La lucha de liberación palestina está en la larga línea de esfuerzos revolucionarios anticoloniales. China, Cuba, Vietnam, Argelia y Palestina son parte de una misma historia de resistencia armada
HAMZA HAMOUCHENE
Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan tranquila y delicada. Mao Zedong, 1927
El colonialismo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor. Frantz Fanon, 1961
El imperialismo ha extendido su cuerpo sobre el mundo: la cabeza en Asia Oriental, el corazón en Oriente Medio, sus arterias alcanzando África y América Latina. Dondequiera que lo golpees, lo dañas, y sirves a la revolución mundial. Ghassan Kanafani, 1972
Este año 2024 se cumple el 70º aniversario de la batalla de Dien Bien Phu (mayo de 1954), en la que revolucionarios vietnamitas derrotaron de forma aplastante al colonialismo francés. También se cumplen 70 años de la Revolución Argelina, que comenzó en noviembre de 1954. Argelinos y vietnamitas resistieron la opresión colonial durante décadas antes de encabezar dos de las revoluciones más importantes del siglo XX contra Francia (y sus colaboradores locales), que en aquel entonces era la segunda potencia colonial del planeta y contaba con el apoyo de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Ningún debate sobre descolonización y antimperialismo estará completo si no se comprende la importancia de Vietnam y Argelia, y cómo sus luchas revolucionarias de liberación fueron --y siguen siendo-- tan inspiradoras para los pueblos oprimidos de todo el mundo, entre ellos el palestino.
Cierto es que no hay una revolución exactamente igual a otra. Todas se basan en una historia nacional o regional concreta, están dirigidas por fuerzas sociales y generacionales particulares y suceden en un momento determinado del desarrollo de un país. Sin embargo, todas las revoluciones comparten un elemento en común, sin el cual no se denominarían revoluciones: la llegada de un conjunto nuevo de clases que asume la dirección del Estado o la transición de la dependencia colonial a la independencia nacional. En palabras de Lenin, «para que se produzca una revolución, normalmente no basta con que las clases bajas no quieran vivir a la antigua usanza; también es necesario que las clases altas no puedan vivir a la antigua usanza». A pesar de todos los elementos que podrían apuntar a la continuidad, esta ruptura indica un cambio revolucionario.
La lucha por la liberación nacional y la identidad de los pueblos
Liberación nacional, renacimiento nacional, restitución de la nación al pueblo, Commonwealth: cualesquiera que sean las rúbricas utilizadas o las nuevas fórmulas introducidas, la descolonización es siempre un fenómeno violento. Frantz Fanon, 1961
La lucha por la independencia de Argelia contra el colonialismo francés fue una de las revoluciones antimperialistas más inspiradoras del siglo XX. Formó parte de la oleada de descolonización que comenzó tras la II Guerra Mundial en India, China, Cuba, Vietnam y muchos países de África. Dejó su huella en el espíritu de la Conferencia de Bandung y de la época del «despertar del Sur», un Sur sometido durante décadas (y en muchos casos durante más de un siglo) a la dominación imperialista y capitalista en sus diferentes formas, desde protectorados hasta colonias propiamente dichas, como fue el caso de Argelia.
En retrospectiva, la colonización francesa de Argelia puede considerarse única, ya que Argelia fue el primer país de habla árabe anexionado por Occidente y uno de los primeros países de África sometido oficialmente por un imperio occidental, mucho antes de la Conferencia de Berlín de 1884, en la que los imperios europeos (británico, francés, alemán, belga, italiano, español y portugués) se repartieron el continente.
Francia invadió Argelia en junio de 1830. El ejército francés pasaría los cincuenta años siguientes reprimiendo la insurgencia, quince de ellos luchando contra Abd el-Kader, el brillante, feroz y comprometido líder de la resistencia. La guerra de conquista francesa se llevó a cabo sin tregua, especialmente bajo el mando del despiadado mariscal Bugeaud, que con su política de tierra arrasada (Fisk 2005) cometió atrocidades que abarcaban desde el desplazamiento de la población a la expropiación de tierras, masacres y las tristemente célebres enfumades, en las que el ejército francés eliminaba a tribus enteras mediante la asfixia[1].
Paralelamente a la campaña de pacificación del mariscal Bugeaud, Francia fomentó activamente la colonización de Argelia con pobladores franceses. En una declaración ante la Asamblea Nacional en 1840, Bugeaud dijo: «Dondequiera que haya agua dulce y tierra fértil, allí hay que situar colonos, sin preocuparse por a quién pertenezcan esas tierras» (este es exactamente el enfoque que los sionistas aplicarían en Palestina un siglo más tarde). En 1841, el número de colonos ascendía ya a 37.374, frente a unos 3 millones de indigènes o población autóctona (Horne 2006). En 1926, el número de colonos había alcanzado unos 833.000, el 15% de la población, y aumentó a algo menos de un millón en 1954.
La colonización supuso la expropiación del factor básico de producción, la tierra, al campesinado autóctono y su redistribución a los colonos, lo que destruyó las bases de la economía campesina de subsistencia (Lacheraf 1965). Las masas rurales lucharon contra la invasión del ejército colonial hasta 1884, pero el núcleo de la resistencia rural argelina al colonialismo fue eliminado en 1871, cuando la gran revuelta político-agraria que se había extendido en tres cuartas partes del territorio del país fue definitivamente aplastada.
Este histórico levantamiento campesino fue la reacción a una serie de desastrosas medidas confiscatorias adoptadas durante la década de 1860 que indignaron a la mayoría de los argelinos rurales, quienes temían por sus vidas y medios de subsistencia. La sequía, las malas cosechas, el hambre, las invasiones de langostas y las enfermedades agravaron la situación y provocaron la muerte de más de 500.000 personas, cerca del 20% de la población. Se calcula que varios millones de argelinos murieron entre 1830 y 1870 (Bennoune 1988, Davis 2007 y Lacheraf 1965).
El marxista egipcio Samir Amin describió con precisión la manera en que la población rural argelina transformó la conquista colonial en una guerra prolongada y devastadora:
La caída del gobierno de la regencia y la guerra de exterminio que emprendió el ejército francés otorgaron a este primer período (1830-1884) unas características especiales que no se encuentran en ningún otro lado (...) frente al poder militar, la clase dominante urbana se vio sumida en un profundo desorden y no pudo concebir otra alternativa que la fuga (...) en cuanto a los campesinos, huir era impensable. Ante la amenaza del exterminio, el campesinado convirtió al campo argelino en el escenario de una guerra que duró 50 años y se cobró millones de víctimas. (Amin 1970)
El dominio colonial francés en Argelia duró 132 años (en comparación con los 75 años en Túnez y los 44 años en Marruecos), con una duración y una intensidad únicas en las experiencias del colonialismo tanto en África como en el mundo árabe. En 1881, Argelia fue administrada por primera vez como parte de Francia. La extensión del gobierno civil al país estuvo acompañada por la aplicación del rango de segunda clase a la población musulmana argelina. La exclusión de la población musulmana se reflejó en todos los niveles de representación política: la discriminación antimusulmana se incorporó al sistema electoral y el rango inferior de las personas musulmanas se estableció por ley en el infame Code de l'Indigénat de 1881 (McDougall 2006).
Luego de que Francia lograra suprimir con violencia las rebeliones anticoloniales de Argelia, las últimas de las cuales ocurrieron en las décadas de 1870 y 1880, transcurrió más de medio siglo antes de que el movimiento de resistencia retomara la lucha, con la expresión del nacionalismo argelino en su forma moderna.
Victoria en Europa y masacre en Argelia
Fue en Setif donde mi sentido de la humanidad se vio ofendido por primera vez por las imágenes más atroces. Yo tenía dieciséis años. Nunca he olvidado la conmoción que sentí ante la carnicería despiadada que causó la muerte de miles de musulmanes. A partir de ese momento, mi nacionalismo tomó forma definitiva. Kateb Yacine, escritor y poeta argelino (citado en Horne, 2006)
El 8 de mayo de 1945 Europa entera celebraba con júbilo la noticia de la capitulación nazi (derrotados por el Ejército Rojo de la URSS). Francia festejaba la liberación tras cinco años de ocupación. Precisamente en ese momento, en Argelia comenzaron los acontecimientos que provocarían la masacre colonial de miles de musulmanes argelinos durante los dos meses siguientes.
Aquel primer Día de la Victoria en Europa, mientras los europeos festejaban, la población argelina marchaba en Setif en reclamo de la independencia y el fin de la colonización, desplegando pancartas con lemas como «Por la liberación del pueblo. ¡Viva Argelia libre e independiente!». También ondearon por primera vez la que luego se convertiría en la bandera del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino. Las autoridades coloniales francesas reprimieron la movilización con violencia, lo que desató una rebelión en la que 103 europeos fueron asesinados.
La represalia colonial fue salvaje. Las Fuerzas Armadas francesas (aviación, marina y ejército de conjunto) bombardearon varias regiones e incendiaron y arrasaron numerosos pueblos en Setif, Guelma y Jerrata. En un lapso de dos meses, la Gendarmería[2] y las tropas francesas, junto con colonos vengativos, masacraron a decenas de miles de musulmanes argelinos. Según algunas estimaciones, el número de muertos ascendió a 45.000.
