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COLOMBIA, LAS VOCES DEL SILENCIO ALZAN SU TONO

Las voces del silencio alzan su tono


Marcha 21N

El 21N logró su cometido: llenó las principales calles de variedad de ciudades colombianas y le exigió a quienes gobiernan que viren en su rumbo económico, social, político y militar. Para impedirlo el gobierno propagó miedo, el que se tornó ineficaz. La violencia del Esmad, a pesar de las decenas de heridos y detenidos en todo el país, tampoco logró intimidar. El pulso por el destino del país proseguirá en el 2020, una año que desde ya anuncia ser de lucha para millones de connacionales.

La conclusión fue una y común: “en la ciudad nunca habíamos tenido una marcha como esta…”. El uniforme decir se escuchaba por boca de habitantes de Cali, como de Medellín, Bogotá y otras capitales de departamento, así como de ciudades intermedias de Colombia.

La opinión llegaba cargada de alegría y satisfacción. Y así era por cuanto en las marchas la concurrencia no solo era de activistas curtidos en la brega de la lucha contra la injusticia y los malos gobiernos que desde siempre han oprimido a Colombia, sino que en esta ocasión los ríos humanos estaban compuestos por rostros jóvenes y no tanto, incluso por familias enteras –con sus hijos cogidos de la mano– dejaban en claro, con actitud y por viva voz, que no comparten el modelo económico del actual gobierno, con sus impuestos incrementados y nuevas tarifas para luz, agua, aseo público, incrementadas, además, para estratos 4, 5 y 6 que ahora tienen que pagar por el robo de Electrocaribe, además de estar obligados a entregar nuevos miles de pesos al declarar la renta, incrementada en porcentaje al tiempo que a los más ricos, a los grandes empresarios nacionales y extranjeros, los exoneran con hasta 22 billones de pesos en un solo año, y hacia delante.


El día de paro, que más es marcha al no afectar la producción de las grandes y medianas empresas y comercios, aunque sí a la mayoría de oficinas públicas donde el sindicalismo mantiene o está recuperando su presencia y mensaje, vio el alba en ciudades como Bogotá y Cali, con una ostensible reducción del transporte público, como particular, y la no apertura para su atención de pequeños comercios. La ausencia de vendedores ambulantes también era llamativa, lo que indicaba a todas luces que el transporte en los barrios periféricos estaba bloqueado. El síntoma, acompañado de la movilidad de poca gente era señal de que la estrategia gubernamental de intimidar y amedrentar, prolongada por varios días, había logrado su propósito. No había duda de ello: la gente no dejaba de salir a sus habituales asuntos porque se sumaba a la jornada del 21 de noviembre sino porque de esa manera consideraba que evitaba sorpresas, como encontrarse en medio de una disputa entre manifestantes y el Esmad, o no encontrar transporte para regresar a su vivienda.

Un logro de la prolongada campaña del gobierno por una “jornada de protesta pacífica”, la que desconoce en todo momento que los altercados que por lo general dan cierre a estas jornadas y otro tipo de manifestaciones, como el 1 de Mayo y otras, es producto de la provocación de la fuerza pública, en particular del Escuadrón móvil antidisturbios (Esmad) que con su sola presencia ya despierta bronca entre jóvenes y adultos. Una prolongada campaña “pacificadora” que también criminaliza el uso de protectores de rostro (máscaras o simples pañuelos) con los cuales, según su decir “los violentos” actúan para “irrespetar la Fuerza pública” y violentar la propiedad privada. Un decir que niega una realidad: las marchas son filmadas por los organismos de inteligencia, procesadas, identificando liderazgos, los que tarde o temprano se ven sometidos a persecución, amenazas y en no pocas ocasiones atentados contra su vida. Los cientos de líderes sociales asesinados o que han sufrido amenazas o atentados contra su vida son testimonio de ello. Entonces, ¿taparse el rostro es señal de violencia o actitud autoprotectora?

La notable merma de gente trasladándose hacia sus cotidianas labores pronto fue superada por la respuesta ciudadana a la multitud de citas para sumarse a cualquiera de las concentraciones y marchas con las cuales habría de tomar forma el llamado a la protesta. Un llamado que desde las 4:30 am empezó a reportar, para el caso de Bogotá, mítines y bloqueos en las afueras de los portales de Transmilenio. No tardaría en llegar a varios de esos puntos la fuerza represiva con coraza negra y gases lacrimógenos, la llamada “violencia legítima del Estado”, para recordarle a unos y otros que el poder del mismo no es suave ni cariñoso. Esto a pesar de las voces de la protesta que reclaman su derecho a hacer sentir su inconformidad. Dos horas en unos casos, menos en otros, fue la capacidad de aguante. Replegarse era la mejor medida y así fue como procedieron las decenas de jóvenes que componían estos grupos de activistas.

La presencia viva del Estado, con su mejor atuendo, no fue suficiente para desanimar a unos y otros, presencia reforzada por el constante sonar del motor y aspas del helicóptero policivo que desde el aire amedrenta, y la fuerte presencia de uniformados por distintas localidades bogotanas o algunos municipios sabaneros.

El jueves 21 ya llegaba a las 10 am y la ciudad continuaba como día festivo. Y así fue hasta que las movilizaciones tomaron su curso, llenándose poco a poco de miles de personas. Una respuesta colectiva que para algunos también estaba alentada por la ola de protestas en curso en suramérica, una respuesta cargada del reto de “nosotros también podemos”. Marea humana que alegra con su multicolor vestir el uniforme gris de calles y edificios. Las voces rechazaban en voz alta la anunciada reforma laboral, pensional y la política económica en general; pero también reclamaban el cumplimiento con los acuerdos suscritos tras otras jornadas de protesta, así como los firmados Acuerdos de Paz. Esta voz fue común en una y otra ciudad, como lo fue el rechazo al gobierno Uribe-Duque, un gobierno en franco deterioro y que para muchos debe acabar pronto. ¿Podrá la germinal protesta ciudadana colombiana crecer y arrinconar al uribismo hasta hacerlo replegar?

Una tarde-noche caliente

Lo que en horas de la mañana e inicios de la tarde no trascendió a mayores confrontaciones, con excepción de la agresión sufrida por los estudiantes que en el caso de Bogotá habían decidido marchar hacia el aeropuerto, y en Medellín se expresaban en los alrededores de la Universidad de Antioquia, luego de las 3 pm se tornó en franca bronca, en batalla abierta, tanto en la Plaza de Bolívar de la capital del país, como en los alrededores de la “Ciudad universitaria”, así como en localidades como Suba. De la Plaza de Bolívar, la confrontación se extendió a lo largo de varias horas por el centro de la ciudad. También en los alrededores de la Universidad Nacional.


Entretando, en Cali hordas desconocidas copaban barrios de estratos 4, 5 y 6, amedrentando y hurtando bienes personales. Para algunos era incomprensible que esta gente escogiera para su proceder las unidades residenciales que estaban franqueadas por rejas y no procedieran con las que no las tenían. Una ofensiva desconocida que estuvo precedida por la circulación de volantes que desde horas previas anunciaban que esto sucedería, firmadas de manera inverosímil por las “Águilas negras”, esa franquicia que sirve para todo y tras la cual se ocultan factores del poder.

Para los caleños, que habían gozado una masiva marcha en la cual lo notable eran los rostros de gente “de esa que casi nunca protesta”, esta ofensiva atemorizante le quedó sonando como castigo para desmotivar la continuidad de la protesta. ¿Será esto o la ciudad habrá presenciado un intento de control por parte de algún grupo armado?

En Bogotá, por su parte, prácticamente sin transporte urbano público, miles de miles regresaban a sus casas recurriendo a cualquier medio, esfuerzo desespero de unos y otros en medio de un prolongado aguacero que con su frío trataba de apaciguar los ánimos entre inconformes y los censores oficiales, que de manera cada vez más brutal arremetían contra los primeros, acción que fue llenando amplias zonas de la urbe del irrespirable gas lacrimógeno ese veneno que hace parte de la guerra química, que a pesar de estar prohibida no se sabe porque los gobiernos sí la pueden usar contra los pobladores de sus respectivos países, llámese Chile, Bolivia, Ecuador…

Gas que no fue suficiente para desanimar la protesta. Es así como a partir de las siete de la noche, en unos casos, y 8 en otros, comenzó a escucharse por barrios de clase media, como Chapinero, Teusaquillo, La Soledad, y otros, para el caso de Bogotá, el toc toc de las cacerolas. Pero sus activos no permanecieron en sus casas, poco a poco salieron de ellas para llenar cruces de calles y, de manera alegre, como también lo fueron las marchas diurnas, terminar a media noche una protesta en exigencia de buen gobierno, en demanda de cese al paramilitarismo, en demanda de respetar la vida de los líderes y liderezas sociales, en reclamo de trabajo y buenos salarios, en exigencia de un sistema de salud que realmente cubra las necesidades de toda la población, en poner fin al mal gobierno.

