Construir sistemas de salud territorializados, para prevenir y de la mano de la gente
Mauricio Torres-Tovar
Karen González Abril / Indígenas en Colombia en medio de la pandemia de COVID-19.
Construir sistemas de salud territorializados, para prevenir y de la mano de la gente, es una de las enseñanzas y retos arrojados por la pandemia. Un sistema de salud con fines de lucro es incapaz de estar a la altura de este reto.
La pandemia por covid-19 ha significado un costo muy alto en enfermedad y muerte para la población, especialmente para los sectores populares, las y los trabajadores, como históricamente ha sido, porque la distribución de la enfermedad y la muerte depende ineludiblemente de la clase social.
La pandemia reveló con fuerza un sistema de salud incapaz de dar respuesta adecuada a las necesidades de la población, por no estar diseñado para cuidar, proteger, atender oportunamente y con calidad la salud de la gente, como para prevenir la enfermedad. Es un sistema que perdió su norte y que no tiene políticas, planes y estrategias adecuadas para cumplir a cabalidad con su misión, y así sucede por estar centrado en la atención individual a la enfermedad. Decisión que no es casual sino que responde al propósito por ello definido, en tanto allí reposa la cereza del pastel, ahí está el negocio del que se lucran los mercaderes de la salud.
Y aún con más fuerza se revela la indolencia comportada por las aseguradoras del sistema, llámense Empresas Prestadoras de Salud (EPS) o Aseguradora de Riesgos Laborales (ARL). Su labor para enfrentar la pandemia ha sido lánguida, marginal, desentendida, manteniendo las trabas administrativas para cumplir con sus responsabilidades en los procesos de seguimiento y atención en salud.
No hay novedad. Es un panorama conocido y padecido desde hace años y tornado más oscuro en este tiempo de pandemia. Un sistema de salud desterritorializado, que no conoce realmente la población que atiende, que no despliega, como debiera ser, una vigilancia en salud directamente en los territorios donde vive y trabaja la gente, y que opera con un sistema de información limitado que no da cuenta de las reales dinámicas de salud de la población, tampoco de las reales cifras de la pandemia.
Un sistema que despreció y eliminó lo construido por las comunidades, con inocultables avances en materia de atención primaria en salud, participación comunitaria, vigilancia comunitaria y control social a los procesos de salud. Y que también eliminó una figura sustancial para el sistema de salud de base territorializada: los y las promotoras de salud, reales agentes de cuidado y de atención a la salud de las comunidades. Para la lógica del aseguramiento la territorialización y los procesos comunitarios de atención primaria en salud, son innecesarios, no le son útiles, no son rentables. Y un Estado que desechó sus mejores avances y se subordinó a las lógicas del mercado.
Una situación tal, de prevención, de tratamiento oportuno, de vida o muerte, que requería un seguimiento a tiempo y permanente frente al contagio del virus, que permitiera reconocer tempranamente quiénes estaban infectados y cuáles habían sido sus contactos, para llevarlos a aislamiento en condiciones sostenibles (garantizando su protección económica), haciéndole seguimiento continuo y domiciliaria a su condición de salud, vía para disminuir el número de contagiados y para aminorar la gravedad de los casos y evitar el colapso de la red de atención de urgencia y de cuidado intensivo. Pero esto no ocurrió y esta ausencia de acciones ha significado la muerte para miles de compatriotas, entre ellos a cientos de trabajadores y trabajadoras del sector salud.
Construir las alternativas de salud desde abajo con las comunidades
Si esta situación es así, si la desprotección en salud y la desprotección social en que vive la mayoría de la población ha costado ya tantas muertes, que sin duda eran prevenibles, no basta entonces seguir exigiendo a los gobiernos nacional y locales, ni a las aseguradoras que actúen en el curso correcto, porque ya sabemos bien de su actuar.
¿Qué hacer entonces? La apuesta central debería ser fortalecer las respuestas de las propias comunidades, profundizar los procesos de solidaridad, de cuidado, de atención propios, como lo hemos visto en muchas comunidades para enfrentar esta pandemia.
Allí tenemos los ejemplos de comunidades indígenas, en Amazonas o Cauca, que frente a la ausencia del Estado, con su acción autónoma, sus conocimientos y plantas tradicionales de manera colectiva se protegieron y trataron la pandemia. O los múltiples ejemplos de comunidades barriales que en muchas ciudades del país cocieron tapabocas para el conjunto, armaron ollas comunitarias para subsanar el hambre, utilizaron su saber y solidaridad para cuidar, atender a los enfermos y para exigir el tratamiento médico cuando se complicaba.
Se requiere entonces, a toda costa, recomponer el tejido comunitario de salud, tanto en las ciudades como en el campo. Es necesario revivir los comités comunitarios de salud, la figura de promotor/a de salud comunitaria, los botiquines comunitarios, las farmacias comunitarias, las casas populares de salud comunitarias, los hospitales del pueblo, para que realmente sean bienes comunes. Retomar los saberes y prácticas propias, ancestrales, que como comunidades tenemos. Recuperar el saber herbolario, revivir de manera extensa los huertos con nuestras plantas tradicionales que hoy sabemos han jugado un papel clave en el cuidado de la salud en esta época de pandemia: diente de ratón, moringa, jengibre, limón…
Porque es recuperando este tejido comunitario de salud como será posible configurar un sistema de salud alterno a la ley 100. Un sistema que no desprecie la salud de la gente, que no la mercantilice, que la garantice como derecho humano fundamental, que cuente con las comunidades, con sus saberes, sus prácticas, en un proceso de abajo para arriba y no como se hace todo en el país, de arriba para abajo; una praxis constructora de poder popular en salud, creadora de reales condiciones –de decisión– para expulsar a los mercaderes de la salud, para que la nación defina más recursos para la salud y no para la guerra, para establecer un sistema que atienda a cualquier ser humano presente en nuestro territorio por considerarlo un ciudadano/a del mundo, sujeto del derecho a la salud.
Es desde las comunidades, entonces, cómo será realmente posible reorganizar la respuesta de la sociedad ante las necesidades específicas de salud de la gente. Reorganizando todo el sistema de salud, dándole prelación a la atención primaria, con y para las comunidades directamente en sus territorios, y que debe conectar, a través de redes territoriales de prestación de servicios, con los otros niveles de atención de mediana y alta complejidad; porque se sabe que la estrategia de atención primaria tiene capacidad resolutiva de los problemas de enfermedad de la gente en un 80 por ciento y el otro 20 requiere derivación a otros niveles de atención.
Entonces, lo propuesto con estas reflexiones es que identifiquemos los escenarios claves por disputar, para que las energías invertidas no sean desperdicio y logremos obtener reales frutos en tiempo específico..
Se propone, entonces, retomar el reto de que las comunidades tomen la salud en sus propias manos, es decir: construir desde los propios territorios y con las comunidades organizadas las respuestas sociales a las necesidades de salud, contando con recursos públicos, pero sin paralizarse ante su ausencia, en donde se conjuguen el conjunto de conocimientos para el cuidado, protección y atención de salud de las comunidades, retomando los saberes populares y ancestrales, así como los saberes científicos y académicos, en donde incluso la propia gente los apropie a través de procesos de formación y los coloque en uso de forma responsable, sin un sentido mercantil, avanzando también en la desmedicalización de la vida, es decir, donde no sea el médico/a y su aparataje institucional quien decida frente a los procesos de atención.
Para lograr tal propósito necesitamos creer que sí es posible encararlo desde abajo, desde lo subalterno, construyendo todo aquello que realmente necesitamos y, por lo tanto, los múltiples esfuerzos de la sociedad en términos de lo académico, lo científico, lo social, lo cultural, deberían orientarse en este sentido.
Para que así sea, necesitamos una academia cerca de las comunidades, colocando sus esfuerzos, recursos y apuestas en ayudar a construir estos tejidos comunitarios en salud. Y una ciencia cerca a la gente, atenta y sin menospreciar sus saberes, entendimientos e ignorancias; una ciencia dispuesta realmente al servicio de las necesidades de salud de las comunidades.
Y una dinámica de las organizaciones sociales y políticas encauzadas a aportar a construir este tejido comunitario, para avanzar en cultura política de las comunidades, para construir democracia directa, que permita generar las condiciones necesarias para ir configurando las respuestas adecuadas que las comunidades requieren en salud, educación, trabajo, alimentación, saneamiento básico, vivienda, recreación, deporte, entre otras.
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* Profesor asociado Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia
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