La supremacía blanca, el capitalismo y la explotación colonial están íntimamente entrelazados en la historia de la dominación occidental del planeta
«En los últimos veinticinco años, China ha sacado a más de 620 millones de personas de la pobreza absoluta>>.
Según Daniel A. Métraux, editor de una colección de escritos de London sobre Asia:
«La estancia de London como periodista en Corea y Manchuria fue una revelación para su visión del mundo. Como hombre blanco, era una minoría observando una guerra en la que Asia, representada por Japón, superaba completamente en número a las fuerzas numéricamente mayores de Occidente, representadas por Rusia. Pronto se dio cuenta de que Occidente no era invencible, que los asiáticos podían, con su propio esfuerzo, derrotar incluso a los anglosajones. El mundo en el que Londres se había criado se puso patas arriba ante sus propios ojos. El caucásico era sólo un grupo racial entre muchos otros y no era en absoluto superior».
Pero no fue Japón, sino China, lo que más impresionó a Jack London en su viaje. De regreso a Estados Unidos, en un ensayo sobre China titulado «El peligro amarillo» – «The Yellow Peril» en el original-, London describía así su primera impresión al entrar en aquel país:
«Todo el mundo trabajaba. Todo funcionaba, vi a un hombre arreglando la carretera. Estuve en China».
Y aún en el mismo texto, reflexionaba:
«Hay algo así como un egoísmo racial, así como un egoísmo de las criaturas, que es bueno. En primer lugar, el mundo occidental no permitirá que aumente el peligro amarillo (…) no permitirá que el amarillo y el marrón se hagan fuertes y amenacen su paz y su comodidad. (…) El mundo occidental está advertido, si no armado, contra la posibilidad de que esto ocurra.»
En 1907 London escribió un cuento titulado «Una invasión sin parangón» – «The Unparalled Invasion» en el original- en el que imagina el futuro poderío económico de China desafiando la supremacía de Occidente:
«En contra de lo esperado, China no ha demostrado ser una guerrera. No tenía sueños napoleónicos y se contentaba con dedicarse a las artes de la paz. Tras un tiempo de inquietud, se aceptó la idea de que había que temer a China, no en la guerra, sino en el comercio».
En este texto, según la lógica de las convicciones de Jack London, la ‘solución’ encontrada por Occidente al desafío económico chino fue militar: el relato termina con la aniquilación, mediante una guerra bacteriológica dirigida por Estados Unidos , de una gran parte de la población china.
Jack London encarna de forma ejemplar el miedo y la violencia de la supremacía blanca cuando se enfrenta al ‘peligro amarillo’. Sobre sí mismo, Jack London declaró:
“Soy ante todo un hombre blanco y sólo después un socialista”.
Esta confesión encuentra eco aún hoy en ciertos sectores de la izquierda occidental que, molestos por el crecimiento chino, ahora no sólo económico sino sobre todo tecnológico, advierten del peligro del ‘imperialismo’ chino y abogan por la ‘contención’ de China.
China como colonia de Occidente: la Guerra del Opio
El Imperio Británico trató de imponer, allí donde su poder podía llegar, tratados comerciales a su favor, una estrategia que aún hoy utilizan con éxito las potencias occidentales. Pero China, con un sistema muy restringido de comercio exterior, impuso varias barreras a las ambiciones británicas. El opio era un gran negocio para el Imperio Británico en aquella época. En 1850, entre el 15% y el 20% de los ingresos del Imperio procedían del opio. Los historiadores Timothy Brook y Bob Wakabayashi, en su estudio Opium Regimes, escribieron: «El Imperio Británico no podía sobrevivir sin su fuente de capital más importante, la sustancia que podía convertir cualquier otra mercancía en plata», es decir, el opio. Por su parte, el historiador Carl Trocki, autor del libro Opium, Empire and the Global Economy, afirmó que «toda la infraestructura del comercio europeo con Asia se construyó en torno al opio».
Según este autor:
«El capitalismo podría haberse desarrollado por sí solo en Asia sin opio, pero lo cierto es que no fue así. En cada etapa de su desarrollo, el opio fue crucial, primero en la eliminación de los obstáculos ‘tradicionalistas’ al mercado, segundo en el proceso de mercantilización, y tercero en la creación de una clase de consumidores y, sobre todo, en la creación del propio mercado».
«El opio preparó el terreno para el capitalismo creando mercados de masas y consumidores proletarios, al tiempo que minaba la moral y la moralidad de las élites políticas de toda Asia».
