La putrefacción del sistema político se inició hace mucho tiempo. Desde la Segunda Guerra Mundial el partido republicano ha estado coqueteando con figuras paranoicas, extremadamente conservadoras y derechistas
Por Marc Vandepitte
De Wereld Morgen
Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus
Según los principales medios de comunicación, la democracia ha triunfado en Estados Unidos, ya que Biden ha conservado una estrecha mayoría en el Senado en las elecciones de mitad de mandato. Pero es una lectura superficial. Si profundizamos, vemos una gran podredumbre del sistema político. Hoy más que nunc, la democracia está en peligro, especialmente ahora que Trump ha vuelto a declarar su candidatura para las próximas elecciones presidenciales.
En el Estado de la Unión en marzo de 2022 el Presidente Biden habló en respuesta a la guerra en Ucrania de la gran lucha entre países democráticos y autocráticos en todo el mundo. Pero es posible que la batalla entre democracia y autocracia tenga que librarse sobre todo dentro del propio Estados Unidos.
El factor Trump
La putrefacción del sistema político se inició hace mucho tiempo. Desde la Segunda Guerra Mundial el partido republicano ha estado coqueteando con figuras paranoicas, extremadamente conservadoras y derechistas (1). Personas como Joseph McCarthy (2), Barry Goldwater, Richard Nixon, Ronald Reagan, Newt Gingrich (3) y Pat Buchanan (4) prepararon el camino para una figura como Trump. En otras palabras, la podredumbre ya tiene décadas y está profundamente arraigada en el partido republicano.
En otros países la extrema derecha germina invariablemente junto a los partidos mayoritarios. Pero en Estados Unidos el sistema electoral no lo permite, por eso la extrema derecha tiene que echar raíces dentro de uno de los dos grandes partidos.
Trump prolongó el proceso de derechización y podredumbre que ya existe desde la década de 1950, pero hizo más que eso. Desde su llegada a la Casa Blanca aceleró el proceso de putrefacción y empezó a controlar el Partido Republicano.
Noticias falsas
El sello de Trump son las fake news. Durante su mandato lanzó una media de más de siete mentiras o declaraciones engañosas diarias. Y lo que es más grave, gran parte de sus base electoral las creó. Por ejemplo, tres cuartas partes de los votantes republicanos sigue convencido de que Biden robó las elecciones. La mitad de sus partidarios cree que luchó contra el abuso sexual infantil en altas esferas del Partido Demócrata (5).
Las noticias falsas y las teorías de la conspiración no son nada nuevo en Estados Unidos, pero Trump ha conseguido convertir estos inventos en una sola gran historia y darle legitimidad presidencial. El Partido Republicano ha dejado atrás la verdad y la realidad. Los hechos y la ciencia ya no cuentan.
Tres cuartas partes de los republicanos considera que una mala reacción a la vacuna es más arriesgado que contraer el propio covid-19. Martin Wolf de Financial Times cita a Timothy Snyders: «La posverdad es igual al prefascismo y Trump es nuestro presidente de la posverdad». Wolf añade: «Si la verdad es subjetiva, la violencia decide. Entonces no puede haber una verdadera democracia, solo habrá espacio para las bandas de matones rivales o para la banda dominante del líder».
Radicalización, polarización y violencia
Durante mucho tiempo proliferaron en Estados Unidos las creencias extremistas, odiosas y violentas, pero en la mayoría de los casos estaban confinadas a los márgenes del debate político. Durante la presidencia de Trump y a través de sus acciones se han “normalizado” opiniones como la “supremacía blanca”, la islamofobia, la homofobia o las teorías conspirativas salvajes. Se convirtieron en la corriente principal y cada vez más personas comenzaron a compartir y promover esos puntos de vista.
Tras la mortal actuación de grupos neonazis en Charlottesville en 2017 Trump como presidente habló de «gente muy buena» entre los manifestantes. Bajo su mandato, nunca hubo ningún problema con declaraciones abiertamente racistas o demostraciones de odio hacia las mujeres.
Foto: Manifestación de neonazis en Charlottesville en 2017 (Anthony Crider, Flickr / CC BY 2.0)
Los partidarios de Trump también se radicalizaron por la infiltración de grupos fascistas en canales pro-Trump, con el objetivo de empujar a sus partidarios hacia la extrema derecha. Aparentemente con éxito.
