Se afirma que el uso de Internet por parte de menores de diez años puede tener consecuencias graves, como el ciberacoso, el abuso emocional, la captación de menores, el abuso sexual y la explotación Siendo que también pueden darse afectaciones en la conducta, el desarrollo emocional y físico, y aumentar la dependencia psicológica. Siendo que los efectos son mayores -y peores- mientras más pequeños son los usuarios
Por Ana Cristina Bracho
Una infancia sin pantallas ¿una posibilidad real?
En los últimos meses se han multiplicado las noticias que refieren las consecuencias físicas y mentales del uso de la tecnología. A ellas, se han sumado las cada vez más numerosas normas escolares que prohíben usar celulares y las disposiciones que ordenan el cierre de algunas redes sociales en distintos países, o, al menos una nueva reglamentación para evitar su uso por niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, la vuelta a la vida sin las pantallas no parece una posibilidad real para las grandes mayorías que vivimos en mundos donde todo parece haberse digitalizado, donde las tiendas y las alcaldías las ponen en espacios públicos, donde no hay espacios para el descanso de ellas.
¿Oponernos al invento de la rueda?
Desde que la humanidad apareció su evolución ha sido permanente. Así, hemos ido avanzando en la creación de nuevos objetos y técnicas que han definido la vida después. Muchos han generado bienestar, otros, luego han sido desechados y un grupo importante han sido demonizados. Al lado de todas las advertencias del uso de estas tecnologías están también sus grandes defensores, así como quienes ven como un desgaste inútil intentar oponernos.
En el caso del internet y las redes sociales, suele argumentarse que mejoran el acceso a la información, que permiten nuevas formas de comunicación y que incluso pueden favorecer el aprendizaje. No falta quien vea en la inmediatez un recurso para mantener relaciones personales o para generar movimientos de solidaridad al transmitir mensajes en tiempo real, que, en principio pueden ser generados por más sujetos que los que tienen acceso a la prensa o a la televisión.
En contra de esa postura, están quienes advierten que redes sociales puede aumentar el riesgo de depresión, ansiedad, soledad, autolesión e incluso pensamientos suicidas, incluso generándose debates si son ellas o sus incentivos los que producen adicción, su relación con el aumento del sendentarismo y de la violencia.
Sea cual sea nuestra postura, la verdad es que se hace posible imaginar el mundo ahora sin internet. Hoy en día, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), el 67% de la población mundial tiene acceso a internet y la ONU reconoce el acceso a él como un derecho humano. Sin embargo, las ideas de libertad y pluralismo que llenaron tratados en sus primeros años se ven gravemente cuestionada cuando, como ya referíamos al hablar del feudalismo que hay en el internet sabemos que es manejado por un puñado de personas, en su mayoría ciudadanos americanos y verdaderos magnates.
Si algo nos demuestra esto son los recientes conflictos legales que han enfrentado en Estados Unidos los dueños de la plataforma Tiktok todos centrados en la necesidad de este país de garantizar que no existan redes sociales que operando en su territorio y sobre sus ciudadanos no quede bajo su pleno dominio.
Visto de este modo, cada vez son menos los espacios donde puede desarrollarse una vida sin acceso a internet. En parte, porque actividades esenciales como trámites gubernamentales o bancarios se han desplazado hacia la virtualidad, y, por otra porque físicamente el mundo se ha llenado de una infraestructura que hace raro el espacio libre de conectividad. Hoy, el acceso en parques, plazas, bibliotecas públicas, centros de entretenimiento y comunitario son incluso financiados con presupuestos públicos.
Hace ya más de diez años, en 2014, la BBC hacía un reportaje donde narraba con tono de extrañeza aquellos lugares donde para ese entonces no había acceso a internet, siendo a su parecer la primera causa la censura, y, en segundo lugar, zonas extremadamente remotas como cuevas y exaltando cómo en buena parte de las junglas ya era posible.
Para los próximos años se espera que aquello que aún está desarrollándose se termine de consolidar. Por ejemplo, el uso habitual de las criptomonedas, una nueva relación con el sistema financiero a través de los NFT y que la IA cambiará toda la manera de producir conocimiento.
Frente a esta situación que se anuncia como irremediable, existen personas que deciden voluntariamente reducir su uso de la tecnología y desconectarse del internet y las redes sociales, priorizando el espacio y la convivencia social. Las razones principales es la búsqueda de reducir la ansiedad, sentirse inseguros en cuestiones de privacidad y seguridad.
Para quien pueda usarlas evitando ser usados
Todas estas preocupaciones se agudizan cuando pensamos en los niños, niñas y adolescentes, que, por un lado, han nacido en un mundo en el que ya el internet tiene el don de la ubicuidad, y, que comienzan a dar síntomas de que la exposición afecta su desarrollo. Una de las principales alarmas es el tema de su interacción con elementos peligrosos, como desconocidos que pueden estar motivados por razones criminales; seguida de todas las publicaciones impulsivas que puedan hacer sin tener conciencia de los efectos que pueden traer -por ejemplo, al romper una ley contra el odio o la discriminación- o por su permanencia en el ecosistema virtual de manera indefinida. Pues ni siquiera la muerte física no genera el olvido digital.
En promedio, las redes sociales y el internet sugieren que su uso esté limitado a los niños y que no sean accesibles para menores de 12 a 14 años, al menos de manera libre. Suelen pedir que los usos para quienes no alcanzan esta edad sean bajo supervisión. Sin embargo, se ha hecho cada vez más usual que niños, incluidos bebes tengan interacción en línea, aprendiendo incluso a seleccionar programas y música antes de saber leer o escribir.
Se afirma que el uso de Internet por parte de menores de diez años puede tener consecuencias graves, como el ciberacoso, el abuso emocional, la captación de menores, el abuso sexual y la explotación. Siendo que también pueden darse afectaciones en la conducta, el desarrollo emocional y físico, y aumentar la dependencia psicológica. Siendo que los efectos son mayores -y peores- mientras más pequeños son los usuarios.
La idea de que los padres pueden simplemente erigirse como los sujetos que determinan el uso o no de los teléfonos, tabletas, computadoras y en general el internet de sus hijos se demuestra cada vez más débil por la presencia permanente de estos artefactos, en espacios sociales, en las manos de los padres y hermanos, así como en la vía publica y en la escuela.
¿Se puede aprender con las pantallas?
Durante las últimas décadas fue usual mostrar entusiasmo con la idea de incorporar la tecnología a la educación, en tanto, el mundo futuro se mostraba como uno lleno de estas herramientas y aprender a usarlas se mostraba como un requisito para poder pertenecer y conseguir un buen trabajo. Sin embargo, las valoraciones mas recientes han hecho que países como Finlandia y Francia comiencen a volver a los libros de papel y restrinjan estos elementos, considerados responsables de menores niveles de comprensión lectora, de habilidades mentales y sociales.
En el año 2023, la UNESCO puso el ojo en los celulares recomendando su erradicación del entorno escolar y que tan sólo se usaran tecnologías a las que se les viera un claro beneficio educativo. El principal reproche a los celulares se formuló por considerarlos responsables de la distracción de los estudiantes, que, tardan en poder recuperar la atención. Adicionalmente la agencia develó que “los datos de las pruebas internacionales a gran escala, como el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, sugieren que existe una relación negativa entre el uso excesivo de la tecnología y el rendimiento de los estudiantes”
Retos virales: un enemigo en las manos
En los últimos meses, estos debates han impactado la opinión pública venezolana. Fundamentalmente por una serie de eventos que se han suscitado producto de “retos virales” que invitan a niños y adolescentes a desarrollar conductas peligrosas, potencialmente capaces de generar que se lesionen, a través de plataformas de redes sociales, especialmente, de Tiktok.
El asunto llegó a generar alarma, por lo que un grupo de padres inició acciones ante la justicia, producto de las cuales, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia tomó la decisión en diciembre de 2024 que la red social TikTok debe pagar diez millones de dólares al Estado venezolano debido a los estragos causados en el país por los «retos virales», que han causado al menos tres menores de edad fallecidos y cientos de heridos.
Producto de los mismos hechos, la Asamblea Nacional anunció que generaría instrumentos legales que regulen esta materia, abriendo así la necesidad de debatir estos temas para llegar a un punto donde la libertad de expresión, el acceso a la información y a la tecnología, conviva con un marco de protección en especial de aquellos y aquellas que aun no tienen el discernimiento requerido para su propia seguridad.
La coincidencia del debate con otros similares en países nórdicos y también en Francia, Australia, Estados Unidos y otras partes de América Latina nos develan que son temas del presente, donde, como se vio en la toma de posesión de Donald Trump, el internet y sus sujetos, el uso de los usuarios así como el direccionamiento de los dueños, son grandes problemas de nuestra actualidad.
Ana Cristina Bracho
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Ana Cristina Bracho. Autor de esta publicación, Abogada, escritora y columnista venezolana. Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar” 2023 en opinión. Premio Aníbal Nazoa en la categoría opinión en medios digitales 2019.
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