Los signos de la desaceleración de la economía mundial son claros, la OECD estima un crecimiento del producto mundial del 3% en 2022, por debajo del 4,5% proyectado en diciembre pasado y para el último trimestre prevé un 1,9% de crecimiento.
Gabriel Loza Tellería
Las discusiones entre los economistas son geniales, como en el caso reciente de si la inflación era transitoria o permanente en tanto se aceleraba el alza de precios en la economía mundial. Así, para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ( OECD) se prevé una tasa de inflación del 8,5% en 2022 más del doble de la registrada en 2021 (3,7%) y cuatro veces más alta que en todo el periodo 2013-2019, que fue de 1,7% en promedio inferior a la meta del 2% que tienen los bancos centrales de la OECD.
Lo mismo está pasando ahora en las discusiones sobre la posible recesión en los países avanzados, que en un principio fue descartada y posteriormente admitida como probable a regañadientes, siendo actualmente la discusión de si está “a la vuelta de la esquina” como dicen algunos economistas y Wall Street, o si ya está presente como perciben los consumidores.
Sin embargo en Estados Unidos, a junio aumentó la planilla de nuevos trabajadores contratados y la tasa de desempleo se mantuvo en 3,6%, similar a los niveles pre pandemia en 2019, lo que mostraría que la recesión no sería inminente.
¿Pero por qué seguimos a EEUU de cerca? Porque sigue siendo el centro de la economía mundial más allá de si su PIB pasó a segundo lugar, desplazado por China. Es el centro financiero mundial y de las más importantes Bolsas de Valores como el Dow Jones y el Nasdaq, el mercado de valores y bolsa de valores automatizada y electrónica más grande de Estados Unidos.
Es el primer emisor internacional de bonos públicos como en el caso de los Bonos del Tesoro estadounidense. Es la más importante fuente de origen y destino de la inversión directa extranjera y de los flujos de capital y, sobre todo, el dólar es la principal moneda de reserva internacional y se ha revaluado en 7% entre enero y junio de 2022, alcanzando su nivel más alto en 20 años.
Tradicionalmente se decía que si EEUU se resfriaba, a los demás países les venía una neumonía, sin embargo, esta dependencia ya no es tanto como antes, puesto que en la economía mundial han aparecido múltiples polos económicos pero que, debido a la hiperglobalización, el mundo es cada vez más interdependiente e interconectado con una trasmisión casi inmediata de las perturbaciones, los efectos contagio y la ampliación de los shocks entre la mayoría de las economías del orbe.
Un mecanismo de trasmisión de la crisis mundial se da a través de las fluctuaciones de los precios de los commodities que son los principales productos de exportación de Bolivia y de la región. Con la pandemia, los precios de los commodities cayeron a niveles críticos, con excepción los metales preciosos, así en el caso del petróleo a 21 dólares el barril, el más bajo precio desde diciembre de 2001 y en el caso de los alimentos y minerales descendieron a los bajos niveles de la crisis financiera de 2008.
Con la recuperación de la demanda mundial empezaron a subir las cotizaciones de los alimentos, minerales y el petróleo a 95 dólares el barril. Con la guerra y las sanciones se dispararon los precios del petróleo a 122 dólares el barril, el 8 de junio, para después declinar en torno a los 100 dólares en la primera semana de julio.
Tras alcanzar un máximo en marzo los precios de los minerales cayeron en 18% hasta junio a los que se sumó la cotización del oro que descendió en 14% y la plata en 28% hasta principios de julio. Los precios de los alimentos también empezaron a disminuir desde marzo aunque solo en 3,5% hasta junio según la FAO. ¿Será el fin del ciclo post Covid?
Los signos de la desaceleración de la economía mundial son claros, la OECD estima un crecimiento del producto mundial del 3% en 2022, por debajo del 4,5% proyectado en diciembre pasado y para el último trimestre prevé un 1,9% de crecimiento.
Adicionalmente, un indicador anticipado, el Índice de Confianza del Consumidor, muestra un nivel de 97 por debajo de 100, que significa una actitud pesimista de la evolución futura de la economía y posiblemente una tendencia a ahorrar más y consumir menos ante las amenazas de recesión.
El impacto en una economía como la boliviana se sentirá más en el segundo semestre de 2022 por lo que se debe estar preparados con todo el instrumental de la política económica y los mecanismos disponibles de financiamiento externo. O, toquemos madera.
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* Ex-presidente del Banco Central de Bolivia, ex-ministro de Planificación del Desarrollo
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