Ya son muchos los cuestionamientos teóricos y prácticos que nos permiten demostrar la invalidez de este falso paradigma socioeducativo que sólo ve en las personas “capital humano” o recursos para incrementar la productividad y que desprecia y discrimina todo pensamiento y sentimiento que se aparte de la dirección fijada por el imperialismo y las transnacionales.
Julio César Carrión Castro
Politólogo Universidad del Tolima
La criptocracia de las multinacionales que administran el capital financiero, la maquinaria bélica, los medios internacionales de comunicación, que ejercen un control generalizado sobre la población mundial y que, habilidosamente, difunde los discursos científicos y las tecnologías, convoca, desde los llamados centros de excelencia o universidades imperiales, a los países periféricos a compartir las ventajas de una supuesta “Sociedad del conocimiento”, de una pretendida comunidad del pensamiento en las autopistas de la información, en el ciberespacio y en unas planetarias ciudades telemáticas dizque despojadas ya de toda intención de hegemonía y dominio.
Esta seductora propuesta, en resumen, no es más que la pragmática realización de la terrorífica distopía de la Aldea Global que augurara Marshall Mac Luhan.
Debido al fracaso, tanto de la economía planificada del llamado “socialismo real” como del aperturismo neoliberal que impulsa el capitalismo tardío, con mitos como el de la sociedad de la abundancia que manejara el liberalismo keynesiano, o el del “capitalismo con rostro humano”, que desde una derecha anquilosada y fascista, como desde la izquierda oportunista y acomodaticia, intentan ahora sustituir e imponer, con unas modernas utopías tecnocráticas, como la de la transferencia y transnacionalización de los conocimientos, que no es más que otro engaño publicitario manipulado por los centros de poder que logra convencer a los más despistados y que por supuesto le conviene a las viejas oligarquías nacionales en regiones tales como la América Latina, en donde la tradicional politiquería clientelista, repleta de manzanillos y dirigentes pseudointelectuales, que se asumen poseedores de este nuevo delirio futurista que les procuran sus amos desde los centros internacionales del conocimiento.
¿Cómo confiar en esa hipótesis optimista que profetiza una futura sociedad democrática del conocimiento, desideologizada y abierta, si quienes vienen promoviendo la tal internacionalización de la tecnología y de la educación son los mismos que durante el azaroso siglo XX, sistemáticamente impidieron, mediante invasiones militares, intervencionismos políticos, imposiciones financieras e intromisiones ideológicas y culturales, la soberanía y la autodeterminación de estos países dependientes, que ahora se asumen como “iguales” en materia del conocimiento y los saberes tecnológicos?
Esa revolución científico-tecnológica que hoy viven los países posindustriales y que según se pronostica ha de permitir a las naciones pobres incorporar los grandes avances de las tecnologías de punta para alcanzar el “desarrollo” si sus universidades y sistemas educativos se acomodan a los intereses del mercado y del capital multinacional conforme a las “recomendaciones” de las entidades prestamistas y del gobierno norteamericano es una gran falacia. La transferencia de tecnologías no sólo no ha ayudado al desarrollo autónomo, sino que nos ha vuelto más dependientes y ha hecho que el atraso se incremente.
Como lo señalara Ernest Mandel, frente a la creciente impotencia del Estado-Nación como regulador de la vida económica, el gran capital se orienta hacia la creación de instrumentos supranacionales de regulación tales como la Comunidad Económica Europea, el Grupo de los Siete, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OTAN; pero estas tentativas se realizan en el marco del sistema capitalista, con el predominio de los intereses del gran capital y de la dinámica de la competencia (de la tendencia hacia el enriquecimiento privado) que prevalecen. Lo cual pone en evidencia las secretas intenciones que subyacen en todas las “ayudas”, incluso aquellas de tipo cultural, académico y educativo.
Desde mediados del siglo XX pesa sobre los pueblos de la América Latina, y en general del Tercer Mundo, la tesis gradualista del subdesarrollo-desarrollo, que plantea la propuesta de la mundialización de la educación y de los conocimientos, así como de la transnacionalización de las tecnologías como principal estrategia para lograr una mayor productividad de las menguadas economías tercermundistas y por ende el acceso al esquivo desarrollo.
Ya son muchos los cuestionamientos teóricos y prácticos que nos permiten demostrar la invalidez de este falso paradigma socioeducativo que sólo ve en las personas “capital humano” o recursos para incrementar la productividad y que desprecia y discrimina todo pensamiento y sentimiento que se aparte de la dirección fijada por el imperialismo y las transnacionales.
Edición 797 – Semana del 1º al 7 de octubre de 2022
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