Astronomía
El fenómeno ha causado fuertes estallidos sonoros y un resplandor verde similar al de una aurora
Pablo Javier Piacente
Nueva Zelanda parece estar bajo el bombardeo de meteoritos: un enorme bólido explotó sobre el mar cerca de Wellington el 7 de julio, creando un estampido sónico que se pudo escuchar en toda la región, mientras que otra bola de fuego más pequeña fue capturada dos semanas después, el 22 de julio, sobre Canterbury. Los investigadores analizan si se trata de un fenómeno atípico y por qué los meteoritos dejan una estela verde y brillante similar a una aurora.
Investigadores de la Universidad de Canterbury y la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, describen en dos artículos publicados en The Conversation un par de eventos ocurridos durante julio pasado en ese país de Oceanía: el 7 de julio una bola de fuego cayó sobre el mar con el poder explosivo de 1.800 toneladas de TNT, en la zona de Wellington, mientras que el 22 de julio otro fenómeno parecido ocurrió en el área de Canterbury. Aunque los meteoritos son relativamente habituales en Nueva Zelanda, algunas características de estos eventos intrigan a los científicos.
HABITUAL Y EXTRAÑO AL MISMO TIEMPO
En un año promedio, alrededor de cuatro meteoritos golpean Nueva Zelanda. Sin embargo, dos eventos de este tipo en el mismo mes y con detalles sorprendente no son lo esperado: según uno de los artículos publicados, la bola de fuego que cruzó el cielo sobre el estrecho de Cook el 7 de julio fue completamente inusual. Además de su impresionante poder explosivo al caer al mar, logro ser captada desde el espacio por satélites estadounidenses y desencadenó una explosión con un fuerte impacto sonoro, que se escuchó en gran parte de la Isla Norte de Nueva Zelanda.
Según los investigadores James Scott y Michele Bannister, la bola de fuego de Wellington probablemente fue causada por un pequeño meteoro, de unos pocos metros de diámetro, que atravesó la atmósfera de la Tierra. Fue uno de los cinco impactos de más de mil toneladas de energía a nivel mundial a lo largo del último año. La mayoría de estos meteoros son pequeños y crean "estrellas fugaces" que solo rozan levemente la atmósfera terrestre.
Los expertos describieron que la fragmentación del meteoro produjo una onda de choque lo suficientemente intensa como para ser captada por una red local de sensores sísmicos. En tanto, el destello fue lo suficientemente brillante como para ser registrado por un satélite global de seguimiento de rayos. En tanto, un radar detectó el rastro de humo sobrante al sur de la Isla Norte de Nueva Zelanda.
La trayectoria del bólido del 22 de julio sobre Nueva Zelanda. /CRÉDITOS: FIREBALLS AOTEAROA AND INTERNATIONAL METEOR ASSOCIATION / JACK BAGGALEY.
CASI COMO UNA AURORA
Por otra parte, un segundo artículo publicado en The Conversation y reproducido por la Universidad de Canterbury en una nota de prensa analiza el extraño resplandor verde generado por otro evento, concretado el 22 de julio sobre Canterbury. Según el científico Jack Baggaley, el brillante tono verde de esta bola de fuego, más pequeña que la observada en Wellington, puede explicarse a partir de una serie de fenómenos atmosféricos que generan un efecto similar al de una aurora.
Los meteoros brillantes a menudo señalan la llegada de un trozo de asteroide, que puede tener entre unos pocos centímetros y un metro de diámetro cuando se estrella contra la atmósfera. Algunos de estos asteroides contienen níquel y hierro y golpean la atmósfera a velocidades de hasta 60 kilómetros por segundo. Esto libera una enorme cantidad de calor muy rápidamente, y el hierro y el níquel vaporizados irradian una luz verde.
En tanto, el resplandor verde de la aurora es causado por iones de oxígeno en la atmósfera superior, creados por colisiones entre las moléculas de oxígeno atmosférico y las partículas expulsadas por el Sol. Un meteoro también puede brillar debido a este proceso, pero únicamente si es extremadamente rápido. ¿Qué sucedió, entonces, en el caso del último evento en Nueva Zelanda?
Una vez que el meteorito de Canterbury estalló contra la atmósfera el pasado 22 de julio, los vientos caprichosos de la atmósfera superior torcieron el sendero del brillo generado por el impacto, resultando en un tono verdoso y amarillo pálido hacia el final. Esto se debe a que los átomos de sodio presentes se excitan continuamente en una reacción catalítica en la que interviene el ozono, produciendo el intenso resplandor que asemeja a una aurora.
Ahora, los científicos neozelandeses están intentando optimizar la red de registro y detección de esta clase de fenómenos, para poder precisar con mayor exactitud su trayectoria en el futuro e intentar recopilar algo del material que pueda caer sobre el mar o la tierra. Vale recordar que los meteoritos son “minas de oro” científicas: pueden contener material anterior a la formación del Sol y nos hablan de los inicios del Sistema Solar.
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