Los paralelismos entre las masacres de Setif, Guelma y Jerrata y la Operación Inundación de al-Aqsa, que la resistencia palestina llevó a cabo contra Israel el 7 de octubre de 2023, y la despiadada carnicería genocida que le siguió, son demasiado evidentes como para ignorarlos. En ambos casos, la resistencia, pacífica o violenta, fue totalmente invalidada y las aspiraciones a la autodeterminación fueron aplastadas con una fuerza desmedida. En 1945, en el intento de explicar la «barbarie» de los colonizados y justificar la sanguinaria represión francesa, un analista escribía:
El llamado a la violencia hace surgir de las montañas una especie de genio maligno, un Calibán bereber salvaje y cruel, cuyos movimientos solo puede detener una fuerza superior a la suya. Esta es la explicación histórica y social de los acontecimientos que tuvieron lugar en Setif el mismo día en que se celebraba la victoria. (Gresh 2023)
La misma mentalidad colonial supremacista y las mismas explicaciones racistas, orientalistas y esencialistas de por qué los oprimidos y colonizados se rebelan persiste hoy en día: los ataques palestinos del 7 de octubre suelen atribuirse a la pura maldad, al salvajismo irracional y a la barbarie intemporal de terroristas medievales e infrahumanos, factores muy lejanos al contexto político de más de 75 años de colonialismo de asentamiento, apartheid y ocupación.
Las masacres que sucedieron a las manifestaciones del 8 de mayo de 1945 tuvieron repercusiones importantes en el seno del movimiento nacionalista argelino. Para una joven generación militante, la guerra de Argelia ya había comenzado y la preparación para la lucha armada no podía aplazarse más. La mayoría de los historiadores coincide en que las masacres de 1945 fueron traumáticas y marcaron a todos los argelinos musulmanes que vivieron ese período. Todos los nacionalistas argelinos que se destacaron en el FLN remontan su determinación revolucionaria a mayo de 1945. No sería sorprendente que futuras generaciones de revolucionarios palestinos y árabes (de todas las tendencias políticas) consideraran como punto de partida de su compromiso con la lucha liberadora el genocidio que siguió a los atentados del 7 de octubre y a la heroica resistencia en Gaza, que continúa al momento de redactar este artículo.
Ahmed Ben Bella, dirigente del FLN y jefe del Estado argelino de 1962 a 1965, fue un sargento condecorado del 7º Regimiento de Tiralleurs argelinos, una unidad que se distinguió en combate en Europa. Pero fueron los acontecimientos de 1945 los que lo llevaron al camino de la revolución. Más tarde escribió: «Los horrores de la zona de Constantina en mayo de 1945 lograron convencerme del único camino: Argelia para los argelinos». Del mismo modo, para Mohammed Boudiaf, otro dirigente revolucionario del FLN y futuro jefe de Estado, las masacres coloniales de 1945 lo llevaron a rechazar la política electoral y la asimilación y a apoyar la resistencia armada y la acción directa como única forma de conquistar la liberación (Evans y Phillips 2007). Los traumáticos acontecimientos de 1945, así, fueron las primeras andanadas de la lucha argelina por la independencia.
La victoria de Vietnam es la inspiración de Argelia
Nuestras acciones pretenden llevarles la guerra, hacerle saber al mundo entero que el pueblo argelino lleva a cabo una guerra de liberación contra sus ocupantes europeos. Djamila Bouhired
La lucha argelina por la independencia no puede disociarse del contexto mundial de la descolonización. En 1945 se creó la Liga Árabe, comprometida con la unidad árabe. En 1947, India se independizó de Gran Bretaña. En 1949, la revolución maoísta china derrotó a los nacionalistas de Chiang Kai-shek y proclamó la República Popular China. En 1955 se produjo el ascenso del nacionalismo árabe (naserismo) y la celebración de la Conferencia de Bandung en Indonesia, en la que 29 países no alineados de África y Asia desafiaron al colonialismo y el neocolonialismo en el contexto de tensiones derivadas de la Guerra Fría.
Los dirigentes del FLN no se hacían ilusiones sobre la magnitud de la tarea que les esperaba, pero la humillante derrota que sufrió Francia en Indochina en mayo de 1954 reforzó su confianza. Como explicó Frantz Fanon en 1967, la gran victoria del pueblo vietnamita en Dien Bien Phu ya no se trataba, en sentido estricto, solo de una victoria vietnamita: «Desde julio de 1954, el problema que se han planteado los pueblos colonizados es: "¿Qué hay que hacer para lograr otro Dien Bien Phu? ¿Cómo empezar?"».
A Fanon le fascinaba lo que los vietnamitas habían logrado en Dien Bien Phu. En su opinión, la victoria de Vietnam sobre Francia en aquel remoto valle del sudeste asiático había demostrado que los colonizados podían generar la violencia revolucionaria necesaria para forzar al colonizador a la descolonización. La noticia de la victoria vietnamita impactó rápidamente por todo el imperio francés, destruyendo el mito de la invencibilidad del colonizador y comenzando a resquebrajar la estructura del imperio. No es posible subestimar la importancia que tuvo Dien Bien Phu y su impacto en la psiquis de los pueblos colonizados. Benyoucef Benkhedda, presidente del Gobierno Provisional de la República Argelina, recordaba:
El 7 de mayo de 1954, el ejército de Ho Chi Minh asestó al cuerpo expedicionario francés el humillante desastre de Dien Bien Phu. Esta derrota francesa actuó como un poderoso catalizador sobre todos aquellos que pensaban que la insurrección a corto plazo era ya el único remedio, la única estrategia posible (...) La acción directa se impuso a las demás consideraciones y se convirtió en prioridad de prioridades. (Benkhedda 1989)
Ferhat Abbas, devenido en primer presidente en funciones de la recién independizada República Argelina, calificó la victoria vietnamita en Dien Bien Phu como un cambio de época, considerándola tan importante como la victoria del ejército revolucionario francés sobre los prusianos en la histórica batalla de Valmy en 1792:
Dien Bien Phu fue algo más que una victoria militar. Esta batalla es un símbolo. Es la «Valmy» de los pueblos colonizados. Es la afirmación de lo asiático y lo africano frente a lo europeo. Es la confirmación de la universalidad de los DDHH. En Dien Bien Phu, los franceses perdieron la única fuente de «legitimación» en torno a la cual giraba su presencia, es decir, el derecho del más fuerte [a gobernar sobre el más débil]. (Abbas 1962)
Otros describieron a Dien Bien Phu como la «Stalingrado de la descolonización» (Meaney 2024).
Solidaridad entre los colonizados
El indochino no se ha rebelado porque haya descubierto una cultura propia. Es porque 'simplemente' le era imposible, en más de una acepción, respirar. Frantz Fanon
No es tarea fácil, tras setenta años, imaginar el impacto que tuvo la primera guerra de Indochina, y especialmente Dien Bien Phu, en el mundo colonial, sobre todo en las colonias francesas de ultramar, de Argelia a Senegal y de Marruecos a Madagascar. Una potencia colonial había sido derrotada. Un ejército regular había sido vencido.
En la década de 1940, durante la II Guerra Mundial, cuando Francia sufrió la invasión y ocupación de la Alemania nazi, decenas de miles de argelinos, marroquíes, senegaleses, vietnamitas y otros se sumaron con valentía al combate por su liberación, que esperaban condujera a su vez a su propia independencia. Pero cuando por fin se levantó de las ruinas, Francia se dedicó a restaurar su imperio destrozado con toda la pompa colonial. A pesar de las negociaciones en París entre Jean Sainteny y Ho Chi Minh para llegar a un consenso sobre el problema del Vietnam de posguerra, y a pesar de la victoria de una izquierda que incluía a los comunistas, en las elecciones francesas de noviembre de 1946 el Gobierno decidió reconquistar Vietnam. Ya fuera gobernada por la derecha, el centro o la izquierda, por fuerzas religiosas o laicas, de una República a otra, Francia continuaba aferrándose a su imperio, desde el valle de Dien Bien Phu hasta la Casba de Argel (Delanoë 2002).
