Las tensiones en Kazajistán y Libia aumentan los temores a una nueva crisis del petróleo
Martín Cúneo
Los conflictos en Asia Central y el Magreb, una industria petrolera sin inversiones desde 2014 y una demanda creciente de petróleo auguran un próxima etapa de la crisis energética centrada en el petróleo.
El despegue de la economía tras los peores meses de la pandemia, los problemas globales de suministro, los conflictos geoestratégicos y un declive en las reservas y en la industria petrolera que viene de lejos aumentan los temores de que 2022 sea el año de una nueva crisis energética, con el petróleo en el centro.
Durante 2021 el precio del petróleo creció un 46% espoleado por el aumento de la demanda de una economía que se despertaba del confinamiento. En diciembre, la rápida expansión de la variante ómicron rebajó las expectativas de crecimiento y, con ella, las previsiones de demanda de petróleo, acercándola a la capacidad de producción. Entonces el precio del barril Brent cayó desde los 83 dólares a valores cercanos a los 73.
Sin embargo, cuando se comenzaban a conocer las características de la nueva variante, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) no tardó en afirmar que la nueva cepa tendría un “impacto leve y breve” y elevó sus previsiones sobre la demanda de barriles. Según su análisis, en la segunda mitad de 2022, el mundo habría recuperado y superado el consumo de petróleo anterior a la pandemia.
Un análisis semejante sobre el escaso impacto económico de la nueva variante de coronavirus hace Julian Lee, analista petrolero de Bloomberg. La menor tasa de hospitalizaciones, especialmente entre personas vacunadas, ha llevado a muchos gobiernos a revertir las restricciones levantadas en diciembre y a aumentar el número de vuelos, augurando un fuerte crecimiento de la demanda de petróleo en los próximos meses.
Podría parecer una buena noticia económica, pero no lo es necesariamente. La industria petrolera no está preparada para suministrar los barriles necesarios, sostiene Lee. Para este experto en temas energéticos, “a menos que la necesidad de petróleo disminuya drásticamente” la perspectiva para este año es de un “suministro inadecuado y precios de tres dígitos”, es decir, barriles de petróleo con precios superiores a los 100 euros o, dicho de otra manera, una nueva crisis energética.
Para Lee, la “potencial debilidad del mercado petrolero proviene de una demanda desenfrenada”, que la OPEP prevé que superará los 104 millones de barriles por día antes de llegar a finales de año, cuando actualmente ronda los 96,5 millones. Para cubrir esa demanda, la OPEP y sus socios pretenden añadir 400.000 barriles diarios en su producción de cada mes.
Unos objetivos que no son nada realistas, sostiene Lee, ya que los países productores están teniendo ya “problemas reales” para cubrir la actual demanda. Para este analista, el problema es que la mayoría de estos países, salvo Arabia Saudí, no están en condiciones de aumentar la oferta de crudo aunque quieran hacerlo. La prueba está en la brecha cada vez mayor entre los objetivos de producción y la cantidad de barriles que efectivamente salen al mercado. Este déficit es especialmente observable, continúa, en los países de la OPEP, responsables del 40% del suministro global, en los que el déficit entre objetivos y producción real no ha dejado de crecer desde enero de 2021. A finales de año, estos países producían 700.000 barriles diarios menos de lo que deberían según sus propias metas. Según Lee, esta brecha “no se cerrará pronto” y, previsiblemente, irá a peor. Un déficit que solo puede aumentar “a medida de que el objetivo continúe aumentando”.
Y esta diferencia entre objetivos y producción real habría sido mucho mayor si la economía mundial no hubiera experimentado una desaceleración en el último trimestre de 2021 por el parón de China, la crisis de suministros y el aumento de los contagios.
Estos temores sobre una nueva crisis centrada en el petróleo surgen pocos meses después de que Estados Unidos, en noviembre de 2021, anunciara junto con China, Japón, Corea del Sur y Reino Unido la puesta en circulación de parte de sus reservas estratégicas para intentar reducir los precios y solucionar ese desajuste entre la oferta y la demanda de petróleo. Solo EE UU puso en circulación 50 millones de barriles, algo menos del 10% de los 620 millones de barriles de los que dispone.
Hasta ahora, EE UU solo había recurrido a sus reservas estratégicas en momentos de guerra o de fenómenos meteorológicos extremos; nunca hasta ahora para “tratar de mover el mercado”, indicaba Mariano Marzo, profesor de Ciencias de la Tierra de la UAB, en El País.
Las consecuencias de un petróleo y un diésel caro, fundamental para el transporte por tierra, aire y mar, ya se están dejando notar desde finales del último verano. “Los consumidores estadounidenses están sintiendo el impacto de los elevados precios de la gasolina en el surtidor y en las facturas de calefacción de sus hogares, y las empresas también lo están notando porque el suministro de petróleo no se ha mantenido a la altura de la demanda a medida de que la economía mundial emerge de la pandemia”, sostuvo la Casa Blanca para justificar la liberación de parte de sus reservas. Esta operación coordinada contribuyó a una rápida reducción de un 10% en el precio del petróleo. Sin embargo, en pocas semanas el precio del petróleo ya había recuperado las cifras previas.
Kazajistán, Libia, Alberta
La recuperación del precio del petróleo no se debe solo a una revisión a la baja de la peligrosidad de la variante ómicron y a los problemas en la producción sino también a un calentamiento de los conflictos geoestratégicos en los países productores o de paso de los combustibles fósiles.
El principal desencadenante de que el petróleo volviera a superar los 80 dólares por barril ha sido la crisis en Kazajistan, en donde el aumento del precio del gas doméstico provocó una ola de protestas que ya ha causado más de 164 muertos y 8.000 detenidos. La crisis, que ya se ha llevado por delante al Gobierno, ha elevado la tensión entre bloques con la intervención de tropas rusas en el conflicto.
Kazajistán es el primer productor de petróleo de Asia Central, con las doceavas mayores reservas probadas del mundo, según la agencia energética de EE UU. Esta exrepública de la URSS también es el segundo productor mundial de uranio, material cuyo precio ha experimentado un crecimiento del 31% en 2021.
El suministro de estos dos combustibles fósiles no se ha visto afectado de forma significativa, más allá de cortes temporales en Tengiz, el mayor campo petrolero del país, después de que contratistas y trabajadores afines a las protestas interrumpieran las líneas ferroviarias. Sin embargo, los temores de las bolsas y de los inversores han llevado a que tanto el petróleo como el uranio hayan experimentado subidas importantes, aunque moderadas en los últimos días.
Los conflictos internos en Libia se han sumado a las incertidumbres generadas por los enfrentamientos y choques entre Argelia y Marruecos por la cuestión del Sahara o la decisión de Indonesia de paralizar la exportación de carbón para asegurar el suministro interno, que han contribuido a aumentar el precio de los combustibles. Días antes de las Navidades, el mayor campo petrolero libio, El-Sharara, cerraba para realizar tareas de mantenimiento y reparación después de sufrir un ataque de las milicias. Pese a que el campo se ha reabierto, la producción petrolera de Libia está un 25% por debajo de su nivel habitual. El frío extremo en el oeste de Canadá y noroeste de EE UU, con temperaturas inferiores a los -40 grados, también ha llevado a paralizar parte de la producción petrolera y gasista, en especial en el Estado canadiense de Alberta, rico en arenas bituminosas.
Frente a estas incertidumbres, los mercados ponen sus esperanzas en que los países de la OPEP y sus socios aumenten la producción, una posibilidad que Lee relativiza: “Si bien es probable que el aumento de la producción de la OPEP+ reduzca esa brecha [entre los objetivos y la producción real], simultáneamente erosionará la capacidad disponible en el mundo para hacer frente a interrupciones inesperadas del suministro. Y esas interrupciones ya están apareciendo”.
El ruido de fondo
Los factores coyunturales que han impulsado una nueva subida del petróleo en las últimas semanas tienen como telón de fondo un declive y un proceso de desinversión en la industria petrolera sostenido desde 2014, defiende el físico Antonio Turiel, autor de Petrocalipsis y miembro del CSIC.
Esta desinversión, sostiene en sus Predicciones para 2022que recoge en su blog, ha desembocado en una “caída acelerada en la producción de petróleo”, algo que llevará a que el precio del crudo “oscile con fuerza” este año con dos picos: uno a principios de año, antes de la primavera, y otro en el segundo semestre. Según su análisis, estas subidas acercarán el barril a los 100 dólares.
Según cuenta Turiel a El Salto, el problema de fondo es estructural y se resume en una cada vez menor disponibilidad de petróleo. El hecho de que el petróleo que queda sea cada vez de peor calidad, más caro de extraer y de menor rentabilidad energética ha hecho que las propias petroleras hayan ido abandonando la búsqueda de nuevos yacimientos. Este proceso de desinversión se ha visto acelerado con la pandemia al caer en picado la demanda de crudo en los tres meses de confinamiento duro. Según defiende este científico del CSIC, sin ningún combustible a la vista para sustituir la funcionalidades del petróleo, cada vez va a resultar más difícil cubrir la demanda y el mercado será más sensible a las crisis coyunturales, como las que estamos viviendo.
Para Turiel, 2014 fue el año de la inflexión. “Entonces concluyeron que era imposible seguir así. Era un callejón sin salida y como no tenía remedio, entonces empezaron a desinvertir. El negocio del petróleo se ha acabado”, dice.
Sin embargo, advierte Turiel, hay que huir de las explicaciones simplistas y lineales. Si esa escasez es real y cada vez hay menos petróleo, ¿cómo se explica que hace diez años el barril estuviera en los 150 dólares y hace un año cerca de los 15?
Turiel ofrece una respuesta sencilla: cuando la demanda de petróleo supera la oferta y se produce cierta escasez, el precio sube; y cuando el precio es tan alto que las empresas y los consumidores no pueden pagarlo, se produce una crisis económica que genera destrucción de empresas y, por lo tanto, la disminución de la demanda de petróleo, y el precio baja. “Cuando el precio cae son las propias petroleras las que no se pueden permitir el lujo de seguir explotando el petróleo y son ellas las que empiezan a reducir su producción, y esa producción sigue cayendo hasta que vuelve a encontrarse otra vez con la demanda, se vuelve a producir cierta escasez y vuelve a comenzar otro ciclo”, termina de explicar este científico.
El problema es que después de cada ciclo, concluye Turiel, hay menos petróleo disponible y las posibilidades de que surja una energía que consiga reemplazar las utilidades de este combustible fósil son menores. Mientras, las crisis coyunturales como las de Kazajistán, Libia o Alberta pueden desencadenar problemas cada vez más graves.
Por Martín Cúneo
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Fuente:
El Salto