La trivialización de la historia y el periodismo de alcantarilla
Para cumplir a cabalidad con la tergiversación de la historia, han buscado nombrar en el Centro Nacional de Memoria Histórica a distintos personajes, que han sido rechazados tanto por las víctimas del conflicto, como por los historiadores y académicos que se resisten a la imposición de dicha farsa.
Julio César Carrión Castro
Universidad del Tolima
Los uribistas, agrupados en la empresa electoral denominada Centro Democrático, como expresión criolla del fascismo, en su intención de acomodar la historia a sus particulares intereses e intenciones, no sólo han querido negar la existencia del conflicto armado en Colombia, haciendo creer que el país ha estado sometido es a una especie de violencia criminal y terrorista que por muchísimos años se ensañó con la perfecta democracia que, supuestamente, desde los orígenes del régimen republicano nos acompaña, de la mano de los preclaros líderes y dirigentes políticos que siempre nos han gobernado.
En ese orden de ideas, para poder cumplir a cabalidad con la tergiversación de la historia, han buscado nombrar en el Centro Nacional de Memoria Histórica a distintos personajes, que han sido rechazados tanto por las víctimas del conflicto, como por los historiadores y académicos que se resisten a la imposición de dicha farsa. Se trata de personajes que lo único que tienen en común es el estar comprometidos con ese negacionismo histórico. Ahora, además, pretenden que sujetos seriamente comprometidos en la organización y fomento del paramilitarismo en Colombia, como los directivos de la Federación nacional de ganaderos – FEDEGAN, sean quienes escriban para dicho Centro de Memoria, la historia del conflicto.
A este interés de imponer la manipulación y tergiversación de los hechos históricos, se suman las forzadas renuncias exigidas a los directores de la Biblioteca Nacional, del Museo Nacional y del Archivo Nacional, así como la rudimentaria tarea de impedir la libertad de cátedra en las instituciones educativas, supuestamente buscando “desideologizar” la labor de los educadores y en cumplimiento de esta actividad, no sólo se busca suprimir del currículo escolar las cátedras de humanidades y ciencias sociales, sino difamar y desacreditar las luchas de los educadores. Pretenden una faena completa. Van por todo.
La destrucción de la memoria colectiva es un mecanismo expedito empleado por los grupos hegemónicos para establecer falsos consensos a su alrededor. Falsos consensos que buscan obtener mediante una especie de pedagogía del olvido, centrada en el constante accionar de unos medios de comunicación especializados no sólo en la homogeneización de la opinión, del pensamiento, sino, en la fabricación de unas masas embrutecidas y silenciosas, gracias, precisamente, a la manipulación de la información, a la trivialización de la historia, a la promoción de eventos faranduleros y a la difusión de un “periodismo” de alcantarilla, como el que cumplen los incultos e ignorantes “comentaristas deportivos”, del tipo de Carlos Antonio Vélez y su engendro, Luis Carlos; gacetilleros, plumíferos, cagatintas y recaderos que se mueven en las empresas de la comunicación encargadas, no de ofrecer una información veraz y confiable, o de dar opiniones serias, razonables, argumentadas, reflexivas, sino simplemente publicitar y dar notoriedad a los corruptos gobernantes y politiqueros que sostienen y pagan su ignominia y su vileza.
Fuente:
Edición 671 – Semana del 29 de febrero al 6 de marzo de 2020