Imagen: https://latinta.com.ar
Las Fuerzas Armadas jugaron los papeles del Imperio
1. Primeras lecciones del golpe fascista en Bolivia
Luis Alfonso Mena S.
Una de las claves de lo ocurrido este domingo 10 de noviembre de 2019 en Bolivia es que una revolución está coja cuando confía en las Fuerzas Armadas provenientes de la institucionalidad burguesa.
Por eso, Hugo Chávez transformó las de su país, les dio carácter popular y de clase, las volvió defensoras de la revolución venezolana y de su pueblo, y hoy constituyen uno de los soportes fundamentales del proceso bolivariano, pues no han cedido ni a las ofertas ni a los chantajes ni a las amenazas del imperialismo de Estados Unidos y sus lacayos en el continente.
Dos tareas fundamentales de toda revolución son: formación política de la población con la que se hace y para la que se hace el proceso de cambios, y alistar desde el primer momento la defensa de ese proceso, de esa revolución.
La oligarquía no cesa nunca en su contraofensiva para derrocar cualquier revolución de izquierda. Y ésta, no puede dormitar en los laureles y, mucho menos, creer en las Fuerzas Armadas formadas en la ideología de las clases dominantes dentro del Estado capitalista, de las que son sus defensoras: craso error.
Este segundo factor ha sido igualmente determinante en la revolución bolivariana, pues su base social en las barriadas populares y en vastos contingentes del campo y de las ciudades de Venezuela está formada y organizada en milicias dotadas, entrenadas y listas a salir en la defensa de su patria y del proceso político liderado ahora por el presidente Nicolás Maduro.
La defensa de una revolución no se hace solo con la solidaridad internacional, que es importante, pero que está sujeta al hecho de que quien primero debe ejercer la resistencia es el pueblo del país donde se desarrolla el proceso, no al revés.
Las Fuerzas Armadas en ningún país son neutrales, creer eso es una ingenuidad suprema. Todas ellas juegan su papel de defensoras, de brazo armado de una clase social hegemónica en un Estado específico.
Así que, tarde o temprano, ellas, por acción u omisión cómplice y subversiva, se levantarán contra los procesos y los órganos que no le son afines a las clases oligárquicas que las han formado y a las cuales representan en su esencia.
Ello ocurrió con la Policía boliviana, que, con la mano del Departamento de Estado gringo y de la CIA detrás, se amotinó y permitió las hogueras fascistas encendidas contra el pueblo, autoridades del Gobierno y líderes sociales, del Movimiento al Socialismo y de los demás partidos y colectivos afines a Evo Morales.
Las demás fuerzas armadas también maniobraron, como ocurrió con el Ejército, que en vez de cerrar filas en torno del jefe del Estado legítimo y reelegido (Evo Morales) le “sugirieron” que renunciara. Seguramente ya tenían listo el segundo acto del sainete.
La renuncia de Evo, hasta hace muy poco tiempo impensable al considerar la gobernanza existente en su país y los enormes logros sociales y económicos de Bolivia, que la situaban como un ejemplo para América Latina, tendrá graves repercusiones para las luchas sociales y políticas en América Latina.
Ya se denuncia la ofensiva de los cabecillas golpistas, Camacho y Mesa, y de sus hordas contra las embajadas de Cuba y Venezuela, y seguramente la toma del Gobierno por parte de la ultraderecha marcará un refuerzo para la ofensiva de Estados Unidos, a través del Cartel de Lima, contra la República Bolivariana.
Creer que con la renuncia del Presidente y de su Vicepresidente, García Linera, se detendría el baño de sangre y la venganza de la oligarquía boliviana contra trece años de cambios protagonizados por el Gobierno de Evo Morales, es otro cálculo equívoco.
Por el contrario: el fascismo envalentonado seguirá arremetiendo, ahora con más fuerzas, contra todo lo construido y sus liderazgos en Bolivia, pues no desaprovechará la oportunidad para tratar de destruir de raíz uno de los procesos políticos y sociales, indigenista y de nueva cosmovisión más impactantes, como el que acaba de ser golpeado.
El pueblo boliviano, con la solidaridad de los progresistas y demócratas del mundo, sabrá levantarse e iniciar la justa resistencia contra la reversión de las grandes transformaciones sociales y económicas alcanzadas en su país.
Y sabrá, igualmente, más temprano que tarde, restaurar el poder perdido. Pero ello ocurrirá, aprendiendo las lecciones del doloroso momento.
Fuente:
2. El golpe en Bolivia: cinco lecciones
Por Atilio A. Boron
La tragedia boliviana enseña con elocuencia varias lecciones que nuestros pueblos y las fuerzas sociales y políticas populares deben aprender y grabar en sus conciencias para siempre. Aquí, una breve enumeración, sobre la marcha, y como preludio a un tratamiento más detallado en el futuro. Primero, que por más que se administre de modo ejemplar la economía como lo hizo el gobierno de Evo, se garantice crecimiento, redistribución, flujo de inversiones y se mejoren todos los indicadores macro y microeconómicos la derecha y el imperialismo jamás van a aceptar a un gobierno que no se ponga al servicio de sus intereses.
Segundo, hay que estudiar los manuales publicados por diversas agencias de EEUU y sus voceros disfrazados de académicos o periodistas para poder percibir a tiempo las señales de la ofensiva. Esos escritos invariablemente resaltan la necesidad de destrozar la reputación del líder popular, lo que en la jerga especializada se llama asesinato del personaje (“character assasination”) calificándolo de ladrón, corrupto, dictador o ignorante. Esta es la tarea confiada a comunicadores sociales, autoproclamados como “periodistas independientes”, que a favor de su control cuasi monopólico de los medios taladran el cerebro de la población con tales difamaciones, acompañadas, en el caso que nos ocupa, por mensajes de odio dirigidos en contra de los pueblos originarios y los pobres en general.
Tercero, cumplido lo anterior llega el turno de la dirigencia política y las elites económicas reclamando “un cambio”, poner fin a “la dictadura” de Evo que, como escribiera hace pocos días el impresentable Vargas Llosa, aquél es un “demagogo que quiere eternizarse en el poder”. Supongo que estará brindando con champagne en Madrid al ver las imágenes de las hordas fascistas saqueando, incendiando, encadenando periodistas a un poste, rapando a una mujer alcalde y pintándola de rojo y destruyendo las actas de la pasada elección para cumplir con el mandato de don Mario y liberar a Bolivia de un maligno demagogo. Menciono su caso porque ha sido y es el inmoral portaestandarte de este ataque vil, de esta felonía sin límites que crucifica liderazgos populares, destruye una democracia e instala el reinado del terror a cargo de bandas de sicarios contratados para escarmentar a un pueblo digno que tuvo la osadía de querer ser libre.
Cuarto: entran en escena las “fuerzas de seguridad”. En este caso estamos hablando de instituciones controladas por numerosas agencias, militares y civiles, del gobierno de Estados Unidos. Estas las entrenan, las arman, hacen ejercicios conjuntos y las educan políticamente. Tuve ocasión de comprobarlo cuando, por invitación de Evo, inauguré un curso sobre “Antiimperialismo” para oficiales superiores de las tres armas. En esa oportunidad quedé azorado por el grado de penetración de las más reaccionarias consignas norteamericanas heredadas de la época de la Guerra Fría y por la indisimulada irritación causada por el hecho que un indígena fuese presidente de su país. Lo que hicieron esas “fuerzas de seguridad” fue retirarse de escena y dejar el campo libre para la descontrolada actuación de las hordas fascistas -como las que actuaron en Ucrania, en Libia, en Irak, en Siria para derrocar, o tratar de hacerlo en este último caso, a líderes molestos para el imperio- y de ese modo intimidar a la población, a la militancia y a las propias figuras del gobierno. O sea, una nueva figura sociopolítica: golpismo militar “por omisión”, dejando que las bandas reaccionarias, reclutadas y financiadas por la derecha, impongan su ley. Una vez que reina el terror y ante la indefensión del gobierno el desenlace era inevitable.
Quinto, la seguridad y el orden público no debieron haber sido jamás confiadas en Bolivia a instituciones como la policía y el ejército, colonizadas por el imperialismo y sus lacayos de la derecha autóctona. Cuándo se lanzó la ofensiva en contra de Evo se optó por una política de apaciguamiento y de no responder a las provocaciones de los fascistas. Esto sirvió para envalentonarlos y acrecentar la apuesta: primero, exigir balotaje; después, fraude y nuevas elecciones; enseguida, elecciones pero sin Evo (como en Brasil, sin Lula); más tarde, renuncia de Evo; finalmente, ante su reluctancia a aceptar el chantaje, sembrar el terror con la complicidad de policías y militares y forzar a Evo a renunciar. De manual, todo de manual. ¿Aprenderemos estas lecciones?
Fuente: