los norteamericanos tendría una segunda oportunidad tras un error garrafal. Y luego tendría otra, y otra, y otra… Y así sucesivamente.
Los líderes europeos estaban pidiendo a gritos ser humillados y subyugados por su decadente jefe
Al inicio del año 2025, Donald Trump se puso varios objetivos a escala internacional y, a decir verdad, no ha logrado casi ninguno. Sí ha conseguido grabar en piedra la sumisión geopolítica, militar y energética de Europa para con Washington. Y esto, considerando que Trump aspira a impedir que nuevos imperialismos —como pudiera ser un hipotético imperialismo paneuropeo como el que tiende a ofrecer Emmanuel Macron— hagan sombra a Estados Unidos, anticipando que en pocas décadas podría estar irremediablemente a la sombra de Pekín, es un éxito.
Un éxito, eso sí, con escaso mérito: los líderes europeos estaban pidiendo a gritos ser humillados y subyugados por su decadente jefe y Trump solo tuvo que tocar las teclas correctas.
Hoy Europa depende energéticamente del gas natural licuado estadounidense —un éxito este que cabe atribuir en realidad a Joe Biden por haber boicoteado las negociaciones de paz en Ucrania en el año 2022—, depende militarmente de la tecnología (sobre todo satelital) del Tío Sam y, además, se ha comprometido a comprar armamento norteamericano sin ampliar su autonomía estratégica u operacional. Esto último sí es atribuible directamente a Trump.
Lo que no ha logrado el presidente estadounidense ha sido torcer el brazo de la República Popular de China. Desde que Obama llegase a la Casa Blanca allá por 2009, Washington ha puesto a Pekín en el centro de su doctrina imperial. El objetivo de fondo fue siempre nítido: retrasar o impedir el auge económico, militar y diplomático de una China que, gracias a la planificación económica y a su atractiva política exterior, se consolidaba cada año como un competidor de Estados Unidos y como una alternativa creíble y más respetuosa para el Sur Global.
China marca terreno
Hoy tal cosa no es una proyección, sino una realidad, y la tendencia parece clara. China no solo es hoy más fuerte militarmente, sino que está más integrada a nivel diplomático y ha logrado tomar posiciones de dominio en su esfera de influencia, haciendo que varios sectores del gobierno MAGA en Washignton se planteen si aquello del Pivot to Asia sigue teniendo sentido o si se ha convertido en una utopía. Muchos tratan de convencer a Trump de que abandone incluso a Taiwán, la punta de lanza del imperialismo estadounidense en el vecindario geográfico de la República Popular de China.
Pero, además, 2025 ha significado un punto de inflexión en las relaciones sino-estadounidenses y en las expectativas de dominación de Washington. Independientemente de la propaganda, la guerra comercial que Trump ha impuesto al mundo ha sido más o menos exitosa con sus aliados y rivales históricos, pero ha sido incuestionablemente un fracaso con China.
China domina con claridad el sector de las tierras raras: concentra el recurso, el procesamiento y la tecnología, y de ello se deriva un poder que ejerce de forma directa. En respuesta a la agresiva guerra comercial impulsada por Trump, Pekín lanzó el Anuncio 61, mediante el cual impuso controles estrictos no solo a la exportación de tierras raras, sino también a los procesos industriales asociados. Desde entonces, cualquier empresa —sea o no china— necesita el visto bueno del Estado chino para exportar productos vinculados a la minería de las tierras raras bajo control de Pekín.
Las amenazas económicas se han demostrado inútiles porque Estados Unidos depende de la propia China y porque, sencilla y llanamente, las élites políticas chinas tienen una mayor capacidad de previsión y ordenación de sus activos económicos
Todo el ecosistema de poder del gobierno MAGA fue puesto a disposición de su secretario del Tesoro, Scott Bessent, que tenía un mandato claro venido directamente de Trump: somete a China. Tal cosa no ocurrió. El Partido Comunista de China, a través de cuatro grandes nombres, ganó el pulso y obligó a Washington a recular, evidenciando que, sencillamente, no pueden contra Pekín en el campo arancelario y económico. Xi Jinping, Presidente de China; Li Qiang, su Premier; Wang Wentao, su ministro de Comercio; y Li Chenggang, nombrado ad hoc como Representante para el Comercio Internacional y director de orquesta en la estrategia china contra la guerra arancelaria de Trump.
Así, las amenazas económicas se han demostrado inútiles porque Estados Unidos depende de la propia China y porque, sencilla y llanamente, las élites políticas chinas tienen una mayor capacidad de previsión y ordenación de sus activos económicos —incluidas las tierras raras—, habiéndolos puesto al servicio del Estado chino incluso para librar una disputa de estas características. A su vez, incluso las amenazas militares —por el potencial desastre para el propio Estados Unidos— se tornan cada vez más retóricas que concretas… Y este mal es, quizá, el peor que puede sufrir un imperio.
2026 no será mejor. El declive imperial de Estados Unidos, sumado a la personalidad impulsiva de Donald Trump y a su alianza con los segmentos nacional-productivistas de la burguesía norteamericana, anticipan una proyección de poder duro para reafirmar el dominio estadounidense en un mundo que se le escapa de las manos poco a poco. Si se da por perdido el Asia-Pacífico —algo que todavía está debatiéndose en Washington—, el repliegue hemisférico-americano será la única salida lógica. Y, lamentablemente, si tal escenario se consolida, ninguna acción en suelo latinoamericano es descartable.
__________
Fuente:
