Los cuestionamientos al neoliberalismo o al capitalismo son mucho más frecuentes, que las impugnaciones al imperialismo. Esa desconsideración suele obstruir la evaluación del escenario internacional.
Por Claudio Katz
Este libro convoca a retomar el concepto de imperialismo para clarificar el nuevo escenario internacional. Propone superar la omisión de esa noción entre los comentaristas de la política mundial, que suelen eludir ese término por sus evidentes connotaciones críticas. La sola mención del imperialismo, recuerda que los poderes dominantes hacen valer su primacía por medio de la fuerza.
Introducción del próximo libro de Claudio Katz.
La nueva guerra fría que promueve Estados Unidos contra Rusia y China trastoca el escenario internacional. La OTAN recobra protagonismo, Europa y Japón se rearman y la militarización permea todas las relaciones internacionales. Las consecuencias de esta escalada ya se verifican en los dos conflictos que convulsionan al planeta. La guerra de Ucrania y las tensiones en el Mar de China anticipan los dramáticos efectos de las confrontaciones en curso.
Este libro convoca a retomar el concepto de imperialismo para clarificar el nuevo escenario internacional. Propone superar la omisión de esa noción entre los comentaristas de la política mundial, que suelen eludir ese término por sus evidentes connotaciones críticas. La sola mención del imperialismo, recuerda que los poderes dominantes hacen valer su primacía por medio de la fuerza.
Para disimular la preeminencia de Estados Unidos en esa función coercitiva, los voceros de la primera potencia utilizan nociones sustitutas. Describen al gigante norteamericano como un ¨protector de Occidente¨ que ¨custodia el orden mundial¨. Realzan especialmente la capacidad disuasiva del Pentágono para evitar el caos, que suscitaría la ausencia de un ¨garante del equilibrio internacional¨. A lo sumo, mencionan al imperialismo para denostar las incursiones del campo opuesto. Las agresiones de la OTAN son invariablemente aprobadas o acalladas.
Este libro polemiza frontalmente con esas justificaciones y desenvuelve numerosas críticas contra sus voceros. Pero también registra que la renuencia a identificar a los Estados Unidos con el imperialismo, ya no es tan unánime entre los intelectuales del establishment. En la era Bush los ideólogos neoconservadores comenzaron a exaltar esa conexión. Ensalzaron la invasión a Afganistán e Irak y ponderaron sin inhibiciones terminológicas la acción imperial del Pentágono.
Ese enaltecimiento fue también compartido por algunas vertientes liberales, que elogiaron la renovada acción civilizatoria de los marines, en regiones periféricas despreciadas o pobladas por etnias igualmente descalificadas. Ambas corrientes encomiaron la misión imperial que atribuyen a un mandato divino o a peticiones de la ¨comunidad internacional¨.
Esa idealización del imperialismo perdió incidencia luego del fiasco afrontado por los invasores en Bagdad y Kabul. Su fracaso diluyó durante algunos años la fantasía de recrear un ¨nuevo siglo americano¨. Pero al cabo de una década, las alabanzas y los camuflajes de la conducta imperial estadounidense han reaparecido a pleno. Los exaltadores remarcan la conveniencia de transparentar ese comportamiento dominante para maximizar su efectividad y los encubridores advierten contra el rechazo que genera esa glorificación. Las menciones al imperialismo en las publicaciones de la elite hegemónica se expanden y contraen, en sintonía con la prédica de una u otra variante.
Las referencias al imperialismo entre los pensadores críticos no están sujetas a esos condicionamientos, pero tienen menor gravitación que otros conceptos. Los cuestionamientos al neoliberalismo o al capitalismo son mucho más frecuentes, que las impugnaciones al imperialismo. Esa desconsideración suele obstruir la evaluación del escenario internacional.
Este libro pretende revertir esa desatención utilizando el concepto de sistema imperial. Esa noción contribuye a indagar la triple dimensión económica, política y geopolítica del principal dispositivo de dominación global. El primer plano involucra la confiscación de recursos que padece la periferia, el segundo ilustra cómo los poderosos confrontan con la insurgencia popular y el tercero clarifica las rivalidades entre las potencias.
El sistema imperial es la principal estructura de expropiación, coerción y competencia, que apuntalan los grandes capitalistas para preservar sus privilegios. En el capítulo que inicia la primera parte se expone una síntesis de este abordaje y en el resto del libro se estudia la conducta de los protagonistas, los socios, los acompañantes y los adversarios de ese dispositivo.