Tras el estallido de la guerra en diciembre de 1946, y hasta 1954, decenas de miles de norafricanos fueron enviados a combatir por Francia en Indochina (la cifra alcanzó finalmente los 123.000), mientras sus propios países experimentaban los primeros indicios de la lucha por la independencia. En Vietnam, cientos de ellos desertaron y se unieron al Viet Minh. De esa manera respondían a los llamados vietnamitas a la solidaridad anticolonial (Delanoë 2002). Uno de esos llamados se hizo en una carta que un ministro del Gobierno de Ho Chi Minh envió al líder independentista marroquí Abd el-Krim, exiliado en El Cairo, a principios de 1949. En ella escribía:
Nuestra lucha es vuestra lucha y vuestra lucha no difiere en nada de la nuestra. Además, la solidaridad de los movimientos de liberación nacional en el marco del antiguo imperio francés es capaz de ponerle punto final al imperialismo francés. Excelencia, el Gobierno de Ho Chi Minh le pide que haga uso de su gran autoridad espiritual para pedirles a los soldados de África del Norte que se nieguen a partir hacia Viet Nam, y le pide también que haga un llamado a los estibadores para que boicoteen los barcos franceses. (Saaf 1996)
Abd el-Krim, un líder guerrillero revolucionario que en 1921 había derrotado al ejército español en la épica batalla de Annual (conocida como el Desastre de Annual) y que había fundado la efímera República del Rif (1921-1926) antes de ser finalmente derrotado por Francia y España mediante incursiones aéreas, bombardeos con gas y napalm, cañones autopropulsados y decenas de miles de reclutas del imperio (Ayache 1990 y Daoud 1999), respondió: «La victoria del colonialismo, incluso en el otro extremo del mundo, es nuestra derrota y el fracaso de nuestra causa. La victoria de la libertad en cualquier parte del mundo es (...) la señal de la proximidad de nuestra independencia» (Saaf 1996).
La sucesión de reveses que sufrió el ejército francés en Indochina no hizo sino aumentar la toma de conciencia de la necesidad de solidaridad entre los pueblos colonizados. En respuesta a esa necesidad, los estibadores argelinos en los puertos de Orán y Argel se negaron a cargar material bélico con destino a Indochina (Ruscio 2004).
Los vietnamitas también le pidieron a Abd el-Krim y al Partido Comunista Marroquí que enviaran a un norafricano que pudiera tender una red de guerra psicológica para animar a las tropas norafricanas del Cuerpo Expedicionario Francés en Extremo Oriente a desertar, movilizar a los vietnamitas y, en última instancia, regresar a sus países de origen para luchar contra los colonizadores franceses. Este papel lo asumió M'hamed Ben Aomar Lahrach (alias Maaruf). Marroquí al igual que Abd el-Krim, Maaruf era sindicalista y miembro del Partido Comunista Marroquí (Delanoë 2002). A finales de la década de 1940 viajó a Hanoi. Así explicó sus actividades con los soldados norafricanos que se volcaron al Viet Minh o fueron capturados:
Intento crear aldeas auténticas para mis prisioneros árabes y cabilas, los instalo en cabañas autónomas, consigo darles una vida que recuerda a la de su país. No debemos convertirlos en vietnamitas, ¡hay que repatriarlos lo antes posible! Deben seguir siendo ellos mismos; formarán los cuadros de nuestros ejércitos de liberación (...) No dejaré morir a mis desertores marroquíes o argelinos. (Delanoë 2002)
En sus llamados a los soldados norafricanos que luchaban en el bando francés en Vietnam y en su labor de educación política con los cautivos norafricanos y los soldados movilizados, el mensaje de Maaruf era «Vuelvan a casa: esta gente, como ustedes en Marruecos, está luchando por su independencia (...) Vuelvan a casa y utilicen su espíritu de lucha para liberar a su país» (Saaf 1996). Ante todo, Maaruf pretendía recuperar a los norafricanos que los franceses utilizaban como carne de cañón y que se encontraban perdidos en ese lejano país asiático con el objetivo expreso de repatriarlos lo antes posible a sus respectivos países.
La mejor prueba de la eficacia de la labor de Maaruf son los cientos de repatriados argelinos que se convirtieron en cuadros militares del FLN entre 1954 y 1955. Las actividades de Maaruf fueron verdaderamente heroicas, entre ellas su participación en la detención del general francés De Castries en Dien Bien Phu. Como prueba de la alta estima que se le tenía, Ho Chi Minh lo apodó Anh Ma, que literalmente significa Caballo Hermano, y los vietnamitas le concedieron el rango de general y lo condecoraron (Saaf 1996 y Delanoë 2002).
Para Francia, Dien Bien Phu se convirtió en un símbolo de la obstinación anacrónica que conduce a la catástrofe. Para Vietnam, fue un ícono de la recuperación de la independencia nacional. Pero Dien Bien Phu no fue un acontecimiento histórico exclusivo de estos dos países: en todo el mundo, la batalla fue considerada un punto de inflexión que anunciaba el advenimiento de otras luchas por la liberación. El eco de los disparos apenas se había calmado en el valle del Tonkín antes de oírse en las montañas de Aurès, en Argelia. Y en menos de un año, los «condenados de la tierra» se reunieron en Bandung (Ruscio 2004). En cuanto a los colonialistas, el comandante en jefe de Francia, De Lattre, le confió al oficial al que había encargado la creación de su ejército vietnamita que debían mantener la línea imperial: «Es en Tonkín donde defendemos nuestras posiciones en África. Todo se debe subordinar a este imperativo» (Goscha 2022).
Hoy en día, es en Gaza donde el imperialismo liderado por EEUU procura defender su hegemonía mundial. EEUU e Israel, en su intento por mantener la línea imperial en Gaza, aplican métodos brutales similares a los que aplicaba Francia en Vietnam, como hacer padecer hambre a la población civil. Los franceses se dedicaron a cortar el acceso vietnamita al arroz, cumpliendo la orden de «matar de hambre al adversario» que diera el general francés Raoul Salan (Salan fundó más tarde la Organisation Armée Secrète, una organización clandestina terrorista que pretendía impedir la independencia de Argelia).
El uso de la comida como arma no era nada nuevo. Los ejércitos imperiales han practicado esta forma de guerra desde la antigüedad, pero Francia fue la primera en aplicar esta estrategia en una guerra de descolonización del siglo XX, con terribles consecuencias para la población vietnamita. Al hacerlo, cruzó la línea divisoria entre combatientes y civiles, y entre el frente interno y el frente de batalla. Se trataba de la guerra total, defendida por el general Lionel Max Chassin, comandante en jefe de la Fuerzas Aérea francesa en Indochina a principios de la década de 1950. Chassin insistía en que esta era la única forma de ganar la guerra colonial, argumentando que «hay que matar de hambre a la gente» (Goscha 2022). En 1956, Chassin le dijo a su superior que estaba «convencido que si hubiéramos matado a todos los búfalos de agua y destruido todo el arroz de Indochina, habríamos tenido a los vietnamitas a nuestra merced cuando lo hubiéramos deseado».
Lógicas similares prevalecieron en el intento francés de «pacificar» a Argelia entre 1954 y 1962, y ahora se están volviendo a utilizar en la guerra total de Israel contra Gaza. De hecho, lo que sucede hoy en Gaza no es solamente un genocidio. Aunque resulta casi imposible encontrar la terminología adecuada para describir el nivel de destrucción y mortandad que Israel está descargando sobre el pueblo palestino, abundan los conceptos empleados para comprender la enormidad de lo que está ocurriendo: urbicidio, escolasticidio, domicidio, ecocidio y holocidio, la aniquilación de un tejido social y ecológico entero.
Violencia revolucionaria y guerra de guerrillas urbana
Somos partidarios de la abolición de la guerra; no deseamos la guerra. Pero la guerra solo se puede abolir mediante la guerra. Para acabar con los fusiles, se debe empuñar el fusil. Mao Zedong
Sabiendo todo lo que había ocurrido en nuestro país, era claro que no teníamos otra opción que la lucha armada, y que teníamos que enfrentarnos a los franceses con violencia. Zohra Drif
Las guerras de Indochina y Argelia contra el colonialismo francés se han convertido en cimientos de la política moderna de ambos países. Ambas luchas por la independencia marcaron profundamente el carácter del pensamiento anticolonial en las décadas posteriores. En su excelente libro The Road to Dien Bien Phu (El camino a Dien Bien Phu), Christopher Goscha argumentó que Ho Chi Minh acabó administrando dos tipos de Estados en época de guerra: uno capaz de resistir al colonizador, en forma de guerrilla, como el FLN argelino iba a hacer en el norte de África, y otro capaz de generar la fuerza militar y organizativa necesaria para derrotar a un ejército colonial occidental en una batalla táctica, del tipo que habían creado los comunistas chinos.
Gracias a la ayuda de China y sus asesores militares, la instrucción en la ciencia militar moderna y la introducción de las leyes de reclutamiento y movilización, los comunistas vietnamitas presidieron una revolución militar inédita en cualquier otra guerra de descolonización del siglo XX (Goscha 2022). De hecho, los nacionalistas argelinos no fueron los únicos que no pudieron pasar de la guerra de guerrillas a la guerra convencional: en ninguna otra guerra de descolonización del siglo XX hubo algo parecido al Ejército Popular de Vietnam, y nunca se repetiría otra Dien Bien Phu. Pero eso no significó que las potencias coloniales no pudieran ser derrotadas de otras formas, en particular mediante la guerra de guerrillas.
La lucha anticolonial de Vietnam contra Francia no tuvo lugar de manera independiente de otros acontecimientos en Asia. La primera guerra de Indochina (1945-1954) transcurrió paralelamente a la guerra de Corea, en un contexto de expansión de la Guerra Fría en el sudeste asiático, donde EEUU concibió la ayuda a Francia como una forma de combatir a los comunistas. Cuando se reanudó la guerra de Vietnam en 1960, EEUU se incorporó a la contienda, con su formidable tecnología bélica y la convicción de tener la victoria asegurada. EEUU no necesitaba la ayuda de un tercer país para infligir golpes decisivos a los comunistas en Asia. La guerra estadounidense contra Vietnam duraría quince años antes de que su escuadra invencible se viera obligada a retirarse sin gloria, dejando tras de sí un país devastado.
La devastación y la violencia no fueron exclusivas de las revoluciones anticoloniales de Vietnam. La declaración de guerra en Argelia el 1º de noviembre de 1954 también fue el comienzo de una de las guerras más largas y sanguinarias de la historia de la descolonización, repleta de atrocidades despiadadas (Stora 2004). Los dirigentes del FLN tenían una idea realista del equilibrio de poder militar, que favorecía claramente a Francia, cuyo ejército era el cuarto en tamaño del planeta por entonces. Ante esta realidad, la estrategia del FLN se inspiró en el lema de Ho Chi Minh: «Por cada nueve de los nuestros que maten, mataremos a uno de los suyos, y al final ustedes se marcharán».
El FLN pretendía generar un clima de violencia e inseguridad que en definitiva les resultara intolerable a los franceses internacionalizar el conflicto y así llamar la atención del mundo sobre Argelia (Evans y Phillips 2007). Siguiendo esta lógica, los dirigentes revolucionarios Abane Ramdane y Larbi Ben M'hidi decidieron llevar la guerra de guerrillas a las zonas urbanas del país y, concretamente, iniciar la batalla de Argel en septiembre de 1956.
No hay mejor manera de apreciar plenamente este momento clave y dramático de sacrificio en la revolución argelina que a través de la clásica película realista de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel, estrenada en 1966. Prohibida inicialmente en Francia, la película recrea vigorosamente algunos de los momentos críticos de la resistencia argelina en la capital y la represión francesa de la misma.
En un momento dramático, el coronel Mathieu --un general Massu apenas velado (que también había combatido en la primera guerra de Indochina)--, presenta al líder del FLN capturado, Larbi Ben M'Hidi, en una rueda de prensa donde un periodista cuestiona la moralidad de esconder bombas en las cestas de compra de las mujeres. El periodista pregunta: «¿No le parece un poco cobarde utilizar cestas y bolsos para transportar artefactos explosivos que matan a tanta gente?». Y Ben M'hidi responde: «¿Y no le parece aún más cobarde arrojar bombas de napalm sobre pueblos indefensos, para que haya mil veces más víctimas inocentes? Dennos sus bombarderos y les daremos nuestras cestas» (citado en Fisk 2005).
Djamila Bouhired, líder revolucionaria que se ha convertido en fuente de inspiración tanto dentro del mundo árabe (especialmente para la población palestina) como fuera de él, fue una personalidad clave en la batalla de Argel. Junto con Zohra Drif, Samia Lakhdari y su madre, fue una de las mujeres que colocaron bombas por toda la ciudad. Tras ser capturada, violada y gravemente torturada, desafió heroicamente a sus captores y torturadores coloniales: «Sé que me condenarán a muerte, pero no olviden que al matarme no solo asesinarán la libertad de su país, sino que impedirán que Argelia sea libre e independiente».
Zohra Drif, otra heroína de la guerra de independencia argelina, conocida por su participación en el atentado del café Milk Bar en 1956, formaba parte de la red de atentados del FLN en Argel, en colaboración con Ali La Pointe, Djamila Bouhired, Hassiba Ben Bouali y Yacef Saâdi, jefe de la Zona Autónoma de Argel. Finalmente fue capturada, acusada de terrorismo y condenada a 20 años de trabajos forzados por el tribunal militar de Argel. Drif fue retenida en la sección de mujeres del penal de Barbarroja. En sus memorias, reflexionó sobre el papel de Djamila Bouhired:
Ellos tenían a su Marianne, nosotros teníamos a nuestra Djamila (...) Para la Francia colonial, ella era «el alma del terrorismo». Para nosotros y para todos los pueblos amantes de la libertad, se convirtió en el alma de la liberación y en el símbolo de la Argelia en guerra, bella y rebelde. (Drif 2017)
La heroica lucha, valor, abnegación, sumud (firmeza) y sacrificio de Bouhired aún resuenan en Palestina y siguen alimentando el corazón palpitante e inspirando el lenguaje y los imaginarios de la resistencia, la revolución y la lucha por la liberación. El manto de Bouhired lo recogió la luchadora por la libertad palestina Leila Khaled, junto a muchos otros.
La revuelta urbana de Argel fue finalmente aplastada sin piedad, recurriendo a la tortura a escala sistemática para extraer información, que incluía la colocación de electrodos en los genitales (Alleg 1958). En octubre de 1957 la red del FLN en Argel había sido desmantelada tras la muerte en una explosión del último dirigente restante, Ali La Pointe, junto con el Pequeño Omar, Hassiba Ben Buali y Hamid Buhamidi, en su escondite de la Casba. A pesar de esta derrota militar, el FLN se había anotado una victoria diplomática: Francia estaba aislada internacionalmente debido a los escandalosos métodos de represión que utilizaba.
La experiencia argelina de guerrilla urbana como parte de la lucha de descolonización tenía precedentes. Más de una década antes de que el FLN detonara las bombas en Argel, los vietnamitas ya habían librado importantes batallas urbanas en Saigón, Haiphong y Hanoi. Estas también fueron brutales, y los franceses utilizaron tanques, artillería y bombarderos para arrasar las posiciones urbanas enemigas. Al igual que la Casba de Argel, el casco antiguo de Hanoi fue la zona cero de la batalla por la ciudad (1946-1947). Durante los combates, el comandante en jefe del Cuerpo Expedicionario de Francia en Indochina, el general Jean Vally, ordenó a sus subordinados que los golpearan «fuerte con el cañón y la bomba (...) para acabar con la resistencia y demostrar a nuestro adversario la abrumadora superioridad de nuestras capacidades» (Goscha 2022). Al final de la batalla, la «Casba» de Hanoi yacía en ruinas.
El nivel de violencia que los franceses emplearon en la llanura del río Rojo y el resto del norte de Vietnam desde enero de 1951 hasta mediados de 1954 no tiene precedente en la historia de las guerras de descolonización del siglo XX. Vietnam sufrió más de un millón de muertos y cientos de miles de heridos, entre ellos las víctimas de torturas, mientras que el Cuerpo Expedicionario Francés sufrió 130.000 bajas.
En Argelia se alcanzaron niveles de violencia igualmente sorprendentes. Según cálculos oficiales, un millón y medio de argelinos murieron durante los ocho años de guerra, hasta 1962. Un 25% de la población (2,35 millones de habitantes) fue confinada en campos de concentración, al menos tres millones de personas (la mitad de la población rural) fueron desplazadas, unos 8000 pueblos fueron destruidos o incendiados, cientos de miles de hectáreas de bosques ardieron o fueron defoliadas por las bombas de napalm, las tierras cultivables fueron sembradas de minas o declaradas «zonas prohibidas» y la cabaña ganadera del país resultó diezmada (Bourdieu y Sayad 1964; Bennoune 1973).
En ambos casos (Argelia y Vietnam), el trabajo sucio de la venganza del colonizador contra los atrevidos actos de resistencia del colonizado consistió en fomentar y afianzar la deshumanización del «otro» y proyectar el odio en términos racializados. Para Francia y sus aliados, los vietnamitas y argelinos ya no eran un pueblo, sino bandidos, criminales y terroristas. Un joven soldado francés que perdió a una persona de su confianza en Vietnam explicó lo que quería hacer con los vietnamitas: «Tenemos que destruirlos a todos, sin compadecernos de ellos, son unos auténticos salvajes» (Goscha 2022).
La práctica de la tortura era endémica en el ejército francés años antes de que los paracaidistas franceses pisaran Argel. Israel utiliza ahora los mismos mecanismos y tácticas de deshumanización en Palestina toda vez que generales, funcionarios y figuras mediáticas israelíes describen a la población palestina como «animales humanos», «ratas», «bárbaros» y «terroristas» para justificar sus crímenes de guerra, torturas y masacres genocidas. El colonialismo y sus estrategias de racialización aún no han terminado.
No solo las Fuerzas Armadas de las potencias coloniales han aplicado estas estrategias en Vietnam, Argelia y Palestina: los propios colonos y pobladores también tuvieron que ver. Cuando los paracaidistas de élite traídos por el Gobierno francés para aplastar el levantamiento de Argel desfilaron por la calle principal de la ciudad, una multitud de extasiados colonos franceses salió a recibirlos. Escenas similares se vieron en Saigón en 1946, cuando los colonos acudieron en masa a darles la bienvenida a los soldados que los liberaban del dominio «nativo» (Goscha 2022). En ambos casos hubo una estrecha alianza entre el Ejército y las comunidades de colonos que consintieron la violencia colonial y la cruel represión.
Del mismo modo, hoy en día, la sociedad de colonos israelíes apoya por abrumadora mayoría el genocidio que el ejército israelí lleva a cabo en Gaza, así como su afán de guerra total en toda la región. Innumerables videos e imágenes muestran a israelíes vitoreando y celebrando la muerte de palestinos y explicando cómo les gustaría verlos desaparecer de las tierras que ellos mismos les han arrebatado.
¿En qué se parecen las luchas de Argelia y Vietnam con la lucha actual en Palestina? La respuesta es que la lucha de liberación palestina debe situarse sin concesiones dentro de la larga línea de esfuerzos revolucionarios anticoloniales. Aunque con sus especificidades y diferencias, estas tres luchas deben entenderse como tales: como luchas anticoloniales por la liberación. Al mismo tiempo, los acontecimientos en Palestina, inclusive el genocidio actual, también demuestran que el mundo colonial aún no ha sido desmantelado del todo.
Palestina y Argelia, hermanas del mundo árabe
Viajé en un avión argelino con protección argelina como si fuera un enviado argelino, no solo palestino. [El presidente argelino Houari Boumediene] quería contarle al mundo que el enviado palestino Yasser Arafat no venía solo sino con Argelia a su lado. Yaser Arafat
Por motivos evidentes, existen numerosas conexiones entre las luchas revolucionarias de liberación palestina y argelina. Una de ellas es la experiencia profundamente racista, inhumana y genocida a la que fueron sometidas ambas naciones, sin igual en la región árabe. En esta experiencia compartida, la población revolucionaria palestina admira a sus hermanos y hermanas argelinos, mientras que los argelinos ven en la resistencia y los esfuerzos revolucionarios palestinos la imagen reflejada de su revolución contra los colonialistas franceses. El FLN argelino inspiró la estrategia palestina de lucha armada y unión de diferentes grupos políticos bajo una bandera común. No es de extrañar, por tanto, que Argelia haya prestado ayuda a Palestina desde la década de 1960 en todos los ámbitos: apoyo diplomático, ayuda militar y suministro de armas y financiación.
Para gran parte del «Tercer Mundo», especialmente los países que seguían bajo el dominio colonial, la liberación de Argelia en 1962 supuso una esperanza y un modelo a seguir. Su capital, Argel, se convirtió en la meca de los revolucionarios de todo el mundo --desde Vietnam hasta Palestina, pasando por África austral-- que deseaban derribar el orden imperialista y colonial. La Carta de Argel de 1964 declaraba el apoyo argelino a las «luchas de otros pueblos del mundo», inclusive la «lucha armada» (Deffarge y Troeller 1972), y la Argelia independiente brindó asilo y apoyo financiero a movimientos de todo el globo que luchaban por la independencia y contra el racismo, el colonialismo y el imperialismo.
En el mundo árabe, el nuevo régimen de Argelia estableció lazos con el presidente egipcio Gamal Abdel Náser y fue una parte integral de la oleada anticolonial que expulsó a franceses y británicos tras su lamentable aventura en Suez en 1956, que incluyó la independencia de Túnez y Marruecos (también en 1956) y el derrocamiento de las monarquías de Irak (1958) y Yemen del Norte (1962). En este período, los palestinos también iniciaron sus primeras acciones para volver a situar a su país en el mapa político, del que había sido retirado (Gresh 2012)[3].
El movimiento de liberación palestino colaboró activamente con Argelia en los años posteriores a su independencia en 1962, cuando el país era un punto de encuentro para diversos movimientos de liberación afroasiáticos. El escritor y político palestino Muhammad Abu Meizar, que se incorporó al Movimiento de Liberación Nacional Palestino (Fatah) en 1962, describió el primer encuentro palestino con la revolución cubana en 1964, cuando Che Guevara viajó a Argel. En esa época los palestinos establecían relaciones con diversos movimientos de liberación de África, América Latina y Asia. Asimismo, fue desde Argelia que la primera delegación palestina viajó a China en 1965. Así describe Abu Meizar el apoyo de Argelia a la lucha palestina en aquel entonces:
Por intermedio de Argelia se produjeron varias interacciones con movimientos de liberación, los vietnamitas, los chinos, movimientos africanos, era un lugar de encuentro. Argelia también albergó una de las instituciones más importantes, la Academia Militar de Cherchell, donde se matricularon muchos palestinos. Hasta entonces, Fatah no había disparado un solo tiro. Sin embargo, gracias a Argelia, estableció conexiones con marroquíes, tunecinos, africanos, vietnamitas, chinos, el sudeste asiático, Cuba y otros países de América Latina. No se trataba de relaciones menores, sino de relaciones sumamente valiosas.
La Organización de Liberación de Palestina (OLP) inauguró su oficina en Argelia en 1965. Su primer presidente (1964-1967), Ahmad al-Shukeiri, era conocido por su ardiente apoyo a la causa argelina. Como representante de Arabia Saudita y luego de Siria ante las Naciones Unidas en Nueva York, desempeñó un papel activo en la defensa de la revolución argelina desde 1955 hasta 1962, durante las sesiones anuales y las reuniones extraordinarias. Argelia pagó la deuda con creces: el primer apoyo público a la revolución palestina por parte de un Gobierno fue el de Argelia, en la portada del periódico oficial Al-Moudjahid del 1º de enero de 1965, con un artículo titulado «Los revolucionarios del 1º de noviembre saludan a los revolucionarios del 1º de enero».
En este período, Fatah abrió un campo de entrenamiento para combatientes palestinos en Argelia fuera del marco de la Academia Militar de Cherchell, en coordinación con el Mando Conjunto de las Fuerzas Argelinas. Un gran número de voluntarios palestinos procedentes de Europa, del Magreb e incluso de EEUU se entrenaron allí, algunos de los cuales pasaron a dirigir operaciones de resistencia, convirtiéndose ellos mismos en símbolos de la lucha por la liberación, como Mahmoud al-Hamshari, Ghazi al-Husseini y Abdullah Franji. Así describió Abu Meizar el apoyo que Argelia dio a la lucha armada palestina:
[En 1967] garantizamos el primer envío de armas de Argelia a Fatah, cuya entrega fue facilitada por Mohammad Ibrahim al-Ali [comandante del Ejército Popular Sirio]. El primer avión voló a Damasco cargado de armas para Fatah (...) Esta fue nuestra primera transacción de armas, pero hay que recordar que en los días de Boumediene, en 1966, el primer apoyo financiero oficial lo ofreció el gobierno argelino a Fatah.
Yasser Arafat, presidente de la OLP de 1969 a 2004, siempre reconoció la solidaridad intransigente e inquebrantable de Argelia con la causa palestina, así como su firme apoyo a los esfuerzos bélicos panárabes contra la entidad sionista. Por ejemplo, explicó cómo el presidente argelino Boumediene envió fuerzas a Egipto para combatir en la guerra árabe-israelí de 1967. Boumediene también viajó a El Cairo y Damasco para preguntar qué necesitaban para el esfuerzo bélico, y después visitó la Unión Soviética para pedirle que enviara tanques y armas a Egipto y Siria para reemplazar las que habían perdido. Arafat relató cómo fueron las negociaciones entre Boumediene y los soviéticos:
Le dijeron que necesitaban más tiempo y él respondió que si por tiempo entendían dinero, entonces Argelia pagaría. Inmediatamente le pagó a la Unión Soviética 200 millones de dólares, lo que hoy equivaldría a 2000 millones de dólares. Pagó para que la Unión Soviética acelerara la entrega de armas a Egipto y Siria. Nadie puede olvidarlo.
Tras la Naksa (derrota) de 1967, Boumediene declaró:
La historia nos juzgará como traidores y perdedores... si aceptamos la derrota (...) La nación árabe no se arrodillará. Si Israel piensa que ha capturado el Sinaí, el Golán y Cisjordania, sabe que la profundidad árabe llega hasta Argelia (...) Argelia no puede aceptar la derrota. ¿Está la nación árabe utilizando todos sus enormes recursos humanos? ¿Está utilizando todas las tremendas energías físicas que tiene hoy (...) para decir que perdió la batalla? (...) La batalla no es solo una batalla palestina. Es cierto que estamos lejos geográficamente, pero tenemos una función que cumplir. (Boumaza 2015)
Las tropas argelinas que Boumediene envió permanecieron en Egipto para defender sus fronteras hasta la guerra árabe-israelí de 1973, en la cual lucharon junto a las tropas palestinas en el frente de Suez. El apoyo activo de Argelia a la lucha de liberación palestina se manifestó también en la elección de su capital, Argel, como sede de la Declaración de Independencia del Estado de Palestina en noviembre de 1988, anunciada durante la 19º sesión del Consejo Nacional Palestino.
Cada día en Gaza hay otro Kham Thien
Al igual que Palestina y Argelia, Palestina y Vietnam tienen una larga historia de fraternidad. La lucha de Vietnam por su liberación, que lo enfrentó primero a Francia y luego a EEUU, inspiró a los palestinos en la lucha contra la ocupación de sus tierras por parte de Israel. Una de las similitudes en las luchas palestina y vietnamita es el uso de túneles como táctica de guerrilla contra un ejército superior y mejor equipado. Tal vez inspirados por el uso que los comunistas chinos hicieron de los túneles contra el invasor japonés, los vietnamitas empezaron a cavar su extensa red de túneles durante la década de 1940 para esconderse de las tropas coloniales francesas y lanzar ataques contra ellas.
Los túneles de Cu Chi, de 240 km de longitud, situados al noroeste de Saigón (Ciudad de Ho Chi Minh), fueron un bastión estratégico para las tropas guerrilleras comunistas conocidas como Viet Cong. Cumplieron una función crucial en la resistencia contra la guerra estadounidense en Vietnam e incluso sirvieron de base de operaciones para la Ofensiva del Tet en 1968. En la actualidad, tanto el movimiento de resistencia palestino como el libanés utilizan túneles en su lucha contra Israel. Los túneles de Gaza sirven de base para la resistencia palestina, que los utiliza para causarle importantes bajas al Ejército israelí.
Otro paralelismo entre la experiencia de Palestina y la de Vietnam es el grado de destrucción que provocaron sus poderosos opresores. A los vietnamitas, la destrucción actual de Gaza por parte de Israel seguramente les recordará los bombardeos estadounidenses de 1972. El entonces presidente estadounidense Richard Nixon ordenó el bombardeo de la capital norvietnamita, Hanoi, durante la Navidad de 1972. A partir del 18 de diciembre y durante doce días y noches consecutivos, lanzaron unas 20.000 toneladas de bombas sobre Hanoi, así como en la concurrida ciudad portuaria septentrional de Hai Phong y otras localidades. El vecindario de Kham Thien, en Hanoi, sufrió la mayor devastación.
Jóvenes activistas vietnamitas explican con claridad estos vínculos entre la guerra genocida de Israel contra Gaza y la guerra de EEUU contra Vietnam al presentar la causa palestina a nuevos públicos (Dang 2024). Las repercusiones históricas de las dos guerras, que incluyen las imágenes de destrucción de centros urbanos (Gaza y Kham Thien), junto con las violentas amenazas de los Estados agresores --Israel declarando que «arrasaría Gaza» y EEUU que «bombardearía Vietnam del Norte hasta devolverlo a la Edad de Piedra»-- forman parte de una reserva simbólica compartida de una historia de guerras coloniales y resistencia revolucionaria. Esta experiencia común nutre un sentimiento renovado de solidaridad transnacional entre los pueblos oprimidos del pasado y los oprimidos de la actualidad.
Pero estas solidaridades, que ahora se renuevan, se remontan en realidad muchos años atrás: el apoyo de Vietnam al pueblo palestino y su lucha por la liberación fue inquebrantable durante la Guerra Fría y en la década de 1990. Esto se debe sin duda a la convicción entre los dirigentes vietnamitas de que la causa palestina reflejaba su propia lucha por la unificación y la independencia frente a potencias extranjeras. La OLP estableció relaciones con Vietnam del Norte en 1968 y abrió una oficina de representación residente tras el final de la guerra en Vietnam en 1975. Esa oficina pronto se convirtió en la embajada de Palestina en Vietnam.
En la década de 1990, Vietnam recibió a dirigentes palestinos en numerosas ocasiones, entre ellos a Yasser Arafat. Por parte palestina, el poeta palestino Mahmoud Darwish resumió los lazos de amistad entre ambos países en 1973, cuando la guerra de Vietnam entraba en su fase final con la firma de los Acuerdos de Paz de París: «En la conciencia de los pueblos del mundo, la antorcha ha pasado de Vietnam a nuestras manos». La OLP integró la pequeña minoría de grupos y países del Sur global que condenaron abiertamente a China por su invasión de Vietnam en 1979.
La batalla es larga y el camino, arduo
Cuando las puertas de la prisión se abran, saldrá volando el verdadero dragón. Ho Chi Minh
Un luchador por la libertad aprende, por el camino más duro, que es el opresor el que define la naturaleza de la lucha. Con frecuencia, al oprimido no le queda más recurso que emplear métodos que reflejan los empleados por su contrincante. Nelson Mandela
Gaza fue y seguirá siendo la capital de la tenacidad, el corazón de Palestina que no deja de latir aunque el mundo se cierre a nuestro alrededor... Así que aférrense a la tierra tan firmemente como las raíces al suelo, porque ningún viento puede desarraigar a un pueblo que ha elegido vivir. Younes Masskine, 2024
La lucha por la liberación palestina debe (re)situarse dentro de la larga trayectoria de luchas anticoloniales, antimperialistas, antiapartheid y de descolonización, entre las que se incluyen las luchas de liberación de Haití, Vietnam, Cuba, Argelia, Guinea Bissau, Cabo Verde y Sudáfrica. Se trata de una lucha que debe ser apoyada, no demonizada. Pero, como escribió Edward Said en una ocasión, «Palestina es la causa más cruel y difícil de defender, no porque sea injusta, sino porque es justa y, sin embargo, es peligroso hablar de ella». No obstante, en estos tiempos de genocidio, no podemos darnos el lujo de guardar silencio: debemos hablar de Palestina de la forma más honesta y concreta posible.
La descolonización de Palestina implicaría el fin de la ocupación, la liquidación del régimen de apartheid y el desmantelamiento de Israel como proyecto colonial de asentamiento. Los colonizadores y opresores calificaron a todos los revolucionarios anticoloniales (sea cual sea su ideología: comunista, nacionalista, conservadora religiosa, etc.) de terroristas, salvajes y bárbaros. Y todas las potencias coloniales respondieron con salvajismo e inhumanidad a los actos de resistencia de los oprimidos y colonizados. Por lo tanto, es hora de que dejemos de hacer falsas equivalencias entre la violencia legítima --y el derecho a resistir-- de los oprimidos y colonizados que luchan por su propia liberación y la violencia infinitamente mayor de los opresores y colonizadores, que se utiliza únicamente para imponer un statu quo injusto y cruel. El revolucionario guyanés Walter Rodney lo expresó en estas potentes palabras:
Se nos dijo que la violencia en sí misma es mala y que, sea cual sea la causa, es injustificable desde el punto de vista moral. ¿En qué plano moral puede considerarse igual la violencia que emplea un esclavo para romper sus cadenas que la violencia del amo? ¿En qué plano podemos equiparar la violencia de los negros oprimidos, dominados, deprimidos y reprimidos durante cuatro siglos con la violencia de los fascistas blancos? La violencia destinada a recuperar la dignidad humana y la igualdad no puede juzgarse en el mismo plano que la violencia destinada a mantener la discriminación y la opresión. (Rodney 1969)
A pesar del horror, la destrucción apocalíptica y las matanzas masivas que se han presenciado en el ataque genocida de Israel contra Gaza en el último año, con los atentados del 7 de octubre conocidos como Toufan Al-Aqsa, el movimiento de liberación palestino puso en marcha lo que puede llegar a considerarse el principio del fin del régimen colonial de asentamiento de Israel (Pappé 2024).
Además, a pesar de los asesinatos selectivos de dirigentes de Hamás y Hezbolá, las fuerzas de resistencia permanecen intactas y firmes en el campo de batalla. Aunque es demasiado pronto para asegurarlo, lo que está ocurriendo en Palestina y Líbano podría convertirse, como los acontecimientos del 8 de mayo de 1945 en Argelia, en el primer episodio de una prolongada guerra popular que desmantelará la colonia de asentamiento. Hamás hizo añicos el mito de la invencibilidad de Israel y, mediante su heroica resistencia en Gaza, se reafirma como líder de la resistencia palestina a la ocupación, el apartheid y el colonialismo de asentamiento, cosechando enorme simpatía en todo el mundo árabe y más allá.
La guerra asimétrica que se está desarrollando no es simplemente una guerra entre Hamás e Israel: es una guerra palestina de liberación. También es ya una guerra regional, dado que Israel y sus aliados occidentales (principalmente EEUU y el Reino Unido) luchan con mayor o menor intensidad en cinco frentes: Gaza/Cisjordania, Líbano, Yemen, Irak/Siria e Irán.
Debemos recordar que la lucha armada es necesaria en determinadas condiciones, y tal es el caso de la Palestina ocupada en su lucha contra el colonialismo sionista de asentamiento. Sin embargo, es crucial subordinar la lucha armada a un abanico más amplio de políticas revolucionarias para asegurar que su elección de objetivos no sea arbitraria ni aleatoria. En este tipo de estrategia, la lucha armada puede entenderse como una herramienta para movilizar el apoyo político y no como táctica que repele o aleje a aliados potenciales. Por lo tanto, una resistencia eficaz, tal y como la entendía el académico revolucionario paquistaní Eqbal Ahmad, exige una estrategia flexible que combine diferentes tácticas armadas y políticas en función de la posición que ocupe el enemigo y del contexto político más amplio.
En este sentido, la violencia y la no violencia no deben considerarse estrategias mutuamente excluyentes que se oponen de forma binaria y obligan a los pueblos oprimidos a elegir entre una u otra. De esta manera, el análisis de la violencia política debe apartarse de los fundamentos puramente normativos o moralistas en los que se basan algunas condenas que hace la izquierda a la violencia de Hamás. Además, descartar la resistencia anticolonial por islamista es un reflejo de la lacra profundamente arraigada de la islamofobia, que lamentablemente ha sido interiorizada por algunos sectores de la izquierda euro-estadounidense.
