Guerras, hambruna, xenofobia y redes de trata confluyen en el drama humanitario
La mayoría de los migrantes son recibidos por naciones de renta baja o media con muchos menos recursos que los países más desarrollados de Europa y Estados Unidos, sostiene ACNUR.
Por Gustavo Veiga
. Imagen: EFE
Siglos de colonialismo, explotación de recursos, corrupción endémica y guerras de destrucción masiva – con la licencia de George W. Bush y su frase sobre las armas atribuidas a Irak -, provocaron que hoy se viva una tragedia humanitaria multiplicada por 100 millones de desplazados en todo el planeta. La cifra es del ACNUR, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. No se trata de un tema migratorio estrictamente. Un concepto más amplio que a menudo se confunde con la situación de los perseguidos que buscan asilo en países diferentes a los de su lugar de nacimiento. Un dato dentro de un mundo de datos, basta para constatar de qué se habla. Hay 37 millones de niños entre los afectados según UNICEF y la cifra no contiene a los que padecen la guerra entre Rusia y Ucrania desde este año. Son el último torrente de menores que intentan llegar a un lugar seguro habida cuenta de otros padecimientos. El 28 por ciento de la población infantil es víctima de las redes de trata.
La crisis en ascenso se percibe camino a 2023. La OIM (Organización Internacional de Migración) publica estadísticas que explican una parte del problema. El año próximo, según sus estimaciones, deberían ser reasentadas más de 2 millones de personas para no agravar la situación global. El desafío resulta imposible de cumplir si se considera que en 2021 más de 1,4 millones de seres humanos necesitaron reubicarse y solo 39.266 refugiados lo lograron. El contexto migratorio, desmesurado en sus cifras, tampoco ayuda. A 2020 había 281 millones de inmigrantes, el 3,6 % de la población mundial. Una cantidad superior en 128 millones a la cifra de 1990 y que triplica a la de 1970. Se disparó en las últimas cinco décadas.
Otro elemento que acentúa la debacle humanitaria es la desigual aceptación de refugiados según los países de acogida. Para Filippo Grandi, el alto comisionado de ACNUR, la mayoría de los desplazados son recibidos por naciones de renta baja o media con muchos menos recursos que los países más desarrollados de Europa y Estados Unidos.
Esta asimetría combinada con una noticia que difundió Naciones Unidas el 20 de junio pasado, empeoraría más la realidad de millones de personas. La información corrió por cuenta de David Beasley, el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Dijo que “mientras el hambre en el mundo se dispara muy por encima de los recursos disponibles para alimentar a todas las familias que necesitan desesperadamente la ayuda del PMA, nos vemos obligados a tomar la desgarradora decisión de recortar las raciones de alimentos para los refugiados que dependen de nosotros para su supervivencia”. Si la palabra hambruna comenzó a escucharse más en estos días, ya se sabe de donde proviene el alerta.
En ese contexto de calamidades, ni la guerra en Ucrania consiguió desalojar todavía a los refugiados sirios del primer lugar entre los desplazados. Según ACNUR son casi 5,7 millones y en 2023 deberían ser reasentados 777.800. A ellos les siguen los afganos, lo que llevó al Alto Comisionado “a publicar un aviso para detener los retornos forzosos, incluso para los afganos que previamente se consideraban no elegibles para la protección internacional”, según Naciones Unidas. La lista de países con mayor cantidad de desplazados la completan Congo, Sudán del Sur y Myanmar en ese orden.
Ahora, si se toman en cuenta las cifras de refugiados ucranianos desde el comienzo del conflicto con Rusia, se llega a 5,4 millones de personas, que en su mayoría escaparon hacia naciones vecinas. La OIM estima que además habría 7,5 millones de desplazados internos. Las estadísticas de esta guerra en Europa seguramente pondrán al tope el número de refugiados ucranianos cuando finalice 2022. Pero la gran diferencia con otras regiones del mundo está en cómo fueron recibidos esos ciudadanos en países como Polonia y Alemania y cómo los que en su misma condición debieron huir de guerras en África y Asia hacia el viejo continente.
A los primeros les abrieron las puertas de par en par basándose en una polémica mirada etnocéntrica sobre los pueblos. A los segundos los rechazaron o hacinaron en campamentos de refugiados en condiciones deplorables.
Las postales de la xenofobia y el racismo también se ven con nitidez en Latinoamérica. Aunque no entran en la dimensión cuantitativa de otros continentes. Según ACNUR, Venezuela continúa al frente en la cantidad de emigrados. Su alto comisionado Grandi declaró a principios de este mes que la situación “no tiene precedentes en la región” que recibió cerca de 5 millones de venezolanos en los últimos años. El funcionario elogió que “los estados continúan facilitando el acceso a sus territorios, asegurando derechos y también la atención en salud, incluyendo la vacunación contra la COVID-19”.
En Brasilia acaba de finalizar un encuentro del llamado Proceso de Quito, una plataforma de especialistas creada por trece países de América Latina para seguir la evolución del tema. El ACNUR valoró que el grupo integrado por México, Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Costa Rica, Ecuador, Guyana, Paraguay, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay, facilitó “el acceso al asilo y a la protección temporal” de los venezolanos desplazados. El 84 % de ellos ha sido recibido en la región, alrededor de 5,1 millones de personas. Argentina es el país más receptivo si se consideran a todos los migrantes, por delante de Colombia y Chile, según datos de 2020.
Estas cifras oficiales, básicamente obtenidas de organismos internacionales, suelen pasar inadvertidas hasta que las pantallas de TV o las redes sociales reproducen alguna tragedia con migrantes. Siempre hay una. En la última semana impactaron dos, una ocurrida en Texas, Estados Unidos y la otra en la frontera de Marruecos con los enclaves españoles de Ceuta y Melilla.
El hallazgo de un camión cerca de la ciudad de San Antonio con 53 migrantes muertos en su interior, la mayoría mexicanos, pero también de Guatemala, Honduras y El Salvador, le arrancó al presidente de EE.UU, Joe Biden, algunas palabras sobre los traficantes de personas: “una industria criminal que genera varios miles de millones de dólares”. Todos fallecieron por asfixia, deshidratación y hacinamiento en un camión cuyo aire acondicionado no funcionaba. En lo que va de 2022 la OIM ya contabilizó unos 500 migrantes muertos camino a Estados Unidos.
A miles de kilómetros de ahí, en otra frontera conflictiva, murieron – según datos oficiales - 23 refugiados del África Subsahariana que intentaban cruzar por Melilla hacia España. Otros 76 recibieron heridas y muchos más terminaron apilados en el suelo mientras los guardias marroquíes los apaleaban. Las imágenes recorrieron el mundo para la indignación de los espíritus políticamente correctos. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMHD), en la provincia de Nador, calificó como “inhumana” la represión contra unos 2 mil desplazados que se lanzaron a saltar la valla de seguridad. Unos 133 lograron su objetivo y festejaban en territorio español. En la primavera del 2021 otros 8 mil habían conseguido cruzar por Ceuta.
La clase dirigente no puede entenderlo y sigue levantando muros alrededor del mundo. En ninguna frontera, nada detendrá a un desesperado. En la Edad Media “los ricos tuvieron miedo a los pobres”, dijo una vez el historiador francés Georges Duby. “Eran demasiado numerosos, inquietantes. Se sobrepasó el umbral de tolerancia de la miseria. En ese momento se produce el fenómeno del rechazo”, explicaba. Pasaron más de mil años.
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