El sistema imperial rige desde la segunda mitad del siglo XX y difiere significativamente de su precedente clásico de la centuria pasada. Las guerras generalizadas entre potencias capitalistas que signaron a ese período, no se repitieron en el escenario posterior. En este contexto tampoco resurgieron los antiguos imperios. El modelo contemporáneo se asienta en cimientos sociales y gestiones capitalistas muy alejados de esos antecedentes.
Pero el sistema actual mantiene el pilar coercitivo que han compartido todas las modalidades imperiales, para dirimir primacías, acaparar lucros y consolidar poderíos con el uso de la fuerza. Esa persistente centralidad de la violencia es ilustrada en numerosas partes del libro. Esos ejemplos confirman que el sistema imperial no se limita a la mera administración de la supremacía económica. Tampoco restringe su acción a la reproducción de los mitos, creencias e ideologías que convalidan el estatus quo. Asegura la preservación del capitalismo con gigantescos resguardos militares.
ESTADOS UNIDOS Y CHINA
La segunda sección del libro analiza la peculiar dirección estadounidense del sistema imperial. Washington maneja ese dispositivo a través de la OTAN para someter a los aliados y hostigar a los rivales. Utiliza periódicamente ese mecanismo para recuperar dominio, capturando riquezas, sofocando rebeliones y disuadiendo competidores. En esos momentos despliega el enorme poder militar que alimenta su gravosa economía armamentista. Con nuevas guerras híbridas arruina sociedades y destruye Estados, recreando dramáticos escenarios de refugiados y víctimas civiles.
La desaparición de la URSS incentivó ese tipo de aventuras y potenció la sobre expansión militar, que periódicamente corroe la estabilidad del sistema político estadounidense. Washington recurre al belicismo para contrarrestar su retroceso económico, pero no logra contener ese declive con incursiones externas. Mantiene una gran superioridad bélica, junto a significativas ventajas tecnológicas y financieras. Pero no ha podido contrarrestar con esa preeminencia el impactante desafío de China. Las acciones del Pentágono no compensan las falencias estructurales que arrastra la primera potencia.
Todas las tentativas de resurgimiento imperial estadounidense han erosionado, además, la cohesión interna del país. Los fracasos de Trump y la impotencia de Biden ilustran ese efecto, que ha corroído a todas las administraciones de las últimas décadas. Esa crisis de largo plazo no implica igualmente un ocaso continuo y en picada de la primacía estadounidense. La primera potencia ocupa un lugar irreemplazable en la conducción del sistema mundial de dominación, que la induce a reiterados y fallidos intentos de recomposición del liderazgo.
En el libro se exponen varios desenlaces posibles para esta crisis, revisando especialmente dos miradas de las disyuntivas en juego. Las teorías de la sucesión hegemónica y del imperio global son debatidas tomando en cuenta el contraste con el antecedente británico. También la comparación entre el nítido perfil que presenta el capitalismo contemporáneo y el indefinido curso del sistema imperial esclarece esos dilemas.
En distintas partes del libro se estudian las relaciones que mantiene Estados Unidos con otros integrantes de la estructura imperial. Se indaga cómo han mutado los viejos imperios de Europa que actúan con autonomía en su esfera de influencia, pero acatan el mando norteamericano en los asuntos globales. Esas modalidades de alterimperialismo británico o francés coexisten con otras variedades de coimperialismo australiano, canadiense o israelí. Los socios que Washington ha incorporado a la custodia de diversos rincones del planeta, mantienen una estrecha ligazón con su padrino.
En la tercera parte del libro comienza la evaluación de las potencias situadas fuera del sistema imperial. El estudio de China ocupa un lugar preponderante por su evidente protagonismo en el estratégico choque con Estados Unidos. El texto destaca que esa puja involucra a dos potencias disimiles, que exhiben posturas contrapuestas frente al conflicto. Mientras que Washington lidera una agresión tendiente a reinstalar su liderazgo imperial, Beijing intenta sostener su crecimiento económico sin confrontaciones externas.
En los siguientes capítulos se explica la conexión de esa cautela con la restauración capitalista inconclusa, el singular régimen político y la historia de acosos externos que ha sufrido China. La novedosa combinación de expansión productiva y prudencia geopolítica que ensaya el gigante asiático, contrasta con la trayectoria que siguieron los desafiantes del liderazgo internacional en el siglo pasado.
Pero el texto también subraya las tensiones que genera la introducción del capitalismo en China. Cuestiona las miradas indulgentes, que desconocen la incompatibilidad de ese sistema con la proclamada ¨cooperación¨ para gestar una ¨mundialización inclusiva¨. Se destaca que la nueva potencia no forma parte del Sur Global y ya afronta desequilibrios propios de una economía desarrollada o de un acreedor de envergadura.
Este análisis es extendido a una revisión de lo ocurrido en China durante la pandemia y a una evaluación del sentido de la Ruta de Seda. En este capítulo se recurre al concepto de desarrollo desigual y combinado, para explicar cómo el país logró un desenvolvimiento excepcional asentado en cimientos socialistas, complementos mercantiles y parámetros capitalistas. Esa combinación permitió alumbrar un modelo enlazado con la globalización, pero centrado en la retención local del excedente. La ausencia de neoliberalismo y financiarización permitió, a su vez, acotar los desequilibrios que han afectado al grueso de sus competidores.
En el libro se estima que el capitalismo ya está muy presente en China, pero no ejerce un dominio efectivo sobre el conjunto de la economía. Como la nueva clase burguesa no logró el control del estado (en una transición socialista congelada), prevalece un status intermedio. Ese contexto diferencia al país de la restauración capitalista ya consumada en Europa Oriental y Rusia. Esta evaluación concluye señalando que el perfil del país quedará definido en el curso de intensas luchas políticas y batallas populares.
RUSIA Y MEDIO ORIENTE
La cuarta sección extiende los interrogantes del status imperial a Rusia, destacando que la plena restauración del capitalismo ha consolidado un presupuesto de esa condición. Se remarcan igualmente las limitaciones de ese pasaje, que afloran en la vulnerabilidad del modelo económico y en la inserción internacional semiperiférica.
Es evidente que Rusia no integra el circuito dominante del imperialismo contemporáneo y que es hostilizada por Estados Unidos. Pero también es muy visible su activa intervención geopolítica externa, con grandes despliegues de arsenal bélico. El libro propone la figura de un imperio no hegemónico en gestación, para conceptualizar esa contradictoria combinación de potencia asediada e invasora. Se explica por qué razón la consolidación o desvanecimiento de esa impronta dependerá del resultado de la guerra en Ucrania.
Esta mirada diverge de la simple caracterización de Rusia como un imperio que retoma la trayectoria del zarismo y polemiza con las frecuentes analogías que se trazan con la URSS. Recuerda la ausencia del capitalismo bajo ese régimen y destaca que ese sistema incluyó mecanismos de opresión externa, pero nunca configuró un ¨imperialismo soviético¨.
En el texto también se constata que el colonialismo interno ha resurgido, pero sin definir con esa recreación un status imperial. Rusia contiene en forma tan sólo embrionaria los rasgos de ese dispositivo bajo el liderazgo de Putin. Ese mandatario ha confirmado su total lejanía del universo progresista, con políticas que convalidan los privilegios de los millonarios, arbitran entre chauvinistas y liberales y hostilizan a la izquierda.
Esta evaluación de Rusia con los parámetros del sistema imperial contemporáneo, prescinde de los criterios legados por Lenin para dirimir esa condición. En este caso, salta a la vista la inadecuación de ese instrumental. Rusia incumple todos los presupuestos de preeminencia financiera, gravitación mundial de monopolios o peso de capitales exportados que exige ese enfoque. El lugar imperial de una nueva potencia no se dirime con meros indicadores económicos.
La quinta sección aplica todas las categorías expuestas a lo ocurrido en una región desgarrada por confrontaciones militares. Postula que el desangre registrado en el “Gran Oriente Medio” no obedece a causas religiosas o culturales, sino al intento norteamericano de recuperar primacía en esa zona. Detalla las agresiones consumadas por el Pentágono para manejar el petróleo, desplegar fuerzas militares, doblegar rebeliones y disuadir rivales. También constata que el resultado adverso de esos operativos desembocó en la humillación de Afganistán, el repliegue de Irak, la fractura de Libia y el fracaso de Siria.
En esa región ha sido muy visible cómo las divergencias económicas de Europa con Estados Unidos coexisten con la subordinación de Bruselas a Washington. Las acotadas incursiones de Paris o Londres se han consumado siempre con el visto bueno previo del Pentágono. En la misma zona se ha corroborado que Rusia ensaya acciones de gran potencia, con presencia militar directa en Siria. Esa incursión ha sido muy ilustrativa de un imperio en formación. Por el contrario, el protagonismo económico sin correlato militar de China, confirma el perfil no imperial del dragón asiático. También en el mundo árabe Beijing prioriza la disputa por los negocios con su alicaído competidor norteamericano.
Las anexiones y el apartheid -que implementa Israel en esta región- son factibles por su integración a la estructura geopolítica interior de Estados Unidos. Esa simbiosis le permite al sionismo desenvolver una expansión territorial, con perimidas modalidades de colonialismo tardío.
Medio Oriente es también el principal ámbito de corroboración del perfil contemporáneo que presenta el subimperialismo. Tres países de esa región reúnen características explícitas o potenciales de esa condición, operando como economías intermedias en tensión subordinada o autónoma con Estados Unidos. El subimperialismo está a la vista en el expansionismo de Turquía y podría extenderse a Arabia Saudita, si los monarcas afianzan su deriva belicista. La eventual reconstitución del mismo status en Irán dependerá del resultado de las disputas con sus contrincantes de la zona.
CONTROVERSIAS POLITICAS
La última sección del libro aborda ciertas consecuencias políticas de los conflictos que genera el sistema imperial y revisa el sentido contemporáneo del antiimperialismo. Destaca que la sucesión de derrotas afrontadas por Estados Unidos en Oriente, no implica de por sí victorias populares contra la opresión externa.
En Afganistán triunfaron los retrógrados talibanes, en Irak gobierna una represiva administración teocrática, en Libia prevalece el reparto del botín y en Siria fue aplastada la esperanza democrática. En todos estos casos, los anhelos antiimperialistas fueron desviados hacia confrontaciones interreligiosas y el proyecto progresista panárabe quedó sustituido por el ensueño fundamentalista del Califato.
El antiimperialismo es una importante brújula para la izquierda, en los controvertidos conflictos de Medio Oriente. Ese criterio subraya la gravitación del protagonismo popular en las confrontaciones contra el enemigo principal. Con ese señalamiento diverge del mero alineamiento con los distintos bloques geopolíticos que pugnan en la arena internacional. También discrepa con las miradas neutralistas, que soslayan posicionamientos frente a esos choques. Esa última postura desconoce la incidencia de las tensiones globales sobre las luchas nacionales de los distintos pueblos. Con esta visión y estas orientaciones se evalúa en el libro lo ocurrido en Siria y Libia.
En las páginas siguientes se indaga lo sucedido en Ucrania, destacando la responsabilidad primordial de Estados Unidos en ese conflicto por su negativa a negociar la contención de la OTAN y la neutralidad de Kiev. Washington propició el acoso a Moscú para subordinar a Europa y para bloquear el intercambio económico del Viejo Continente con Rusia. Incentivó, además, el nacionalismo reaccionario que desencadenó la confrontación y facilitó la destrucción de la cohabitación pacífica entre las dos regiones del país.
Pero la invasión rusa no se limitó a proteger a los pobladores del Este. Quebrantó las negociaciones de paz e introdujo una respuesta desproporcionada y carente de justificación. Esa acción despreció la opinión del pueblo ucraniano y contribuyó a realimentar los mitos del liberalismo occidental. Estados Unidos aprovechó ese despropósito para manipular la soberanía de Ucrania, ocultando que el derecho a la autodeterminación nacional es inseparable en este caso de la desmilitarización y de la concertación de un status internacional de equidistancia del país.
Con esta mirada, en el libro se apuntalan los llamados a reiniciar las negociaciones para frenar la tragedia humanitaria que ha desencadenado la guerra. Esa salida ofrece el curso más progresista en el escenario actual. Se contrapone con las posturas indulgentes hacia la OTAN (y las convocatorias a proveer armas a Ucrania), que promueven algunas corrientes de izquierda. Con el mismo énfasis se rechaza la invasión rusa subrayando las consecuencias negativas de esa incursión.
El capítulo final complementa estas dos evaluaciones de Medio Oriente y Ucrania con una respuesta a los críticos de nuestra tesis, que expusieron sus objeciones a los artículos preparatorios de este libro. Ese debate esclarece por qué razón la renovada competencia económica no recrea las guerras entre las principales potencias capitalistas. La controversia contribuye también a entender el papel de Rusia y China por su exclusión del entramado dominante y corrobora que el tablero actual no es comprensible con la vieja contraposición entre imperialismos y semicolonias. La discusión es particularmente útil para registrar cómo la repetición de fórmulas dogmáticas obstruye la acción de la izquierda.
El libro excluye referencias a Latinoamérica, puesto que esa temática ha sido tratada en otro texto de próxima aparición (Las encrucijadas de América Latina. Derecha, progresismo e izquierda en el siglo XXI, Batalla de Ideas, 2023).
Todos los capítulos del presente volumen recopilan artículos publicados en las fechas especificadas de cada texto. Quedan pendientes muchos interrogantes del imperialismo actual, que inducen a nuevas elaboraciones y a promisorios debates. La caracterización del sistema imperial es indispensable para comprender y transformar la realidad contemporánea.
__________________________________
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
__________
Fuente: