Es imperativo que las potencias occidentales y los medios afines a ellas saquen las manos de Venezuela y dejen que sean los venezolanos quienes arreglen sus diferencias por la vía institucional y democrática
Sin el financiamiento, la asesoría y la cobertura mediática externa, la derecha local no se atrevería a ensayar una y otra vez el derrocamiento del chavismo
EDITORIAL DE LA JORNADA
De nueva cuenta, Venezuela se encuentra asediada por la amenaza de un golpe de Estado en busca de restaurar el régimen oligárquico dirigido desde Washington que controló al país hasta el triunfo de la revolución bolivariana en 1998. Los personajes y organismos que hace unas horas llamaban a respetar la democracia y propiciar la reconciliación nacional tiraron las caretas desde el instante en que se dieron cuenta de que su candidato fue derrotado en las urnas por el presidente Nicolás Maduro.
El intento en curso para deponer al gobierno constitucional venezolano e imponer una administración títere ha seguido un guion calcado del que ya padeció la nación caribeña en 2002, 2014, 2017 y 2019, mismo que se ha replicado en otros puntos de América Latina: los grandes medios de comunicación corporativos reproducen las acusaciones de fraude como si fueran hechos probados, desconocen la legalidad venezolana y pintan a los grupos de choque de la ultraderecha como heroicos luchadores por la democracia; organismos multilaterales de claros sesgos conservadores ponen en duda los resultados y legitiman las acciones violentas azuzadas por la oposición; cuyos líderes se proclaman triunfadores de manera unilateral y ponen en marcha mecanismos de desestabilización perfectamente coordinados, en los que han ganado destreza a lo largo de lustros de golpismo.
Debe recordarse que el candidato de paja Edmundo González y la verdadera líder de la derecha venezolana, María Corina Machado, no son sino los más recientes elegidos por la Casa Blanca y la CIA para apoderarse del Palacio de Miraflores y, con él, de las mayores reservas petroleras del planeta.
Apenas en 2019, el entonces diputado Juan Guaidó fue el tonto útil con el que Occidente montó la opereta de un gobierno paralelo, treta mediante la cual Washington y sus aliados robaron los activos de Caracas en el exterior y recrudecieron el bloqueo homicida con el que impiden al país adquirir todo tipo de bienes, incluidos alimentos y medicinas. Hoy relegado al basurero de la historia, Guaidó infligió un daño inconmensurable a su país, y es responsable directo del hambre, la enfermedad y la miseria de millones de sus compatriotas que no pueden hacer una vida normal por culpa de la agresión imperialista.
Como en los peores tiempos de la guerra fría y del Plan Cóndor con el que Washington orquestó el genocidio de los dirigentes y militantes de izquierda en el hemisferio, una serie de gobiernos latinoamericanos se unió a la embestida contra Venezuela y respaldó a los golpistas. Se han dado episodios vergonzosos como el del mandatario chileno Gabriel Boric, quien llegó al poder gracias a un vigoroso movimiento social impulsado por el hartazgo con el neoliberalismo, las élites alineadas con Washington y el pinochetismo enquistado en la democracia nominal chilena a través de una Carta Magna redactada en dictadura.
Es imperativo que las potencias occidentales y los medios afines a ellas saquen las manos de Venezuela y dejen que sean los venezolanos quienes arreglen sus diferencias por la vía institucional y democrática: sin el financiamiento, la asesoría y la cobertura mediática externa, la derecha local no se atrevería a ensayar una y otra vez el derrocamiento del chavismo al que no ha podido vencer a través del voto.
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