Gritos al pueblo para que deje de ser persona simple como lo dijera Rousseau y defienda lo que es suyo, lo que es de todos en las calles para no permitir que suceda en Colombia un golpe de Estado
Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*
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Cuando los periódicos mostraban la foto titulando que se había suicidado el presidente de Chile ante la arremetida del general Pinochet, fue la primera vez que escuché hablar de golpe de Estado, la destitución por las armas de un presidente elegido por el voto popular. El concepto golpe de Estado es, idiomáticamente, claro, expresa en un instante la gravedad del suceso, así que a los años que yo tenía no era tan difícil comprender lo que estaba sucediendo en ese país el 11 de septiembre de 1973. La imagen de aquél presidente cuyo nombre era una dolorosa paradoja de su muerte, Salvador…, Allende, mostraba a un hombre bueno, serio, comprometido con su destino de hacer realidad el socialismo cuando fue elegido por votación democrática a través del frente Unidad Popular. Después, al escuchar la grabación de su voz, era y continúa siendo dolorosa la angustia de sus últimos momentos.
La niebla del tiempo ha ido disipando lo que desde acá no podíamos ver, aunque llegaban ciertas noticias, que el poder norteamericano y la élite de ese país estaba detrás del golpe encarnado en el general Augusto Pinochet, quien atacó por aire y tierra el Palacio de la Moneda donde estaba el presidente Allende. Cuánto dolor empezó a sufrir Chile desde entonces por la persecución, detención, torturas, asesinatos y desapariciones de las mujeres y hombres opositores a ese régimen militar que duró diecisiete años. Pinochet y toda su cúpula aniquilaron el pensamiento y la voluntad de llevar por la vía democrática a que un pueblo viviera el socialismo a través de la nacionalización de las riquezas del país en manos extranjeras, a una economía planificada donde el Estado estaría atento a los vaivenes del mercado en pro de los más pobres. Por aquel tiempo en Chile la mortalidad infantil y adulta, la desnutrición de los niños, el analfabetismo eran muy altos en el campo, más que en la ciudad, por lo que el plan de Allende tenía a la reforma agraria y en general al sector rural como el eje de su política; sin embargo, el totalitarismo, el fascismo, acabó con esos propósitos loables.
En Colombia después de esos cincuenta y un años del derrocamiento a bala de Salvador Allende, el presidente Petro, en medio de traiciones, trata de llevar a cabo de la misma manera la reforma agraria para equilibrar un poco la gran injusticia con el pueblo colombiano, pero qué peligroso ha resultado este proceso…, las grandes instituciones colombianas están tomadas por el mismo tipo de élite que vendió a Allende, la que busca destituir de facto, de hecho, a Petro, incluso, atentando contra su vida. En estos dos años de su presidencia le ha soltado una jauría de perros enfurecidos en el Consejo de Estado, en el Consejo Nacional Electoral, en la Corte Constitucional, en el Congreso, en los medios privados de comunicación que lo viene persiguiendo incesantemente, sin tregua, mientras él trata de salvarse y de salvar al país corriendo, saltando, esquivándola en medio del pantano histórico de la política tradicional.
El fascismo político tiene de base una condición humana que, en potencia, nos hace a los humanos fascistas, como también todos tenemos de base la beatitud para ser mártires. En un momento dado la subjetividad cruel del fascista se expande del SER a la sociedad por medio de las leyes pensadas y promulgadas por los sujetos totalitarios, a través de los códigos familiares y de las costumbres sociales de manera que lentamente el círculo de los poderosos se ha ido fortaleciendo al decir esto es mío tomando abusivamente la tierra y sus frutos a costa del despojo de los demás. Cuando los desposeídos quisieron reaccionar ya era tarde, se han demorado en responder como lo gritó Jean Jacques Rousseau ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie! A Los desposeídos todo el aparato jurídico y estatal los lanzó a la periferia de las condiciones básicas que permiten disfrutar de la vida, quedaron siendo el sudor que mantiene los privilegios de la clase aventajada.
En este septiembre se escucha el grito del presidente Allende desde su sacrificio en Chile, el mismo grito del presidente Gustavo Petro durante sus discursos quitando las estacas que los ricos colombianos han colocado a punta de leyes, de burocracia, de corrupción, del monopolio de los medios de comunicación para cercar y apropiarse de todos los frutos de Colombia; gritos al pueblo para que deje de ser persona simple como lo dijera Rousseau y defienda lo que es suyo, lo que es de todos en las calles para no permitir que suceda en Colombia un golpe de Estado donde lo asesinen y que nos lleve a la barbarie fascista que vivió Chile cuando derrocaron a Salvador Allende.
La oposición trata de frenar la alarma de incendio de Gustavo Petro catalogando ese grito como peligroso, llamándolo a él peyorativamente tuitero, achacándole la deslegitimación de las instituciones cuando ha sido ella, la oposición, la temible persiguiendo, asesinando, desapareciendo a la gente; ha hecho con las leyes y las instituciones lo que ha querido desde las Cortes legislando en contra del pueblo, la Fiscalía metida en política, el Consejo de Estado interviniendo en la condición del presidente como líder escogido por voto del pueblo. Quieren callarlo como a Allende, pero un líder, así como Petro, en la hora del peligro - como llamaba Walter Benjamin a la aparición del fascismo- cuando su intuición forjada en años de lucha le dice que es el momento oportuno no se calla, arde en deseo de decir la verdad porque, es lo que ha buscado toda la vida, la ocasión de hacer justicia. El presidente Petro sabe, perfectamente, que sólo le quedan dos años para armar la revolución gritando la verdad y grabarla con fuego en la mente y el corazón del pueblo…, y lo está logrando.
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