La educación pública también necesita un respirador artificial
"¿Será que en algún otro momento de la historia había corrido tanto peligro como ahora, especialmente con el actual partido de gobierno?"
Luis Fernando Jaramillo
Foto: Needpix
Volviendo a un tema de interés nacional y tal como lo ordena el artículo 67 de la constitución política, donde se menciona que la educación es un derecho de la persona y un servicio público, el gobierno de Iván Duque solidariamente se sigue tomando de la mano con la COVID-19 y conjuntamente han propagado sus esfuerzos por catapultar con fiereza el sistema educativo al descalabro y hundimiento total. Bueno, es importante aclarar que no solo con el sistema educativo actúa de tan perversa forma, también lo está haciendo con la clase obrera, con el sistema de salud, con los medianos y pequeños emprendedores y con el pueblo desposeído y olvidado en general, así se quiera mostrar con cara de nobleza todos los días a las 6:00 p.m. en sus aliados canales de televisión cuando en realidad lo único que ha hecho es favorecer a los más ricos de Colombia.
El coronavirus ha diversificado notoriamente la manera como se imparte la educación pública en nuestro país y ha generado aún más problemáticas a las ya conocidas y denunciadas históricamente (gracias al olvido, la negligencia y el asalto sistemático a la cual ha sido sometida por cualquier cantidad de presidentes dispuestos a correr todos los riesgos con tal de acabarla y quitarse esa responsabilidad de encima). Sin embargo, indudablemente, sería interesante preguntarnos si en algún momento de la historia se había corrido tanto peligro como con el partido de gobierno actual. Por lo anterior, hoy el sistema educativo público de Colombia requiere a gritos un respirador artificial y bien calibrado que verdaderamente impida que la educación de las grandes mayorías y de quienes faltan por nacer salga en átomos volando.
Lo dicho hasta aquí nos lleva a suponer que la única amenaza encubierta en esta borrosa época no solo es la alternancia de la cual todos hablan y que quizás es el elemento distractor más grande con el cual han puesto a debatir al país entero, aquí los problemas pueden resurgir también con la llamada educación en casa, ya que el trance puede aparecer con el arrebato disfrazado a la autonomía escolar de las instituciones educativas, con la aniquilación de la libertad de cátedra, con la intimidación que sufre la carrera docente debido a la pérdida desmesurada de plazas, con la presión que se vive por la aplicabilidad de relaciones técnicas, con el congelamiento en el sistema de ascenso en el escalafón docente, con las opresivas estrategias de evaluación al docente que se quieren aplicar, con la deserción escolar por las situaciones socioeconómicas que se han resaltado aún más en las familias que hambrientas luchan en medio de la desgracia, con la oportunidad que quiere aprovechar el gobierno de endosar por fin la educación a organizaciones privadas, entre muchos otros aspectos que también se encuentran agazapados en los lineamientos expedidos por el ministerio de educación nacional y que en un futuro no muy lejano pueden dejar consecuencias irreparables para la educación pública del país si no se le presta la merecida atención.
Hay que mencionar además que los maestros de Colombia, desde el mismo momento que inició la emergencia sanitaria, tuvieron que cambiar notoriamente sus estrategias de enseñanza: convirtieron cada espacio de su casa en aulas de clase y, muy a pesar de las penurias tecnológicas de buena parte de los 7'972.000 estudiantes de las instituciones educativas públicas del país, empezaron a utilizar plataformas virtuales, herramientas web, sistemas sincrónicos y asincrónicos de comunicación. Así mismo, de la noche a la mañana, la jornada laboral pasó de 8 horas a 12, 14 y hasta 16 horas, ya que es en espacios de la noche donde muchos padres pueden tener una mínima comunicación desde su limitada conectividad para atender los procesos académicos de sus hijos. Esta situación ha conllevado a que un número significativo de docentes vean con intranquilidad cómo se deteriora su salud física y mental... y qué decir de las ilegales presiones y desalmadas exigencias que reciben de algunos de sus jefes inmediatos, quienes impresionados y seducidos por las aplicaciones de moda para videoconferencias los citan en las noches o durante los fines de semana a reuniones y hasta exigen que los incluyan en los encuentros y clases virtuales que se realizan con los estudiantes y cumplir con ello las labores policiacas y de indagación, tal como la plutocracia nacional lo exige.
Indiscutiblemente, gracias al coronavirus y a los lineamientos malintencionados del gobierno embaucador, la educación pública se enfrentará ante un desmesurado reto que muy seguramente transfigurará notablemente la vida de los estudiantes, padres de familia y docentes del país. En consonancia con lo expuesto hasta aquí, más grande aún será el desafío que debemos emprender los defensores del sistema educativo del pueblo colombiano, quienes históricamente hemos tenido las calles como ambiente decorado para la movilización y la lucha, escenario esplendoroso donde se han fecundado las grandes conquistas que hoy por hoy se ven en riesgo, pero que muy seguramente al tenor de la resistencia seguiremos con acciones fundamentadas en defensa del derecho que tienen los ciudadanos a una educación al servicio del pueblo y que les permita con ello, enfrentarse a la desigualdad y olvido que el mismo poder ejecutivo del país los quiere sumergir.
En consecuencia, los hombres y mujeres del país, con pandemia o sin ella, debemos estar dispuestos a resguardar y preservar los derechos a la salud, a la vida y al trabajo digno, y, por supuesto, a luchar, como lo mencionó Paulo Freire, por una educación que enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer.
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