Desde sus primeros días, el movimiento de liberación palestino ha comprendido la necesidad de una resistencia armada frente a la violenta crueldad del régimen colonial, de apartheid y de ocupación. Al mismo tiempo, al igual que sus hermanos y hermanas de Argelia y Vietnam, sabe que derrotar militarmente a una potencia militar sumamente sofisticada (respaldada por el bloque imperialista liderado por EEUU) es una tarea insalvable. Por lo tanto, para tener éxito y alcanzar sus objetivos, la lucha armada palestina debe basarse firmemente en una estrategia política revolucionaria más amplia y estar dirigida por un frente anticolonial unido.
La verdad de esta proposición puede ilustrarse con el caso argelino, concretamente con el enfoque que aplicó Abane Ramdane. Apodado «el arquitecto» de la lucha por la independencia argelina, Ramdane se dedicó a organizar las diversas estructuras políticas y militares de la revolución argelina y a crear un frente unido más fuerte en colaboración con otras fuerzas políticas, específicamente a través del Congreso de Soummam en agosto de 1956 (Harbi 2024). Fue él, junto a otros compañeros de armas, quien hizo hincapié en la primacía de la acción política sobre las operaciones militares; pero también fue él quien insistió en llevar la guerra a la capital con la Batalla de Argel.
El FLN argelino no ganó la guerra contra los franceses en el terreno militar, pero sí venció en las batallas políticas y diplomáticas más decisivas, en términos de aislamiento y deslegitimación del régimen colonial francés y de construcción de alianzas sólidas en la escena internacional, inclusive en la Conferencia de Bandung en 1955, en los foros panafricanos, en Europa y en la Asamblea General de la ONU en los años siguientes.
Obviamente, el contexto político mundial ha cambiado drásticamente desde los años cincuenta y sesenta hasta hoy. Ya no vivimos en la época de la liberación nacional y el tercermundismo. Mucho peor, la nuestra es una época en la que el derecho internacional es pisoteado abiertamente por los más poderosos, y en la que el establishment liberal occidental de los DDHH y la democracia (política, intelectual, cultural y mediática) se derrumba ante nuestros ojos y exhibe sus verdaderos colores genocidas y de supremacismo blanco.
El panorama regional no es mejor: Palestina se encuentra rodeada de regímenes árabes reaccionarios y traidores que le han entregado la causa palestina a EEUU y al régimen israelí. Este clima sumamente difícil debe tenerse en cuenta a la hora de concebir una estrategia política eficaz que logre unir a las fuerzas anticoloniales palestinas y articular eficazmente las tareas revolucionarias a nivel nacional, regional e internacional. Como parte de esta estrategia en varios niveles, es de vital importancia reforzar los esfuerzos del movimiento de boicot, desinversión y sanciones (BDS).
Gaza despertó al mundo y Palestina se convirtió en la lucha por excelencia de nuestro tiempo. Palestina es la prueba de fuego para los movimientos y organizaciones progresistas y es también una prueba para todos y cada uno de nosotros. Como ha argumentado con convicción Adam Hanieh, la lucha por la liberación de Palestina no es simplemente una cuestión moral y de DDHH: es fundamentalmente una lucha contra el imperialismo liderado por EEUU y el capitalismo de los combustibles fósiles a nivel mundial: los dos pilares de la hegemonía estadounidense en la región y más allá son Israel, una colonia de asentamiento euroestadounidense, y las monarquías reaccionarias del golfo Pérsico ricas en combustibles fósiles, que son un punto nodal clave del capitalismo fósil mundial.
Palestina es, por tanto, un frente mundial contra el colonialismo, el imperialismo, el capitalismo fósil y el supremacismo blanco. En este sentido, el éxito que tengan las luchas --aunque reprimidas y derrotadas por ahora-- a la hora de derrocar a los regímenes árabes reaccionarios de la región (principalmente las monarquías del Golfo, y Egipto y Jordania) es esencial para la victoria de la lucha palestina. Al mismo tiempo, más allá de la vacuidad del (des)orden internacional basado en normas, la guerra genocida de Israel también revela la bancarrota moral y política de los regímenes árabes, algunos de los cuales gesticulan sin hacer nada y otros son cómplices activos de los crímenes sionistas (especialmente Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto, Jordania y Marruecos). Este hecho ha quedado meridianamente claro para las poblaciones árabes en el último año, y podría consolidar su determinación de derrocar estos regímenes en el futuro próximo (cabe recordar que los lemas revolucionarios en Sudán y Argelia de 2018 y 2019 decían «Que caigan todos»).
Los obstinados intentos de Francia y sus aliados de mantener la línea imperial en Indochina en las décadas de 1940 y 1950 con el fin de defender sus posiciones en África se reflejan hoy en las acciones de EEUU, Israel y sus aliados para mantener la línea imperial en Palestina y la región de Oriente Medio en general contra el Eje de la Resistencia representado por la República Islámica de Irán, Hezbolá y sus organizaciones hermanas en la resistencia libanesa, junto a Hamás y sus socios en la resistencia palestina, así como por el Gobierno yemení y una variedad de grupos de resistencia iraquíes. Para las fuerzas antimperialistas del planeta, golpear al imperialismo en Palestina y Oriente Medio es de importancia estratégica para servir a la revolución mundial.
No se trata de glorificar ni romantizar acríticamente las diversas revoluciones y fuerzas de resistencia anticolonial. Todas ellas han tenido sus propios problemas, contradicciones, carencias y fracasos. Las realidades «poscoloniales» de los países «independientes» que son el centro de este artículo señalan diversos escollos de la conciencia nacional y la bancarrota de ciertas burguesías nacionales que Fanon describió magistralmente en Los condenados de la tierra. Pero en lugar de adoptar una postura nihilista y declarar retrospectivamente que estos esfuerzos revolucionarios no valieron la pena, las revoluciones deben ser vistas como procesos continuos, a largo plazo, con sus flujos y reflujos, y no como acontecimientos que triunfan o fracasan en un momento determinado.
Un balance adecuado de las luchas revolucionarias también requiere considerar las dimensiones nacionales, regionales e internacionales de cada proceso. La solidaridad transnacional entre pueblos oprimidos y colonizados ha sido y sigue siendo una fuerza motriz para cambiar el mundo. Actualmente somos testigos del poder y la importancia de esta solidaridad Sur-Sur con el compromiso de los países del Sur con la causa palestina y los esfuerzos por aislar al régimen criminal de colonos de Israel.
La demanda de Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia por violar la Convención contra el Genocidio es uno de esos esfuerzos, y constituye un acontecimiento histórico: hombres y mujeres africanos (con sus aliados) están sacudiendo la supremacía blanca y el colonialismo y, tomando prestadas las palabras de la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los DDHH en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, «luchando para salvar a la humanidad y el sistema jurídico internacional de los despiadados ataques apoyados o permitidos por la mayor parte de Occidente». Verlos librar esta batalla «seguirá siendo una de las imágenes que definirán nuestro tiempo (...) [Hará] historia pase lo que pase».
En La Haya vimos a los representantes de la nación que sufrió y venció al apartheid defender la decencia humana básica, la justicia y la solidaridad y tender la mano a otra nación que está sufriendo y resistiendo la opresión colonial y el genocidio mientras reivindica sus derechos a la libertad y la justicia. El Sur (cualesquiera que sean sus imperfecciones y contradicciones) está dándole al Norte amante de los «DDHH y la democracia» una lección de moral política. Con sus acciones, los herederos de Mandela honran su memoria y subrayan la verdad de sus palabras: «sabemos demasiado bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos»[4].
Muchos países del Sur global apoyan el caso de Sudáfrica. Entre ellos están Turquía, Indonesia, Jordania, Brasil, Colombia, Bolivia, Pakistán, Namibia, Maldivas, Malasia, Cuba, México, Libia, Egipto, Nicaragua, la Organización de Cooperación Islámica (con 57 miembros) y la Liga Árabe (con 22 miembros). Las potencias occidentales (EEUU, Reino Unido, Canadá y Alemania) respaldan a Israel. Alemania recibió una fuerte reprimenda de Namibia, su antigua colonia, que denuncia su postura de defensa del genocidio de Israel en Gaza y de no aprender de su historia asesina que la hizo responsable de dos genocidios en el siglo XX (el genocidio de los herero y namaqua en Namibia y el Holocausto en Europa). Chile y México, por su parte, solicitaron a la Corte Penal Internacional que investigue los crímenes de guerra cometidos por Israel en Gaza.
Ello, sumado a una decena de países que han cortado lazos diplomáticos con Israel y a la decisión de Colombia (y potencialmente Sudáfrica) de prohibir las exportaciones de carbón a Israel, apunta a una clara línea de demarcación entre el Norte y el Sur, aunque con algunas contradicciones insostenibles, especialmente cuando se trata de países como Jordania y Egipto. Estos acontecimientos refuerzan la tendencia hacia un mundo multipolar donde el Sur se impone política y económicamente. Todavía no estamos en una nueva fase de Bandung, pero esta coyuntura histórica acelerará el declive (al menos ideológico) del imperio liderado por EEUU e intensificará sus contradicciones.
