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ENTRE EL DECRECIMIENTO ECONÓMICO Y EL REENCANTAMIENTO DEL MUNDO

La teoría del decrecimiento económico ha sido sustentada y defendida por grandes economistas y teóricos ambientalistas que plantean hacer compatible la defensa de los recursos naturales con la sostenibilidad económica


La teoría del decrecimiento económico ha sido sustentada y defendida por grandes economistas y teóricos ambientalistas que plantean hacer compatible la defensa de los recursos naturales con la sostenibilidad económica, si se logra un control racional de la producción y el consumo, si se alcanza un perfecto equilibrio entre los seres humanos y su entorno.

Julio César Carrión Castro
Politólogo Universidad del Tolima


La ministra de minas y energía, Irene Vélez, habló del decrecimiento económico como una propuesta que cuestiona el despilfarro, la depredación ambiental y el grotesco consumismo que caracteriza a los países llamados “desarrollados” y, así, tratar de paliar un poco la descomunal desigualdad existente entre las naciones del mundo, buscando un mejor futuro para los pueblos llamados atrasados, dependientes o “subdesarrollados”. Frente a esta idea de comenzar a tratar de frenar el modelo económico actual, se desató una inusual polémica, en que muchos de los derrotados en la pasada campaña electoral y la jauría de comunicólogos adscritos a los intereses de la cleptocracia imperante en Colombia, han pretendido ridiculizarla, considerando a Petro y su ministra como despistados, desfazados o “locos”.

La teoría del decrecimiento económico ha sido sustentada y defendida por grandes economistas y teóricos ambientalistas que plantean hacer compatible la defensa de los recursos naturales con la sostenibilidad económica, si se logra un control racional de la producción y el consumo, si se alcanza un perfecto equilibrio entre los seres humanos y su entorno.

El economista francés, Serge Latouche, propuso estos puntos básicos:

– Reevaluar los valores individualistas y consumistas y sustituirlos por ideales de cooperación.

– Reconceptualizar el estilo de vida actual.

– Reestructurar los sistemas de producción y las relaciones sociales en función de la nueva escala de valores.

– Relocalizar: se pretende reducir el impacto generado por el transporte intercontinental de mercancías y se simplifica la gestión local de la producción.

– Redistribuir la riqueza.

– Reducir el consumo, simplificar el estilo de vida de los ciudadanos.

– El Decrecimiento apuesta por una vuelta a lo pequeño y a lo simple, a aquellas herramientas y técnicas adaptadas a las necesidades de uso, fáciles de entender, intercambiables y modificables.

– Reutilizar y reciclar: alargar el tiempo de vida de los productos para evitar el despilfarro.

– Evitar el diseño de productos obsolescentes.


No obstante, debemos entender que estos teóricos asumen que el mercado es fundamental, base central de la economía y plantean la validez del capitalismo como modo de producción insustituible y aún viable, ellos solamente buscan morigerar en algo sus estragos, comprometidos –inútilmente– en tratar de presentar un “capitalismo de rostro amable”.

Pero ante las contundentes amenazas, advertencias, intimidaciones e incluso ante las ignominiosas y perversas realizaciones de la actual idea de desarrollo, creemos necesario entrar en el debate, desde otra perspectiva; aquella que el maestro Orlando Fals Borda presentara como la búsqueda de un revezo a esa vieja corriente colonizadora y como un inevitable reto político universalmente compartido, frente a la crisis existencial que nos agobia a cuenta de la mitología del “progreso”. Plantea Fals Borda:

“Los euroamericanos, evidentemente, progresaron y se enriquecieron con el desarrollo científico-técnico, mucho a expensas de nosotros los del Tercer Mundo. Pero ello fue también a expensas de su alma y de los valores sociales, como en el contrato mefistofélico. Ahora, después de haber botado la llave del arca del conocimiento prístino de donde partió el progreso, hastiados de éste por la forma desequilibrada que tomó, y avergonzados de la deshumanización resultante, los nuevos Faustos pretenden reencontrar la llave del enigma en las vivencias que todavía palpitan en las sociedades llamadas atrasadas, rurales, primitivas, donde existe aún la praxis original no destruida por el capitalismo industrial: aquí en América Latina, en África, en Oceanía…

… Se pensó entonces que la solución de los problemas existenciales de las naciones avanzadas podía alcanzarse si se desanduviera allí mismo el recorrido hasta retrotraerlo al complejo cartesiano como reconocido punto de partida del desvío cientificista. Y luego tomar el perdido rumbo humanista que corregiría los peligros de la alienación de los intelectuales y de los científicos…

… Con este esfuerzo se ha descubierto otra visión del mundo muy distinta de la transmitida por culturas opresoras…

… Parece que se ha venido formando así, desde hace unos veinte años, un movimiento conjunto de colegas de diversos orígenes nacionales, raciales y culturales preocupados por la situación del mundo en su totalidad, cuyos puntos de vista confluyen a nivel de igualdad de manera comprometida y crítica contra el statu quo y los sistemas dominantes. En este movimiento conjunto me parece que hemos quedado involucrados muchos de nosotros en nuestras propias búsquedas, algunos, como yo, por fuera del ámbito universitario…

… Puede verse que la hermandad de los intelectuales críticos del norte y del sur propende por un mundo mejor en el que queden proscritos el poder opresor, la economía de la explotación, la injusticia en la distribución de la riqueza, el dominio del militarismo, el reino del terror y los abusos contra el medio ambiente natural. Como hemos visto, sobre estos asuntos vitales nos reforzamos mutuamente los unos a los otros. Por encima de las diferencias culturales y regionales, reiteramos el empleo humanista de la ciencia y condenamos el uso totalitario y dogmático del conocimiento. Tratamos de brindar, por lo tanto, elementos para nuevos paradigmas que recoloquen a Newton y Descartes. Buscamos dejar atrás a los dos tétricos hermanos: el positivismo y el capitalismo deformantes, para avanzar en la búsqueda de formas satisfactorias de sabiduría, razón y poder, incluyendo las expresiones culturales y científicas que las academias y los gobiernos han despreciado, reprimido o relegado a segundo plano. Es lo que, en términos generales, se llamó durante el decenio de 1960, “ciencia social comprometida” …

Una revisión detallada de los trabajos mencionados puede demostrar que existe en todos ellos no sólo el ideal del “compromiso” de la década de 1960 y la reacción contra el monopólico paradigma positivista, sino el afán político de dar un paso más y ofrecer una alternativa clara de sociedad. Esta propuesta -queda dicho- se alimenta de un tipo de conocimiento vivencial útil para el progreso humano, la defensa de la vida y la cooperación con la naturaleza. Quienes hemos querido ayudar a construir esta propuesta, hemos hablado de participación cultural, económica y social desde las bases, la construcción de contrapoderes populares, la proclamación de regiones autónomas y el ensayo abierto de un federalismo libertario…

(Tomado de: Por un conocimiento vivencial – Conferencia en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, abril 7 de 1987, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales).

En fin, yo considero que debemos entender esta situación como lo que realmente es, como el irreversible fracaso de la ideología del progreso y de la Ilustración:

Subyace en la historia de la revolución cultural burguesa, un componente explicativo de su malicioso engaño y, consecuentemente, de su ulterior fracaso: detrás de la ideología del “progreso” y de la vocación catequizadora, evangelizadora y civilizatoria, encontramos como elemento central, la idea de una supuesta superioridad eurocéntrica, racista y colonialista, como principal factor de expansión de la llamada civilización occidental y cristiana, que contenía, latente, desde sus orígenes, desde la época de los llamados “descubrimientos” y de la voraz depredación colonialista, el germen de la posterior etapa imperialista del modo de producción burgués.

La teoría del progreso llevaba implícita no sólo la idea y el ímpetu en la transformación de los medios y las fuerzas productivas, sino el propósito de alcanzar la “evolución del espíritu humano”, mediante una serie de procesos formativos y domesticadores que se expresan en la promoción de la alfabetización y de la escuela, como principales mecanismos para el supuesto triunfo de la razón y la civilización. Las tecnologías del poder se centraron, entonces, en la regulación y la normalización, primero de los cuerpos individuales, en una especie de anatomo-política, y luego, en el control poblacional y de la especie, llegando a lo que tan acertadamente llamó Michel Foucault, la bio-política, que consistiría tanto en el despojo y el genocidio colonialista que, a nombre de los procesos culturizadores y civilizatorios se desplegaron por el mundo entero durante los siglos anteriores, como en una decantada lógica de aceptación de lo dado, en una publicitada convicción de que no existe alternativa al desarrollo y al progreso, tal como lo difunden las diversas expresiones religiosas, los Estados, los grupos políticos, el sistema educativo, los politiqueros y los muchos picapleitos y plumíferos de los medios de comunicación.

Hoy es evidente la engañifa y el fracaso de esa propuesta, en particular en lo concerniente al proceso emancipatorio, como se declaraba en las tesis kantianas. Este proyecto que se proponía someter la naturaleza al dominio de los seres humanos, liberados de todas las formas de superstición y encantamiento, se ha convertido en una simple promoción del desarrollo material, mecánico, tecno-científico, que niega la libertad de los seres humanos y somete etnias y naciones al poder de los “desarrollados” vencedores.

Cuando pareciera, según muchos teóricos, que hemos llegado al fin de la historia, que vivimos ya la época de la realización plena de las propuestas anunciadas, es notoria la decadencia irrefrenable de Occidente en un mundo globalizado; el desengaño, el escepticismo y el hastío hacen mella sobre la orgullosa teoría del “Progreso”.

Las más oscuras, las peores predicciones y catástrofes se han ido cumpliendo: las guerras totales, la instauración de múltiples formas de autoritarismo y terrorismo de Estado, han establecido la excepcionalidad como regla, impuesto la monotonización de la vida, el “pensamiento único” y se ha puesto en marcha una nueva forma de fascismo, esta vez de carácter democrático. Las más diversas y contradictorias corrientes políticas e ideológicas (el liberalismo, el socialismo, el fascismo) vieron en la tecnocracia, en el maquinismo, en el cientifismo, la realización de una escatología de carácter tecnológico que les permitiría, la realización de sus proyectos y propuestas. Cada una de estas corrientes aceptaba la técnica, como el código fundamental de sus quehaceres, hasta llegar a imponer, la nueva religión del progreso como sustento de la modernidad.

A pesar de que algunas voces críticas se levantaron denunciando el desmedido entusiasmo, veneración y casi idolatría hacia las tesis del “progreso” –por ejemplo Horkheimer y Adorno en la Dialéctica de la Ilustración, establecieron que “el mito es ya Ilustración y la Ilustración recae en la mitología”, y buscaron averiguar por qué el programa del Iluminismo que tenía como propósito liberar al mundo del encantamiento, de la magia y, mediante la ciencia, disolver los mitos e impugnar la imaginación, había recaído en otra especie de religión y de barbarie– el ambicioso sueño de la “Razón Ilustrada”, devino en simple razón instrumental, además condujo no a la emancipación, sino a la gregarización humana por cuenta de la cultura de masas, y fue causante del surgimiento de la barbarie nazi-fascista, de los totalitarismos y del establecimiento de nuevas formas de dominación y nuevos dogmas.

La razón ilustrada no cuestionó los valores y los fines que perseguía, no puso en duda los métodos ni los objetivos para el logro de la pretendida felicidad individual y el dominio de la naturaleza. Como consecuencia, el conocimiento se transformó en poder y la naturaleza quedó reducida a mero objeto de explotación y dominio. El imperio de la razón instrumental llevó a que la ciencia y la técnica asumieran la función de la ideología en el capitalismo tardío, perdiendo completamente la función crítica que tuvo en sus comienzos. Así pues, las ciencias positivas, en otro tiempo emancipadoras, están, por el contrario, implicadas no sólo en los procesos de alienación y cosificación de los seres humanos, sino en todas esas acciones exterministas que han caracterizado la reciente historia.

Como expresión de protesta ante esta situación, el historiador estadounidense Moris Berman (Rochester, New York – 1942) escribió en 1981 su libro, “El reencantamiento del mundo”, allí dice que “la vida occidental parece estar derivando hacia un incesante aumento de entropía, hacia un caos económico y tecnológico, hacia un desastre ecológico y, finalmente hacia un desmembramiento y desintegración psíquica” (...) La visión del mundo que predominó en Occidente, hasta la víspera de la revolución científica, fue la de un mundo encantado... y los seres humanos se sentían a sus anchas en este ambiente (...) A medida que el pensamiento tecnológico y burocrático invaden los rincones más profundos de nuestras mentes, la preservación de un espacio psíquico se ha tornado algo casi imposible (...) Establece que ya no es posible retroceder a la alquimia o al animismo pero enfatiza en señalar que, “si es que vamos a sobrevivir como especie, tendrá que surgir algún tipo de conciencia holística o participativa con su correspondiente formación sociopolítica”. Propone entonces, una ciencia, unos saberes que tiendan a recobrar, a restablecer la relación entre las reflexiones intelectuales, los valores eróticos y los sentimientos... Paralelamente con esta decadencia psíquica e intelectual, estamos viviendo ya una especie de homogeneización total; se ufanan los poderes políticos y la academia, de haber alcanzado una especie de convergencia, de coexistencia y de consenso cínico, entre los más dispares planteamientos e ideologías, antaño contrapuestos y antagónicos, pero hoy felizmente identificados.

