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TRUMP TIENE QUE ELEGIR ENTRE EXTERMINAR PALESTINA O PONER FIN A LA GUERRA

La sabiduría convencional dice que Trump 2.0 será un desastre para los palestinos

David Hearst*, Middle East Eye, 7 noviembre 2024
Traducido del inglés por Sinfo Fernández


La sabiduría convencional dice que Trump 2.0 será un desastre para los palestinos, porque Trump 1.0 prácticamente enterró la causa nacional palestina.

Y de hecho es cierto que bajo el primer mandato de Donald Trump como presidente, EE. UU. estuvo guiado en su totalidad por la derecha religiosa sionista; la verdaderamente influyente, ya sea como donantes o responsables políticos.

Bajo Trump y su yerno asesor, Jared Kushner, Washington se convirtió en un patio de recreo político para el movimiento de colonos, con el que el exembajador de Estados Unidos en Israel, David Friedman, se alineó sin pudor.

En consecuencia, en su primer mandato, Trump trastocó décadas de política al reconocer Jerusalén como capital de Israel y trasladar allí la embajada estadounidense; privó de derechos a la Autoridad Palestina al cerrar la oficina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Washington; permitió a Israel anexionarse los Altos del Golán; se retiró de los acuerdos nucleares con Irán; y asesinó a Qassem Soleimani, el general y diplomático iraní más poderoso de la región.

Aún más perjudicial para la lucha palestina por la libertad fue el patrocinio de Trump de los Acuerdos de Abraham.

Esto fue -y sigue siendo- un serio intento de verter hormigón sobre la tumba de la causa palestina, construyendo en su lugar una superautopista de comercio y contratos del Golfo que convertiría a Israel no sólo en una superpotencia regional, sino en un portal vital a la riqueza del Golfo.

El 6 de octubre de 2023, la víspera del atentado de Hamás, la causa palestina estaba prácticamente muerta. La lucha palestina por la autodeterminación parecía el equipaje de una vieja generación de líderes árabes, que estaba siendo abandonado sin ceremonias por la nueva generación.

Todos los rumores diplomáticos se referían a la inminente decisión de Arabia Saudí de normalizar sus relaciones con Israel, con la imagen del príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman estrechando la mano en público al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu colgando como un premio justo detrás de la siguiente esquina. Un empujón más y estaría en el saco.

Si ese pliego de cargos no es lo suficientemente largo, se podría argumentar fácilmente que el segundo mandato de Trump será aún peor para los palestinos de lo que fue el primero.

Impulsos más salvajes

Esta vez, y con la proyección de que el partido republicano tendrá el control de ambas cámaras del Congreso, no habrá adultos en la sala para corregir los impulsos más salvajes del presidente.

Después de todo, ¿no acaba Friedman de publicar un libro titulado One Jewish State: The Last, Best Hope to Resolve the Israeli-Palestinian Conflict, en el que sostiene que Estados Unidos tiene el deber bíblico de apoyar la anexión de Cisjordania a Israel?

«Los palestinos, como los puertorriqueños, no votarán en las elecciones nacionales (…) Los palestinos serán libres de promulgar sus propios documentos de gobierno siempre que no sean incompatibles con los de Israel», escribe Friedman.

Así pues, ¿es que Trump 2.0 no presagia simplemente aún más cambios territoriales, como la anexión de la zona C de la Cisjordania ocupada, la división permanente de Gaza, el regreso de los asentamientos israelíes al norte de Gaza y la limpieza de la zona fronteriza en el sur del Líbano?

Todo esto podría suceder, y sin duda sucederá, bajo un segundo mandato, sin freno alguno, de Trump.

Ni por un segundo infravaloro o subestimo el sacrificio en sangre que los palestinos han pagado hasta ahora -el número de muertos en Gaza podría ser fácilmente tres veces superior a la cifra oficial actual- o podrían pagar todavía por todo lo que está por venir.

Pero en esta columna argumentaré que el movimiento de colonos, respaldado por un segundo mandato de Trump, está inmerso en el proceso de enterrar cualquier posibilidad de que Israel prevalezca como un Estado judío minoritario de apartheid con control de toda la tierra desde el río hasta el mar.

Consecuencias irreversibles

Permítanme hacer dos observaciones sobre la situación que existía el 6 de octubre, antes de pasar a tratar las consecuencias irreversibles de todo lo que ha sucedido desde entonces. Y no se equivoquen: son irreversibles.

La primera es que al permitir que Netanyahu reclamara la victoria total, la administración estadounidense bajo una primera presidencia de Trump enterró no solo la perspectiva de una solución de dos Estados, sino junto con ella, el sueño sionista de un Estado judío liberal, secular y democrático.

La versión liberal de este Estado había sido el principal vehículo de la expansión israelí, con sus rebanadas de salami haciendo incursiones cada vez más profundas en la Palestina histórica. Al acabar con él, la hoja de parra liberal cayó del proyecto sionista, y las fuerzas sionistas religiosas que antes se consideraban marginales e incluso terroristas, como el político de extrema derecha Itamar Ben Gvir y los kahanistas, se convirtieron en la corriente dominante.

Esto alteró fundamentalmente todo el proyecto de establecer Israel como Estado dominante entre el río y el mar. De repente se convirtió en el único Estado gobernado por fanáticos religiosos, por personas que deseaban derribar la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa.

Se convirtió en un Estado gobernado por los dogmas religiosos de Jerusalén y no por los frikis asquenazíes europeos de Internet y los sofisticados de Tel Aviv. Bajo la primera presidencia de Trump, la brecha entre estos dos campos se hizo irreconciliable y fundamentalmente desestabilizadora.

El segundo cambio que la primera presidencia de Trump provocó, o más bien completó, tuvo lugar en las mentes palestinas.

Toda una generación de palestinos nacidos después de los Acuerdos de Oslo llegó a la conclusión de que todas las vías políticas y no violentas para buscar el fin de la ocupación estaban bloqueadas; que ya no tenía sentido reconocer a Israel, y mucho menos tratar de encontrar a alguien en él con quien hablar.

Hablar con Israel se convirtió en un ejercicio sin sentido. La vía política estaba bloqueada no sólo dentro de Palestina, sino también fuera de ella.

Para su eterna vergüenza y descrédito, el presidente estadounidense Joe Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, mantuvieron en pie todos los «logros» de la primera presidencia de Trump, en primer lugar, los Acuerdos de Abraham.

La humillación de Biden

El gran alarde de Trump durante su primer mandato fue que hizo todos estos cambios en el statu quo del conflicto palestino, y el cielo no se cayó.

Pero el cielo se derrumbó el 7 de octubre, y todo lo que Trump y Biden habían hecho antes contribuyó al ataque de Hamás, que supuso para Israel la misma conmoción que el 11-S para Estados Unidos.

Tras el atentado de Hamás, fue imposible ignorar la causa palestina. Pasó de la periferia de las causas mundiales de derechos humanos al centro mismo.

Pero Biden no lo entendió. Sionista instintivo, permitió que Netanyahu le humillara. Su primera reacción al ataque de Hamás fue dar a Israel todo lo que quería, frustrando todos los movimientos internacionales en las Naciones Unidas para un alto el fuego. Su segunda reacción fue trazar líneas rojas, que Netanyahu procedió a ignorar.

El presidente estadounidense Joe Biden se reúne con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en la Casa Blanca en Washington, DC, el 25 de julio de 2024 (Jim Watson/AFP)

Biden le dijo a Netanyahu que no volviera a ocupar Rafah y el corredor Filadelfia. Netanyahu lo hizo de todos modos. Biden le dijo a Netanyahu que permitiera la entrada de camiones de ayuda en Gaza, y Netanyahu le ignoró en gran medida. Biden le dijo a Netanyahu que no invadiera Líbano; Netanyahu lo hizo. Biden le dijo a Netanyahu que no atacara las instalaciones nucleares y petrolíferas iraníes, y Netanyahu le hizo caso, al menos por ahora.

No es un marcador de humillación total para Biden, pero cuando se escriba la historia de este periodo, Biden emergerá como un líder débil.

También emergerá como un líder que facilitó el genocidio. La cantidad de bombas pesadas que EE. UU. suministró y que Israel utilizó contra objetivos abrumadoramente civiles en Gaza y Líbano durante el año pasado supera con creces el propio uso que EE. UU. hizo de esas bombas durante toda la guerra de Iraq.

Si el Estado israelí ha cambiado radicalmente tras el 7 de octubre, también lo ha hecho la mentalidad palestina.

La escala de la matanza -la cifra oficial de muertos palestinos por la guerra ha superado los 43.000, y el recuento real podría ser varias veces superior, ya que el grado de destrucción hace inhabitable la mayor parte de la Franja de Gaza- ha traspasado todas las líneas rojas para los palestinos, vivan donde vivan.

No hay lugar para las negociaciones

A partir de ahora no se puede hablar ni negociar con un Estado que hace esto a su pueblo. Las dos únicas votaciones en el parlamento israelí, la Knesset, que obtuvieron la unanimidad de los diputados judíos israelíes incluyeron una ley para vetar un Estado palestino y otra para prohibir la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos.

Estas dos votaciones por sí solas dijeron a los palestinos que serían ilusos si pensaban que un gobierno posterior a Netanyahu supondría un alivio de la ocupación. En un Israel profundamente dividido, lo único en lo que todos los judíos podían estar de acuerdo eran dos medidas que fundamentalmente hacían la vida imposible a los palestinos, la mayoría de la población.

En condiciones tan extremas, sólo hay dos alternativas: no hacer nada y morir, o resistir y morir. Cientos de miles, cuando no millones, creen en la segunda.

En consecuencia, Hamás se encuentra en el apogeo de su popularidad en zonas donde los Hermanos Musulmanes estaban el 6 de octubre en su punto más débil: en la Cisjordania ocupada, Jordania, Líbano y Egipto.

Paseen por el casco antiguo de Nablús y pregunten a la gente a quién apoya. La respuesta no será que al caduco presidente palestino, Mahmud Abbas. Por un margen considerable, será a Hamás, un grupo proscrito en el Reino Unido y otros países como organización terrorista.

En Jordania, Hamás es alabado por toda la población, tanto cisjordanos como palestinos, porque el asalto de Israel a la Cisjordania ocupada se considera una amenaza existencial para el reino.

Si entras en una casa palestina para cenar el viernes, todos te dirán que el actual número de muertos, y las muertes bajo un segundo mandato de Trump, son el precio que hay que pagar por la liberación de la ocupación.

Esta generación de palestinos ha mostrado un grado de fortaleza que no mostró ninguna generación anterior. No están saliendo por piernas, como hizo la OLP del expresidente Yasser Arafat cuando se vio rodeada por las fuerzas israelíes en Beirut en 1982.

Nadie en Gaza está huyendo a Túnez, y pocos a Egipto, que está justo al otro lado de la frontera, y muchos menos de los que Netanyahu pretendía. Los palestinos no están izando la bandera blanca. Se quedan, luchan y mueren donde viven.

La hora de la victoria completa

Esta es la respuesta a quienes sostienen que mirar a largo plazo está muy bien, cuando el deber a corto plazo es simplemente sobrevivir. Ya no hay corto plazo para los palestinos. Se acabó. No queda nada.

El corto plazo significa volver a tu tienda. Significa volver a tu casa en la Cisjordania ocupada, sabiendo que mañana te pueden quemar los colonos armados por Ben Gvir. No hay vuelta atrás. Todos los palestinos han perdido demasiados familiares como para que la rendición se considere una opción.

Desde la perspectiva de un agricultor palestino que se aferra a su pedregoso suelo frente a los repetidos ataques de los colonos en las colinas del sur de Hebrón, es un cara o cruz si Kamala Harris como presidenta de Estados Unidos habría supuesto alguna diferencia. En todo caso, podría haber sido una influencia aún más débil sobre Netanyahu de lo que fue Biden.

Así que hemos acabado con Trump una vez más.

La derecha colonial está descorchando botellas de champán para celebrarlo. Hablando en la Knesset, Ben Gvir celebró la victoria electoral de Trump, diciendo que «este es el momento de la soberanía, este es el momento de la victoria completa».

Netanyahu también está aprovechando este periodo para vaciar los establos de su gobierno despidiendo a su ministro de Defensa, Yoav Gallant.

Así pues, Trump tiene dos caminos claros cuando asuma el poder el próximo enero, suponiendo que Biden siga sin conseguir un alto el fuego en Gaza. Puede continuar donde lo dejó y seguir permitiendo que Estados Unidos sea embaucado por la derecha evangélica cristiana, o puede hacer lo que insinuó enérgicamente que haría a los líderes musulmanes con los que se reunió en Michigan, que es detener la guerra de Netanyahu.

Cualquiera de los dos caminos está plagado de trampas para elefantes.

Los fuegos de la guerra regional

Dejar que Netanyahu y su alianza con Ben Gvir logren la «victoria total» significaría, en realidad, la limpieza étnica de dos tercios de la Cisjordania ocupada, con una enorme afluencia de refugiados que acabaría en Jordania, un acto que en Jordania se consideraría causa de guerra.

Significaría la expulsión de los palestinos del norte de Gaza y la destrucción permanente del sur del Líbano, con el supuesto derecho de Israel a seguir bombardeando el Líbano y Siria.

Cada una de estas acciones conduciría a más guerra, que Trump se ha comprometido a detener. Recordemos que una de las últimas cosas que dijo Gallant antes de ser despedido fue que una guerra en Siria para cortar las líneas de suministro de Irán era inevitable.

Dejar que Netanyahu piense que puede lograr la «victoria total» sólo significa alimentar los incendios forestales de una guerra regional.

Tampoco conseguir que Arabia Saudí reconozca a Israel, poniendo la guinda al pastel de los Acuerdos de Abraham, supondría ninguna diferencia; aunque dudo mucho que Mohammed bin Salman sea ya tan estúpido como para hacerlo.

La realidad es que tales acuerdos no tienen sentido mientras Palestina no tenga su propio Estado, y mientras cada líder árabe sienta la ira de su propia población a causa de Palestina.

Pero obligar a Netanyahu a detener la guerra, del mismo modo que un presidente republicano fuerte como Ronald Reagan obligó a Israel a detener el bombardeo de Beirut hace cuatro décadas, también tendría consecuencias sísmicas.

Detendría en seco el proyecto sionista religioso. Alimentaría la creciente insatisfacción entre los altos mandos del ejército israelí, que ya han señalado que han conseguido todo lo que podían en Gaza y Líbano, y que sufren fatiga de guerra.

Detener la guerra supondría para Netanyahu su mayor peligro político, ya que hacerlo antes del retorno de los rehenes equivaldría a una victoria de Hamás y Hizbolá.

Esperanza para el futuro

Un año después, sigue sin haber un proyecto creíble para instalar un gobierno en Gaza que permita la retirada de las tropas israelíes. En el momento en que lo hacen, Hamás resurge. El único gobierno de Gaza en la posguerra que podría tener éxito sería un gobierno tecnocrático pactado con Hamás, y eso en sí mismo representaría una enorme humillación para Netanyahu y la promesa del ejército de aplastar al movimiento de resistencia.

Haga lo que haga Trump, la escala de la resistencia palestina durante esta guerra ha demostrado que la capacidad en el conflicto no reside en los líderes extremistas de Israel o Washington. La tienen los pueblos de Palestina y de todo Oriente Próximo.

Y esa es la mayor esperanza para el futuro. Nunca antes en la historia electoral de Estados Unidos Palestina había sido un factor que alejara al voto joven del Partido Demócrata. A partir de ahora, ningún líder demócrata que desee reconstruir su coalición podrá ignorar el voto palestino, árabe y musulmán.

Puede que con la marcha de Biden hayamos visto al último líder sionista del partido. Eso en sí mismo tiene un significado inmenso para Israel.

El irracional, quijotesco y transaccional ocupante de la Casa Blanca -el presidente que insiste en que sus asesores reduzcan todos sus análisis a una hoja A4, que tienen suerte de que él realmente lea- no hará sino acelerar la destrucción del statu quo en Oriente Próximo que inició en su primer mandato.

Con mucha ayuda de Netanyahu, Trump ya ha matado el sueño de la democracia liberal sionista que duró 76 años.

Esto es un logro en sí mismo. En un segundo mandato, no hará sino acelerar el día en que termine la ocupación.

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David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.


Foto de portada: El expresidente estadounidense Donald Trump durante un acto de la noche electoral en Florida el 6 de noviembre de 2024 (Chip Somodevilla/Getty Images/AFP).

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