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MACRON ANUNCIÓ MEDIDAS PARA FRENAR OLA REVOLUCIONARIA DE CIUDADANOS EN FRANCIA, AUMENTA A CIEN EUROS SALARIO MÍNIMO

EL PUEBLO FRANCÉS SE HA PUESTO EN PIE



Emmanuel Macron aumenta cien euros el salario mínimo y libera de impuestos las horas extras
Anunció medidas para frenar la protesta




Sin calzones ayer, con chalecos hoy
La prenda de la rebelión
La protesta revolucionaria francesa




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EL PUEBLO FRANCÉS SE HA PUESTO EN PIE


En Francia, las últimas semanas han sido elocuentes de la capacidad que tienen las masas trabajadoras de enrumbar absolutamente todo en la sociedad y en su relación con la naturaleza. Tres fines de semana fueron suficientes para que el pueblo francés pusiera a temblar a uno de los gobiernos más recalcitrantes y déspotas de los últimos años; un gobierno encabezado por el reaccionario Macron que luego de haber tratado a gran parte de la población de “vagos”, “los que no son nada”, o “los galos refractarios”; tuvo que tragarse sus palabras y esconder su odio visceral contra las masas para cambiar 180 grados su postura y discurso, y con la cabeza gacha tener que declarar de manera hipócrita: “La cólera que hoy se expresa es justa en muchos aspectos [… y] sé que a veces he herido a algunos de vosotros con mis palabras”.

Acobardado este representante de la más rancia burguesía imperialista francesa, se tuvo que guardar su orgullo para posar de arrepentido y conciliador frente a la majestuosidad de la lucha de masas que sacude a toda Francia. Pero no fue solo postura hipócrita, el pueblo francés ha logrado propinarles a la aristocrática burguesía francesa y a todos sus socios imperialistas, un golpe de grandes proporciones.

A la bajada de humos se le suma la reculada en las medidas que había anunciado irreversibles, como la subida de los combustibles para el 2019 o la mayor dureza en la soga de los pensionados y en general de los asalariados. El pueblo francés con los emblemáticos chalecos amarillos obligó al gobierno a tomar varias medidas de orden económico y social que van en completa contravía de sus planes de ajustes y empobrecimiento de los trabajadores franceses. Desde el punto de vista económico es un gran triunfo, pero sobre todo desde el punto de vista político es una enorme cantera de lecciones y enseñanzas, no solo para el pueblo francés sino para todas las masas trabajadoras del mundo.

Sí se puede enfrentar a los reaccionarios en cualquier parte del mundo, el potencial transformador que vive en las masas trabajadoras es inherente a su condición de clase, como productoras de absolutamente todo en la sociedad y, por ende, tienen de por sí una de las mayores armas para enfrentar a los reaccionarios: sin su brazo poderoso, transformador y generador de riqueza, nada se mueve en la sociedad.

Se impuso el camino de la lucha y se dejó en cueros a los defensores del camino parlamentarista; en las condiciones actuales de la lucha de clases, es poco probable, casi imposible que estos dos caminos sean complementarios; todo lo contrario, son opuestos y el uno avanza en detrimento del otro; la vía parlamentaria, de diálogo insulso con los enemigos de las masas, de proyectos de leyes y alegatos parlamentarios, de campañas politiqueras para conquistar puestos burocráticos en el Estado actual, son claramente un servicio a los reaccionarios para embellecer la monstruosa y dictatorial democracia burguesa. En todos los casos donde la llamada izquierda se ha dejado obnubilar por los “cantos de sirena” del parlamentarismo burgués, han terminado en traición a las masas. El pueblo francés, sin proponérselo tal vez, le ha dado un bofetada al camino parlamentario, dejando claro y de manera contundente, que el camino de las masas es ejerciendo el poder directamente y sin intermediarios.