Las audiencias de la Corte Internacional de Justicia y los acontecimientos subsiguientes constituyen un gran desafío para el mundo blanco (en el que «blanco» no es solo una categoría racial, sino también una construcción ideológica), el establishment occidental, su desmoronado edificio de «DDHH» y su «universalismo», y pueden acelerar el colapso del (des)orden internacional «basado en normas». Es evidente que la democracia burguesa del Norte occidental atraviesa una profunda --si no mortal-- crisis de legitimidad, y que su hegemonía mundial (en el sentido gramsciano) está menguando. Esto explica el claro desplazamiento hacia la guerra y la creciente dependencia de esta, así como el afianzamiento de la lógica militarista y genocida. El capitalismo-imperialismo está entrando en su fase de barbarie transparente. Como escribió Gramsci: «lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados».
Ahora que el sistema político y económico internacional culpa a sus víctimas y no a quienes lo sostienen, desvía toda atención de los mecanismos de dominación y recurre a explicaciones culturalistas (a menudo racistas) de sus fracasos, es crucial que nos sumerjamos en proyectos y experiencias revolucionarias y progresistas del pasado. Necesitamos esa claridad de propósito para generar un quiebre con la larga historia de saqueo, violencia e injusticia que soporta la mayoría del planeta. Esto también puede ayudarnos a superar la propaganda de un sistema esclavizador que disfraza sus cadenas y grilletes mediante el uso de frases benignas como la «mano invisible del mercado», la «globalización feliz», la «responsabilidad humanitaria de proteger» o «el derecho a defenderse de Israel».
Cada vez queda más claro que la mayoría oprimida ya no puede vivir en un sistema que deshumaniza a las personas, que consagra la sobreexplotación, que domina por sobre la naturaleza y la humanidad, que genera desigualdades masivas y una pobreza incalculable... Este es un sistema propenso a la guerra y la militarización que provoca la destrucción ecológica y el caos climático. Por suerte, en todos los continentes y en todas las regiones se están produciendo revueltas y rebeliones antisistémicas. Pero para que prosperen estos actos de resistencia episódicos y en gran medida confinados geográficamente deben trascender lo local y alcanzar lo internacional; deben generar alianzas duraderas frente al capitalismo, el colonialismo, el imperialismo, el patriarcado y el supremacismo blanco.
¿Pueden las diversas luchas contemporáneas --los levantamientos árabes, africanos, asiáticos y latinoamericanos, el movimiento Black Lives Matter, la resistencia de las comunidades indígenas y el movimiento obrero, los movimientos por la justicia climática, el aborto, la soberanía alimentaria y la paz y las acampadas estudiantiles, el antifascismo y antirracismo y la resistencia palestina y libanesa-- converger y construir alianzas mundiales sólidas que superen sus propias contradicciones y puntos ciegos? ¿Pueden marcar el comienzo de un tiempo nuevo en el que cuestionemos los cimientos coloniales de nuestros problemas actuales y descolonicemos verdaderamente nuestras políticas, economías, culturas y epistemologías? Ese objetivo no solo es posible, sino necesario, y las solidaridades y alianzas trasnacionales son cruciales en la lucha global por la emancipación de los condenados de la tierra. Podemos inspirarnos en el pasado, en el período de la descolonización, Bandung, el tercermundismo, la Tricontinental y otras experiencias internacionalistas similares.
Para mantener ciertas hegemonías y ocultar a la vista una época inspiradora de vínculos revolucionarios entre las luchas por la liberación de continentes diferentes, algunas historias se ignoran y otras se silencian. Debemos escarbar en el pasado para familiarizarnos con esas tradiciones de resistencia, aprender de ellas y discernir convergencias posibles para las luchas en curso.
La Argelia independiente se convirtió en un poderoso símbolo de lucha revolucionaria y sirvió de modelo para diferentes frentes de liberación en todo el planeta. Amílcar Cabral, líder revolucionario de Guinea-Bissau, declaró en una rueda de prensa al margen del primer Festival Panafricano celebrado en Argel en 1969: «Tomen nota: los musulmanes peregrinan a la Meca, los cristianos al Vaticano y los movimientos de liberación nacional a Argel». La lucha de Vietnam contra el imperialismo estadounidense en la década de 1970 se convirtió en una causa aglutinante para los movimientos progresistas de todo el mundo e influyó en el auge de la revuelta social mundial que desembocó en las protestas de 1968.
Tenemos que hacer hincapié en la perspectiva internacional de nuestras luchas con el fin de superar las numerosas restricciones y limitaciones impuestas a nuestros movimientos y adherir al internacionalismo radical que promueva activamente la solidaridad. Es esencial que redescubramos la herencia revolucionaria del mundo árabe, África, América Latina, Asia y el Sur global tal y como quedó registrada en los hechos y las palabras de mentes brillantes como las de George Habash, Mahdi Amel, Frantz Fanon, Amilcar Cabral, Thomas Sankara, Walter Rodney, Ghassan Kanafani, Samir Amin, Che Guevara, Ho Chi Minh y Mao Zedong, por mencionar solo a algunos.
Necesitamos reactivar los proyectos ambiciosos de los años sesenta que buscaban la emancipación del sistema imperialista-capitalista. Construir sobre esta herencia revolucionaria, inspirarse en su esperanza insurgente y aplicar su perspectiva internacionalista en el contexto actual es de máxima importancia para Palestina y para las otras luchas emancipatorias en todo el mundo. En la conclusión de Los condenados de la tierra, Fanon escribió:
Compañeros: hay que decidir desde ahora un cambio de ruta. La gran noche en la que estuvimos sumergidos, hay que sacudirla y salir de ella. El nuevo día que ya se apunta debe encontrarnos firmes, alertas y resueltos (...) No perdamos el tiempo en estériles letanías o en mimetismos nauseabundos. Dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo (...) Compañeros, el juego europeo ha terminado definitivamente, hay que encontrar otra cosa. Podemos hacer cualquier cosa ahora a condición de no imitar a Europa, a condición de no dejarnos obsesionar por el deseo de alcanzar a Europa (...) Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo. (Fanon 1967)
Es primordial continuar la labor de descolonización y desvinculación del sistema imperialista-capitalista para restaurar la humanidad que nos ha sido negada. Será la resistencia a las lógicas coloniales y capitalistas de apropiación y extracción de la que nacerán otros imaginarios y alternativas contrahegemónicas. No hay que rendirse. Seamos, efectivamente, «una generación que resurja de sus cenizas con más fuerza». Y, parafraseando un famoso dicho que les resulta familiar a muchos musulmanes, trabajemos por un cambio radical como si fuera a tardar una eternidad en realizarse, pero preparemos el terreno como si fuera a ocurrir mañana. Como cantaban los revolucionarios en el Festival Panafricano de Argel en 1969: «¡Abajo el imperialismo, abajo el colonialismo!», «¡Colonialismo, a luchar hasta la victoria! ¡Imperialismo, a luchar hasta la victoria!»[5]. A lo que podemos añadir: «¡Desde el río hasta el mar, Palestina será libre!»
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Notas
[1] Les enfumades fue una técnica utilizada por el cuerpo expedicionario francés durante la conquista de Argelia en 1844 y 1845. Consistía en asfixiar a las personas que se habían refugiado o estaban atrapadas en una cueva mediante hogueras que se encendían delante de la entrada, consumían el oxígeno disponible y llenaban la cueva de humo. Entre las personas aniquiladas de este modo había mujeres y niños. Tribus enteras fueron exterminadas de este modo, que supuso el asesinato de miles de personas.
[2] Una gendarmería es una fuerza militar encargada de hacer cumplir la ley en una población civil. El término gendarme deriva del francés medieval gens d'armes (literalmente, «gente de armas»). En Francia y en algunas naciones francófonas, la Gendarmería es una rama de las Fuerzas Armadas responsable de la seguridad interna en partes del territorio (en el caso de Francia, principalmente zonas rurales y poblados pequeños), con funciones adicionales de policía militar para las fuerzas armadas.
[3] En los párrafos siguientes me baso principalmente en el material recopilado por el excelente sitio web educativo sobre la revolución palestina Learn Palestine, editado por los académicos palestinos Karma Nabulsi y Abdel Razzaq Takriti, así como en la esclarecedora serie de podcasts «Thawra», de The Dig, sobre los radicalismos árabes en el siglo XX.
[4] Esta cita de Nelson Mandela pertenece a un discurso que pronunció durante el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, en Pretoria, Sudáfrica, el 4 de diciembre de 1997.
[5] Estos dos cánticos de los militantes de la Organización Popular de África Sudoccidental (SWAPO) de Namibia se escuchan en las primeras escenas del documental El Festival Panafricano de Argel de 1969. Para más información véase Hamouchene, H. (2014) «Culture and Revolution: The Pan-African Festival of Algiers», 31 de octubre.
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