Los científicos están descubriendo cada vez más sobre la inquietante psicología que se esconde tras nuestra afición al terror.
Por Eric W. Dolan
psypost.org/ 30 de octubre de 2025
La fascinación humana por el miedo es un enigma de larga data. Desde historias de fantasmas contadas alrededor de una fogata hasta las últimas películas de terror taquilleras, muchas personas buscan activamente experiencias diseñadas para asustarlas. Este impulso aparentemente contradictorio, donde sentimientos negativos como el terror y la ansiedad producen una sensación de placer y emoción, ha intrigado a los psicólogos durante décadas. Actualmente, los investigadores utilizan diversas herramientas, desde escáneres cerebrales hasta encuestas de personalidad, para comprender esta compleja relación.
Su trabajo está revelando cómo nuestro cerebro procesa el miedo, qué rasgos de personalidad nos atraen hacia el lado oscuro del entretenimiento e incluso cómo estas experiencias podrían ofrecer sorprendentes beneficios psicológicos. A continuación, presentamos doce estudios recientes que exploran la psicología multifacética del terror, el miedo y lo paranormal.
Una nueva teoría propone que las películas de terror nos atraen porque ofrecen un entorno seguro y controlado donde nuestro cerebro puede practicar la gestión de la incertidumbre. Esta idea se basa en un marco teórico conocido como procesamiento predictivo, que sugiere que el cerebro funciona como un motor de predicción. Constantemente realiza pronósticos sobre lo que sucederá a continuación y, cuando la realidad no coincide con sus predicciones, genera un «error de predicción» que intenta resolver.
Este proceso no significa que solo busquemos situaciones tranquilas y predecibles. Al contrario, nuestro cerebro está programado para encontrar oportunidades ideales de aprendizaje, que a menudo se encuentran en los límites de nuestro conocimiento. Nos sentimos atraídos hacia una «zona óptima» de incertidumbre manejable, que no es ni demasiado simple ni demasiado caótica. La satisfacción no proviene solo de acertar, sino de la rapidez con la que reducimos nuestra incertidumbre.
Las películas de terror parecen diseñadas para situarnos directamente en esta zona. Manipulan nuestra capacidad predictiva con una mezcla de lo familiar y lo inesperado. La música de suspense y los tropos clásicos del terror aumentan nuestra anticipación, mientras que los sustos repentinos desbaratan nuestras predicciones. Al involucrarnos en este caos controlado, experimentamos y resolvemos errores de predicción en un entorno de bajo riesgo, lo cual el cerebro puede encontrar intrínsecamente gratificante.
La investigación desde una perspectiva evolutiva sugiere que nuestro disfrute del terror cumple una función práctica: nos prepara para los peligros del mundo real. Esta «hipótesis de simulación de amenazas» plantea que el consumo de contenido terrorífico es un rasgo adaptativo que nos permite explorar escenarios amenazantes y ensayar nuestras respuestas desde una posición de seguridad. A través del terror, podemos aprender sobre depredadores, encuentros sociales hostiles y otros peligros sin enfrentarnos a ningún riesgo real.
Una encuesta realizada a más de 1100 adultos reveló que la mayoría consume contenido de terror y que más de la mitad lo disfruta. El estudio mostró que quienes disfrutan del terror esperan experimentar una variedad de emociones positivas, como alegría y sorpresa, además del miedo. Esto respalda la idea de que la emoción negativa del miedo se equilibra con sentimientos positivos, un fenómeno que algunos denominan «masoquismo benigno».
Los resultados también mostraron que la búsqueda de sensaciones era un fuerte predictor del disfrute del terror, al igual que un rasgo de personalidad relacionado con el intelecto y la imaginación. Parece que quienes buscan estimulación imaginativa se sienten particularmente atraídos por el terror. Al proporcionar un amplio espacio para el juego emocional y cognitivo, el entretenimiento terrorífico nos permite desarrollar y demostrar dominio sobre situaciones que serían aterradoras en la vida real.
Para comprender mejor qué hace que una película de terror sea entretenida, los investigadores encuestaron a casi 600 personas sobre sus reacciones a escenas breves de diversos subgéneros del terror. El estudio reveló que tres factores clave predecían tanto la emoción como el disfrute: la intensidad del miedo que sentía el espectador, su curiosidad por temas macabros y el grado de realismo que percibía en las escenas.
La experiencia del miedo en sí misma estaba fuertemente ligada tanto a la excitación como al disfrute, lo que demuestra que la emoción de sentir miedo es un elemento central de su atractivo. La curiosidad morbosa también desempeñó un papel importante, lo que indica que las personas con un interés natural en temas oscuros tienen más probabilidades de encontrar el terror entretenido. El realismo percibido de una escena también intensificaba la experiencia.
Sin embargo, no todas las emociones negativas contribuyeron a la diversión. Las escenas que provocaban altos niveles de repugnancia tendían a disminuir el disfrute, incluso si seguían siendo emocionantes. Este hallazgo sugiere que, si bien el miedo puede ser una fuente de placer para los aficionados al terror, la repugnancia a menudo introduce un elemento que hace que la experiencia sea menos placentera en general.
El miedo no es solo cosa de adultos. Una encuesta a gran escala realizada a 1600 padres daneses reveló que el «miedo recreativo», es decir, la experiencia de actividades que resultan a la vez aterradoras y divertidas, es una parte casi universal de la infancia. Un abrumador 93 % de los niños de entre 1 y 17 años afirmaron disfrutar de al menos un tipo de actividad que, si bien les da miedo, también es divertida, y el 70 % participaba en alguna semanalmente.
El estudio identificó tendencias de desarrollo claras en la forma en que los niños experimentan el miedo recreativo. Los más pequeños suelen encontrarlo en el juego físico e imaginativo, como ser perseguidos jugando o participar en juegos bruscos. Al llegar a la adolescencia, su interés se desplaza hacia experiencias mediáticas como películas de terror, videojuegos y contenido en línea que puede resultar aterrador. Una constante en todas las edades fue el disfrute de actividades que implican altas velocidades, alturas o profundidades, como columpios y atracciones de parques de diversiones.
Estas experiencias son predominantemente sociales. Los niños pequeños suelen interactuar con sus padres o hermanos, mientras que los adolescentes recurren a sus amigos. Este contexto social puede brindar una sensación de seguridad que les permite explorar el miedo de forma segura. Los investigadores proponen que este tipo de juego es beneficioso, ya que ayuda a los niños a aprender a regular sus emociones, poner a prueba sus límites y desarrollar resiliencia psicológica.
Un estudio realizado con 300 estudiantes universitarios sugiere que tu género cinematográfico favorito podría revelar aspectos de tu personalidad. Utilizando el reconocido modelo de los Cinco Grandes rasgos de la personalidad, los investigadores encontraron vínculos consistentes entre las preferencias cinematográficas y rasgos como la extroversión, la responsabilidad y el neuroticismo.
Los aficionados al cine de terror tendían a obtener puntuaciones más altas en extroversión, amabilidad y responsabilidad, lo que sugiere que pueden ser extrovertidos, cooperativos y organizados. También obtenían puntuaciones más bajas en neuroticismo y apertura a la experiencia, lo que podría indicar que son menos reactivos emocionalmente y menos atraídos por las ideas abstractas. En cambio, quienes preferían el drama obtenían puntuaciones más altas en responsabilidad y neuroticismo, mientras que los aficionados al cine de aventuras eran más extrovertidos y espontáneos.
Si bien estos hallazgos apuntan a una relación entre la personalidad y la elección de medios, el estudio presenta limitaciones. La muestra se limitó a un grupo de edad y un contexto cultural específicos, por lo que los resultados podrían no ser generalizables. La investigación tampoco permite determinar si la personalidad influye en la elección de películas o si las películas que vemos pueden influir en nuestra personalidad con el tiempo.
La curiosidad morbosa, un rasgo definido por el interés en fenómenos peligrosos, podría explicar por qué algunas personas se sienten atraídas por la música con temáticas violentas, como el death metal o ciertos subgéneros del rap. Un estudio reciente reveló que las personas con mayores niveles de curiosidad morbosa eran más propensas a escuchar y disfrutar música con letras violentas.
En un estudio inicial, los investigadores hallaron que los aficionados a la música con temática violenta obtenían puntuaciones más altas en una escala de curiosidad morbosa que los aficionados a otros géneros. Un segundo experimento consistió en que los participantes escucharan fragmentos musicales. Los resultados mostraron que la curiosidad morbosa predecía el disfrute del metal extremo con letras violentas, pero no del rap con letras violentas, lo que sugiere que pueden intervenir factores distintos en cada género.
Los autores del estudio proponen que la curiosidad morbosa no es un rasgo desviado, sino adaptativo, que ayuda a las personas a aprender sobre aspectos amenazantes de la vida en un contexto simulado y seguro. La música con temas violentos puede funcionar como una de estas simulaciones, permitiendo a los oyentes explorar ideas peligrosas y las emociones que evocan sin consecuencias en el mundo real.
Las personas aficionadas al cine de terror podrían haber estado mejor preparadas para afrontar el estrés psicológico de la pandemia de COVID-19. Un estudio realizado en abril de 2020 encuestó a 322 adultos estadounidenses sobre sus preferencias de género, su curiosidad morbosa y su estado psicológico durante los primeros días de la pandemia.
Los investigadores descubrieron que los aficionados al cine de terror reportaron menos malestar psicológico que quienes no lo eran. Era menos probable que estuvieran de acuerdo con afirmaciones sobre sentirse más deprimidos o tener problemas para dormir desde el inicio de la pandemia. Los aficionados a géneros relacionados con la preparación para emergencias, como las películas de zombis y apocalípticas, también reportaron menos malestar y dijeron sentirse más preparados para la pandemia.
Los autores del estudio especulan que los aficionados al terror podrían haber desarrollado mejores habilidades de regulación emocional al exponerse repetidamente a ficción aterradora de forma controlada. Esta «práctica» con el miedo en un entorno seguro podría haberse traducido en una mayor resiliencia ante una crisis en la vida real.
El contacto con entretenimiento terrorífico podría alterar temporalmente los patrones de las redes cerebrales asociadas a la depresión. Un estudio halló que, en personas con depresión leve a moderada, una experiencia de miedo controlada se vinculó a una breve reducción de la hiperconectividad entre dos redes cerebrales clave: la red neuronal por defecto (activa durante el pensamiento centrado en uno mismo) y la red de relevancia (que detecta eventos importantes).
Se cree que esta hiperconectividad contribuye a la rumiación, un ciclo de pensamientos negativos común en la depresión. Al exigir toda la atención de la persona, la experiencia aterradora pareció desviar la atención de este ciclo interno y dirigirla hacia la amenaza externa. Cuanto mayor era esta reducción en la conectividad, mayor era el disfrute que reportaban los participantes.
El estudio también reveló que las personas con depresión moderada necesitaban un susto más intenso para alcanzar el máximo placer en comparación con aquellas con síntomas mínimos. Si bien los cambios cerebrales observados fueron temporales, los hallazgos suscitan interrogantes sobre la interacción entre el miedo, el placer y la regulación emocional.
Un estudio reciente ha encontrado una conexión entre el tipo de contenido de terror que consumen las personas y sus creencias en lo paranormal. Tras encuestar a más de 600 adultos belgas, los investigadores descubrieron que el consumo de contenido de terror que afirmaba estar basado en hechos reales o presentado como si fuera la realidad se asociaba con creencias paranormales más arraigadas.
En concreto, las personas que veían con frecuencia programas de telerrealidad sobre fenómenos paranormales y películas de terror promocionadas como basadas en hechos reales eran más propensas a creer en fantasmas, espiritismo y poderes psíquicos. Otros géneros de terror de ficción, como las películas de monstruos o los thrillers psicológicos, no mostraron una relación similar.
Este hallazgo coincide con las teorías sobre el efecto de los medios, que sugieren que cuando el contenido se percibe como más realista o creíble, puede tener un mayor impacto en las actitudes del espectador. Sin embargo, el diseño del estudio también implica que es posible que las personas que ya creen en lo paranormal simplemente se sientan más atraídas por este tipo de contenido.
Las personas que creen firmemente en fenómenos paranormales pueden presentar una actividad cerebral y patrones cognitivos diferentes a los de los escépticos. Un estudio que utilizó electroencefalografía (EEG) para registrar la actividad eléctrica del cerebro halló que quienes creen en lo paranormal tenían una potencia reducida en ciertas frecuencias de ondas cerebrales, específicamente en las bandas alfa, beta y gamma, particularmente en las regiones frontal, parietal y occipital del cerebro.
Los participantes también realizaron una tarea cognitiva diseñada para medir el control inhibitorio, es decir, la capacidad de suprimir acciones impulsivas. Quienes creen en lo paranormal cometieron más errores en esta tarea que los escépticos, lo que sugiere un menor control inhibitorio. Asimismo, informaron experimentar más fallos cognitivos cotidianos, como lapsus de memoria y falta de atención.
Los investigadores descubrieron que la actividad en una banda de frecuencia específica, la beta2 en el lóbulo frontal, parecía mediar la relación entre las creencias paranormales y el control inhibitorio. Esto sugiere que las diferencias en la función cerebral, particularmente en regiones involucradas en procesos cognitivos superiores, podrían estar relacionadas con la convicción de una persona en lo paranormal.
Los sucesos inusuales, como las premoniciones, los sueños vívidos y las experiencias extracorporales, son sorprendentemente comunes, y quienes los reportan suelen compartir ciertos rasgos psicológicos. Una serie de tres estudios con más de 2200 adultos halló una fuerte relación entre las experiencias anómalas y un rasgo denominado «conexión subconsciente», que describe el grado de influencia mutua entre la mente consciente y la subconsciente.
Las personas con alta conexión subconsciente reportaron experiencias anómalas con mucha mayor frecuencia que aquellas con baja conexión. En una encuesta nacional, el 86% de los participantes afirmó haber tenido al menos un tipo de experiencia anómala más de una vez. La más común fue el déjà vu, seguida de la sensación de ser observados y las premoniciones que se cumplieron.
Estas experiencias también se asociaron con otros rasgos, como la absorción, la disociación, una imaginación vívida y una tendencia a confiar en la intuición. Si bien las personas que reportaron más experiencias anómalas también tendieron a reportar más estrés y ansiedad, estas asociaciones fueron modestas, lo que sugiere que tales experiencias son una parte normal de la psicología humana para muchos.
La extraña sensación de que alguien está cerca cuando estás solo puede ser producto del intento de tu cerebro por comprender la incertidumbre. Un estudio reveló que esta «sensación de presencia» es más probable que ocurra cuando las personas están en la oscuridad y sus sentidos están embotados. En estas condiciones, el cerebro puede basarse más en señales y expectativas internas, generando a veces la impresión de un agente invisible.
En un experimento, estudiantes universitarios permanecieron solos en una habitación oscura durante 30 minutos, con antifaz y tapones para los oídos. Los resultados mostraron que los participantes que reportaron mayores niveles de incertidumbre interna tenían más probabilidades de sentir la presencia de otra persona. Esto sugiere que, cuando la información sensorial es limitada, el cerebro puede interpretar sensaciones corporales ambiguas o ansiedad como evidencia de una presencia externa.
Este proceso cognitivo podría ser un vestigio evolutivo. Desde el punto de vista de la supervivencia, es más seguro suponer erróneamente que un depredador se oculta en la oscuridad que ignorar uno real. Esta predisposición a detectar agentes podría explicar por qué los encuentros con fantasmas y las creencias en seres invisibles son tan comunes en las culturas humanas, especialmente en situaciones de aislamiento y vulnerabilidad.
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