El afán era “vender un lema” para “comprar” el voto, ofrecer un producto vacío en un mercado político con oferta y demanda de sinsentidos, verdades a medias, falsificaciones y descalificaciones
La carencia de ideas políticas, degradación de partidos y faltante de grupos sólidos y plenamente diferenciados, tiende a favorecer alianzas de todo orden y sobre todo ampliar el “mercado político” entre “electores desinformados o inconscientes” y “empresas electorales” que invierten capitales para ganar (“comprar”) el cargo público
Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez
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Nadie esta elegido hasta que el ultimo voto sea contado, a pesar de los “consensos” y encuestas de dudosa neutralidad, y queda estrictamente en manos de la conciencia ciudadana cambiar la historia del gobierno de las regiones. Tener conciencia implica comprender las diferentes corrientes ideológicas, conocer qué y cómo son los partidos políticos, sus plataformas, sus lideres y representantes y entender cómo estos han influido en la toma de decisiones, en la formulación de políticas públicas y en la construcción del estado de derecho.
Los partidos y agrupaciones políticas, del centro a la derecha, aunque permanecen enredados en una telaraña de crímenes, corrupción y desfalcos, con decenas de alcaldes, gobernadores, concejales y funcionarios y miembros de partido condenados, presos o evadidos, no consideraron la validez universal de adoptar principios éticos y sin objeción siguieron su estrategia de considerarse los únicos centros de poder legitimo en una estructura de juego con dos jugadores: votantes y candidatos.
Con grandes vallas (muchas sin logo o casi imperceptible) trataron de convertir frases sueltas en un lenguaje movilizador de masas sin horizonte definido. Publicitaron lemas carentes de sentido del tipo “no más bla-bla”, “defendemos el empleo” “yo lo sé hacer”, “yo defiendo su pensión”, “aquí somos todos”, “no más izquierda”, “nosotros si lo hacemos, ellos no”, “esto no se vende” “soy justa, libre y segura”, “ahora sí”, “somos más”, “avancemos juntos” “mi ciudad primero”, “me toca a mí”.
El afán era “vender un lema” para “comprar” el voto, ofrecer un producto vacío en un mercado político con oferta y demanda de sinsentidos, verdades a medias, falsificaciones y descalificaciones.
Los escasos debates y foros abiertos en las ciudades y regiones, estuvieron enmarcados en el exceso de publicidad y falta de enfoque político y social, lo que permitía mantener separados y alejados de los problemas críticos de la sociedad a los votantes. En lugar de discutir soluciones a cuestiones importantes (paz, derechos, justicia, fuentes energéticas, industria, seguridad humana, desigualdades, capital social, ética) los candidatos luchaban por “vender” su imagen, su autorretrato, simplificando los problemas sin abordar la complejidad, erosionando aún más la confianza de una ciudadanía ya escéptica ante promesas y retóricas sin sustancia, que socavan la democracia.
Las regiones, los territorios, que cobraron mayor fuerza como enunciado y realidad material a partir de la firma del acuerdo de paz de la habana, quedaron en el anonimato, el filtro de la hostilidad política impidió comprender “lo regional”, no fueron el centro de atención de los candidatos a conducir sus destinos los próximos cuatro años, en los que la paz del país, la verdad y la reducción de la desigualdad ocupan lugar destacado de la agenda nacional del gobierno popular y a lo cual tendrán que ponerle interés por ser un asunto constitucional y de política pública. Gobernadores, alcaldes, diputados y concejales que componen el espectro de lo regional, tendrán el reto de gobernar su porción de territorio, sin diseccionarlo del todo llamado nación, a la vez que tratar con la gente las agendas sociales de dignidad, cultura, identidades, diferencias, conflictos, divergencias, pluralidades y dar apertura sin mayor demora a la participación efectiva de la gente incluyéndola con respeto. El estallido social ocurrió en la nación, pero sus partes constitutivas siguen flotando en las regiones.