Trump ha logrado fusionar ideas extremistas y a veces marginales muy diferentes en un proyecto político único y claro. Un proyecto que hace que la gente se sienta parte de algo que trasciende a sí mismo y consigue movilizarlos. Ese movimiento y esa movilización también muestran rasgos cada vez más violentos. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue la culminación de cuatro años de escalada de violencia de la extrema derecha, desde los manifestantes con antorchas en Charlottesville que gritaban contra los negros y los judíos, milicias fuertemente armadas que se manifestaron contra el confinamiento, hasta los planes para secuestrar y posiblemente eliminar al gobernador de Michigan.
Se estima que actualmente hay cientos de grupos paramilitares que operan en Estados Unidos. Algunos poseen armas muy pesadas. Juntos cuentan con unos 50.000 miembros. Estados Unidos está saturado de 400 millones de armas de fuego, incluidos al menos 20 millones de fusiles de asalto, la mayoría de los cuales son propiedad de bribones de derechas. El gran apoyo electoral con el que cuenta Trump da vida a los grupos paramilitares de extrema derecha y los hace más audaces.
Los supremacistas blancos y otros extremistas de derecha fueron responsables de dos tercios de todos los atentados y complots terroristas en el territorio de Estados Unidos. La mitad de esa violencia se dirigió contra manifestantes. Los colegios electorales, las escuelas, los centros médicos y el personal de las bibliotecas en muchos lugares están siendo asediados por bandas neofascistas. Recuerda a las bandas de matones fascistas de la década de 1930.
Esta radicalización se traduce en una polarización extrema: o se está a favor de Trump o se está en contra. Su estilo provocador alimenta perfectamente esta polarización. Cada vez que se pasa de la raya y se le ataca por ello, puede gritar que sus adversarios intentan coartar su libertad de expresión.
Los medios de comunicación dominantes desempeñan un papel fundamental en esa polarización. Los arrebatos de fuerza de Trump garantizan el espectáculo y son buenos para las cifras de venta y, por tanto, para los ingresos publicitarios. La degeneración de figuras como Trump es un efecto secundario de lo que Thomas Decreus describe como democracia del espectáculo, pero que es extremadamente peligroso (6).
Una polarización tan extrema hace prácticamente imposible el funcionamiento democrático, sobre todo si se cuestiona hasta el propio resultado electoral. El antes citado Martin Wolf se pregunta con razón: «¿Cómo puede funcionar la democracia si la mayoría de los votantes de uno de los dos partidos principales cree que las elecciones que se han perdido son una selecciones que han sido robadas? ¿Cómo se puede obtener el poder de forma pacífica y mantenerlo de forma legítimo? En última instancia, ¿quién decide, aparte de la violencia?»
Control sobre el partido
En seis años Trump ha conseguido doblegar por completo al Partido Republicano a su voluntad. Muchos de los parlamentarios, gobernadores y alcaldes son acólitos fieles de Trump. Un 93% de los candidatos preferidos de Trump ganaron las primarias republicanas. Muchos de ellos no fueron elegidos en estas elecciones intermedias, pero eso no impide que los parlamentarios republicanos estén aún más en sintonía con él que antes.
Muchos miembros del partido que no están de acuerdo con él no se atreven a abrir la boca, por miedo de ser atacados en las redes sociales o a que en las próximas nominaciones pase por delante de ellos un aspirante que está más en la línea de Trump. Así, ocho de los diez republicanos que votaron en la Cámara de Representantes para destituirlo por el asalto al Capitolio se jubilaron o fueron expulsados en las elecciones internas del partido debido a su presión.
El Partido Republicano ya no se define por ideología o convicción, sino principalmente por lealtad a Trump. Quedó muy claro tras la negativa de la gran mayoría de su partido a pronunciarse contra su papel en el asalto al Capitolio.
Su popularidad ha caído recientemente, pero sus seguidores siguen siendo numerosos. Entre los partidarios republicanos, puede contar con la aprobación de 65%. Para la próxima carrera a la Casa Blanca el 48% de los republicanos prefiere a Trump, es decir, casi el doble de su presunto oponente, Ron De Santis, el actual gobernador de Florida.
Control sobre las instituciones
Bajo el liderazgo de Trump los republicanos están trabajando para socavar y destruir la democracia desde adentro. Lo hacen infiltrándose en las más altas esferas de los estados y del gobierno federal.