En las palabras finales de este libro:
«El opio fue fundamental tanto para la transformación capitalista de las economías locales como para la financiación de las estructuras administrativas coloniales que protegían esas economías, el opio también fue importante porque aceleró esos cambios vitales en la relación de producción que eran necesarios para el crecimiento del capitalismo. El opio fue la herramienta de las clases capitalistas para transformar al campesinado y monetizar sus estilos de vida basados en la subsistencia. El opio creó reservas de capital y alimentó las instituciones que lo acumulaban: los sistemas bancario y financiero, los sistemas de seguros y las infraestructuras de transporte e información. Estas estructuras y esta economía han sido heredadas en gran medida por las naciones sucesoras de la región en la actualidad».
Pero el emperador chino, para proteger a su pueblo, había decretado ilegal el opio y el comercio de opio que aún se realizaba era muy complicado y restringido. La respuesta del Imperio Británico a las medidas tomadas por el gobierno chino para proteger y defender la integridad de su pueblo y de su territorio llegó en 1839, cuando la reina Victoria envió a la armada británica a bombardear las regiones costeras de China, dando comienzo a la primera Guerra del Opio, que duró hasta 1842. La segunda Guerra del Opio, a la que se unieron los franceses y que duró de 1856 a 1860, acabó obligando a China a legalizar el comercio del opio y a abrir definitivamente sus fronteras al comercio con Occidente, convirtiendo a China en una colonia de facto.
China, opio y acumulación de capital en Estados Unidos
La explotación de China y el comercio del opio también fueron claves para la acumulación de capital y el desarrollo del capitalismo en Estados Unidos. Muchas de las ‘mejores’ y más respetadas familias de Estados Unidos estaban implicadas en las diversas empresas estadounidenses que amasaban fortunas con el comercio del opio, como la familia Delano, antepasados maternos del futuro presidente Franklin Delano Roosevelt. Según James Bradley, autor del libro The China Mirage, «la influencia de estas fortunas del opio impregnó prácticamente todos los aspectos de la vida estadounidense. Esta influencia fue cultural: el trascendentalista Ralph Waldo Emerson se casó con la hija de John Murray Forbes (uno de los magnates del comercio del opio) y de la fortuna de su suegro provino la seguridad financiera que permitió a Emerson convertirse en un pensador profesional. Esta influencia se encontraba en la tecnología: el hijo de Forbes supervisó la inversión de su padre en la compañía telefónica Bell, de la que fue el primer presidente. Esta influencia era ideológica: los herederos de Joseph Coolidge (otro magnate del opio) fundaron el Consejo de Relaciones Exteriores. Muchas otras empresas que desempeñarían un papel importante en la historia de Estados Unidos también fueron producto de los beneficios obtenidos con el opio, como la United Fruit Company.»
Sin embargo, según Bradley, fueron los beneficios del opio los que ayudaron a financiar la construcción de muchos ferrocarriles norteamericanos, como los de Boston, Michigan y Chicago. Por último, las famosas universidades de la costa este de Estados Unidos también deben mucho a los beneficios obtenidos con el opio: gran parte de la zona donde se construyó la Universidad de Yale fue donada por la familia Russell, otra familia cuya fortuna se hizo con el opio. Las universidades de Columbia y Princeton también se han beneficiado de donaciones de familias cuyas fortunas tienen este mismo origen.
La Ley de exclusión de los inmigrantes chinos
El descubrimiento de oro en California atrajo a muchos inmigrantes chinos y, para sorpresa de los trabajadores blancos, los trabajadores chinos demostraron ser más eficientes, bebían menos y ahorraban más de sus ganancias. James Bradley cita el testimonio de un senador estadounidense de la época, George Hearst, sobre los trabajadores chinos de las minas de oro: «Trabajan más duro que nuestra gente y viven con menos…. Pueden poner a nuestros trabajadores contra la pared».
Y no sólo en las minas, sino también en la construcción de los ferrocarriles los trabajadores chinos demostraron ser más capaces y eficientes que los trabajadores blancos. Según James Bradley: «Durante la construcción del Ferrocarril Transcontinental, los inmigrantes blancos europeos intentaron perforar el duro granito de las montañas de Sierra Nevada y fracasaron. Pero los chinos, por lo general de menor estatura física, fueron capaces de perforar el granito, tendiendo vías en los tramos más difíciles de la construcción del ferrocarril. En aquel momento, el gobernador Leland Stanford de California escribió al presidente Andrew Johnson informándole de que ‘Sin los chinos habría sido imposible completar la parte occidental de este gran Ferrocarril Nacional’.”
