Geociencias
La disminución de las corrientes ventosas se relaciona con el aumento de los niveles de dióxido de carbono y el calentamiento de la Tierra
Cada vez tienen menos fuerza y se teme un aquietamiento global del planeta en las próximas décadas
La velocidad del viento disminuyó en muchos lugares del mundo alrededor de un 15 por ciento por debajo del promedio anual... al mismo tiempo, el viento sopla en ocasiones con más fuerza e incluso con más frecuencia que nunca
Eduardo Martínez de la Fe
La Tierra se enfrenta a la posibilidad de quedarse sin los vientos que recorren su superficie: están perdiendo fuerza desde los años 60 del siglo pasado, amenazando al crecimiento de las plantas, a la energía eólica y a la corriente del Golfo que regula el clima global. Ese escenario se llama aquietamiento global.
La Tierra se está quedando sin vientos y los científicos contemplan la posibilidad de un aquietamiento global del planeta, que podría afectar a la producción de energía eólica y al crecimiento de las plantas. Incluso puede alterar la Corriente del Golfo, que impulsa gran parte del clima del mundo.
Lo advierte un documentado artículo de la revista YaleEnvironment360, editada por la Universidad de Yale en Estados Unidos, en el que se destaca que, el año pasado, la velocidad del viento disminuyó en muchos lugares del mundo alrededor de un 15 por ciento por debajo del promedio anual, y que en otros lugares esa caída ha sido aún más pronunciada.
Pone el ejemplo del Reino Unido, que vivió en 2021 uno de los períodos menos ventosos de los últimos 60 años: los parques eólicos, que en 2020 habían producido el 18 por ciento de la energía del Reino Unido, el año pasado ese porcentaje se desplomó a solo el 2 por ciento.
Otro dato: desde 1978 hasta 2010, la velocidad de los vientos ha caído un 2,3 por ciento por década. Y aunque no está afectando a toda la Tierra de manera uniforme, la velocidad promedio del viento terrestre ha disminuido desde 1960 en 0,5 kilómetros por hora cada década, destaca la Comisión Europea.
PREVISIONES A LA BAJA
Paradójicamente, también se aprecia que, al mismo tiempo, el viento sopla en ocasiones con más fuerza e incluso con más frecuencia que nunca. Desde 2010, la velocidad media global de los vientos del planeta ha subido ligeramente, de 11,2 kilómetros por hora a casi 12 kilómetros por hora.
Esta variación no impide que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático calcule vientos más lentos para las próximas décadas. Para 2100, dice ese organismo, la velocidad media anual del viento podría disminuir hasta en un 10 por ciento.
La revista de Yale cita a Gisela Winckler, investigadora del Observatorio de la Tierra Lamont Doherty, de la Universidad de Columbia, que ha estudiado al Plioceno, un periodo que comenzó hace 5,33 millones de años y terminó hace 2,59 millones de años.
El Plioceno vivió un momento planetario parecido al nuestro, con temperaturas y niveles de dióxido de carbono similares a los actuales. Teniendo en cuenta esos datos, Winckler también vaticina que los vientos serán más débiles y tranquilos en todo el planeta a medida que pasen los años.
SERIAS REPERCUSIONES
Una calma o un aumento en los vientos podría tener serias repercusiones tanto para el mundo humano como para el no humano, advierte la revista de Yale, ya que el viento afecta al crecimiento, la reproducción, la distribución, la muerte y, en última instancia, a la evolución de las plantas.
Y añade que los vientos superficiales son responsables de impulsar la Corriente del Golfo, la corriente oceánica que impulsa gran parte del clima del mundo.
Una desaceleración de los vientos en la superficie podría interrumpir este transportador de corrientes oceánicas, lo que contribuiría a la sequía, a un clima más frío y a tormentas invernales más intensas.
Por otro lado, los vientos más fuertes de lo normal pueden dañar o destruir árboles y aumentar las tasas de evapotranspiración, un desafío para los agricultores y ganaderos en áreas ya afectadas por prolongadas sequías. Los vientos más extremos se han relacionado también con el empeoramiento de las temporadas de incendios forestales en el oeste de EE. UU.
Los vientos más lentos, por otro lado, exacerban la dureza de las olas de calor, que se predice que serán más frecuentes y duraderas, destaca la revista.
IMPACTO ENERGÉTICO MASIVO
En cualquier caso, el aquietamiento global, si finalmente sucede, tendrá un impacto masivo en la producción de energía alternativa, enfatiza la revista.
“Una caída del 10 por ciento en los vientos no significa una caída del 10 por ciento en la energía”, dice Paul Williams, profesor de ciencias atmosféricas en la Universidad de Reading en Inglaterra.
Añade que las turbinas son algo ineficientes, con límites en la cantidad de energía que pueden extraer del viento, por lo que una disminución del 10% en la velocidad del viento en realidad resultaría en “una caída del 30%, y eso sería catastrófico, concluye Williams. Los vientos decrecientes también podrían exacerbar, por tanto, la volatilidad de los mercados energéticos.
De todas formas, todos estos escenarios hay que contemplarlos con cautela porque todavía no hay evidencia sólida de un estancamiento global de los vientos.
La “Rosa de los 8 Vientos” que está cerca de la “Torre de Hércules”, en La Coruña. /CARLOS DELGADO.
ESCENARIOS PREOCUPANTES
Sin embargo, los modelos del futuro son más preocupantes. “Los estudios muestran que más allá de 2050 los argumentos del IPCC para la quietud global comienzan a parecer mucho más convincentes”, considera Hannah Bloomfield, investigadora postdoctoral en la Universidad de Bristol, citada por la revista de Yale.
La disminución de las corrientes ventosas se relaciona con el aumento de los niveles de dióxido de carbono y el calentamiento de la Tierra, que registra temperaturas muy frías en los polos y cálidas en los trópicos. Esa diferencia de temperatura impulsa los vientos, y esa diferencia de temperatura se está debilitando.
Las causas exactas del aquietamiento terrestre global, no obstante, siguen siendo son inciertas y se han atribuido principalmente a dos factores principales: cambios en la circulación atmosférica a gran escala, y a un aumento de la rugosidad de la superficie debido, entre otras causas, al crecimiento de los bosques, a los cambios en el uso de la tierra y a la urbanización.
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