Como lo ha analizado Slavov Zizek, bajo la impronta de teorías multiculturales y postmodernas, “que pretenden la coexistencia en tolerancia de grupos con estilos de vida “híbridos” y en continua transformación, grupos divididos en infinitos subgrupos (mujeres hispanas, homosexuales negros, varones blancos, enfermos de SIDA, madres lesbianas...). Este continuo florecer de grupos y subgrupos con sus identidades híbridas, fluidas, mutables, reivindicando cada uno su estilo de vida, su propia cultura, esta incesante diversificación, sólo es posible y pensable en el marco de la globalización capitalista y es precisamente así como la globalización capitalista incide sobre nuestro sentimiento de pertenencia étnica o comunitaria: el único vínculo que une a todos esos grupos es el vínculo del capital, siempre dispuesto a satisfacer las demandas específicas de cada grupo o subgrupo (turismo gay, música hispana...)”. (S. Zizek. En defensa de la intolerancia).

Como si todo ello fuese poco, “la deriva “socialdemócrata” del marxismo, –como lo ha expuesto Pedro García Olivo–, con la aceptación de las reglas del juego de la democracia burguesa, que desemboca en una ruptura explícita con su matriz y una convergencia con las posiciones clásicas del radicalismo liberal, termina de aportar los ingredientes para el compuesto movedizo del Estado del Bienestar (reformismo socio-laboral, productivismo, mística del Progreso, ideología de la reconciliación de las clases, codificación de “derechos humanos”, “progresismo” ético-jurídico...)”.

Ante este evidente fracaso, muchos recurren a la nostalgia y a los anhelos de retorno a un pasado supuestamente encantador, bucólico y elemental, cuando no se refugian en el nihilismo, el pragmatismo cínico o en el escapismo ateórico y ramplón, disfrazado de compromiso “informativo”, académico o político, que en última instancia favorece a los tradicionales grupos dinásticos, detentadores de un poder del que hoy se sienten despojados por el nuevo gobierno del Pacto Histórico.

No en vano Peter Sloterdijk, ante el fracaso, el desencanto y la desilusión reinantes y frente al estancamiento de la teoría, al ocaso de esa falsa conciencia impuesta al mundo por la fuerza de las armas y de las escuelas, en su libro Crítica de la razón cínica propone de nuevo la «búsqueda de la insolencia perdida», la burla a la falsa seriedad de la historia, de la filosofía y de la vida. Y, contra los absurdos morales de una civilización que niega al hombre, nos plantea la necesidad de un existencialismo crítico y de una conciencia satírica que corte de plano con todas las nociones eurocéntricas, como la de la Ilustración. Por ello, también, Jacques Derrida, en esta época nuestra que presume de haber llegado al final de la historia y de haber fabricado al último hombre, nos convoca a «aprender a vivir con los fantasmas»; y, al decirnos que hay duendes, espíritus y otras apariciones, como aquellos que acosaban al Hamlet shakesperiano, nos pide ver el tiempo como algo desarticulado. Nos exige, así, hablar con los espectros de Marx, para entender que la promesa emancipatoria no cumplida aún es viable sin necesidad de una «acumulación infinita de riquezas», liberando a los hombres del poder de la economía, sin caer en esa desaforada expansión tecno-científica que tanto daño ha causado, abriendo nuevas posibilidades a la subjetividad, superando los intereses compensatorios de estas sociedades consumistas, impidiendo que la marginalidad y la exclusión persistan, confrontando la criminal tendencia hacia la homogeneización de los seres humanos provocada por la tradición exterminista del «progreso».

Es absurdo, en este sentido, que, en todo el llamado «Tercer mundo» y particularmente en América Latina, nos sigamos viendo como atrasados o subdesarrollados y comprometidos en la tarea fáustica de endogenizar ciencias y tecnologías para «ser como ellos», persiguiendo, en tanto «dirección única», una (perpetuamente aplazada) idea de progreso. Derrida apunta en su obra que aún es posible resistir inspirándonos en los fantasmas de Marx, y entender desde ahí que, superando la máquina de los dogmas y la doctrina del uniformismo, las sociedades llamadas atrasadas no representan etapas «superadas» por el progreso de la civilización, pues no existe un determinismo histórico que tengamos que cumplir inexorablemente y las diversas culturas pueden –y deben– plantear soluciones distintas a problemas similares.

El Manifiesto del Partido comunista de 1848 comenzaba diciendo: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…». Ahora, 174 años después, podemos afirmar que los fantasmas o espectros de Marx siguen rondando (más allá del ostensible fracaso del llamado «socialismo real» pretendido por la gregarización estalinista) y que es posible confrontar todos esos viejos modelos desarrollistas del capitalismo decadente, con el vigor del pensamiento y del espíritu de Marx y del marxismo, de su proyecto emancipatorio y su promesa histórica de un nuevo concepto del hombre y de la sociedad. Los fantasmas del Marx auténtico nos permitirán conjurar el eterno mito del progreso, que Occidente viene sustentado desde que entraran en escena mitos como el de Prometeo o el de Fausto.

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Edición 794 – Semana del 10 al 16 de septiembre de 2022

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