Este es el científico más excéntrico y peculiar de la historia
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Muchos dirán que fue Nikola Tesla, otros Isaac Newton, algunos más Einstein y habrá quien señale a Richard Feynman como el científico más peculiar de la historia. Sin embargo, el ganador de esta competición es alguien a quien pocos conocen.
Miguel Ángel Sabadell
Astrofísico y divulgador científico
Creado:12.03.2024 | 16:00
Henry Cavendish es una de esas figuras de la historia de la ciencia que se encuentra indisociablemente unida a un gran experimento. En este caso se trata de uno de los más sutiles, difíciles y elegantes: la determinación de la constante de la gravitación universal. Algún otro lector, más aficionado a la química, lo recordará como el descubridor del hidrógeno, pero hasta ahí llegará nuestro conocimiento de quien el físico francés del siglo XIX Jean-Batiste Biot dijo que fue “el más sabio de los ricos y el más rico de entre los sabios”.
Este es el único retrato que existe de Henry Cavendish. Foto: Wikipedia
Los historiadores Christa Jungnickel y Russell McCormmach lo definieron como “uno de los grandes científicos del siglo XVIII, uno de los hombres más ricos del reino, vástago de una de las más poderosas familias aristocráticas, un fanático de la ciencia y un neurótico de primer orden”.
Una peculiar personalidad
Si hay un adjetivo que sus colegas usaban cuando se referían a Cavendish era 'peculiar'. Todos estaban intrigados sobre su personalidad. Su único amigo íntimo y colega de experimentos Charles Bladgen, cuando escribía sobre él, utilizaba las palabras “melancolía”, “severo”, “raro” y “seco”, pero la que más utilizaba era “mohíno”. Tras adjetivos definen a la perfección el carácter de cavendish: taciturno, solitario y tímido. El Lord Canciller Henry Brougham lo describió como un hombre parco en palabras, “probablemente dijo menos palabras en toda su vida que cualquiera que hubiera vivido cuatro veces más, sin exceptuar a los monjes trapenses”.
Para su primer biógrafo, George Wilson, la más fascinante de las peculiaridades de Cavendish era su amor por la soledad. También lo consideraba extremadamente tímido, “temeroso de los extraños y parecía, cuando se avergonzaba, que era incapaz de articular palabra alguna”. Otros encontraban su timidez rayando lo patológico y según el químico y minerálogo escocés Thomas Thomson “no soportaba que le presentaran a nadie, ni que le señalaran de forma alguna como un hombre notable”.
Esquema del experimento que le ha hecho famoso: medir el valor de G. Foto: Wikipedia
Thomson cuenta una anécdota que describe perfectamente el carácter de Cavendish. Una noche le presentaron a un famoso filósofo austríaco y por cortesía se vio obligado a escuchar una conversación muy halagadora hacia él. “Cavendish no dijo una palabra pero se quedó ahí de pie, mirando al suelo, muy avergonzado y contrariado. Al final salió huyendo a toda la velocidad que dieron sus pies y no paró hasta subirse a su carruaje”.
Cavendish no solía tomar parte en las conversaciones y le repelía que le hablasen, a pesar de que le encantaba escuchar todo lo que se decía. Sus conocidos aleccionaban a todo aquel que iba a asistir por primera vez a una reunión a la que él fuera a acudir: debías evitar hablarle porque se sentiría ofendido, pero si él te hablaba debías mantener la conversación hasta que la diera por terminada. Eso sí, nada de mirarle directamente sino que tenías que hablar al vacío, y aún así no era improbable que se marchara dejándote con la palabra en la boca.
Miedo a las mujeres
La colección de anécdotas sobre el pintoresco comportamiento social de Henry Cavendish son innumerables y todas inciden en lo mismo: su miedo a las personas. De él se decía que era fácil de ver pero difícil de encontrar. Sus formas eran tensas y su discurso apresurado, parecía un pájaro a punto de echar a volar por miedo a los predadores. Desconfiado, reservado, apocado, torpe y cohibido en la relación con personas que le eran extrañas, era mucho peor cuando estaba ante mujeres.
La pierna de cordero asada era su plato preferido. Foto: Istock
En su casa tenía prohibido a la servidumbre cruzarse con él por los pasillos, y para indicar la hora de servir la cena (cuyo plato favorito era la pierna de cordero asada) dejaba una nota a su ama de llaves, su método estándar de comunicación con el servicio. El origen de este terror hacia el sexo femenino no está muy claro.
Su deseo de soledad era tal que para evitar cualquier contacto humano en su casa hizo construir una puerta que solamente podía usar él. La cruzaba diariamente para dar sus paseos que, al igual que el filósofo Inmanuel Kant, realizaba siempre a la misma hora. Cuando dos de sus vecinas se dieron cuenta de este hecho, y el descubrió que estaba siendo observado, cambió su rutina y empezó a pasear de noche.
Podría pensarse que era propenso a la depresión, pues es algo que suele acompañar a la timidez extrema; Cavendish nunca dio muestras de ello: si un depresivo pierde el gusto por todo y se sumerge en la apatía, Henry era todo lo contrario. Se volcaba en su trabajo, al que dedicaba horas sin descanso.
La vida social de Cavendish discurría principalmente en los clubs, cafeterías y tabernas de Londres, el lugar donde los científicos ingleses solían reunirse desde la Restauración. Siempre salía de casa con un abrigo de terciopelo descolorido, chaleco y unas deslucidas calzas violeta, camisa de cuello alto y volantes en los puños, y su sempiterno sombrero de tres picos. Cavendish fue, por decirlo en dos palabras, un ser asocial. Y muy rico.
La casa de campo de la familia de Henry. Foto: Wikipedia
El científico rico
Su riqueza le vino dada de nacimiento; no en vano era descendiente de dos de las más importantes familias inglesas, el ducado de Devonshire por parte de padre y el de Kent por parte de madre. Henry no era un despilfarrador y gastaba lo necesario, sobre todo en cuestiones relacionadas con sus investigaciones científicas. A la hora de invertir la fortuna que le había tocado en herencia seguía la misma política que su padre: comprar bonos del estado y no tocarlos para nada. Así, al morir sus inversiones ascendían a cerca de un millón de libras, casi 12 000 millones de euros de ahora.
Su salud era igual que su situación financiera: extremadamente saludable. Por su amigo Blagden sabemos que en 1792, cuando Cavendish tenía 60 años, cayó enfermo: tenía piedras en el riñón, una enfermedad bastante común en aquellos tiempos. La siguiente noticia que tenemos de una enfermedad fue un domingo de febrero de 1804: tenía una fisura y el médico le había recomendado llevar un braguero; Henry nunca lo llevó. Al tercer día de su enfermedad hizo su último testamento. Dejaba 15 000 libras a Bladgen, 5 000 a otros dos amigos, y el resto volvía a la familia.
Relaciones de familia
Henry no tuvo una relación cotidiana con su familia; no era visitante habitual de Devonshire House, la casa de la familia donde residía su primo, el cuarto Duque de Devonshire, y donde después lo haría su hijo, también llamado William y quinto Duque de Devonshire. No resultaba fácil ver a Cavendish en aquellos elegantes salones de paredes cubiertas de seda sobre los que colgaban los retratos de sus antepasados en posición orgullosa.
Solo acudía con motivo de asistir a alguna celebración familiar o para hablar de ciencia con la primera mujer del quinto Duque, la Duquesa Georgiana de Devonshire, reina de la moda londinense, celestina, ludópata y mujer de extraordinaria belleza. Y para los que gustan de la prensa del corazón, tatarabuela de Diana de Gales. Cuentan que un día, bajando de su carruaje, un basurero irlandés, al verla, exclamó: “Amada y bendita, mi señora, ¡déjeme encender mi pipa en sus ojos!”. A partir de ese incidente cuando alguien piropeara su belleza ella siempre respondía: “Después del cumplido de aquel basurero, todos los demás me parecen insípidos”.
A la Duquesa Georgiana, tatarabuela de Diana de Gales, le encantaba hablar de ciencia con Cavendish. Foto: Wikipedia
Nadie podía explicarse cómo un hombre tan extremadamente tímido y que rozaba la misoginia podía charlar con Georgiana, ni cómo ella, una mujer de intensa vida social y de la que se decía que era amiga de María Antonieta, podía dedicar ni siquiera un segundo a un hombre tan mohíno y 25 años más viejo que ella. Pero ese algo que les unía era la ciencia. Ella estaba sumamente interesada en saber cosas sobre el funcionamiento del universo y Cavendish no desperdiciaba la oportunidad de explicarle los últimos descubrimientos. Por su parte, el marido de Georgiana describió a su tío segundo muy escuetamente: “No es un caballero. Él trabaja”.
La muerte de un solitario
Si hay una cosa cierta en la vida es que el tiempo pasa implacable, y en la vejez vamos perdiendo facultades. El 4 de junio de 1807, tras una cena en el Royal Society Club, Blagden escribió en su diario que “Cavendish parece como si empezara a olvidarse de las cosas”. A pesar de los estragos del tiempo, Cavendish se mantuvo activo: aceptó el encargo de supervisar la construcción de un termómetro para medir la temperatura de los fondos marinos y acudía regularmente a las reuniones del consejo de la famosa Royal Society. Sólo faltaría a una, la del 15 de febrero de 1810. Henry moriría el 24 de ese mes.
Nunca publicó sus experimentos. Los de electricidad los compiló y editó James Clerk Maxwell. Foto: Wikipedia
La tarde del 23 de febrero uno de sus criados fue a llamar a su médico, Everard Home, porque veía que su amo se estaba muriendo. Cuando llegó a la casa de Clapham Common y entró en la habitación de su paciente, Cavendish se sorprendió de verlo. Le dijo que su sirviente no debería haberlo molestado, puesto que se estaba muriendo y no merecía la pena prolongar esa miseria. Ordenó que no se dijera nada a su principal heredero, Lord George Cavendish, hasta que “el último aliento haya salido de mi cuerpo, no antes”. Home se quedó toda la noche junto a la cama de su paciente y amigo.
Poco antes del alba, Cavendish murió.
Quizá no merezca mejor obituario que unas palabras que escribió su vecino, el químico y farmacéutico John Walker -inventor (por accidente) de la cerilla de fricción-: “Hemos perdido al Sr. Cavendish, un hombre con una mente formidable, más cercana a la de Newton que la de cualquier otro individuo que haya habido desde entonces en este país”.
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