Los sectores populares, movimientos sociales y grupos de la orilla del centro hacia la izquierda, aunque débiles en sus estructuras organizativas y dificultades en la unidad de su agenda común, no dan muestra de claudicar en sus objetivos de reconstruir ciertas regiones en el marco de una sociedad civilizada y de un estado de derecho responsable de la vida con dignidad, y ha avanzado en deslindarse totalmente de las figuras del “cacique”, el “patrón”, el “caudillo”, que persisten en continuar usurpando la voluntad popular, con el prejuicio de mantener al “país libre” de formas alternativas y “peligrosas de poder” y de modos de democracia de abajo hacia arriba y de la periferia hacia el centro.
El grado de esperanzas de futuro en el destino de las regiones llega impactado por el faltante de ideas políticas en campaña, a lo que se suma la estratégica obsesión del país tradicional, que se niega a abandonar sus trincheras, dogmas y espíritu conservador de abominables prácticas para negar libertades y atacar adversarios. La fuerza, la seguridad, la guerra y la obediencia son parte de los pilares del poder dirigido por históricos clanes, familias y grupos que han bloqueado las posibilidades de desarrollo de las regiones, saqueado sus recursos, envilecido sus culturas, amenazado la existencia de diversidades e inclusive participado directamente, en connivencia o silencio de la matanza y degradación padecida de las últimas tres décadas, cuyo resultado mantiene a la quinta parte de la población convertida en víctima y a la mitad sometida a explotación, pobreza y miseria.
La carencia de ideas políticas, degradación de partidos y faltante de grupos sólidos y plenamente diferenciados, tiende a favorecer alianzas de todo orden y sobre todo ampliar el “mercado político” entre “electores desinformados o inconscientes” y “empresas electorales” que invierten capitales para ganar (“comprar”) el cargo público, como llave de acceso a puestos, contratos, cupos de endeudamiento y nuevas alianzas con el poder de las élites (gente de bien), situadas a la derecha y ultraderecha del espectro político del país, cuyas narrativas de campaña mostraron una creciente pobreza de contacto con la gente. Aunque la “miraban” y abrazaban, no estaban conectados afectiva ni racionalmente con sus necesidades y demandas. A la gente (“sus votos”) acudían para “vender” publicidad, no para escucharla, comunicarse o vincularla. No escucharon a la gente, no la saben escuchar. Un candidato de élites “simuló” alquilar por pocos días un apartamento en un barrio popular, para “ver” de cerca a la gente (entre el turista y el vagabundo) no para organizar una agenda con ellos y proponer salidas, su meta era publicitar “su” genialidad, la de él. Cómo a él a la gran mayoría les faltó la narración y la escucha, les faltó la gente a la que le piden, “compran” o extorsionan su voto.
Quedan hondas preocupaciones democráticas sobre lo que pueda venir como país de regiones, por la exacerbación, irrespeto y llamados al odio desde la “oposición” (firme en la guerra y en la seguridad para el capital) diestra en hacer política sin política, en “vender” prejuicios e instalar miedos como estrategia favorable al clientelismo y la manipulación de votos amarrados a favores. Los resultados tienen en tensión a las élites de poder regional y la ciudadanía, tiene en sus manos la carta innegociable de lo que su conciencia sabe, conoce, percibe e intuye sobre los elegibles de siempre y sus padrinazgos responsables de la larga noche de violencias; el atraso colectivo de las regiones; la entrega de los bienes públicos a inversionistas privados y; su implicación en los grandes delitos de corrupción y desfalcos al erario (Reficar, Odebrecht, Vías 4G, Ruta del sol, Hidroituango, EBSA, carteles de la Toga, hemofilia, alimentos, PAE, Memo Fantasma, Ñeñe, Ñoño, Hyundai, Triple A, Ecopetrol, Interbolsa, Colpensiones, Termorios, Papers, Compra de votos, Narcotráfico, Paramilitarismo).
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