Adosada a la Otan y equipada con materiales rutilantes, Kiev se fija ahora objetivos de guerra desmesurados, como la reconquista de Crimea
Benoît Bréville*
Adriana Gómez, Zona de riesgo, técnica mixta sobre lienzo, 2015 (Cortesía de la autora)
Las entregas se tenían que limitar a “material defensivo”. Para evitar la escalada, para impedir una “confrontación directa entre la Otan y Rusia”, sinónimo, según el presidente Joseph Biden, de “Tercera Guerra Mundial”. Un año después de la agresión de Rusia a Ucrania, los equipos de protección suministrados por el campo occidental se transformaron en helicópteros Mi-17, en cañones Howitzer, en drones kamikazes, en lanzamisiles de largo alcance, en tanques Abrams y Leopard. Los límites que se habían puesto un día fueron franqueados al día siguiente, y cuando Biden aseguró, el último 31 de enero, que su país no entregaría los aviones de combate que reclamaba Kiev, ya adivinamos cómo va a seguir el asunto. Por otra parte, en los círculos militares ya se comparan las virtudes del Gripen sueco y del F-16 estadounidense.
Escalada imparable
Porque nada parece poder detener la escalada armamentística, que ahora sustituye a las negociaciones. “Inclinar el campo de batalla en favor de Ucrania” se habría convertido, según Washington, en “el mejor medio de acelerar la perspectiva de una verdadera diplomacia” (1). Con declaraciones marciales (“sostendremos al pueblo ucraniano tanto tiempo como sea necesario”, “Ucrania ganará”…) Biden puso en juego el crédito de su país: después de la debacle afgana, todo retroceso aparecería como un signo de debilidad. Y para la Unión Europea, que también se comprometió mucho, como una humillación estratégica. Por su lado, Vladimir Putin moviliza las fuerzas necesarias para lograr sus objetivos dentro de un conflicto que percibe como una encrucijada vital y que compromete el destino nacional. La tesis de que una Rusia acorralada se resignaría a la derrota en lugar de valerse de armas más destructivas es una gran equivocación.
La cuestión del despliegue de las tropas occidentales corre el riesgo de plantearse pronto. Por el momento, Washington se niega a hacerlo. Pero… ¿acaso el presidente Lyndon Johnson no declaraba, en octubre de 1964, “no vamos a enviar muchachos estadounidenses a 9.000 o 10.000 millas de casa para hacer lo que los muchachos asiáticos tendrían que hacer ellos mismos” (2)? Cambió de opinión algunos meses más tarde. Tres millones de “muchachos estadounidenses” desembarcarían en Vietnam a partir de 1965, y 58.300 no volverían nunca.
Una victoria imposible, un hundimiento previsible, una tozudez en el error con el único motivo de no verse ridiculizado: este destino no sólo espera a los rusos. Estados Unidos demostró, en Irak y Afganistán, su incapacidad para aprender las lecciones de su compromiso en Vietnam. Así que es a Kiev a quien el ex viceministro de Defensa Nguyen Chi Vinh dirige el espejo de la historia: “Deberíamos decirles a nuestros amigos ucranianos que no es sensato dejar que su país se convierta en un escenario de políticas de poder, apoyarse en la fuerza militar para enfrentar a su inmenso vecino y tomar partido en una rivalidad entre grandes potencias” (3). Adosada a la Otan y equipada con materiales rutilantes, Kiev se fija ahora objetivos de guerra desmesurados, como la reconquista de Crimea. Alentando este extremismo, los occidentales garantizan que el conflicto durará, se alargará, se agravará.Conferencia de prensa de Antony Blinken, secretario de Estado, Washington, 8 de febrero de 2023.
Discurso en la Universidad Arkon (Ohio), 21 de octubre de 1964.
Citado en Hoang Thi Ha, “The Russia-Ukraine war: Parallels and lessons for Vietnam”, Fulcrum/Institute of Southeast Asian Studies – Yusof Ishak Institute, Singapur, 14 de marzo de 2022. https://fulcrum.sg
______________
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Pablo Rodríguez
__________
Fuente: