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¿LA HORA DEL ESTADO INVERSIONISTA? PARTE I-II-III-IV

Pero si esta es la era neoliberal, ¿qué clase de mundo ha dejado? 


PARTE I

PROLOGO.

Verbal, el personaje interpretado por el ahora detestado Kevin Spacey en The Usual Suspects, se muestra agónico frente al interrogatorio al que se ve asediado por parte del oficial de policía Dave Kujan, llevado éste del papel a la pantalla por Chazz Palminteri. En medio del extenso e intenso intercambio oral, proclama aquel una de las líneas de dialogo más queridas por los cinéfilos: “el truco más grande que el diablo realizó fue convencer al mundo de que no existía”.

La vida moderna y su sociedad actual es una a calificarse sin miedo a equivocarse como neoliberal. Y a pesar de que todas las áreas de desenvolvimiento personal, social, empresarial o cultural están definidas por ese ideario, es él uno ignorado por la mayoría de los ciudadanos. Un futbolista que desconozca la FIFA, un cineasta sin conocimiento sobre Hollywood, un banquero indocto sobre Wall Street, son comparaciones válidas para dar a entender el impresionante hecho de que casi todos los ciudadanos ignoren el neoliberalismo, siendo el sistema político, económico y filosófico que determina el destino del planeta.

Instauración del neoliberalismo: el golpe de Estado en Chile.

He allí el gran poder de él emanando: su desconocimiento haciéndolo inmune a la crítica. También a las alabanzas, pero estas poco importan: su éxito tan descomunal hace innecesarios los halagos y su objetivo, proteger el capital (no su repartición), se ha logrado con creces. Gareth Stedman Jones, historiador, lo explicó con una sencillez iluminadora: «es difícil pensar en otra utopía que se haya realizado plenamente». Se entiende la importancia de su oscurantismo al generar un contexto: en Venezuela, cualquier mal acontecido al más irresponsable de sus ciudadanos, un fracaso empresarial, despido, falta de estudio, es consecuencia del “pésimo” sistema rigiendo; en un país donde el ideal libertario esté instaurado, el único culpable del fracaso es el mismo ciudadano o los anteriores gobiernos progresistas, por muy alejados que en el tiempo se encuentre su último período al poder. Al no haber un sistema dominante, no hay uno por culpar.

El neoliberalismo, entendido en su concepción más básica, es la transformación de todas las esferas de la vida en unas a ser regidas por relaciones de mercado. Su objetivo es finiquitar la intervención política, suprimir las necesidades del ser humano e implantar las requeridas para la multiplicación del capital. No hay recursos para la pobreza, pero rescatar bancos es una imperiosa obligación. Se apela a la libertad humana, pero se soterra al hombre y a la mujer a la dominancia del mercado laboral, exigiéndoles una obediencia incompatible con una vida libre. He ahí plasmado este sistema, tan crudo como efectivo, tan omnipresente como invisible.

Gareth Stedman Jones

Pero si esta es la era neoliberal, ¿qué clase de mundo ha dejado? 

Los resultados son desastrosos: crisis financieras recurrentes y extensas transformadas en recesiones económicas, desempleo masivo, deuda impagable, situación laboral precaria, ingresos paupérrimos para la gran mayoría de ciudadanos, bajísimo nivel de educación, estándares de salud preocupantes, suicidios a tasas alarmantes, daño ecológico irreversible y, para celebrar, una pequeñísima parte de la población poseedora de una riqueza descomunal. La sociedad neoliberal, para felicidad de sus promotores, es la más inequitativa posible, aunque no la primera con tan vergonzante característica. Además, es la que plantó al ser humano frente a la amenaza más peligrosa para su supervivencia, dotándola a su vez de la sociedad menos preparada para enfrentarla.

Karl Marx, “un verdadero hombre del Renacimiento”, avisó con sus centenarios escritos que las promesas hechas por los monetaristas (apologistas del neoliberalismo) no eran más que regalos del diablo. Su análisis económico del capitalismo libre anticipaba estos resultados con alucinante precisión. Según sus estudios, el sistema que inspiró el título de su libro insignia lleva inexorablemente al mundo que hoy padecemos. Es por eso qué, rememorando a Rosa Luxemburgo, su final no es el de la Historia sino uno apocalíptico, y, como tampoco es el socialismo, queda entonces una “barbarie”. Los paupérrimos índices sociales que indican las inmensas penurias con las que conviven la gran mayoría de la población actualmente, convierten a su sentencia en una profecía.

Estatua de Karl Marx

El pronóstico de Marx comenzaba con un cálculo. Para él, la presión entre los empresarios por acumular capital en condiciones de competencia y de decrecimiento de la tasa de rendimiento, los llevaría a buscar el aumento de la productividad y de una disminución del salario, por lo que la apropiación de la riqueza del trabajo crearía una creciente inequidad a favor de los poseedores del capital. Establecido un sueldo de miseria, los grandes patronos comenzarían un proceso de adquisición de otras empresas más pequeñas, haciendo sus operaciones más rentables y, por lo tanto, pudiendo presionar más los salarios a la baja. Hoy, la estrella mediática francesa de la economía, Thomas Piketty, presenta un descomunal estudio en el que demuestra que la tasa de retorno del capital es mucho mayor que la del trabajo. Ignacio Ramonet tenía una frase también clarificadora: hoy se hace dinero del dinero, no del trabajo. Si no naces en la opulencia, el destino será la miseria. Es el mundo neoliberal uno a la medida de los análisis económicos de Marx.

Gérard Noiriel, en su profuso Historia popular de Francia, ofrece un recuento histórico sustentador. En sus letras explica que La Guerra de los Cien Años fue un producto de “rivalidades entre familias reinantes”, sí, pero su trágico desenlace se origina mucho más por la “grave crisis económica que sacudió a Europa”. La recesión había “reducido los ingresos de los señores”, por lo que “reaccionaron aumentando la carga fiscal”, (¿austeridad, alguien?), lo que llevó a explosiones de violencia intimidantes, siendo el conflicto bélico “su expresión más visible”. Menciona él los 25 millones de muertos producto de la peste negra (¿Covid 19, tal vez?); pero en donde el recuento histórico halla compaginación perfecta con los postulados teóricos es en el hecho de que en esa época…

Las ganancias señoriales cayeron fuertemente, lo que afectó el nivel de vida de la pequeña nobleza. Para intentar mejorar su situación, los propietarios explotaron aún más la fuerza de trabajo de los campesinos. Así pues, los siglos XII y XIV estuvieron marcados por una recuperación del control de la gestión señorial. (…) se asistió en aquel entonces al reforzamiento de la servidumbre.

Gerard Noriel

En lo que Marx parece haberse alejado de los resultados manifestados en la historia, fue en buscar mecanismos para revertir ese proceso de tanto daño e injusticia. La crisis de la sociedad sí llevó a la Revolución, y los resultados de ella no parecen tan alejados de lo por él añorado. Pero, fue en su corta visión de la función del Estado, su depreció por él, lo que más afectó la claridad de su pensamiento, influyéndolo a descartarlo como una posible herramienta de paliación de la crisis. Los hechos de la humanidad, en esa área, habría de contradecirlo sin consideración alguna.

Los años treinta del siglo anterior parecían haberle dado la razón al pensador de Tréveris. El mundo erigido se asemejaba peligrosamente al descrito en sus páginas. Pero fue así hasta que un economista inglés vio en el Estado la institución capaz de superar la grave coyuntura, separándose bastante de las ideas que promovieron la Revolución. La planificación estatal de la economía, postulado nacido de las ideas de Keynes e inspirado en el éxito económico “rojo” de aquellos años de enorme debacle (la organización económica de la Unión Soviética parecía hacerla inmune a los daños de la Gran Depresión), instauró un periodo de máximo esplendor durante la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

John Maynard Keynes

Pero de todo sueño se despierta y el desmoronamiento de esta idílica etapa se produjo en los años setenta, al nacer un fenómeno económico inédito en esos días, la estanflación, causando, en el mismo tiempo, una marcada subida de los precios y un elevado desempleo. La imposibilidad de superar la coyuntura, (¿tal vez consecuencia del shock petrolero de los setenta y no de un fallo de las ideas económicas vigentes?) contrajo un fuerte renacer de las premisas liberales, solo que en esa ocasión implantadas con un enfoque más agresivo y ambicioso. Sus promesas, por supuesto, no se materializaron sino por periodos de tiempo muy cortos. Siendo su ideal el impulsar la eficiencia “innata” del sector privado, las privatizaciones (expropiaciones hechas por corporaciones) estuvieron a la orden del día. Homero Cuevas, economista colombiano, explicaba lo obvio que es ver Estados boyantes cuando se venden sus hidroeléctricas, sus ferrocarriles, sus empresas de telecomunicaciones… Una vez se finiquitan los ingresos producidos por las ventas y se acaba lo que hay por ofrecer, llega la debacle. He ahí el porqué de nuestros días.

La crisis actual es una descomunal y no se vislumbra un horizonte hacía el cual direccionar a la sociedad. Hay, en la izquierda, un deseo por volver a lo que el demógrafo francés Jean Fourastié bautizó como “Los Treinta Gloriosos”. Mirar el pasado con nostalgia parece un error, porque como enseña el mismo maestro alemán, “con el capitalismo no hay vuelta atrás”. Está la izquierda obligada a presentar una alternativa al modelo neoliberal dominante y crear conceptos que inspiren la lucha contra un sistema económico, político y social que sólo puede ser definido como totalitario. Vivimos en la dictadura del capital y la deuda, nos regimos por sus códigos y luchamos por mantenerla, así sea esta opuesta a los propios intereses. El neoliberalismo es nuestra “Matriz”, y tal y como le explicó Morpheus a Neo…

The Matrix es un sistema, Neo. Ese sistema es nuestro enemigo. Pero cuando estás adentro, miras alrededor y ¿qué ves? Empresarios, profesores, abogados, carpinteros. Las mentes de las personas que estamos tratando de salvar. Pero hasta que lo hagamos, estas personas aún forman parte de ese sistema y eso los convierte en nuestro enemigo. Tienes que entender que la mayoría de estas personas no están listas para desconectarse. Y muchos de ellos están tan habitados, tan irremediablemente dependientes del sistema, que lucharán para protegerlo.

The Matrix. Warner Bros.

En el contexto de crisis estructural y desesperante actual, en la que renace la mortífera estanflación, se propone la teoría del Estado Inversionista, una renovación de la funcionalidad de la institución pública como respuesta a la debacle social que asedia, no exclusivamente a nuestro mundo moderno, sino a las generaciones venideras. Es necesario, encontrar en nuestro tiempo, un nuevo papel al Estado para qué, como en épocas keynesianas, la fuerza de este saque a la sociedad del pantano en que se ha incrustrado.

Hay que construir un nuevo mundo, hacerlo emerger de las cenizas del actual, el que en muchos sentidos hay que derrumbar para instalar uno superior, y no hay mejor combinación, parece decirnos la historia, que la organización pública dominando a la potencia del mercado, dirigiendo su descomunal poder hacia un objetivo compartido.

El capitalismo no está funcionando. ¿Otro sistema es posible?

¿LA HORA DEL ESTADO INVERSIONISTA? PARTE II.

DE LAS INVERSIONES DEL ESTADO.

Derruir el mundo moderno y erigir uno superior es una demanda tan innegociable por su urgencia, como necesaria para la supervivencia. Y he aquí a la sociedad planetaria, por poco inamovible, frente a la venidera catástrofe final. Los datos son cada vez más terminantes: la inequidad, el cambio climático o el modo de producción actual extinguirán toda forma de vida sobre la tierra, somera y silenciosamente, como hacen los más letales depredadores.

Frente a un cambio de una magnitud sistémica como el requerido en la presente coyuntura, se precisa un ente con un radio de acción que aglomere toda la sociedad, cuyas acciones impacten en cada rincón del país y con el poder suficiente de transformar los aspectos fundamentales de las estructuras sociales. La crisis pandémica causada por el Covid-19 dejó en evidencia las inmensas limitantes de los actores del mercado a la hora de un accionar de semejante tamaño y la facilidad con la que el Estado navegó las turbulentas mareas de aquellos días.


De su inmensidad se desprende un elemento vital como lo es la capacidad única del Estado para adquirir las ganancias amplías de cualquier inversión estratégica. Se esconde ahí, como diamante en bruto, como un tesoro perdido, la fórmula mágica para efectuar la transformación urgidas por un mundo moderno camino al apocalipsis. Y sociedades avanzadas, envidiadas por otras que las miran desde realidades más ajustadas a siglos pretéritos, sopesan su éxito en el hecho de haber entendido tal condición de la acción colectiva institucionalizada en el Estado.

Y los dos rubros clásicos de inversión estatal, capaz de producir sociedades más avanzadas en todas sus aristas, son la educación y la salud pública. Un grande, Luis Inacio “Lula” Da Silva, lo explicó durante su periodo como presidente y en esos transgresores primeros ocho años a cargo de Brasil. “No se le puede llamar gasto público -explicaba el mandatario-. Se le debe llamar inversión pública. Cada dólar que en educación invertimos genera una tasa de retorno de siete dólares para la sociedad”.


Otro extraordinario, pero en el área de la academia, da soporte a las palabras del político. Ha Joon Chang explica con la sencillez digna de los maestros que, un padre, centrado en el corto plazo y la rentabilidad expedita, puede decidir enviar a su hijo de ocho años a buscar trabajo, lo que traerá ingresos a su familia en el presente; o, puede, con una visión puesta en un prometedor horizonte, invertir en la educación y salud del menor, de forma que en su adultez se inserte al mercado laboral con capacidad de crear ingresos superiores.

Un Estado Inversionista entiende al ser humano como un patrimonio: en el caso indeseado de que sea una persona, especialmente un niño, de condiciones socioeconómicas paupérrimas, se encuentra frente a la disyuntiva de invertir en él y crear un ser productivo para la sociedad; o puede, como se ha decidido acorde a la ideología dominante actual, abandonarlo a su suerte y esperar que la vida decidida si se transforma en un ciudadano ejemplar o un criminal de la peor calaña, siendo esto último lo indicado por la estadística será el resultado más posible.

Luis Inacio Lula Da Silva

Se debe estar ciego, o muy corrompido, para no entender el retorno en la inversión en la educación general. Uno, fundamental, son los no egresos producidos para la sociedad al librarse el gobierno de lidiar con un enorme grupo de seres no integrados en la comunidad, siendo la educación pública el factor clave para evitar ingentes gastos de justicia, de policía, de reformatorios. También, a su vez, el generar ingresos por transformar a sus ciudadanos en emprendedores o trabajadores calificados.

Y es que la estrecha relación existente entre inversión pública en educación y desarrollo económico de las naciones fue algo obvio, incluso en los primeros días de la economía. Para Adam Smith, educador él mismo…

aunque el pueblo llano en una sociedad civilizada no pueda tener tanta educación como la gente de rango y fortuna, las partes más fundamentales de la educación —leer, escribir y contar— pueden ser adquiridas en una etapa tan temprana de la vida que la mayoría de quienes se dedican a las ocupaciones más modestas tienen tiempo de aprenderlas antes de poder ser empleados en esas ocupaciones. Con un gasto muy pequeño el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer sobre la gran masa del pueblo la necesidad de adquirir esos elementos esenciales de la educación.

Adam Smith

La privatización de la educación, por otra parte, lega una casta conformada por aquellos pocos herederos con poca posibilidad de acceder a la enseñanza superior. Esa realidad hace innecesario un arduo esfuerzo de su parte para encontrar un lugar en el mercado de trabajo. La falta de competencia genera ciudadanos mediocres en sus funciones y una economía estancada sin aumentos considerables de productividad. La inversión del Estado en educación pública es el mecanismo más efectivo para elevar las capacidades de sus ciudadanos y mejorar la productividad de toda la economía, contrayendo nuevos ciudadanos capaces de generar ingresos y ser pagadores de impuestos. Pero más importante, ciudadanos preparados para refundar la economía y adecuarla a las demandas actuales.

Allende a la educación pública marcha la salud pública. Robert Fogel, historiador de la Universidad de Harvard, presentó un estudio demoledor de toda apología a la salud privada. El progreso alcanzado por el Reino Unido durante los primeros 200 años de la revolución industrial son explicados, en aproximadamente un 40%, por el acceso irrestricto de su nación a una salud pública garantizada. No se necesita ser un genio para entender que una sociedad educada y saludable es una productiva y de avanzada. Una nación enferma está en incapacidad de aprender, de producir, de progresar. Y si es además una ignorante por decisión de su clase gobernante, es una condenada al atraso más miserable.

Robert Fogel

Sea necesario resaltar que es en la condición de pública de la inversión donde reposa el enigma del desarrollo, tanto económico como social, al ser ella la capaz de crear mejores mercados o nuevas economías. El sino deseado es el consolidar inversiones estratégicas generadoras de economías fuertes y modernas; pero, sobre todo, más poderosos contribuyentes, en variadas áreas de la nación. Mientras que un inversionista necesita que su proyecto produzca ingresos, un Estado busca que el emprendimiento haga crecer amplios espacios de la economía total, impulsando una masiva generación de empleo, más consumo, más inversión y nuevos contribuyentes.

Y como siempre, la fuente de toda sabiduría recae en la historia. En su magnífico “La era de la revolución”, Eric J. Hobsbawm relata cómo las inversiones en ferrocarriles durante la Revolución Industrial fueron masivas; aunque poco rentable para los capitalistas. Pero la escaza tasa de retorno de la infraestructura vial no la haría menos deseables para la nación inglesa. De hecho, su falta de flujos financieros a causa de los bajos precios a sus clientes representaba a su vez ventajas comparativas en otros espacios de la economía y, de ahí, su vital importancia en el proceso de construcción del Imperio Británico. El caso es digno de análisis.

Eric J. Hobsbawm

La tasa de retorno de un sistema de transporte masivo, incluso uno tan innovador como lo fueron los ferrocarriles en sus inicios, no es una muy atractiva: los altos costos de su construcción deben ser compensados con precios bajos para incentivar su uso. Pero el impacto en la economía, gracias a la positiva transformación en las comunicaciones, reducción de costos para el comercio y el incremento en los rendimientos de las empresas como respuesta a la mayor agilidad en la movilidad, hicieron de los ferrocarriles una inversión deseable, claramente no para los capitalistas; pero si para el país. Una rentable para la totalidad del aparato productivo, capaz de conseguir un crecimiento exponencial.

Desde la instalación de esta forma de transporte el país vio nacer más y mejores empleos, por ende, más consumo y más tributos. En estos últimos radica la clave del Estado Inversionista y su verdadera ganancia: poder hacer inversiones que, sin importar su tasa de retorno, consoliden economías boyantes gracias a su impacto en todos los sectores, generando un mayor P.I.B. y unos mayores ingresos fiscales. La gracia está en poder prestar esos servicios a la ciudadanía, a costos accesibles, sin importar los resultados del ejercicio, puesto que al generar impactos positivos en todas las áreas de la economía, se producen otros ingresos que permiten la subsistencia de la inversión estratégica.

Marcha por la educación pública

Un privado a cargo de la educación, la salud, los trenes, un ser dominado por su afán de lucro, eleva los precios por el usufructo de los bienes ofrecidos, limitando el potencial económico de ellos. Y está dentro de su lógica, al estar limitado a los ingresos producidos por su escuela, clínica o tren, como único medio de satisfacción de su único deseo de hacer rentable su inversión. Mientras que, al otro lado, el Estado, es el deposito natural de todo el impacto positivo por esas inversiones producido, representado en una sociedad más civilizada (menos gastos fuerza pública) y más productiva (más tributos) y de ahí su capacidad para prestar esos servicios a costo cero o muy bajos.

Al dar educación y salud a costo cero para el ciudadano, una vez estos se conviertan en ciudadanos productivos retribuirán las inversiones por sus aportes a la sociedad, tanto como seres civilizados como seres productivos. Pero solo el Estado está en capacidad de recibir esos futuros ingresos. Realidad opuesta al mundo en el sector privado, pues los estudiantes dejan de ser explotables al momento de graduarse, limitando al empresario a recuperar su inversión mediante el cobro por educar. Y entre más alto sea el costo, más rentable es, aunque sea en detrimentos de la economía nacional.

Ha Joon Chang

Un Estado Inversionista tendría la visión de una estructura pública de costos bajos e incluso subsidiados en sectores estratégicos, pues el efecto dinamizador en la totalidad de la economía puede ser mucho más fructífero para él. Un tren de alta velocidad entre dos ciudades genera efectos positivos en una variada gama de áreas en ambas economías locales: más crecimiento económico, más inversión, empleo y más ingresos tributarios. Para el Estado, entonces, el negocio no está en el tren, sino en los efectos positivos por él producidos.

Entendiendo ese poder de la inversión pública, se comprende por qué debe ser el Estado el inversionista principal en empresas que controlen sectores claves de la economía nacional, poseedores de la capacidad suficiente para transformar por completo la sociedad moderna. Una transformación urbana, energética, alimentaria, educativa, de transportes, son urgencias por efectuar desde el Estado inversionista, si es que el deseo es superar la actual sociedad.

Derruir el mundo moderno y erigir uno superior es una demanda tan innegociable por su urgencia, como necesaria para la supervivencia.


¿LA HORA DEL ESTADO INVERSIONISTA? PARTE III.

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL CAPITAL.

Si el debate tiene como base la racionalidad, la necesidad de cambio en cualquier latitud es algo indubitable. Y el tamaño del reto es tan inmenso que, en el mundo moderno, solo el Estado tiene la capacidad de afrontar y salir triunfante de tan abrumadora misión. La noticia esperanzadora es que se comprobó, con las crisis de gran magnitud, que el arma más poderosa para efectuar la transformación está al alcance de la sociedad: el capital. Sea la crisis financiera (2008), de terrorismo (2001) o de salud (2020), cuando los grandes gobiernos requirieron de recursos públicos para los sectores más poderosos de la economía, la escasez fue ninguna.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”. Y es que el deseo de todos poder acceder a unos recursos en forma equitativa para iniciar nuevos y necesarios emprendimientos, sin dejar atrás la lucha por la repartición injusta del ingreso, en su momento una idea propuesta por James Meade, economista inglés y laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1977, es una realidad posible, rentable, sustentable y necesaria.

James Maede

La revolución de los trabajadores, tal y como la soñó Marx, está en el sindicalismo y el cooperativismo, hoy un árbol enfermo que, después de una larga sequía, se ha visto reverdecer después de unos prometedores días de lluvia. Pero, una revolución de los emprendedores, quienes en asoció con el Estado tendrían el poder de deshacer la enorme concentración del capital, resquebrajar los oligopolios y revesar el desastre ecológico agobiando el globo terráqueo, es una de obligación cimentar. Y un gran modelo base para esta forma de desarrollo se encuentra subutilizada en Colombia bajo el nombre del “Fondo Emprender”.

Básicamente, el funcionamiento es que una iniciativa empresarial productiva se presenta a la institución que otorga los créditos públicos. Si la idea productiva está perfectamente sustentada, se le otorga un capital semilla para que inicie operaciones. Pasado un tiempo prudente, se revisa el comportamiento de la empresa y si la organización fundada está ya en actividades, creando empleos, aportando a la economía, el Estado condona la deuda, esperando sea este un aporte a su crecimiento y, así, prontamente, nazca un nuevo contribuyente fortaleciendo las arcas públicas.

Manifestación sindicalista en los Estados Unidos en los años 1920.

La idea del Fondo Emprender, desde la visión del Estado Inversionista, debe ser ampliada hasta alcanzar el marco de la Teoría Monetaria Moderna (T.M.M.), dotándola de un límite amplío de capital: proyecto de emprendimiento de valor para la sociedad que nazca, se financia. El gran debate entre las dos escuelas de economía sobre la T.M.M. radica en sus diferencias sobre la emisión de dinero y la posible consecuencia en la inflación. De resaltar que, para ninguna, una situación de hiperinflación es deseable; pero no solo las ideas heterodoxas, sino también las consideradas “técnicas”, causan el problema en el incremento de los precios. Cuatro décadas de políticas monetarias restrictivas en Colombia y el país sufre hoy de una escala de precios sin precedentes.

Eduardo Garzón, economista español estudiando el caso venezolano, cita estudio de Steve H. Hanke y Nicholas Krus para el Instituto John Hopkins, escrito estipulando que la inflación no se causa por un incremento en la masa monetaria, sino por un desbarajuste entre la cantidad de dinero habido en la economía y la cantidad de bienes y servicios existentes en ella. Revisaron más de 50 casos de hiperinflación global y no encontraron un solo ejemplo de emisión masiva de dinero desbarajustando los precios. Ni en Venezuela, ni en Zimbabue, tan citados por los economistas más ortodoxos. Entender la diferencia es dotar al mundo, desde la academia, de una herramienta capaz de cambiarlo por completo.

Eduardo Garzón

Así, imprimir dinero para invertir en la economía a través de emprendedores se proyecta como una idea con potencial por completo transgresor. Una emisión masiva, que se inyecta en la economía a través de créditos para emprendedores, haría crecer el producto a niveles considerables sin impactar negativamente en el nivel de precios generales. Se sostiene esto basado en el hecho de que el acrecentamiento de la demanda vendría en paralelo y controlada con un aumento de la oferta. Toda inyección crearía más empresas, con sus bienes y servicios, que compensarían la mayor cantidad de agentes del mercado con nuevos ingresos, estableciendo otro punto de equilibrio más arriba en la gráfica. Incluso, la economía de escala e inversiones tecnológicas naturales en cualquier proceso de expansión económica sostenible, lograrían reducir los precios.

Parece que debe dársele a Richard Nixon la razón: el verdadero respaldo de una moneda es el tamaño de la economía que la emite. Son sus empresas, la calidad de sus trabajos, sus avances tecnológicos, el poseer materias primas estratégicas en abundancia y, sobre todo, la imagen proyectada en la ciudadanía, lo que otorga valor al papel nacional. Si la base de la moneda moderna FIAT es la confianza, entre más grande y poderosa la economía, más seguridad contrae el papel impreso por su Banco Central. Pero, además, hay una operación anual producida en todos los territorios esencial para determinar el valor de su moneda: los impuestos.

Richard Nixon

Todos los gobiernos del mundo, en representación de sus Estados, recaudan impuestos, única y exclusivamente en su moneda. Eso obliga a los agentes económicos de la nación a producir y ganar en la denominación monetaria de ese Estado. Esa demanda por dinero propio es el verdadero gran determinante del valor acuñado en los papales. A más agentes económicos buscando una moneda determinada para responder por esas acreencias, más poder tendrá el gobierno y su moneda. Radica ahí la gran diferencia entre las escuelas economistas: para los monetaristas el dinero es la riqueza; para los heterodoxos, como la profesora Stephanie Kelton, la riqueza es la economía y el dinero su representación. Por eso, para estos últimos, el dinero no es un bien, sino una magnitud, una medida de la riqueza. Y nada equivocados están.

Si es el dinero es una forma de medición de la riqueza, es posible, y es una realidad tangible, el emitir hasta el infinito. Es una posibilidad física, real. No hay un límite natural para la creación de dinero que un gobierno pueda hacer y más en la era digital. De resaltar con urgencia: no es eso lo propuesto acá. El Estado Inversionista emitiría, de ser necesario, únicamente el capital requerido por sus emprendedores nacionales. No habría un solo billete financiado gasto, pero habría todos los necesarios como capital semilla, creando miles de nuevos emprendimientos en donde el Estado, como financiador y poseedor de una parte mayoritaria de la empresa, tendría un decir sobre la producción.

Stephanie Kelton

Si un tipo de corporaciones capitalistas y contaminantes tienen el planeta al borde de un colapso sistémico, no son ese tipo de empresas las invitadas a ser financiadas. Con ese poder de democratización del capital, sumado al de la legislación, un Estado Inversionista tiene la capacidad de transformar la economía en una más productiva, más eficiente, con mejor distribución de la riqueza y sin un daño ambiental amenazador. El plástico sirve como excelente diciente. Es imposible negar la inmensa comodidad que a nuestra vida ha traído el plástico como mecanismo de empaque. El daño ecológico por él producido es lo indeseable. Por lo tanto, bolsas y botellas son una necesidad de la economía moderna, pero no en ese material.

Existen decenas de sustitutos ecológicos al plástico cuya producción masiva sería totalmente posible, en las circunstancias adecuadas. El Estado actúa hoy como creador de mercados a través de la emisión de leyes, con la imposición de impuestos a un lado de la economía, estableciendo beneficios tributarios al otro y a través de órdenes de compra. Pero, más poderoso sería si a un emprendedor de empaques producidos con fibras vegetales el Estado le invirtiera lo necesario para instalar sus plantas y ponerlas en funcionamiento. Todas las medidas adicionales serían bienvenidas y complementarias y, así, en un periodo de tiempo corto, la industria del plástico sería reemplaza por una biodegradable.

Portada documento la CEPAL: Hacia la transformación del modelo de desarrollo en América Latina y el Caribe: producción, inclusión y sostenibilidad.

La Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en concepto de este espacio, el centro de pensamiento más importante de la región, produjo un poderoso documento en respuesta al mundo establecido después de la pandemia. Entienden ellos que, para superar esta debacle, «se requieren nuevas formas de gobernanza experimentalista», con tal de encontrar «nuevos pactos fiscales, productivos, sociales y ambientales para superar los problemas de la coyuntura actual». Entienden ellos que el sector privado cuenta con una «provisión de financiamiento en una escala poco accesible» para las transformaciones por la sociedad actual demandadas.

La CEPAL considera existen «nueve sectores con alto potencial dinamizador y transformador: la transición energética, la electromovilidad, la economía circular, la bioeconomía, la industria manufacturera de la salud, la transformación digital, la economía del cuidado, el turismo sostenible y, por último, el sector conformado por MiPymes y la economía social y solidaria». Pero para transitar hacía una economía superior, la región requiere urgente «mejorar la capacidad institucional del Estado». Aquí, en el Estado Inversionista, parece estar la mejor respuesta posible.

Desigualdad en América Latina

¿LA HORA DEL ESTADO INVERSIONISTA? PARTE IV


La riqueza social se produce, en mayoritarios porcentajes, en organizaciones humanas conocidas como empresas. La misión de cualquier Estado Inversionista, por definición, es engendrar más de éstas, financiando su existencia, pero esforzándose por que las que por él sean instauradas se conviertan en unas más dinámicas, innovadoras y arriesgadas, además de capaces de adaptarse a las demandas por la coyuntura impuestas. Corporaciones realmente ecológicas son de una urgencia imperante, por ofrecer un ejemplo, siendo necesario impulsar emprendimientos provocadores de radicales transformaciones en los modos de producción de variadas áreas de la economía moderna como la alimentación, el transporte, el sector inmobiliario, la vestimenta, la infraestructura vial, entre un largo etcétera.

La capacidad de las empresas para transformar la sociedad es tan abrumadora como esperanzadora, siendo su poder de destrucción tan aterrador como ilusionante su fuerza reparadora. La concepción de “democratización del capital”, el derecho a una asignación para inversión para todos los ciudadanos, proyecta un mundo con un sistema económico más funcional a las necesidades humanas y menos enfocado a los privilegios del capital. La constante creación de nuevas empresas produce una real competencia entre los productores, siendo obligados a incrementos constantes de productividad, de innovaciones, de reducción de precios en lo ofrecido y, más importante, de mejores compensaciones a sus trabajadores. La competencia complica el dominio del mercado por pocos actores, evitando los dañinos monopolios y la peligrosa concentración de la riqueza, tan tangible en la economía moderna.

Corporaciones

Siendo el Estado el otorgante del recurso para la fundación de nuevas sociedades, tendría el ente la absoluta capacidad para determinar el tipo de compañías en que éstas deberían constituirse. Y de enfocarse exclusivamente en financiar cooperativas de trabajadores estaría dando el siguiente paso en la evolución de la civilización humana. Los escritos de la profesora Virginie Pérotin de la Universidad de Leeds, ya estudiados en estas páginas, comprueban la mayor eficiencia de las cooperativas, pues de su principal característica: la repartición de la riqueza producida entre todos al final del ejercicio, nace su mayor baza: la justicia económica se convierte en una invitación al máximo esfuerzo entre los trabajadores, generando organizaciones mucho más productivas, en comparación a las jerárquicas tradicionales estructuradas en un sistema de jefes y empleados, en donde el salario decreciente es una invitación al menor esfuerzo .

Lo postulado por Perotin fue lo experimentado en vida por otro maestro, el exministro griego de finanzas Yanis Varoufakis, quien colaboró con una cooperativa enfocada en la tecnología capaz de superar lo mil millones de dólares al año en ingresos. En la conversación con Gillian Tett, editora estrella del Financial Times, también explicaba él la principal amenaza a la subsistencia de estas organizaciones. Al indagar ella por qué tan poca la cantidad de empresas organizadas bajo este esquema, el economista marxista griego la iluminaba enseñándole que, al ser tan eficientes éstas, son absorbidas de forma brusca por sus pares capitalistas, destruyendo su condición colaborativa y transformándolas en explotadoras del trabajador, en unas meras acumuladoras de riqueza.


Yanis Varoufakis y Gillian Tett

Lo estudiado por Perotin y vivido por Varoufakis lo encuentra como un tesoro escondido en la historia Josep Fontana, quien escribe un tributo hecho oda para la clase trabajadora, una prosa imposible de borrar de la mente después de leída, depositada para la historia en su transgresor «Capitalismo y Democracia. 1756 – 1848. ¿Cómo comenzó este engaño»? Sostiene él a lo largo y ancho de sus páginas que la gran burguesía se adueñó, apropió, se hizo saqueadora de la «Primera Revolución Industrial«. Explica él que…

Maxine Berg contribuyó a desmontar el mito de una revolución industrial creada por las grandes industrias mecanizadas, destacando la importancia central de las manufacturas, mientras que Von Tunzelman lo hizo respecto a la aportación inicial de la máquina de vapor, que no fue tan importante como sostiene el mito… Por su parte, Gillian Cookson nos muestra la complejidad del progreso tecnológico en un terreno como el de la industria textil, donde el éxito no es el resultado de un invento, sino que a menudo depende de una serie de adaptaciones y probaturas. La mecanización del hilado, por ejemplo, ya la había planteado Lewis Paul en 1748, pero tuvieron que transcurrir 30 años para que estas primeras ideas se pudieran poner en práctica con eficacia, en una evolución que culminó con las mejoras empleadas por Richard Arkwright, que inicialmente hizo funcionar sus máquinas con la fuerza de los caballos, y después con la del agua.

¿Qué es más factible: que unos genios aburguesados dedicados a la vida intelectual desataron una revolución en la forma de producción o, que, ¿hombres y mujeres que dedicaban su vida al trabajo manual y de maquinaría fueron encontrando métodos de producción cada vez más eficientes hasta desatar una revolución industrial? Fontana presenta y comprueba el segundo argumento y explica que, el poder económico de aquellos años, atemorizado por la efervescencia social de la clase trabajadora, coaptó el Estado para hurtar a los asalariados los adelantos tecnológicos ya en vigor, todo en nombre de su interminable afán por no perder sus privilegios.

Josep Fontana

Las palabras del profesor Jason Hickel, de la emblemática London of School of Economics, autor de un próximo libro a salir titulado: Menos, es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo, espacio donde abarcara otro aspecto fascinante y enriquecedor de la cooperación en el mundo del trabajo, son lo suficientemente relevantes para transcribir acá:

Existe la extraña creencia de que el capitalismo es democrático y, si bien es cierto que a menudo se da en las democracias políticas, el sistema económico en sí no es democrático. Es un sistema donde las decisiones sobre qué producir y cómo usar los recursos las toma el 1% que controla la mayoría de los activos bursátiles, y nosotros no tenemos nada que añadir ahí. Nosotros tenemos que pasarnos la vida trabajando para crear el mundo que la clase dominante quiere ver, ¿verdad? Así que es profundamente cínico sugerir que tenemos una democracia cuando la mayoría de nuestras vidas laborales las pasamos en instituciones donde no tenemos voz ni voto, que funcionan según principios extremadamente jerárquicos y autoritarios.

Continua el autor su perorata explicando que…

Lo que es esencial es una transición hacia la democracia económica; necesitamos democratizar el control sobre las finanzas y la producción industrial. Una cosa fascinante es que contamos con multitud de estudios que demuestran que, cuando la gente controla las decisiones sobre la producción y los recursos, prioriza el bienestar y la ecología sobre la acumulación de las élites. Así que hay algo intrínsecamente ecológico en la democracia cuando se aplica a la esfera económica, y eso es lo que necesitamos hacer urgentemente. 
Jason Hickel

El cooperativismo no es solo más innovador, democrático, sino que es compatible con la civilización humana. Una empresa capitalista es una que obliga al empleador a apropiarse de lo producido por el trabajador para acumular en poca riqueza en pocas manos mientras expande pobreza y miseria en la mayoría, hacho comprobado en la sociedad actual. Se entienden, por otra parte, a las cooperativas como aquellos espacios democráticos en donde todos participan en el proceso de producción y en repartición de la riqueza al final del ejercicio.

La distinción explica porque el profesor Richard Wolff presenta esta forma de organización económica, la basada en la cooperación, como una capaz de superar la plusvalía y la concentración monetaria, y una capaz de instaurar la democracia en el lugar de trabajo. El modo de producción es la siguiente lucha por los derechos democráticos en contra de los privilegios monárquicos de los grandes accionistas y ejecutivos de las transnacionales. Para él, las cooperativas son a la economía, lo que la democracia a la política. Y si hubo que derrocar la monarquía para instaurar un gobierno del pueblo, habrá que derrocar el capitalismo para instaurar el cooperativismo.

Karl Marx

Karl Marx comprendió la íntima conexión habida entre la forma de producción y la sociedad civil. Y es que no hay democracias en dictaduras del capital. La explotación del trabajo conlleva a concentraciones de la riqueza cuyo corolario es la instauración de oligarquías modernas o, de unas «democracias neoliberales», como las tituló Noam Chomsky: sociedades con elecciones amañadas para que el poder nunca se traspase. Con la riqueza acumulada obtenida del explotado se compran medios de comunicación para dominar la política y establecer un Estado subyugado al dinero. Marx, filósofo y economista, entendía que esa forma de poder entre empleado y empleador debía superarse y legó al mundo la solución: las cooperativas de trabajadores.

Si la innovación está en el trabajo, una fuerte inversión del Estado en la gestación de miles de cooperativas de trabajadores sería un golpe de gracia al sistema de producción, más de explotación, más de dominación, establecido por la economía moderna. Una comunidad de trabajadores organizados y financiados engendraría un nuevo modo de producción y una sociedad más equitativa, una economía más dinámica y una democracia real. La mayor eficacia y eficiencia, el incentivo a la innovación y la constante competencia, haría emprendimientos cada vez más productivos y tecnológicamente más avanzados, impulsando sociedades cada vez más desarrolladas. Sería nada distinto a la creación de una ilusión, al nacer de Otra República.


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Fuentes:

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