Actualmente ya cuentan con la mayoría del poder judicial federal, incluido el superpoderoso Tribunal Supremo. En las elecciones de mitad de mandato también prevalecen en la Cámara de Representantes.
Actualmente controlan al menos la mitad de los gobiernos estatales más influyentes del país. Y quizás lo más importante, planean obtener el control de las comisiones electorales en los estados nombrando personal leal a Trump. En bastantes estados ya lo han conseguido, lo que en caso necesario facilitará la declaración de ilegalidad del resultado de las elecciones presidenciales de 2024.
Al fin y al cabo, Trump seguirá contando con una maquinaria propagandística muy potente, tanto a través de los medios de comunicación como de las redes sociales (alternativas), en parte gracias a Musk. También nombró a muchos jueces conservadores y convirtió el Tribunal Supremo en un bastión conservador.
Socavar la democracia
No sería la primera vez que un sistema parlamentario occidental es socavado y destruido desde dentro. Pensemos en gran parte de las democracias europeas de la década de 1930 y, más recientemente, en Turquía, Hungría, Filipinas, El Salvador…
En su libro Cómo mueren las democracias dos profesores de Harvard describen que la historia demuestra que ni siquiera es tan difícil. La eliminación del sistema democrático requiere una serie de cosas: conquistar el control del poder judicial, de los servicios de inteligencia y de las fuerzas policiales; dejar fuera de juego a la oposición política y, preferentemente, a los medios de comunicación; poner de su lado a la élite económica y cultural en la medida de lo posible; y, por último, doblegar el sistema electoral a su voluntad (7).
Está muy claro que Trump ya ha recorrido una buena parte de este camino. Si se vuelven a cuestionar las próximas elecciones presidenciales de 2024, podría provocar el caos y una grave crisis constitucional.
Según Robert Reich anterior ministro de Trabajo en Estados Unidos, «el protofascismo de Donald Trump representa la mayor amenaza interna para la democracia estadounidense desde la Guerra Civil» (1861-1865). Reich tiene más que razón, sin embargo, tenemos que profundizar un poco más.
Es cierto que Trump tiene una gran responsabilidad en el alto grado de putrefacción de la situación política actual en Estados Unidos, pero el problema es más profundo y no depende de su persona o carisma. En caso de que Trump se vea abatido por una enfermedad o tenga que abandonar por acciones legales, puede ser sustituido fácilmente por el gobernador protofascista de Florida Ron DeSantis, que potencialmente aún es más peligroso.
Hay al menos dos defectos fundamentales del sistema político estadounidense que permiten y perpetúan la actual podredumbre: la pésima condición social de gran parte de la población -de la que los demócratas son en parte responsables- y el control de las grandes empresas sobre la política.
El cementerio social y la responsabilidad de los demócratas
Un 58% de los ciudadanos del país más rico del mundo vive al día. A menudo deben aceptar dos o tres trabajos para no caer en la pobreza. Muchos mayores de 65 años tampoco pueden permitirse jubilarse y siguen trabajando, literalmente, hasta caer muertos.
Foto: Una pareja de indigentes en San Francisco (Franco Folini, Flickr)
Unos 130 millones de estadounidenses (un 40%) no tienen suficiente dinero en el banco para hacer frente a una emergencia de 400 dólares. De estos, 80 millones (el 25%) aplazan el tratamiento de una enfermedad grave debido a su coste. En este país de alta tecnología una de cada nueve personas se acuesta con hambre.
En ningún lugar del mundo occidental la brecha entre ricos y pobres es tan grande como aquí. El 0,1% de los ricos posee lo mismo que el 90% de los de abajo.
Los republicanos no son en absoluto los únicos responsables de esta situación. Los demócratas también aplicaron políticas de austeridad antisociales. Es imperdonable que un partido que se dice progresista haya permitido esta degradación social.
Las personas que retrocedieron socialmente en los últimos 40 años se sienten abandonadas por los demócratas y empiezan a buscar alternativas. Una proporción aterradoramente grande de la población de Estados Unidos está aparentemente tan perturbada quebusca de un líder fuerte, aunque ese líder diga las mayores tonterías e incluso vaya en contra de sus propios intereses.
No es de extrañar que Trump tenga muchos seguidores entre las capas sociales con poca educación, en este caso sobre todo de la población blanca. Las pasadas elecciones de medio término mostraron una vez más que los demócratas han perdido parte de su base tradicional de la población trabajadora.
La historia demuestra que un cementerio social es un excelente caldo de cultivo para que florezca la extrema derecha. Vemos que hoy ocurre lo mismo en otros países como Hungría, Brasil (Bolsonaro), Turquía, India…
Resulta imposible ignorar la conclusión: la putrefacción de la política ha tenido lugar sobre todo en el seno del partido republicano, pero los demócratas han contribuido a crear un terreno fértil para ello. Pero la podredumbre no se limita a los políticos, sino que hay que cavar una capa más profunda. Hay que ver quién controla esa clase.
El papel de la élite económica
En un país capitalista el alto grado de espectáculo hace que sea fácil tener la impresión de que el político es quien toma las decisiones políticas más importantes, pero entre bastidores son las grandes empresas quienes marcan las líneas y definen las principales orientaciones.
Un gobierno puede permitirse un cierto margen, pero tiene un margen de maniobra limitado. Cuando las fuerzas progresistas se hacen con una parte del poder del Estado, como por ejemplo en Grecia durante la crisis del euro, se acaba la partida (8).
La clase política está, por así decirlo, atada con una correa a los grandes grupos de capital. Ese control -o correa- en Estados Unidos es más obvio que en ningún otro país. En la crisis del coronavirus los gigantes farmacéuticos fueron los protagonistas y obtuvieron enormes beneficios. Ahora son los gigantes de la energía los que tienen secuestrada la crisis climática y están ganando dinero a costa de la ciudadanía con la actual crisis energética.
Y hoy es la industria militar la que alimenta la fiebre de la guerra y se hace con grandes beneficios. En 2008 fueron los grandes bancos estadounidenses los responsables de la crisis financiera, pero fueron las personas trabajadoras quienes pagaron el precio.
Ese control se hace aún más evidente en las campañas electorales. Para ser elegido en Estados Unidos, hay que contar con un presupuesto muy elevados para la campaña y este proviene principalmente del sector empresarial. Por ejemplo, Biden pudo contar con el apoyo financiero masivo de Wall Street en las últimas elecciones presidenciales, al igual que Hillary Clinton y Obama antes.
La élite económica selecciona así a «su» personal político. Ese mismo control férreo fue el que también impidió que el muy popular pero de izquierda Bernie Sanders fuera candidato presidencial de los demócratas. Para las grandes empresas una persona así es simplemente impensable.
Foto: Bernie Sanders (berniesanders.com)
La historia nos enseña que la élite económica prefiere líderes políticos voluntariosos y predecibles, pero si no hay alternativa, no duda en ofrecer un salvavidas al bufón más descarado o irresponsable, siempre que defienda sus intereses. Eso explica por qué Trump dispuso de un enorme presupuesto para ser elegido en 2016 y que al principio de su mandato pudiera contar con el apoyo de la gran mayoría de la élite económica gracias a los importantes recortes fiscales que aprobó (9). Incluso después de asaltar el Capitolio, Trump sigue contando con su generoso apoyo. En las pasadas elecciones parciales fue el mayor recaudador de fondos para su partido.
La situación se puede resumir de la siguiente manera: la élite económica no tolera una salida de izquierdas a la crisis económica, solo acepta una que se adapte a sus intereses. En un clima político polarizado esa salida va inevitablemente en dirección a la extrema derecha. Este es el destino de un sistema político en el que, en última instancia, quienes mandan son las grandes empresas.
¿Qué hacer?
Para invertir esa tendencia deben ocurrir varias cosas. Para contrarrestar la amenaza de la violencia armada hay que contener a las milicias paramilitares. Esto tendría que ir acompañado de una revisión y depuración de las fuerzas policiales y del ejército, así como de un cambio en la ley de armas.
Para eliminar el caldo de cultivo de la extrema derecha se necesita una especie de nuevo contrato social o, mejor dicho, un Marshall plan social. Sus principales ingredientes son una fiscalidad justa, una sanidad accesible, el aumento de los salarios (mínimos) y de las jubilaciones, y el abaratamiento de la enseñanza superior.
El propio sistema político también necesita un profundo reseteo, lo que implica varios aspectos que trascienden este artículo. Aún más fundamental es acabar con el control de la élite económica -no elegida- sobre la toma de decisiones políticas, lo cual solo será posible si se acaba con su poder desproporcionado.
Deshacer la polarización y recuperar un debate político sereno exigirá poner bajo control democrático los medios de comunicación y las redes sociales, ahora en manos de poderosos grupos de capital.
Así que queda mucho trabajo por hacer, pero la situación no es tan desesperada. Con la llegada de Bernie Sanders se ha conmocionado profundamente el panorama político de los partidos estadounidenses. Tras las campañas electorales de 2016 y 2020 ha comenzado un nuevo movimiento esperanzador. Como en muchos otros países del mundo, estas fuerzas progresistas se enfrentan a un reto enorme.
Notas:
(1) En la década de 1950 McCarthy organizó una caza de brujas de anticomunistas. En la década de 1960 fue el muy conservador Barry Goldwater -amigo íntimo del cazador de comunistas Joseph McCarthy- quieen fue candidato presidencial en 1964.
A partir de la década de 1970 el partido republicano se dirigió deliberadamente a los votantes racistas de los estados del sur. Se aprovechó de sus temores y los avivó también para establecer allí, con éxito, un bastión republicano. Fue la llamada ‘estrategia sureña’ de Nixon y otros.
Con el advenimiento de Ronald Reagan en la década de 1980 el gobierno fue calificado de inherentemente malo. En las décadas de 1980 y 1990 Newt Gingrich envenenó la cultura política de Estados Unidos. Utilizó teorías conspirativas e invectivas para desacreditar a sus oponentes políticos. Con una política de obstrucción hizo prácticamente imposible la cooperación entre ambos partidos.
(2) Joseph McCarthy fue un político de extrema derecha del Partido Republicano. En parte bajo su impulso, se desató a mediados de la década de 1950 una verdadera caza de brujas contra personas progresistas, que se presentó como una campaña contra el comunismo. La táctica utilizada para acusar a la gente sobre la base de pruebas débiles o incluso inexistentes recibió su nombre: mccarthyismo.
(3) Newt Gingrich fue miembro de la Cámara de Representantes de 1979 a 1999. Fue su presidente entre 1995 y 1999.
(4) Pat Buchanan es un republicano archiconservador que ha sido asesor de varios presidentes. Especialmente en la década de 1990 pasó a primer plano. Según él, la represión de la inmigración era demasiado laxa. Consideraba la homofilia «actos antinaturales». En un infame discurso advirtió de una guerra cultural: «Hay una guerra religiosa en este país. Es una guerra cultural, tan crucial para el tipo de nación que seremos como la propia Guerra Fría, porque esta guerra es sobre el alma de Estados Unidos».
(5) Se trata de la teoría de la conspiración totalmente demencial llamada QAnon. Sus defensores creen que los demócratas, los súperricos y los famosos de Hollywood controlan el mundo y se dedican a la pedofilia. Están convencidos de que Trump, como Mesías, está luchando contra estas fuerzas satánicas.
(6) Thomas Decreus: «En una democracia del espectáculo el conflicto político se crea o fomenta profesionalmente y luego se desata en la sociedad. El conflicto es un producto político-comercial y, por lo tanto, refleja cada vez menos las líneas de fractura que prevalecen en la sociedad, pero crea sus propias líneas de fractura adaptadas a un complejo mediático-político y a una audiencia de consumidores de medios. En la medida en que consiguen suscitar fuertes emociones en el público -y, por tanto, se convierten en productos mediáticos interesantes-, estas fallas creadas siguen resonando y, por tanto, son cada vez más reales”.
(7) Levitsky S. y Ziblatt D., Cómo mueren las democracias, Nueva York, 2018, p. 77v.
(8) En Grecia el gobierno de izquierdas liderado por Syriza y apoyado por una convincente mayoría en un referéndum quería una salida social a la crisis de la deuda. Sin embargo, el Banco Central Europeo lo hizo imposible al amenazar con cortar el suministro de dinero. En ese momento cambió el gobierno de Syriza.
(9) Sus guerras comerciales, sus políticas inconstantes y sus vínculos con la extrema derecha erosionaron ese apoyo. Una parte importante de los empresarios no apoyó su política antiinmigración. Sin embargo, Trump podría seguir contando con capitalistas de sectores como la energía, la agroindustria, el transporte y la construcción.
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Fuente:
Tradución Rebelión: https://rebelion.org/trump-y-la-podredumbre-politica-de-estados-unidos/