La decisión del presidente estadounidense de reanudar el envío de armas a Ucrania y su amenaza de una guerra arancelaria lanzan un desafío a Putin que podría recrudecer la contienda.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su homólogo estadounidense, Donald Trump.REUTERS
Juan Antonio Sanz
publico.es 16/07/2025
El golpe de timón que ha dado el presidente estadounidense, Donald Trump, con su decisión de enviar armas clave a Ucrania, como los misiles interceptores Patriot, y la amenaza de imponer aranceles del 100% a Rusia y sus socios comerciales si no hay un pronto acuerdo de paz son una bofetada directa al Kremlin. La respuesta rusa a esa decisión, que rompe los cauces de diálogo abiertos entre Moscú y Washington desde la llegada de Trump al poder, vaticina un recrudecimiento de la guerra y constata el fracaso de la apuesta del mandatario estadounidense de concluir rápidamente el conflicto. La guerra de Ucrania seguirá ahora los planes rusos, que prevén una larga confrontación y medidas asimétricas contra Kiev y sus aliados, incluido Washington.
Con el retorno de Estados Unidos de lleno a la guerra de Ucrania, aplaudido por unos socios en Europa dispuestos a endeudarse en la compra de las armas estadounidenses para enviar al frente y, al tiempo, arriesgarse a un choque directo con Rusia, queda ver quién sufrirá un mayor desgaste militar y económico en los próximos meses o años.
Mantener el apoyo armamentístico a Ucrania demandará buena parte del presupuesto progresivo hasta llegar al 5% del PIB de los miembros de la OTAN, en detrimento de la estrategia de seguridad del propio continente europeo. No parece una coincidencia que Washington presionara y chantajeara a sus aliados europeos para lograr ese incremento brutal en el gasto de defensa pocos días antes de que EEUU haya decidido volver a la guerra de Ucrania. Trump tiene la vista puesta en los beneficios que conseguirá el sector de defensa estadounidense con las compras de sus armas por los países europeos, con Alemania al frente.
La doble ofensiva de Trump: armas carísimas y aranceles
El desembolso europeo empezará por la compra de los sistemas móviles de defensa tierra-aire Patriot estadounidenses que Trump no está dispuesto ya a ceder a Kiev, pero que sí parece muy contento de vender a los aliados en la OTAN para que estos se los cedan con alegría al Ejército ucraniano. Una de esas baterías de misiles antiaéreos, claves para defender las posiciones ucranianas cada día más vapuleadas por Moscú, cuesta la friolera de mil millones de euros.
Además de los sistemas Patriot, el Pentágono está considerando el suministro de misiles de largo alcance a Ucrania (también pagados "100%" por Europa, como ha subrayado Trump) para atacar el corazón de Rusia, un paso que al mandatario estadounidense le parece un simple movimiento de ficha en el tablero bélico ucraniano, pero que Moscú considera un paso sin retorno hacia la confrontación directa con Occidente.
Ahora, Trump recurre también a sus artimañas preferidas a la hora de remover el panorama mundial, los aranceles comerciales. Este lunes amenazó a Moscú, en caso de no aceptar un acuerdo de paz antes de cincuenta días, con gravámenes secundarios del 100%. Los aranceles secundarios están dirigidos a terceros países y empresas que comercian con estados ya sancionados, es decir, afectarían a estados que aún negocian con Rusia.
Entre estos aliados comerciales de Moscú están India o China, a la que Trump amenaza con esas sanciones por comprar, por ejemplo, el crudo ruso. Conociendo cómo se las gasta Pekín cuando es amenazado, el bumerán lanzado por el jefe de la Casa Blanca podría volverse contra los propios EEUU y los países europeos que ahora jalean estas decisiones.
Si bien podría ser comprensible el “descontento” de Trump con el presidente ruso, Vladímir Putin, lo que no parece muy sensato es considerar a Rusia como un país al que se puede doblegar con amenazas. La historia muestra que tal forma de abordar la diplomacia occidental con Rusia se ha visto abocada al fracaso siempre. Así ocurrió en 2014, tras la revolución del Maidán que tumbó el Gobierno prorruso en Kiev, y se repitió en los prolegómenos de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022.
Moscú no se quedará quieto ante la amenaza de Trump
El Kremlin sabe cuán imprevisible es Trump y, tras los órdagos en la guerra arancelaria con China, a los que Pekín respondió con dureza y así logró torcer el brazo amenazador de EEUU, Rusia también tiene claro que ha de ser implacable si el presidente estadounidense lanza un golpe aparentemente demoledor. Si para Trump es una cierta clase de juego de toma y daca empresarial, para Rusia no y su respuesta podría ser muy peligrosa especialmente para Ucrania y para la cercana Europa.
Trump debería haber tomado en consideración el enroque que hizo Putin en la conversación telefónica que ambos líderes tuvieron el pasado 3 de julio. Pero la negativa del presidente ruso a un alto el fuego sin haber conseguido antes Moscú todos sus objetivos militares, que incluyen el reconocimiento de la anexión de una quinta parte de Ucrania, la entendió Trump como un reto, cuando en realidad era una línea roja por parte de una Rusia que de facto ya tiene esas conquistas, tal y como lo planteó Putin. Es decir, más allá, el abismo.
Kiev y los países europeos siguen confiando en que las nuevas armas cambiarán el rumbo de la guerra, pero la experiencia de estos más de tres años de contienda no apunta en esa dirección. Putin ha convertido a Rusia en una economía de guerra dispuesta a aguantar lo que dure la contienda y con la confianza de que jueguen a su favor el desgaste que muestra Ucrania desde hace más de un año y la incapacidad de sus aliados para ayudarle a superarlo.
La remodelación sorpresa estos días del Ejecutivo ucraniano por el presidente Volodímir Zelenski, con una especial atención al área de la defensa, evidencia esos nervios y la debacle bélica del país, necesitado con urgencia de las armas estadounidenses, pero no con cuentagotas y sometidas a la burocracia de Europa, que pagará la factura, pero seguirá sus propios ritmos, no los que impone la guerra.
En la llamada del 3 de julio, Putin advirtió a Trump que estaba dispuesto a una escalada de la guerra si se seguía presionando a Moscú desde una Europa decidida a continuar armando a Ucrania. En realidad, le estaba advirtiendo con antelación para que no tomara las decisiones que acaba de adoptar. Los rusos ya imaginaban lo que iba a pasar y es de prever que en breve habrá una respuesta asimétrica a las amenazas de Trump.
Se acaba el tiempo para Ucrania
El argumento de Trump es que Putin ha seguido bombardeando Kiev y otras ciudades ucranianas con un incremento desmesurado de los drones lanzados en oleadas de hasta 500 unidades diarias e incluso 700 algún día, acompañadas por decenas de misiles. No explica Trump que los mayores daños de esos ataques los están sufriendo no tanto las áreas civiles, sino los aeródromos militares, bases, arsenales de munición y concentraciones de tropas. Las pérdidas militares ucranianas se están haciendo insoportables y lo saben en Bruselas y Washington, de ahí las demandas ucranianas de los sistemas Patriot, no tanto para garantizar la seguridad de la población, con pérdidas mínimas si se compara por ejemplo con el genocidio de Gaza, como para proteger las infraestructuras críticas de su Ejército.
No es casualidad que Trump haya establecido ese plazo de 50 días para que Moscú acepte un alto el fuego. En esa conversación que lo cambió todo, Putin afirmó que en el curso de 60 días, es decir, los diez ya transcurridos más otros 50, lanzará una ofensiva para ocupar todo el territorio posible de Ucrania hasta las delimitaciones administrativas de las cuatro regiones anexionadas por Rusia en esta guerra, es decir, Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. El avance en curso sobre el bastión de Sloviansk, en Donetsk, parece apuntar en esa dirección.
Las amenazas de Putin tienen muy en cuenta no solo la situación en Ucrania, sino en Europa, donde sus políticos alaban la decisión de volver a la arena bélica junto a Kiev, pero los militares miran con reojo las condiciones. Trump habla de hasta 17 sistemas Patriot que habría que conseguir para Ucrania: o bien los comprarían los europeos al Pentágono o bien los deberían ceder de sus propios arsenales, ya muy esquilmados de misiles antiaéreos y munición de artillería por el abastecimiento al Ejército de Kiev en estos tres años y casi cinco meses de guerra.
Pero incluso la venta de misiles Patriot por parte de EEUU a sus aliados de la Unión Europea o la OTAN también puede ser problemática. Muchos de esos misiles fueron utilizados en junio para la “guerra de los doce días” entre Israel e Irán, en la que las baterías antiaéreas estadounidenses se esforzaron mucho en abatir los misiles y drones iraníes lanzados sobre las ciudades israelíes.
Pocos parecen darse cuenta de que las andanadas de centenares de drones y decenas de misiles lanzados por Rusia la última semana tenían no solo como objetivo golpear blancos militares ucranianos, sino, sobre todo, obligar a las baterías ucranianas a gastar el mayor número posible de sus misiles antiaéreos y demostrar así que los que envíen EEUU y Europa pueden caer en el saco roto de la guerra de miríadas de drones que está impulsando Moscú. Derribar Drones Shahed rusos que cuestan 20.000 dólares derribados con misiles Patriot a un coste de cuatro millones de dólares la unidad no parece un buen negocio y menos para un mercachifle como Trump.
Juan Antonio Sanz
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Periodista y analista para Público en temas internacionales. Es especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar. Ha sido corresponsal de la Agencia EFE en Rusia, Japón, Corea del Sur y Uruguay, profesor universitario y cooperante en Bolivia, y analista periodístico en Cuba. Habla inglés y ruso con fluidez. Es autor de un libro de viajes y folclore.
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