La noche cubrió a la ciudad, y el amanecer apenas despunta sus primeras luces.

Recuadro

¿Paro? ¿Movilización?

De acuerdo con el diccionario, “Se llama paro a la suspensión de actividades colectivas dispuesta por una autoridad o por un cierto grupo. En este sentido suele emplearse como sinónimo de huelga, una situación que se produce cuando los trabajadores toman la decisión de interrumpir sus tareas en reclamo de mejoras en las condiciones laborales”.

El sentido de paro, es evidente, está claramente relacionado con el mundo del trabajo y su cannotación de “cese de actividades” tiene que ver con sociedades donde el mundo de trabajo estaba ligado a fábricas o empresas, con garantía de trabajo para la mayoría absoluta.

Es claro que esa no es la realidad de países como el nuestro, o de otros como el chileno, donde la mayoría de la gente trabaja por cuenta propia. Más complicado aún en Colombia donde la menguada presencia del sindicalismo, con ausencia notable en el sector privado de la producción, impide que un llamado a paro alcance respuesta.

No así la movilización o la protesta ciudadana, la cual, como sucedió este 21 de noviembre, puede parar una parte del funcionamiento cotidiano de las ciudades, como el comercio al por menor, el transporte público y la normalidad académica en colegios y universidades.

Esto no es cosa menor. Una acción de movilización y protesta, de mantenerse en el tiempo o de lograr rápidamente una expresión masiva, puede llevar contra las cuerdas al gobierno de turno y a la clase que lo soporta y se beneficia mayoritariamente del mismo. La protesta y la movilización constante interrumpe el ritmo normal de las ciudades y con ello el flujo de mercancías, interrumpiendo el ciclo producción-mercado-consumo, y así, aunque de manera indirecta, bloquea la producción. El paro, por tanto, puede llegar por vía indirecta, pero no en pocos días.

La movilización y la protesta ciudadana es, por tanto, la posible expresión que hoy tienen los millones que se congregan en ciudades principales, como los cientos o decenas de miles que pueblan urbes intermedias. Y toman forma, y se conducen así mismas, sin necesidad que un partido esté al frente del llamado. Es más, en muchas ocasiones expresan rechazo a las agrupaciones políticas, a las que relacionan con el poder.

Llamar paro a lo que no es tal puede llevar a confundir a quienes están dispuestos a responder a un llamado a la protesta, implicando a la hora de los balances, incluso, un resultado menor al realmente alcanzado. Llamar a lo contrario, a la movilización, puede alivianar la carga ubicando blancos más alcanzables y que, a la hora de los sucesos mejora la autoestima de quienes participan en los mismos.

Esto es lo ocurrido en Colombia el día jueves 21 de noviembre. No hubo paro aunque sí movilización, y no de poca monta, lo que explica que el Gobierno haya dicho que “ha escuchado”. Una movilización que hizo sentir a quienes participaron de la misma que sí es posible conseguir lo demandado: parar las reformas pensional y laboral, impedir la venta de empresas públicas rentables y estratégicas que son de todos/as, redireccionar el rumbo económico del país, parar el asesinato de los liderazgos sociales, obligar a la paz real y con ello al lánguido final de una guerra que despoja territorios y desplaza a miles, y mucho más.

De así ser, y mientras el país procesa lo sucedido, así como el gobierno acepta a carta cabal esta demanda ciudadana, todo indica que el 2020 será una larga jornada marcada por otras muchas movilizaciones sociales, masivas, que tensarán el pulso con el mal gobierno, para que cese el neoliberalismo, razón de ser de toda su agenda económica, social y política en bota, agenda adscrita a un nuevo intento del capital por profundizar su acumulado y controlar territorios, agenda que expresa, entre otros aspectos, la disputa que hoy libran los imperios por el dominio y el mercado global, disputa que ha encontrado en América Latina, con fuerza notable en Ecuador y Chile, el rechazo digno de sus pobladores, pero también en Argentina, en esta ocasión por vía electoral. La disputa llegará a otros países y se ahondara en los que ya tomó forma, y en Colombia podría llevar a giros hasta ahora visto con gran timidez.  

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