Con el fin de la construcción del ferrocarril, los inmigrantes chinos se extendieron por el Oeste, convirtiéndose en agricultores, propietarios de lavanderías, restaurantes, hoteles y otros pequeños negocios. Con su disciplina de trabajo y su estilo de vida frugal, los chinos ofrecían a menudo servicios y productos mejores y más baratos que los de los blancos, que no podían soportar esta competencia, lo que obligó a los sindicatos -dominados por trabajadores blancos- a presionar al Congreso para que expulsara a los chinos. Así, en 1882 se aprobó la Ley de Exclusión China, que ilegalizaba la entrada de inmigrantes chinos en Estados Unidos.
La supremacía blanca, que había conseguido segregar a los afrodescendientes excluyéndolos de su mercado laboral, se veía ahora desafiada en su propio territorio por otra ‘raza inferior’. Frente al ‘peligro amarillo’ denunciado por Jack London, la Ley de Exclusión China fue una acción del gobierno en defensa de la supremacía blanca dentro de Estados Unidos.
La invasión japonesa, la Segunda Guerra Mundial y la Revolución China
La Segunda Guerra Mundial comenzó más temprano para China, ya en 1931, con la invasión de la provincia de Manchuria por el Imperio japonés en busca de los recursos naturales de China necesarios para su industria. A partir de 1937, Japón impuso a una parte importante del territorio chino una de las ocupaciones militares más brutales de la historia del siglo XX. El espejismo de la superioridad racial japonesa sobre los demás pueblos de Asia condujo al asesinato de miles de chinos, coreanos, indonesios y otros, al igual que el espejismo de la Alemania nazi de la superioridad de la ‘raza aria’ mató a miles de judíos, gitanos, negros, eslavos y otras ‘razas inferiores’ en Europa. Pero la destrucción de China quizá no tuvo precedentes: se calcula que entre 14 y 20 millones de chinos murieron durante la guerra de resistencia contra la ocupación japonesa, que también generó entre 80 y 100 millones de refugiados. Entre 1931 y 1949 China estuvo ininterrumpidamente en conflicto dentro de su territorio, primero con la brutal invasión japonesa y después con la guerra civil que terminó en 1949 con la victoria de la Revolución China. Sólo se puede comprender la grandeza de los logros del gobierno revolucionario chino a partir de 1949 considerando la magnitud de los problemas de China en este período. Según Shu Guang Zhang, autor del libro Economic Cold War – America’s Embargo against China and the Sino-Soviet Alliance 1949 – 1963:
«Tras décadas de guerra, civil e internacional, la economía de la nación estaba al borde del colapso total. Aunque nadie podía evaluar con exactitud la magnitud de las dificultades económicas de China, no hacía falta mucha imaginación para intuir la gravedad de los problemas. En 1949, la producción industrial de China era sólo el 30% de su máximo histórico: la producción de la industria pesada cayó un 70%, la de la industria ligera un 30% y la de la agricultura un 24,5%. La producción anual de carbón era de sólo 3.243 toneladas, la de hierro y acero de 150.000 toneladas, la de cereales de 113,2 millones de toneladas y la de algodón de 445.000 toneladas. El sistema de transporte apenas funcionaba: más de 5.000 millas de vías férreas se vieron afectadas; 3.200 puentes y 200 túneles sufrieron graves daños; unas 4.000 millas de carreteras quedaron prácticamente inutilizables; el transporte aéreo y marítimo fue casi nulo. Las graves inundaciones contribuyeron en gran medida a la calamidad. Los daños físicos sufridos por las infraestructuras del país provocaron una inflación galopante y graves perturbaciones del comercio, tanto nacional como internacional. El Partido Comunista Chino tuvo que reconstruir la destrozada economía, controlar la inflación y ayudar a la recuperación de la industria y el comercio, lo que se convirtió en una tarea de vida o muerte.»
Hay que recordar que China no recibió ninguna compensación de Japón para su inmediata reconstrucción de posguerra, ni hubo el equivalente a un Plan Marshall estadounidense para ayudar a la recuperación económica china, al contrario, tras la victoria de la Revolución china, Estados Unidos inició una guerra económica contra China para derrotar su Revolución. Sólo la Unión Soviética contribuyó de forma limitada, debido a sus propios problemas al final de la Segunda Guerra, a la reconstrucción china.
El milagro económico y social chino
Saliendo de una situación desoladora en 1949, en sólo 73 años, bajo la dirección del Partido Comunista, China se ha convertido en la mayor potencia económica del mundo. En palabras de John Ross, en su imprescindible libro China’s Great Road, esto es:
«El mayor logro económico de la historia de la humanidad, no sólo por sus consecuencias para China, sino por la mejora de la condición general de la humanidad».
Para John Ross,
«Esta es la razón fundamental por la que los ‘medios de comunicación occidentales'(…) tienen que suprimir el conocimiento de que el crecimiento de China es mucho mayor que el de cualquier otro país en la historia anterior de la humanidad. Se debe a que la velocidad y la escala sin precedentes del desarrollo económico de China han sido alcanzadas por un país socialista y no por un país y una economía capitalistas.»
También de acuerdo con John Ross:
«En los últimos veinticinco años, China ha sacado a más de 620 millones de personas de la pobreza absoluta. Es decir, según el profesor Danny Quah, de la London School of Economics, el 100% de la reducción del número de personas que viven en la pobreza absoluta en el mundo. Ningún otro país, por tanto, se compara ni remotamente con la contribución de China a la reducción de la pobreza mundial, un hecho que sitúa las críticas tanto legítimas como ilegítimas a China en un contexto cualitativo adecuado.»
La guerra contra China
Jack London reveló una profunda verdad cuando escribió que «el mundo occidental no permitirá el ascenso del peligro amarillo (…) no permitirá que el amarillo y el marrón entren con fuerza y amenacen su paz y su comodidad (…) El mundo occidental está advertido, si no armado, contra la posibilidad de que eso ocurra».
‘Marrón’ para Jack London y la supremacía blanca son los pueblos del Sur Global, África y América Latina que, unidos al ‘amarillo’ representan la mayor amenaza para la ‘paz y comodidad’ de la supremacía blanca y la explotación capitalista occidental.
De hecho, China ha contribuido enormemente al desarrollo de los países latinoamericanos y africanos, ofreciendo inversiones en infraestructuras, tratados comerciales y una alternativa a las imposiciones privatizadoras de las instituciones occidentales comprometidas con el mantenimiento del orden neoliberal y neocolonial, como el Banco Mundial y el FMI. Y para consternación de los críticos del ‘imperialismo chino’ en África,recientemente:
«China ha condonado 23 préstamos sin intereses a 17 países africanos, tras haber cancelado ya 3.400 millones de dólares y reestructurado 15.000 millones de deuda entre 2000 y 2009. Pekín prometió más proyectos de infraestructuras y ofreció acuerdos comerciales favorables en un modelo de «cooperación beneficiosa para ambas partes»». (1)
Ante el crecimiento económico de China, sus alianzas políticas con varios países africanos, latinoamericanos, asiáticos y Rusia; y ante el avance de empresas tecnológicas chinas como Huawei, Estados Unidos amenaza con una guerra contra China, tal y como predijo Jack London en el cuento «Una invasión sin parangón». Y mientras la guerra no se produce, Estados Unidos busca desesperadamente excluir a China y a sus empresas del comercio mundial, como si fuera posible una versión contemporánea de la Ley de Exclusión China, ¡pero esta vez con alcance planetario!
Ante el evidente declive de la economía estadounidense, incapaz de mantener el ritmo y competir con el crecimiento chino; ante la vergonzosa concentración de la riqueza en Estados Unidos; ante la cada vez más patente incapacidad del capitalismo para dar respuestas concretas a los urgentes problemas de la destrucción medioambiental y el calentamiento global; ante los numerosos levantamientos que, especialmente en el Sur Global, han desafiado con éxito las imposiciones neocoloniales y el neoliberalismo, al imperio le queda apelar al último bastión de su autoproclamada superioridad: la supremacía blanca. No hay más argumentos racionales convincentes y legítimos para el mantenimiento del capitalismo y sus jerarquías impuestas, ni para el servilismo al Imperio. Sólo sobre la base de apelaciones irracionales a la supremacía blanca pueden articularse los movimientos de la derecha y ultraderecha internacional, como demuestra el aumento de la violencia racista allí donde el orden neoliberal pretende imponerse, como durante el golpe de Estado contra el Gobierno de Evo Morales en Bolivia o en el Brasil del Gobierno de Bolsonaro.
La supremacía blanca, el capitalismo y la explotación colonial están íntimamente entrelazados en la historia de la dominación occidental del planeta. Desde la Guerra del Opio, el Occidente ha intentado subyugar a China y apoderarse de sus riquezas. La supremacía blanca nunca ha perdonado a China que escapara a su ‘destino’ de ser apenas una colonia más, de utilizar su riqueza para su propio desarrollo. Con la revolución china comenzó una nueva historia y ahora es posible un nuevo futuro.
Nota: