La única posverdad es la realidad
Por Martín Rodríguez*
El 2017 será recordado como un año de conmoción política en las calles y triunfo electoral de Cambiemos, pero también como el año de las interpretaciones y el deslucido concepto de posverdad.
2017 va a ser recordado como un año de conmoción política en las calles y triunfo electoral de Cambiemos. Dos cosas a la vez que no se desmienten, ni excluyen, ni necesariamente complementan. Las marchas contra el 2x1, las movilizaciones sindicales (en marzo le tomaron literalmente el palco a la CGT), el reclamo por la desaparición de Santiago Maldonado y las recientes protestas contra la reforma previsional son las escalas más visibles de plazas agitadas, con irregular “éxito” en sus demandas pero que marcan algo que llegó para quedarse. La gobernabilidad de Cambiemos depende de cómo tramite esa energía social callejera en su contra. Los años que dure el gobierno (si cuatro, si ocho) serán acompañados por un ritual de protestas, por lo pronto, en el activo de la izquierda social: Cambiemos es un gobierno fuerte que intenta rediseñar la estructura argentina.
Lo que queda claro es que con represión no podrían disipar la calle: no sólo (y principalmente) por lo condenable, sino por lo inútil. La jornada en la que el Congreso aprobó la ley previsional tuvo un atardecer particular: mientras la policía disipaba a palazos los restos de grupos de manifestantes, en los distintos barrios metropolitanos se empezaron a sentir las cacerolas.
También fue el año de las interpretaciones (“no hay hechos, hay interpretaciones”) y el deslucido concepto de posverdad, una suerte de tendencia de la sociedad a dejarse gobernar por las emociones y los relatos. La muerte de Santiago Maldonado estuvo teñida por este efecto. Por un lado, sectores de la política y la sociedad civil (organismos de derechos humanos) endurecieron su postura en la tipificación innegociable de una “desaparición forzada”. Se puede decir que al juego inevitable de las conveniencias políticas se sumó la también inevitable sospecha sobre la cultura de las fuerzas de seguridad. A su vez, la negación, la ausencia de empatía y el embarro de cancha del gobierno y su periodismo afín los mostró más preocupados por la supuesta “mentira” de la izquierda y los organismos de derechos humanos que por la “verdad” de los hechos. Se sabe que los servicios de inteligencia son una gran máquina de producir “posverdad”: operan a cielo abierto sobre el imaginario argentino. John Le Carré decía que son el subconsciente de una Nación. Al menos, parecieran ser quienes acceden a la sala de máquinas del subconsciente: pueblos entrerrianos con jóvenes iguales a Santiago, una pareja de jubilados que lo levantó en la ruta, porcentajes acerca de la posibilidad de que estuviera en Chile, la fantasmal RAM, y así. Mientras su figura se viralizaba, se multiplicaron relatos y versiones confusas en pos de encontrar exactamente el punto donde en el siglo XXI se saturan las cosas: en el exceso de “información”. Mientras su cuerpo no aparecía, la invitación pareció ser a que cada cual eligiera en qué versión creer.
Pero en la competencia política el que gobierna corre en desventaja: puede ser una parte de las cosas, pero tiene la responsabilidad de asumir el todo. Nunca podrá decir: “¿y yo qué tengo que ver con esto?”.
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* Periodista.
Fuente: © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
http://www.eldiplo.org/223-que-politica-para-las-fuerzas-armadas/la-unica-posverdad-es-la-realidad