Lo que está ocurriendo en Francia, es una incuestionable lección para muchos revolucionarios que siguen desconfiando del papel que juega la clase obrera en las distintas formas de lucha que se presentan en el mundo. Revolucionarios que imbuidos de la propaganda sobre la supuesta tendencia a la desaparición de la clase obrera o la poca importancia que le dan a su participación, le han hecho el juego a la socialdemocracia que no ve clases sociales sino sectores, movimientos, y por tanto descuidan en muchos aspectos la lucha por dirigir al proletariado como clase de vanguardia y en detrimento de ello, resaltan las contradicciones de los “pueblos y naciones con el imperialismo”; la clase obrera en Francia se hizo sentir poniéndose de pie y eso le ha dado una cualidad especial.

Un gran levantamiento de masas, una poderosa huelga de carácter político contra las medidas generales del gobierno está viviendo Francia; por la forma y el contenido como se ha presentado, ha sido una respuesta contundente a las vacilaciones de varios revolucionarios que desconfían de la capacidad de lucha de las masas, y no solo, no ven la tendencia hacia grandes levantamientos y huelgas de carácter político contra el Estado, sino que adoptan posturas atrasadas y en lugar de jugar el papel de dirigentes que van al frente, se arrastran a la cola del movimiento levantando la bandera de la huelga, cuando ésta ya es un hecho cumplido.

La burguesía y todos sus agentes son reaccionarios e hipócritas hasta la médula. Mientras sus politiqueros aparecen en los medios pronunciando discursos conciliadores, sus esbirros de la policía golpean y persiguen brutalmente a muchos jóvenes en escuelas de secundarias y andan en una cacería de brujas, tratando de castigar a los dirigentes naturales de la lucha de masas. Nadie debe llamarse a engaños, hay clases antagónicas encabezando las fuerzas que se enfrentan y sus intereses y objetivos son contrarios y opuestos. Entre explotados y explotadores no puede haber paz.

Los clamores de paz de la burguesía no son más que llamados a las masas a la sumisión y la preparación de mayor represión, hambre y miseria. El pueblo francés ha venido reafirmando esta verdad de la sociedad de clases y eso le ha servido para mantenerse en pie de lucha y a enfrentar y propinarle duras golpizas a las fuerzas de choque del Estado francés; qué gran ejemplo que han dado en este sentido. El pueblo francés es hoy punta de lanza en la lucha de masas contra el imperialismo, y debe tener todo el apoyo de los obreros y campesinos del mundo.

El de los chalecos amarillos ha sido un movimiento surgido de las entrañas del mismo pueblo, sin que pueda endosárselo ningún grupo político, como tampoco puede decirse que exista un tendencia predominante en él; son las masas movidas exclusivamente por la necesidad de responder a las políticas reaccionarias y represivas del Estado. Un movimiento espontáneo que por sí solo ha puesto en evidencia la enorme debilidad del gobierno y las condiciones objetivas que existen para grandes cambios revolucionarios; el pueblo francés sabe que necesita mucho más que migajas o pequeñas reformas, que la sociedad actual clama a gritos por transformaciones radicales, pero hay que reconocerlo, el movimiento comunista no da todavía la talla para jugar el papel que requiere ese enorme caudal de descontento y ansia de cambio.

Las fuerzas revolucionarias con los marxistas leninistas maoístas en primera fila, seguramente aprovecharán esta coyuntura para hacer que la lucha avance lo más posible y contribuya a llevar la justeza del programa revolucionario a las masas, para que pronto puedan estar mejor preparados y con mucha más capacidad para aprovechar este tipo de oportunidades, de tal forma que la divisa de estos levantamientos sea la destrucción del podrido Estado burgués y su sustitución por el nuevo, gobernado por la unión fraternal de obreros y campesinos.

Fuente: REVOLUCIÓN OBRERA https://www.revolucionobrera.com/internacional/el-pueblo-frances-se-ha-puesto-en-pie/

Anunció medidas para frenar la protesta



Después de casi cuatro semanas de movilizaciones lideradas por los chalecos amarillos, el jefe del Estado francés rompió el silencio en un intento de responder a algunas de las demandas y reconectarse con una sociedad que se aleja de él.



Por Eduardo Febbro



Macron asumió ante las cámaras que existe en Francia “un estado de urgencia económica y social”. 

Desde París

Con un paquete de medidas y retoques de fuerte carácter social, el presidente francés, Emmanuel Macron, salió de su silencio en una corta intervención televisada con la meta de desarticular el movimiento de los chalecos amarillos que, desde el pasado 17 de noviembre, ha puesto a Francia en vilo. Macron anunció un aumento de 100 euros del salario mínimo (SMIC, 1.184,93 euros por mes) a partir de 2019, la desfiscalización de las horas extras así como su objetivo de que las empresas paguen una prima excepcional de fin de año libre de todo impuesto. La desfiscalización de las horas extras no es una decisión nueva. El ex presidente conservador Nicolas Sarkozy la introdujo en 2007 y el ex mandatario socialista François Hollande la abolió en 2012. 

Al cabo de casi cuatro semanas de movilizaciones lideradas por los chalecos amarillos, el jefe del Estado rompió el silencio en un intento de responder a algunas de las demandas y reconectarse con una sociedad que se alejaba peligrosamente de él. “Queremos una Francia donde se pueda vivir dignamente de su trabajo, un punto en el que hemos avanzado muy lentamente”, dijo el mandatario. Macron asumió como suya una realidad que le plantean constantemente desde la izquierda cuando constató que existía en Francia “un estado de urgencia económica y social”. En complemento de estas medidas el presidente también anuló el aumento de la CSG (Contribución social generalizada, impuesto pagados por todos para financiar el seguro social) en lo que atañe a las jubilaciones de menos de 2000 euros. 

Todo este paquete de iniciativas deja afuera tres cosas. La primera, los gastos estarán asumidos por el Estado. Las empresas no participarán en el montaje financiero de las medidas, que costarán entre 12 y 15 mil millones de euros. Macron no introdujo ningún dispositivo mediante el cual las empresas y los millonarios contribuyan a este esfuerzo. La segunda, y ello es lo más paradójico, el presidente francés no integró una de las exigencias del país, a saber, la reintroducción del ISF, el impuesto sobre las grandes fortunas que él mismo modificó hasta sacarle todo su sentido y regalarle mucho a los ricos cuando asumió la presidencia en 2017. Esta preservación de los intereses de la alta burguesía ya cuestiona de por sí el conjunto de las medidas anunciadas. En una columna publicada por el diario Le Monde y firmada por el economista Thomas Piketty, el autor del best-seller El Capital en el siglo XXI, el intelectual francés advirtió que “si Macron quiere salvar su mandato debe restablecer inmediatamente el impuesto sobre las grandes fortunas”. Como lo demostró esta crisis, ese es, también según Piketty, una de las grandes deudas del Viejo Continente. El ensayista francés escribe: “la crisis de los chalecos amarillos le plantea a Francia y a Europa una pregunta central: la de la justicia fiscal”. Según datos de la OCDE (Organización de cooperación y desarrollo económico), dentro de este organismo Francia es el país donde la recaudación impositiva es la más alta, 46% de su PIB. Al mismo tiempo, el Estado gasta el 56% de su PIB. La tercera es el tema de las jubilaciones. El congelamiento de las jubilaciones se mantuvo tal como había sido decidido para los próximos dos años. 

No había anoche una clara dirección sobre lo que podría ocurrir en las semanas siguientes. El jefe del Estado respondió segmentariamente a lo que le pedía la calles: uno, mejorar el poder adquisitivo, dos reforzar la democracia directa. A lo primero respondió con las medidas, a lo segundo con la promesa de entablar un gran “debate nacional” sobre la ecología o la fiscalidad. El cambio de perfil tanto del presidente como del Ejecutivo ha sido notorio. Se pasó de un estilo “despreciativo y centralista” (reproche permanente de los manifestantes) a algo más aperturista con la promesa de organizar un gran debate nacional sobre las jubilaciones, los transportes, la ecología o la fiscalidad. La inflexión populista se deslizó en las declaraciones del jefe del Estado. Emmanuel Macron quiere “poner a la nación en acuerdo consigo misma”. Para ello destapó una de las ideas que Nicolas Sarkozy utilizó en su mandato: la identidad nacional. Entre los temas de la gran concertación nacional figura el de “la identidad profunda” del país y el de la inmigración. Las primeras reacciones de los chalecos amarillos estaban a medio camino, aunque se percibió anoche cierta desmovilización: “levantamos el pie pero seguimos atentos, “dijo uno de sus líderes. Igual, ya le ganaron, y no sólo en los aumentos. Los gastos ocasionados por esta crisis harán que Francia se salte el 3% de déficit exigido por la Unión Europa. Un símbolo enorme, tanto como ver a un presidente joven y patriarca supremo de la globalización volver sobre los pasos de la identidad nacional.

Sin calzones ayer, con chalecos hoy
La prenda de la rebelión


El aplicado gestor racional adicto a las planificaciones fehacientes cedió ante la emoción más genuina de su país: la bronca popular. El Rey no perdió su trono pero si su estabilidad. La rebelión de los chalecos amarillos contra la reforma fiscal del gasoil puso término a la ilusión de que un país se podía manejar como un banco o un organismo financiero. Al igual que en 1789, año de la Revolución Francesa, la revuelta de 2018 tiene como signo una prenda: chalecos amarillos. En 1789, al núcleo del ejército que impulsó la Revolución que derrocó a la monarquía se lo llamaba les sans-culottes, los “sin calzones”. En la Francia del Siglo XVIII los nobles y los burgueses usaban culottes, los pobres no. Se vestían con pantalones a rayas y eso los distinguía despechadamente de la aristocracia. Lo sin calzones decapitaron el orden monárquico y, en el Siglo XXI, los chalecos amarillos le movieron el trono a Emmanuel Macron. Los sin calzones de la Revolución francesa eran artesanos, obreros y campesinos. Los chalecos amarillos son artesanos, pequeños comerciantes, micro empresarios, agricultores y trabajadores diversos. No es exactamente el mismo pueblo, pero si la misma exigencia: el fin de la acumulación de riquezas y privilegios fiscales en los bolsillos de una minoría, el fin de un modelo donde la sociedad de abajo paga por la de arriba. La Revolución Francesa configuró nuestra modernidad. Es legítimo entonces preguntarse ¿qué anuncia esta insurgencia popular de los chalecos amarillos a un mundo milimétricamente controlado por los analistas financieros, la especulación, la desigualdad, los algoritmos y los oportunistas espías de internet que roban a sus anchas las intimidades de los perfiles humanos?. 

Los chalecos amarillos se vistieron con el color de todos: ricos o pobres, con autos de lujo o modestos, el chaleco es obligatorio en cada vehículo desde la ley de 2008. Con su ropa, trascendieron la división de clases. Las referencias a la monarquía de antes de la Revolución francesa son constantes en sus denuncias y grafitis. “Afuera el Rey Macron”, dice un grafiti pintado en una de las calles adyacentes a los Campos Elíseos. En la Plaza de La Bastilla, otro proclama: “no se puede apretar el cinturón y bajarse los pantalones al mismo tiempo”. “Macron es un Rey y terminará decapitado como los reyes”, asegura Murièlle, una pedicura del sur del país, ex votante de Macron. Ese perfil abiertamente insurgente contra la casta encendió todas las ilusiones de los movimientos políticos opuestos. La izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon vio en esta protesta la premisa de la revolución ciudadana con la que sueña su movimiento. La extrema derecha de Marine Le Pen entrevió la ruta de la insurrección contra el sistema globalizado que nos gobierna. Cada cual le puso lo suyo, entre el Che y Mussolini. 

Desde Bruselas, donde está preparando “la internacional populista”, el ex consejero de Donald Trump, Steve Bannon, salió a decir: “los chalecos amarillos son exactamente el mismo tipo de persona que eligió a Donald Trump y votó a favor del Brexit. Es un conflicto mundial”. Tampoco faltó el mismo Trump. En un Twitter, el presidente norteamericano dijo “la gente está gritando que quieren a Trump”.

Ellos, los auténticos protagonistas, permanecen inclasificables y, hasta ahora, irrecuperables políticamente. El amarillo de sus chalecos aunó a todas las corrientes en un mismo flujo. No estaban a favor de un modelo, de una ideología, de un partido político, sino contra este modelo. No vinieron a proponer otra cosa: se rebelaron contra esta cosa que los sometía a la desigualdad fiscal. La insurgencia ha sido suculenta y violenta y se articuló en torno a una única figura: Emmanuel Macron. En las elecciones presidenciales de 1995, el ex presidente conservador Jacques Chirac ocupó el imaginario político con un diagnóstico implacable extraído del pensamiento de la izquierda: la fractura social. Casi un cuarto de Siglo después, Macron, sus medidas inigualitarias y su estilo despectivo hacia las cuestiones populares pagó el tributo de esa fractura. La realidad ofrece con generosa elocuencia una lectura singular. Todos estaban durmiendo: ni el centro, ni la derecha, ni la socialdemocracia, ni la extrema izquierda o la ultra derecha, ni los medios, nadie adivinó que en la infinita galaxia social había una estrella a punto de explotar. Hoy, todos corren detrás de su luz. 

Los nuevos sin calzones no vivían retirados del mundo en sus campos y su Francia provincial. Eran los residentes menos atendidos de la fractura social. Salieron de su fractura a fracturar el zócalo injusto de la construcción social en curso. Primero surgieron del peor enemigo de la democracia, las redes sociales. Sus tres personajes iniciales ofrecen un retrato de su composición social. La explosión originaria la activó el pasado 10 de octubre Eric Drouet, un camionero que salió a protestar en Facebook contra el alza del carburante. Una semana más le siguió una hipnoterapeuta, Jacline Mouraud, quien denunció en las redes “la caza” contra los automovilistas. Cuatro días después, en Change.org, una micro empresaria de 30 anos, Priscillia Ludosky, lanzó una petición contra el precio de los carburantes. La pólvora se encendió enseguida: más de un millón de adhesiones para Drouet, Jacline Mouraud recogió seis millones y medio y Priscillia Ludosky lleva cerca de un millón y medio. En diez días, los grupos explotaron en Facebook. Se crearon casi 300 grupos de apoyo que totalizan ya más de tres millones de usuarios. Los partidos políticos y el gobierno no los vieron venir. Los bloqueos de las rutas empezaron casi en el anonimato. El primero se llevó a cabo el 17 de noviembre. A la rabia contra la fiscalidad ecológica aplicada a los combustibles, lo que derivó en equiparar el precio del gasoil, más barato, con el de la nafta común, se le anexaron otras reivindicaciones más políticas como el cuestionamiento global del sistema, la denuncia de la desigualdad, los recortes de las jubilaciones o la pérdida del poder adquisitivo. El 27 de noviembre, ya con la gente en la calle, Macron dijo: “creo que podemos transformar la cólera en solución”. La rabia acabó por transformarlo a él. Ahora empezará la furiosa etapa de la recuperación de este movimiento. Los populismos de extrema derecha descubrieron un capital electoral que desconocían. La izquierda radical captó que los chalecos eran una entrada al mundo popular que, en gran parte, aún los rechaza. De sin calzones en 1789, a con chalecos en el Siglo XXI. Francia abrazó el color amarillo y entre medio saltó la temática ecológica y la pregunta ¿ quién paga por la protección del planeta ?. Macron trasladó el costo a las clases medias bajas. Estas le respondieron con un no rotundo. ¿ Y los mega ricos, y las industrias contaminantes ?. Ese es, en nuestro planeta común, el interrogante y el desafío más decisivo que los chalecos amarillos la plantearon a Francia y al mundo.



Fuente: https://www.pagina12.com.ar/161325-anuncio-medidas-para-frenar-la-protesta / https://www.pagina12.com.ar/161255-la-prenda-de-la-rebelion


La protesta revolucionaria francesa



Carolina Vásquez Araya






La indignación ha lanzado a las calles a miles de franceses, matizada de un fervor revolucionario de profundas raíces históricas que en su momento marcaron el devenir de Europa y el mundo. Consciente de que el poder del pueblo permanece ahí, latente y capaz de transformar la escena social y política, el colectivo conocido como “los chalecos amarillos” ha tomado las calles y paulatinamente ha capitalizado la frustración de una sociedad cansada de los retrocesos provocados por las políticas neoliberales del gobierno de Emmanuel Macron, hasta congregar a ciudadanos de todas las tendencias y estratos sociales. El mensaje lanzado al mundo por este movimiento no podría ser más claro: la Revolución no ha muerto.

Las protestas callejeras en Francia comienzan a despertar también una reacción entre quienes están designados para contrarrestarlas. Las imágenes de policías y bomberos dando la espalda a sus mandos para solidarizarse con los manifestantes constituyen una prueba innegable de las fisuras en el muro cada vez más débil de las estructuras política e institucional que rodean a Macron, quien sin duda comienza a percibir claramente las incalculables dimensiones de la crisis provocada por sus decisiones.

Con la atención puesta en las calles de París, otras sociedades en otros en países gobernados por la corrupción y el abuso se han de preguntar cómo hacen los franceses para mostrar tanta audacia y determinación. Porque poner en jaque a un gobierno aliado con los grandes capitales no es cosa fácil; y enfrentar a las fuerzas de choque resulta extremadamente peligroso. En algunas naciones de nuestro continente latinoamericano se han producido movimientos de protesta de gran magnitud en los últimos años, pero ese espíritu revolucionario capaz de derrotar al miedo y la frustración no parece tener la capacidad de permanecer vivo el tiempo suficiente para generar resultados y sostenerlos.

El mensaje emanado de las protestas en el país galo habla de la imperiosa necesidad de unidad. Pueblos divididos entre ricos y pobres, entre nativos y migrantes, entre tendencias políticas opuestas o creencias religiosas hábilmente elaboradas para generar animadversión y rivalidades entre ciudadanos han creado sociedades débiles y vulnerables, incapaces de identificar y proponer objetivos y metas de beneficio común porque están condicionadas para buscar metas y objetivos personales y de grupo.

El gran desafío que propone el pueblo francés es unirse contra un sistema neoliberal que ha resultado en la debilidad endémica de los Estados. Los gobiernos –en especial los más débiles política e institucionalmente- se encuentran frente a las presiones de una superestructura de inmenso poder económico, la cual se ha apoderado del poder político socavando las bases de la democracia y ha convertido a los Estados en cómplices de sus planes. De ese modo y sin mayor oposición, se apoderan de todos los bienes y recursos más valiosos de las naciones para vendérselos de vuelta a sus legítimos dueños a precios de usura: la minería, la agricultura, el agua, el petróleo, la energía y hasta los cultivos nativos transformados, gracias a patentes legalizadas a fuerza de sobornos, en propiedad corporativa.

Unidad es la fórmula y el pueblo francés lo está demostrando con orgullo y valentía. Unidad con la determinación de no permitir a intereses foráneos imponerse sobre los del pueblo, el cual debe decidir el rumbo de su historia. Es una lección de enorme valor en los momentos que vive América Latina y vale la pena tomarla en cuenta.

Fuente: http://pcr.org.ar/nota/siguen-las-protestas-en-francia/

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