El problema para EU –y el mundo– es un proyecto nacional resquebrajado y polarizante que parecería estar delegando el poder sobre los grandes retos existenciales a las grandes corporaciones financieras y militares
John Saxe-Fernández
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Después de haberse salvado por un milímetro del intento de asesinarlo, Donald Trump, con aquella foto icónica, asume no sólo la candidatura, sino el control del Partido Republicano durante la convención de tal organización política. Se esperaba un discurso más humilde y sí, así fue cuando al inicio compartió con su audiencia vivencias y sentimientos de ese momento.
Se esperaba un discurso más conciliador y sí, comenzó diciendo a sabiendas de que, según encuestas, 50 por ciento de los que llama hispanos tienen la intención de votar por el, señaló que es candidato para ser presidente de todo el país, no solo de la mitad, extendiendo una mano a viejos, jovenes, hombres o mujeres, negros o blancos, asiáticos o hispanos (sic).
A partir de ahí, volvió el Trump de siempre, arrogante y racista, convirtiendo en piedra de toque de su presentación la idea de una nación en declive, culpando a la inmigración ilegal de todos los males: “Es una invasión masiva en nuestra frontera sur que ha desplegado miseria, crimen, pobreza, enfermedad y destrucción de nuestras comunidades por todo el país, prometiendo que terminará con esta crisis cerrando la frontera y terminando el muro.
La dureza con la que está tratando el tema migratorio, a decir de Juan Gabriel Tokatlian (Modo Fontevecchia) afecta notablemente la relación con México –de manera especial–, pero también con toda Centroamérica (acusó a El Salvador y a Venezuela de estar enviando a sus “criminales y enfermos mentales a los EU), buena parte del Caribe, Sudamérica y más allá.
Esto intensifica su deterioro hegemónico y su proyección en toda la periferia capitalista.
La previsible política anti-China de Trump afecta también a México, a pesar de ser su primer socio comercial, ya que uno de los ejes de su política industrializadora se concentra en relanzar la industria automotriz.
En su discurso se quejó de que China esta construyendo grandes fábricas en toda la frontera con México para vender sus coches eléctricos en EU .
La única opción que propone el candidato es que las fábricas estén en suelo estadunidense, operadas por trabajadores de Estados Unidos (en la misma lógica iniciada por Biden de relocalizar empresas europeas a su territorio, terminando de paso con la industria europea, como ahora sucede con la automotriz alemana, que para Trump ya era un problema de seguridad nacional.
En su mismo discurso prometió terminar con el mandato del auto eléctrico desde el primer día salvando a la industria automotriz de su total destrucción.
Es el anuncio del inicio de una guerra comercial, con la amenaza de imponer impuestos, aranceles y todo tipo de sanciones, pero también anuncia la continuidad de una política que ya había empezado a ensayar en su primer mandado (2017-2020), de un nacionalismo económico a ultranza contra el mundo, comprometido con las grandes y poderosas corporaciones de los combustibles fósiles. Trump ya ha desmontado toda regulación que estorbe la explotación del gas y del petróleo a toda escala (Drill, Baby Drill, dijo Trump entusiasmado), revirtiendo las acciones de Obama en la lucha contra el colapso climático.
Trump es un irresponsable negacionista de ese tema (como sus aprendices Javier Milei, presidente de Argentina, y Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil) al considerar que el Nuevo trato Verde es una estafa en la que se gastan billones de dólares. Dinero que redirigiremos a importantes proyectos como caminos, puentes, represas.
El fenómeno Trump no es un accidente en la historia de EU, sino parte de un proceso de deterioro hegemónico de ese país. Desde la lógica del capitalismo neoliberal y sus políticas desreguladoras se ha ido mermando la capacidad de los estados para el manejo de las crisis. Hay que recordar la desastrosa política del gobierno de Trump frente a la pandemia, la cual como en el Brasil de Bolsonaro, costó muchas vidas.
El fenómeno Trump también, a decir de Rosa María Almansa Pérez (El populismo de extrema derecha en los EU de la era Trump, 2019, Anales de la Cátedra Francisco Suarez 53) nos ayuda a entender la emergencia de la nueva derecha alternativa, no sólo en EU, sino en el mundo en su búsqueda de una singularización identitaria de carácter excluyente que rompe con el consenso establecido entre las élites gobernantes durante décadas sobre numerosos temas lo que es ya de por sí un fenómeno nuevo y muy significativo de la crisis del propio sistema político y de algunos de sus fundamentos ideológicos, incapaces de contener la emergencia de planteamientos que los cuestionan con mayor o menor radicalidad.
El problema para EU –y el mundo– es un proyecto nacional resquebrajado y polarizante que parecería estar delegando el poder sobre los grandes retos existenciales a las grandes corporaciones financieras y militares.
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