Boric es pieza esencial de esta maniobra histórico-política, quien asegura que Sebastián Piñera es un “verdadero demócrata”, el mismo que le declaró la guerra al pueblo, durante la revuelta de 2019
Raúl Zibechi
Cuando arreciaba el nazismo, Walter Benjamin escribió en su célebre Sobre el concepto de historia: “Ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”.
Estos días sucede algo paradójico: la memoria de Salvador Allende está siendo adulterada, no por sus enemigos pinochetistas, sino por quienes se proclaman sus seguidores. El presidente Gabriel Boric está a la cabeza de una amplia operación para convertir a Allende en un ícono del consenso entre partidos del sistema.
El escritor chileno Dauno Totoro, en entrevista con Telesur, desnuda este operativo a través del cual Boric intenta rencarnar a Allende, “reproduciendo sus pasos, sus movimientos, intentando convertirse en la figura de Salvador Allende […] es la prolongación de algo mucho más serio que tiene que ver con la historia profunda de este país y los graves hechos sucedidos durante estos 50 años” (https://goo.su/F9jG).
Sostiene que se ha construido un Allende similar a un “ícono cristiano”, que se convierte en “el cordero de Dios que lava los pecados del mundo”; “que muere por nosotros y nos libera de culpas”. Allende fue transformado en una suerte de redentor casi sobrenatural, que convierte al pueblo en sujeto pasivo de sus milagros.
Totoro analiza cómo fueron manipuladas las últimas palabras de Allende. Según la versión oficial dijo: “Mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre…”. Pero lo que dijo Allende a los obreros, a quienes invocaba, es “…abrirán”, ustedes van a abrir las alamedas (https://www.youtube.com/watch?v=JuDL7MXUuI8, minuto 5:45).
En el primer caso, es algo mágico. ¿“Se abrirán” solas? En el segundo es la lucha la que determina.
Un pequeño truco que todo lo modifica, que coloca en el centro a un ser mítico en el lugar de la clase trabajadora. Por eso concluye Totoro: “Han convertido a Allende en un producto de exculpación para toda la clase política”.
Boric es pieza esencial de esta maniobra histórico-política, quien asegura que Sebastián Piñera es un “verdadero demócrata”, el mismo que le declaró la guerra al pueblo, durante la revuelta de 2019.
Pero Allende no fue un “cordero de Dios”, ni una estrella mediática, sino el presidente comprometido que en su última aparición portaba una metralleta y un casco para defender el palacio de gobierno. Esas imágenes fueron sustituidas por otras, como la exposición de sus zapatos en una vitrina “para que la gente vaya a adorarlos”, añade Totoro.
El escritor no pasa por alto los errores de Allende (a diferencia de quienes ahora lo despojan de su metralleta), ya que creyó en un país que no existía y, muy en particular, imaginó en un “ejército republicano” respetuoso de la legalidad.
Pero el objetivo final de esta operación es construir un consenso histórico sin profundidad, “un consenso vacío, sin historia, sin futuro, que nos embrutece y que sólo puede romperse físicamente, es decir, con revuelta”. De eso se trata: mostrar un Allende vacío de contenido, que sirve a los fines de una democracia que nada tiene que ver con aquella por la que el ex presidente dio su vida, y de apartar la idea de la revuelta popular del escenario y del imaginario políticos.
La imagen de que se suicidó va en la misma dirección, destinada a desmoralizar a sus seguidores. Gabriel García Márquez escribió sobre la muerte de Allende en 2003, al cumplirse 30 años del golpe: “Allende murió en un intercambio de disparos” con miembros del Ejército, portando la metralleta que le había regalado Fidel (https://goo.su/kILY).
Toda esa historia fue borrada porque, como el propio Allende dijo, se trataba de dar “una lección moral” al entregar su vida. Actitud ética a contrapelo de la política actual asentada en el consenso, en la unidad. ¿Contra qué o contra quiénes? Contra la revuelta y los que persisten en su rebeldía, como sectores del pueblo mapuche y las juventudes que fueron reprimidas el mismo 11 de setiembre, por marcar distancias con los festejos oficiales.
Pero las cosas no quedan ahí. Este montaje forma parte de la cotidianidad del capitalismo y muy en particular de los gobiernos progresistas.
Lula colocó una mujer indígena al frente del Ministerio de los Pueblos Indígenas, pero sus aliados del agronegocio asesinan a diario a miembros de esos mismos pueblos, como sucedió esta semana con las autoridades espirituales Sebastiana y Rufino, en la más absoluta impunidad (https://goo.su/xArghbM).
En la Colombia del progresista Gustavo Petro, el paramilitarismo sigue siendo la política del Estado en los territorios (https://goo.su/QhfWa8). En 2022, fueron asesinados 215 líderes sociales y 60 ambientalistas.
Así se vacían las demandas y la memoria de los pueblos, mientras aseguran que los defienden.
En ese proyecto de vaciar la memoria para seguir gobernando para el capital, ¿qué estrategia está pergeñando el gobierno mexicano hacia los pueblos originarios, ante el 30 aniversario del alzamiento zapatista?
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